La cama se mullía debajo de ella, ¿en serio acaba de pasar eso?, ¿Kenneth la había besado?, ¿eso se podía llamar beso cuando solo le había rosado los labios con los suyos?, no, ella negó, eso no era un beso, ¿cierto?, no claro que no. Se llevo la mano a la boca y con la yema de los dedos se tocó en el lugar que ese hombre la había plantado un pequeño beso, suspiro. Susie se cuestionó el porqué de ello, cuando Kenneth la había estado poniendo de los nervios. Él la irritaba, la alteraba y la hacía enfadar solo verlo, era insoportable, con su labia, su mal carácter desordenado y las constantes miradas de: ‹‹soy mejor que tú en todos los aspectos››
Se fue de la habitación de él sin mirar atrás, todo su cuerpo se sentía caliente, con energía y a la vez tan cansada, lo que le había dado le había intensificado los sentidos al límite que se cuestionó si él podía olerla o escucharla con solo un metro de distancia. Porque eso era lo que estaba sintiendo, tenía su aroma en la colillaEl crispar del fuego de la chimenea sonó en la habitación; la madera quemándose en el fuego, la ceniza esparcida, y el metal que sujetaba Higor entre sus manos era lo que Susie había presenciado en la última hora. A diferencia de lo que Kenneth le había dicho, no salieron cuando Higor toco la puerta para ir a por ella, al contrario, Higor se había quedado junto con ella como compañía y, estaba calentado el lugar donde quedaban resguardados. Afuera estaba lloviendo, las puertas estaban cerradas, como las ventanas y el barco se movía a través del mar embravecido. Susie tenía calcetas y un gorro de lana que Higor le había entregado junto con la chaqueta de lana de Kenneth para abrigarse, tenía una piel de venado como cobija y le habían obsequiado una bufanda para abrigarse porque los dientes le titiriteaban por el frio. El aire que respiraban era tan helado que la nariz la tenía irritada y rojiza. —Siempre pasa esto, cuando el espiral de fuego llega —dijo Higor, tirando más leña al fueg
Los puertos costeros de desembarque no eran cosa nueva para Susie, nunca lo habían sido, por la simple razón de que la daba más miedo el aire que el mar, no podía siquiera pensar en subirse en un avión, prefería mentalmente los naufragios, la sal erosionando el cuerpo, el frio, y tal vez morir ahogada, pero la extinción de oxígeno en tus pulmones para Susie era más tranquilizador que morir quemada en carne viva tras estrellarte en una deriva, enterrándote fierros en el cuerpo. El agua era una forma más cálida y fría al mismo tiempo de morir, porque sería cuestión tuya si luchabas o no a la muerte. No era un trauma creado por el vértigo al subirse al avión, más bien por historias y experiencias vividas por otras personas. Tras la guerra Susie convivio con veteranos, escuchando sus experiencias, las veces que había ido a visitar a su padre a la base naval, los jóvenes marineros le contaban como los aviones se llegaban a estrellar en el mar. Era algo que Susie no se podía ni quería conte
El rechinido del caballo resonó en el aire; la montura que Susie traía era tan mansa, que cuando la ayudaron apoyarse para subirse a la yegua, esta no se inmuto ni un solo segundo. Tal vez era porque Kenneth le había dejado que la oliera primero, le había dicho que se quitara el guante para que la yegua le oliera la mano, un símbolo de respeto, de paz, algo donde el caballo se sintiera seguro con ella. La yegua era de color miel, el pelaje le brillaba cuando la luz le tocaba el lomo; era preciosa, pura. Susie sujeto más fuerte las riendas, y su pie estuvo firme en el estribo. Solo una vez había montado a caballo en la granja del señor Benet, cuando tenía catorce años, Edward la había ayudado a montar y luego habían ido a recoger ballas y alimentar a los pollos con maíz. Fue divertido, para Susie ver como los gallinas los perseguían tras recoger los huevos del gallinero, y comprendió lo mucho que su hermano se esmeraba en que la pasara bien. Para esas fechas la guerra ya había llegado
Las chispas del fuego deslumbraban en la oscura noche, los troncos se encendían en llamaradas sobre la leña ardiente. El campamento donde estaban resguardados era una guardia donde había infinidad de tiendas y armas. Susie estaba sorprendida por todo, cuando llegaron horas antes todos los presentes hicieron una reverencia hacia Kenneth y aun que Susie no lo quisiera aun le rondaban sus palabras en la cabeza, como tatuajes impregnados en fuego y la piel quemada. Susie miro a todos, Gabriel estaba sentado a su lado vigilando cada movimiento de ella como de todos los ahí presentes, cuidando. Ella sabía que por más refunfuñón que fuera, era el único junto con Higor quien demostraba quien era, sin tapujo de fingir. Quería decir lo mismo de Kenneth, de verdad que lo quería, pero ese hombre, era tantas cosas, era como la fusión de un mentiroso y a la vez una persona tan honesta, porque, aunque quisiera no confiar en él, siempre estaban sus ojos oscuros y a la vez claros que demostraban mile
El resto de la noche se quedó sola, y Kenneth no volvió, se había sentido bien lo que había hecho, como una experimentación, como cuando te aprendes el teorema de Pitágoras pensando que sería difícil, pero descubres que es algo que sabes en cierta manera. Se sintió como un bálsamo de agua fría cuando su cuerpo estaba ardiendo, pero a la vez se sintió abandonada cuando él no volvió.Susie se trenzo el cabello, le trajeron agua limpia, hervida y unos cuantos paños para que se limpiara, sabía que Kenneth lo había ordenado, porque habían quedados sudados de anoche, pegajosos en cierta medida, se sacó el camisón encima de la cabeza y quedo en simples calzoncillos. Se limpio la piel blanca, con los paños húmedos, y se preguntó que hubiese paso si Kenneth no se hubiese detenido. ¿La habría visto desnuda?, la verdad es que se había dejado llevar por el deseo, una simple prueba se le salió de las manos hasta anhelar y desear más. Y el desgraciado la había dejado tirada, ahí sentada, tratando d
Gabriel le ayudo a subirse al caballo, se acomodó en la silla y le acaricio el cuello a su yegua. Kenneth no apareció por ningún lado, su montura estaba lista, la traía un mozo de cuadra sujetando las riendas y Diestrie bebía agua de un cubo. Gabriel apretó el estribo a su pie, y le dio un golpecito a la yegua para luego sobarla. Susie agarro las riendas y toco el cabello del caballo, esta soltó un relinchido para luego posar sus patas en el suelo. Gabriel le ofreció una zanahoria y ella la mordió. Eso le causo gracia, que fácil era la vida de los caballos de Kenneth. De seguro daba demasiado dinero a su mantenimiento y cuidados y podía asegurar que era un fanático de los caballos. Tal vez hasta él tenía un criadero.—¿A Kenneth le gustan mucho los caballos verdad? —pregunto Susie, muy segura de su descubrimiento. Gabriel sobo otra vez a la yegua, la estaba calmando, algo como una espera hasta que fuera momento de irse. —Los ama —contesto Gabriel con una ligera sonrisa—. Su madre
Montar a caballo se le iba hacer una costumbre por las veces que le dolía el trasero, eso de ser vaquero era más de lo que ponían en los libros, como de cuerdas girando en aire tras del ganado. Y para acabarla Susie no tenía vacas, eran ciudadanos del mundo más que británicos, su padre era un escoses, era un galán en persona, con hoyuelos, que le había heredado a William, era parte de la Royal Navy, su madre lo conoció en una fiesta cuando fue a Nueva York con su familia, y quedaron prendados el uno del otro. su padre fue tras ella a Londres y se quedó, el resto era historia, boda, bebés y luego cinco años después nació ella, la bebecita, la única niña, la consentida de papi. La luz de sus ojos, la beldad de cabellos negros y de ojos azules. Y ahora después de vivir en Cambridge, ir en vacaciones a Escocia para luego vivir 5 años en Estados Unidos, estaba en un mundo nuevo cabalgando a una ciudad llamada Sibyl. Si ha Susie le hubiesen dicho que estaba comprometida desde niña, que se i
—¿Kenneth, quien es ella? —pregunto. ‹‹si Kenneth, ¿Quién es ella?, anda responde capullo›› Susie no espero a que la presentara, ya no estaban en el siglo XIX, donde las hijas esperaban a que su padre las presentase a un baile, y mucho menos en el XVIII donde las casaban por conveniencia, pero bueno que podía esperar, cuando ella estaba comprometida en pleno siglo XX. —Soy Suzanne Fisherghart —dijo extendiendo su mano derecha para que la estrechará. —Valla, que pretenciosa, esperas a que te la bese —dijo, cruzando los brazos—. No me van las mimadas. —Tienes que tomarla y luego sacudirla, hacia arriba y abajo —dijo mostrándole como con sus dos manos haciendo el movimiento—. Así lo vez, se hace cuando conoces a alguien nuevo. La mujer no le hizo caso y voltio a Kenneth con la ceja ligeramente alzada, como diciendo ‹‹bien, ¿quién es? ››, ja, que molesto y eso que Susie había soportado los desaires de Eleonor muchas veces, como para seguirle la cuenta. —Se llama Suzanne, es una viaj