Inicio / Romántica / La reina de las magnolias / Capitulo 2. La Chica de Londres
Capitulo 2. La Chica de Londres

Susie miro por la ventana del vehículo en movimiento; viendo el paisaje del cual era cómplice: césped verde, casas pintadas de blanco, buzones de lata y niños jugando en bicicleta. Miro por el vidrio de la ventana que estaba ligeramente abierto, lo suficiente para que entrara el aire, pero no tanto para no despeinarla. Estaban en camino ella y su madre rumbo a la casa o mejor dicho a la mansión de los Smith.

Eran una familia acaudalada estadounidense, importante; el señor y patriarca Henry Smith era un almirante y funcionario de guerra y nada más ni menos que uno de los mejores amigos de su padre el coronel Christopher Fisherghart otro hombre de guerra.

Susie se había preparado esa misma mañana cuando su madre días anteriores le había dado la noticia del triunfo de la guerra, cuando Estados Unidos venció al imperio Japones en el pacífico. Para Susie había significado muchas cosas esa victoria y una de ellas era volver a casa, a Cambridge, a Inglaterra. 2 de septiembre de 1945 sería una fecha que se le quedaría grabada en el cerebro para toda la vida, como también Susie estaba segura de que la humanidad también la recordaría.

Estaba ansiosa de volver a su país y volver a su antigua casa, a pesar de lo mucho que sus hermanos mayores se habían acostumbrado a vivir en Virginia, a pesar de todo.

Pero ella no se había adaptado a pesar de estos cinco años.

Suspiro y miro de nuevo a la ventana del coche, su madre estaba sentada a su lado viendo el recorrido de las casas y platicando con el chofer, Susie estaba absorta en los pequeños huecos de verde que veía entre las casas que no presto atención a lo que hablaban su madre y el hombre.

—Susie querida ponte derecha no querrás que se te haga una joroba—informo Helen. Susie voltio para mirar a su progenitora quien tenía una mirada seria. Azul rey de la mujer mayor contra azul cielo de los de ella.

—Eres demasiado hermosa para que te crezca una joroba—señalo su señora madre de nuevo mientras le tocaba el hombro y la enderezaba por si sola, a veces Susie olvidaba de lo fuerte y dura que era.

—Señora, tranquila la muchacha no necesita que preocuparse, estoy seguro de que encontrara esposo en un siéntanme si eso le preocupa—afirmo el chofer mientras sonreía al volante—. Es una chiquilla muy guapa.

—Claro que lo es, no por nada trato de que siga así, aun si eso significa ponerle tablas en la espalda para que se ponga derecha.

Susie hizo una mueca ante las afirmaciones de su madre, Helen era una mujer mayor, con los cabellos oscuros como los de ella y tenía los ojos azul rey que eran fríos y algo recios a la fragilidad o la calidez. Traía puesto el traje de saco con vestido color ciruela y un pequeño sombrero color beige que hacía juego con su bolso.

Portaba todo lo contrario a Susie, quien traía el cabello sujeto en un moño apretujado por una horquilla de hortensia como broche que era parte del joyero de su madre, unos pequeños sarcillos en las orejas que la hacían ver linda, y el vestido azul con pequeños jazmines se le ajustaba a la cintura por un pequeño cinturoncillo de cinta color negro, al igual que el bolso de mano y sus zapatos. Eso solo significaba una cosa, estaba vestida para una ocasión especial en todo el sentido de la palabra. Era una fiesta de té, pero no una fiesta cualquiera.

El consulado británico organizaba el evento por el triunfo de la guerra y debido a las condiciones sociales de su familia, eran invitados de honor, su padre era un invitado de honor, uno importante, no cualquiera era el coronel Fisherghart, no cualquiera dejaba a su familia en un país nuevo para irse a salvaguardar los asuntos del fulgor de la guerra desatada en Europa. Pero a pesar de ello, no todo era miel sobre hojuelas en su casa. Susie era la única que lo veía, la guerra no era algo que celebrarse, y si, estaba feliz de que todo acabara, pero ella no quería se participe de ese acto donde habría comidillas, pastelillos, comida y chismes por todos lados. Pero que le quedaba, tenía que ir por el honor de su familia, por el de su padre, debido a las circunstancias y a que su hermano mayor Edward; quien solo era dos años más grande que ella se encontraba en Cambridge, junto con la familia de su madre, mientras que su otro hermano mayor William, residía en Georgia estudiando para sus exámenes finales de la facultad. Así que, solo quedaba Susie. Su padre Christopher no se encontraba en condiciones de asistir; el pobre se sentía tan agotado tras su viaje de regreso a Cambridge, como para poder asistir a una convivencia por el triunfo de la guerra. 

Y eso había conllevado a que ahora Susie se encontraba en un automóvil rumbo a la casa del almirante; donde seria participe de muchas cosas entre ellas las habladurías de que hija de tal persona se casaba con el teniente James o si la Sra. Johnson la había abandonado su esposo por una mujer más joven que ella cuando se estaban divorciando. O peor ella seria la causa de habladurías.

Suspiro y miro de nuevo a la ventana, aun no estaba lista para enfrentarse al monstruo de la sociedad de Virginia a pesar de que el auto ya estaba dando la vuelta para aparcar el automóvil, dio un último suspiro y agarro la manija de la puerta.

۞۞۞

—Anda toma un cigarrillo Susie —le ofreció el señor Davis mientras le daba una sonrisa y le posaba la cajetilla de cigarrillos enfrente de ella—. Yo me fumo uno diario—admitió divertido—. Dicen que son buenos para el estrés.

Susie observó con tranquilidad fría como le temblaba la mano al señor Davis mientras sostenía el cigarro junto con el vaso de Whiski en la mano izquierda —la mano con la cual lo había visto disparar una escopeta—. Estaba tan borracho que se tambaleaba de un lado a otro doblando el calzado negro recién boleado que el mayordomo lo había hecho esa misma mañana por órdenes de su esposa. El viejo sr. Davis sonreía mostrando sus dientes amarillos y picados por el excesivo consumo de los cigarrillos y los dulces pasteles rellenos de mermelada de fresa con quesillo, que no dejaba de comer y eran la causa de los puntos negros que tenían su amarillenta dentadura.

Susie negó con la cabeza y coloco sus manos sobre la cajetilla para apartarla de su rostro, le dio una mirada amable al señor Davis y se colocó un mechón de cabello negro suelto de tras de la oreja.

—Claro, claro, como una jovencita de tu posición aceptaría la caja de cigarros de un viejo tan desabrido como yo—le expresó Sr. Davis sonriendo nervioso—. La preciosa Susie, la perfecta hija del coronel Fisherghat. Dime Susie, hace poco que acabas de cumplir diecinueve años, no es por nada hija, pero yo opino que deberías tener un novio y fugarte.

—Sr. Davis… —dio un suspiro largo.

—Sh —interrumpió—, no digas nada hija, estas en la flor de la juventud, yo recuerdo que Helen tenía tu misma edad cuando se casó con tu padre y mírame a mí —se apuntó—, ¡Yo me robe a Margaret a los dieciocho y tuvimos tres hijos!, por cierto, Susie ¿no quieres ser mi nuera? —pregunto enarcando una ceja de manera sugerente. Agarro un pastelillo de la mesa y se lo metió a la boca. —Apuesto a que tendrás niños preciosos. “Preciosos” —enfatizó.

››Olvídalo, mis hijos no cumplen con las expectativas del Sr. Fisherghat, no son como el Joven Charles, el dorado hijo de Henry.

Susie trago saliva ante el nombre de Charles, agarro un pastelillo de la mesa y lo mordió nerviosa, su boca se vio bonita ante el movimiento de sus labios mordiendo el pastelillo. Su boca formo una linda comisura redonda por el labial rojo.

El nombre de ese hombre le hizo sentirse hambrienta de una manera que desconocía. Había pasado tanto tiempo desde que no se veían, tantos años que no interactuaban, que Susie se preguntó si Charles sería un hombre tan alto como su hermano, o si tendría reflejos en el cabello castaño como cuando era un niño. Si era un adonis o un rompecorazones como su otro hermano Edward. Después de todo Charles era atractivo cuando tenía once años, que lo impedía serlo ahora. La pubertad nunca había afectado a personas que siempre han sido bonitas y Susie lo sabía de ante mano, después de todo entraba su familia en el concepto de “bonitos”, porque los llamaban los británicos forasteros.

 Eran pálidos, altos, delgados, de cabello moreno o claro y elegantes. Sus hermanos en especial eran muy atractivos a simple vista tanto que Edward había disfrutado su estadía en Estados Unidos que en Inglaterra.

Susie se disculpó con el Sr. Davis y le dijo que en un momento volvía mientras pasaba por los jardines de la residencia del almirante Smith —el padre de Charles—, tan rápido como sus piernas se lo permitían. Posó sus manos por el vestido azul con botoncillos, ese mismo que se ajustaba a su cintura y le resaltaba el pecho, su madre le había hecho comer ensalada toda la semana para entrar en la talla y Susie lo había hecho renuentemente para tener contenta a su progenitora, aun de la cantidad de veces que se reprochaba ella misma en la oscuridad de su alcoba el decirle que ya no se metiera con ella y su cuerpo.

Susie sintió las manos sudorosas y la piel de gallina debido a la brisa mañanera del otoño, hacia frio para traer vestido, pero eso no le impidió sonreír en respuesta a las personas que la saludaban y le preguntaban: ¿cómo estaba?, ¿dónde había comprado su labial? y ¿qué colorete traía en sus mejillas?, Si sabía que Charlotte se casaba en invierno o que Miriam estaba embarazada de Richard. Le besaban en las mejillas, tanto que se sintió ofuscada, porque se sentía presa de esas situaciones donde era como un mono de circo donde todos pagaban para verla a ella y sus desgracias, sonaba un poco duro pero que podía esperar cuando las viejas amigas recias y arrugadas de la madre de Charles no paraban de mirarla y se cuchicheaban entre ellas chismorreos.

Susie se tocó el cuello, sintió un mal presentimiento, miedo, temor e incertidumbre inexplicable que le decía que no debió de venir y que hubiese sido mejor quedarse en casa haciendo pay de manzana junto con su madre a ser fisgoneada y juzgada por esa gente pedante de la fiesta que se hacían llamar amigos.

Avanzo a paso apesadumbrado y se siguió tocando los brazos de una manera que no le calara el viento; los bellos se le erizaban por el aire. Sentía nervios y un agujero en el estómago que la estaba consumiendo las entrañas.

Susie entro a la casa grande de la familia Smith y vio sus zapatos de taconcillo en el pulido y brilloso piso de la mansión.

Claro.

 Siendo Eleonor Smith tan quisquillosa y prejuiciosa, era imposible que su piso no estuviera limpio, pulcro y brilloso, a tal grado que pudieses verte reflejado tan solo pisar una sola loza. Solo de verlo a Susie le causo náuseas y ganas de tirar barro en la entrada, solamente para darle el mal gusto a la señora, por las constantes críticas que le había hecho de niña, por las veces que le había dicho que era tan paliducha y pecosa cuando acompañaba a su padre y se quedaba sola con la señora tomando el té. Susie nunca se atrevió a reprocharle nada, ni si quiere se le paso por la cabeza acusarla, no porque fuera tonta, sino porque, ¿Qué era ella, en comparación a Eleonor?, nada solo una pinguita. Por eso siempre trataba de comportarse en esa casa, para que esa mujer no tuviera que andar de chismosa por todo el condado diciendo que era una niña malcriada.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo