El camarote que le habían indicado como suyo era pequeño, como un pequeño saloncito de visita donde apenas caben seis personas sentadas cómodamente. Había una cama pequeña con sabanas de seda, y almohadas acolchonadas con plumas de ganso, había una pequeña mesita donde se encontraban tinteros y hojas blancas con bordes amarillentos, también velas con olor a vainilla y ligero olor a canela, había pinturas por los bordes de las columnas y vigas de madera, flores, o más bien magnolias que se entrelazaban en colores dorados y plata. Si estuviera en Virginia tendría la seguridad de decir que eran falsas, pintura dorada cubriendo una madera tallada, pero ver los cristales de los vitrales de la puerta, la madera de cedro barnizada, limpio, pulcro y costoso decía que eso era más bien oro puro que pintura barata.Que diferencia era esto a su simple habitación color crema donde tenía un armario y un tocador para ella misma y aunque su cama era cómoda, no se comparaba con lo esponjosa que era e
Se le revolvió el estómago al escuchar la última palabra.—¿Qué dijiste? —pregunto dudosa.—Que soy muchas cosas Suzanne, tengo miles de nombres, me han llamado como la gente se le ha pegado la gana —comento relajando los hombros y sirviéndole más vino—. Puedes llamarme como más te guste, te pediría que por favor me llamaras Kenneth, es corto y más informal, además es el nombre que mi madre me puso, no hay que quitarle el crédito de ser digna de ponerme el nombre. ¿no lo crees?—Eres lo que los Shadow buscan, tu… quieres matar al rey —balbuceo, no queriendo esperar su respuesta.Kenneth detuvo en seco la copa y le miro el rostro, tenía los ojos tan oscuros que no expresaban nada, fundido en un negro siniestro, Susie trago saliva.—Has escuchado de mi entonces.No respondió.—Es una pena, de seguro te dijeron cosas horribles de mí.—No del todo —respondió agarrando fuerte el cuchillo en su mano, Susie estaba segura de que le temblaba las manos como el cuerpo en ese instante.Kenneth mi
Susie nunca se cuestionó estar en la morada de un hombre más que la de sus hermanos, pero aquí estaba tocando la puerta, con el puño arriba después de ser dirigida ahí por el desgarbado y flacucho muchacho que le había mostrado su camarote el día anterior. Susie lo llamaba amigo si podía considerarlo como uno, era alegre como un niño y era amable con todos a bordo sin importar quien fuese. Nadie le hablaba, solo la observaban, pero nadie le decía buenos días ni siquiera la hora. Solo Higor, o Higor de los higos como le había dicho que lo llamara. Toco la puerta y espero expectante, se alisó el vestido con las manos nerviosa y agarro las perlas incrustadas de sus mangas. —Adelante —escucho.Susie giro la perilla y abrió la puerta, entro torpemente al camarote, vio el interior con cierta duda, era casi igual al que ocupaba ella, pero este era más grande y tenía tantos papeles revueltos en el escritorio como tinteros y abre cartas, baúles de caoba que supuso guardaban la ropa de él, ca
Los siguientes días se pasaron como agua entre las manos, resbalándose en la continua semana que había pasado en el barco, el clima era frio como todos los días venideros, pero la tela de su vestido era tan gruesa que la protegía de los fríos vientos. Susie se recargó en el barandal tomando vino caliente con especies, quería chocolate con malvaviscos, unas calcetas y estar en cama, pero su rutina del día consistía en comer afuera y ver el mar mientras los rayos del sol se escurrían. La brisa fresca le dio en la cara, se sentía tan frio y las mejillas las tenía tan rosadas que se le congelaban.Suspiro; agarrándose del barandal de madera observando el continuo lienzo movible que era el mar. No le habían permitido entrar al camarote de nueva cuenta. Le habían ordenado quedarse afuera a tomar el sol. Eso a Susie le incomodaba, solo su madre le decía que cosas debía hacer.—Mujer —escucho.Voltio para ver.—¿Quieres un poco de vino? —Higor pregunto.El jovencito de piel pecosa y morena la
El agotamiento que sentía se vio reflejado en su cara. Susie sintió su cuerpo tan ligero que parecía que se le iba a romper si tan solo la tocaban con el toque de una pluma. Las sábanas la estaban acogiendo como una segunda piel y la cama estaba tan cómoda que lo último que le gustaría seria alejarse de ahí, quería vivir entre almohadas cálidas y seguras.—Despertaste —escucho a su lado.Kenneth estaba sentado en la silla del escritorio, leyendo un libro, con tal calma que parecía que nadie podía perturbarlo.—El sol se está ocultando —cambio de página con la yema de sus dedos—. Tenían razón, la piel se te puso tan roja por el frio que parecías un frutillo rojo.—¿Qué me paso? —pregunto Susie, sentándose cómodamente entre las almohadas de la cabecera de la cama y agarro más fuerte las cobijas para cubrirse de frio.—Tienes pesadillas algo escalofriantes.—Eso no fue lo que paso—argumento observándolo a la cara, Kenneth se acomodó en la silla y estiro las piernas—. Hablo de la neblina
La cama se mullía debajo de ella, ¿en serio acaba de pasar eso?, ¿Kenneth la había besado?, ¿eso se podía llamar beso cuando solo le había rosado los labios con los suyos?, no, ella negó, eso no era un beso, ¿cierto?, no claro que no. Se llevo la mano a la boca y con la yema de los dedos se tocó en el lugar que ese hombre la había plantado un pequeño beso, suspiro. Susie se cuestionó el porqué de ello, cuando Kenneth la había estado poniendo de los nervios. Él la irritaba, la alteraba y la hacía enfadar solo verlo, era insoportable, con su labia, su mal carácter desordenado y las constantes miradas de: ‹‹soy mejor que tú en todos los aspectos››Se fue de la habitación de él sin mirar atrás, todo su cuerpo se sentía caliente, con energía y a la vez tan cansada, lo que le había dado le había intensificado los sentidos al límite que se cuestionó si él podía olerla o escucharla con solo un metro de distancia. Porque eso era lo que estaba sintiendo, tenía su aroma en la colilla
El crispar del fuego de la chimenea sonó en la habitación; la madera quemándose en el fuego, la ceniza esparcida, y el metal que sujetaba Higor entre sus manos era lo que Susie había presenciado en la última hora. A diferencia de lo que Kenneth le había dicho, no salieron cuando Higor toco la puerta para ir a por ella, al contrario, Higor se había quedado junto con ella como compañía y, estaba calentado el lugar donde quedaban resguardados. Afuera estaba lloviendo, las puertas estaban cerradas, como las ventanas y el barco se movía a través del mar embravecido. Susie tenía calcetas y un gorro de lana que Higor le había entregado junto con la chaqueta de lana de Kenneth para abrigarse, tenía una piel de venado como cobija y le habían obsequiado una bufanda para abrigarse porque los dientes le titiriteaban por el frio. El aire que respiraban era tan helado que la nariz la tenía irritada y rojiza. —Siempre pasa esto, cuando el espiral de fuego llega —dijo Higor, tirando más leña al fueg
Los puertos costeros de desembarque no eran cosa nueva para Susie, nunca lo habían sido, por la simple razón de que la daba más miedo el aire que el mar, no podía siquiera pensar en subirse en un avión, prefería mentalmente los naufragios, la sal erosionando el cuerpo, el frio, y tal vez morir ahogada, pero la extinción de oxígeno en tus pulmones para Susie era más tranquilizador que morir quemada en carne viva tras estrellarte en una deriva, enterrándote fierros en el cuerpo. El agua era una forma más cálida y fría al mismo tiempo de morir, porque sería cuestión tuya si luchabas o no a la muerte. No era un trauma creado por el vértigo al subirse al avión, más bien por historias y experiencias vividas por otras personas. Tras la guerra Susie convivio con veteranos, escuchando sus experiencias, las veces que había ido a visitar a su padre a la base naval, los jóvenes marineros le contaban como los aviones se llegaban a estrellar en el mar. Era algo que Susie no se podía ni quería conte