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Capitulo 4. Nuevo mundo.

El sonido de los pájaros de afuera timbraron en sus oídos.

La mente, la tenía nublada como una nube de sombras y de neblina esparcida, como las sombras ocultas dentro de un túnel escondido debajo del puente, como el subterráneo tras la guerra. El galope de su corazón era tan desenfrenado que podía pararse en un instante, palpitaba en su pecho de una manera que Susie podía asegurar que le estallaría en un segundo, que daría un clic y dejaría de latir, de vivir. Abrió los ojos perezosamente y lo primero que vio fue la esfera de fuego flotante en el inmenso cielo cubierto de nubes borrosas, esponjosas y blancas. Las llamas se escurrieron alrededor como fuego danzante en la esfera, como miles de espirales relucientes envueltos en uno solo y en ninguno.

No era una esfera lo que relucía en el cielo, era el sol con las llamas bailando, con el fuego siendo suelto y firme en esa bola de fuego radiante en el cielo. Susie se quedó observando un rato más, acostada en el césped debajo de ella, viendo como este flotaba y se escurría en sí mismo. Tal vez el champagne de esta mañana le estaba haciendo efecto, o el pate de pato era la causa de esa alucinación. Había escuchado de enfermeras en sus días de practica en la universidad, que a veces tomar alcohol con el estómago vacío creaba alucinaciones. No fue una buena idea simplemente comer aperitivos en el almuerzo.

‹‹Vamos››—se dijo internamente.

Estaba aturdida, le dolía la cabeza, y el cuerpo le punzaba, Susie trato de hacer memoria de lo que había pasado, y enumero los puntos para tener mejor concentración de los eventos.

Primero: estaba en el patio trasero de la mansión de los padres de Charles. Posteriormente, estaba enfadada por, o claro su matrimonio del cual no estaba enterada. Y lo último la puerta que la había traído aquí, a ese lugar extraño.

Susie soltó un suspiro y se tocó la frente cansada, traía una migraña horrible que le hacía zumbar la cabeza, como si el cerebro se le quisiera chamuscar en el cráneo. Se levantó de donde estaba algo aturdida, molida que pudo sentir sus articulaciones hacer el esfuerzo y miro a su alrededor: Un prado de amapolas blancas y rosadas tupidas que lo cubrían y un bosque mordiendo en los alrededores con una espesa oscuridad de pinos y ramas enredadas tupidas de hojas verdes. Miro hacia atrás aun aturdida, con las piernas temblando; cansada, todo su cuerpo se sentía cansado, distinto. Observo a su alrededor, buscando respuestas, algo, una señal que dijera el porqué de ello, pero no había nada, más que las rocas empinadas llenas de musgo y hierba.  Susie se tocó la cara frustrada, llenas de dudas y dio vueltas en ese lugar raro y desconocido.

‹‹ ¿Dónde estaba, y porque estaba ahí? ››.

Un fuerte zumbido la azoto. Y se cubrió los oídos con las manos, la piel le cosquillo por todos lados y le ardió como si la quemara por dentro.

¡Basta! —grito Susie — ¡Es suficiente!

Pero no se detuvo.

El zumbido siguió y siguió hasta que Susie no lo soporto y se derrumbó en el suelo. Las lágrimas le escurrían por las mejillas. Estaba sola, sucia, en un lugar desconocido, incierto. La luz volvió a explotar, esa luz parpadeante de la puerta que la trajo a ese lugar. Susie cerro los parpados, le dolía todo el cuerpo, como si le hubiesen enterrado miles de cuchillos en cada pedazo de piel posible.

Y todo volvió hacer negro, tranquilo y calmo.

Abrió lentamente los parpados, con la esperanza de estar en su cama y despertarse de la pesadilla que estaba viviendo. Pero Susie solo vio las amapolas blancas abrazando su cuerpo. Y la luz calma de un tenue sol.

Lloro.

Lloro lo que nunca había llorado en su vida y se derrumbó en ese mismo lugar.

¡Padre!, ¡Madre! —grito.

¡Por favor! —sollozo al cielo—. Devuélveme a mi hogar.

Calma. Nada más que el susurro del viento.

¡Por favor! —lloro —. Mi familia me espera.

Pero no hubo respuesta.

 El zumbido, ni la luz ni la oscuridad. Solo el sonido del viento se escuchó. Susie se puso de pie, con los ojos llorosos, irritados en rojo por las lágrimas acuosas y saladas. Miro temerosa al oscuro bosque. El cielo tan tenue estaba oscureciendo y el frio viento le estaba azotando en todo el cuerpo.

‹‹Susie››— se escuchó—, ‹‹ven››.

El viento susurro su nombre. Otra vez, pero era un susurro tan bajo y casi inaudible, que podías confundirlo con el movimiento de los árboles.

Algo inexplicable la llamaba, algo, más allá de su poder, o su cordura, le susurraba su nombre.

Tal vez estaba muerta, o dormida.

 Susie se tocó la cara. Nada, estaba bien, no tenía sangre, solo tierra en sus mejillas, y la cabeza no le dolía, poso dos dedos enfrente y conto dos dedos. Estaba lucida, dos dedos eran dos dedos, no estaba loca. Se pellizco el brazo hasta que le dolió. No estaba dormida, aspiro fuerte el aire hasta que la nariz le cosquillo.  Olía bien y no tenía ninguna contusión.

Se paso la lengua por los labios y cerro de nuevo los parpados. Conto hasta tres, tan lento como la desesperación se lo podía permitir.

Y abrió los ojos, pero solo vio el mismo paisaje a su alrededor.

Siseo por lo bajo y chisto una maldición a lo que sea que enfocaba su vista.

‹‹Susie››.

Volvió a escuchar su nombre.

Dio un respingo, no eran alucinaciones suyas, era el bosque la que la llamaba. Una y otra vez como un susurro de secretismo. Ese bosque que mordía el prado, ese mismo que movía los árboles inmensos.

 Susie camino, las amapolas le besaron la piel al paso que se acercaba al bosque. Este cada vez más cerca susurraba su nombre más fuerte y claro. Tenía la esperanza que al llegar se encontrara con su padre, o su madre, llamándola para que se despertara.

Siguió hasta que sus pies tocaron las raíces enredadas de los árboles. Los robles, los olmos y las hayas se entremezclaban en un tejido espeso, ahogando la luz del sol que trataba de arrastrarse a través de las densas copas. El suelo cubierto de musgo se tragaba los sonidos de sus pasos.

Vivo… ese bosque estaba vivo, un bosque inmenso, que tenía vida propia. Susie siguió caminando, poso una mano en un tronco torcido y vio como la corteza se encogía ante su toque. Vio más árboles y las hojas caer en susurros silenciosos. Las ramas se movían lentamente para enredarse. Los troncos torcidos de las raíces se posaban orgullosos y fuertes en la tierra. Susie no sabía cuánto tiempo había caminado, pero lo que sabia es que cada vez que entraba más profundo al bosque esta tenía más vida.

Una pequeña luz se dejó de ver y luego otra. Eran pequeños faroles los que colgaban en las ramas torcidas, con velas llorosas de cera. Crispaban fuerte y susurraban el fuego con llamas tenues en el cristal humeante. Un camino, guiaban, como las raíces de este se volvía una sola al suelo.

 Camino hasta que Susie enfoco a lo lejos una pequeña choza de madera, cubierta de paja y hierba seca. Camino más rápido hasta que se encontró corriendo; sus pies se enredaron en las raíces que trataban de evitar que se acercara y perdió la cuenta de cuantas veces se tropezó en el camino. Pero cuando se encontró enfrente de la choza, pequeña, con el humo escapando de la chimenea, Susie sintió escalofríos por todo su cuerpo. La cabra estaba amarrada en la cerca de troncos torcidos y las cosechas estaban en los jardines que guiaban a la puerta de caoba. Las ventanas eran tan pequeñas y empeñosas que apenas se veía el interior. Telarañas, ramas secas, musgo, rodeaban la vieja choza.

Se acerco con paso dudoso, trago saliva, levanto el puño y aporreo la puerta. Susie escucho con cuidado un rechinido y se asomó por la ventana.  Nada más que una tenue luz en la mesa se veía. Toco de nuevo la puerta, hasta que los nudillos le dolieron. El sonido del cristal se escuchó al caer al piso.

—¿Hay alguien ahí dentro? —pregunto.

No hubo respuesta. 

Susie siguió tocando la puerta, con las dos manos, un puño seguido de otro, hasta que el ruido se sincronizo como miles de tambores a un compás. El ruido no era tan alto como para no escuchar las maldiciones y las coleras de adentro. La puerta rechino, y se abrió de golpe. Susie se quedó estática con el puño arriba.

—¡¿Qué quieres mocosa chillona?!, no ves que estaba durmiendo —bramo el anciano—. Eres tan molesta.

Susie se disculpó por molestarlo y lo miro a la cara. Era un hombre regordete, con canas regadas por el fino cabello negro. La barba la tenía mal cortada y la camisa de lino estaba tan vieja como los pantalones de cuero gastado.

—Discúlpeme, no era mi intención molestarlo—balbuceo Susie—. No quería molestarlo, solo… solo es que, quería ayuda, ¿me permitirá pasar?, tengo frio y no sé dónde estoy.

El anciano se le quedo viendo de mala manera, tenía el ceño fruncido, mientras agarraba la puerta con una mano.

— ¿Por qué debería dejarte pasar? —le pregunto.

—Señor, sé que no tengo derecho de cuestionarle si no me permite pasar, pero no sé dónde me encuentro, ni donde estoy en estos momentos—se apresuró a decir sin pensar—, simplemente le estoy pidiendo asilo, aunque sea por una noche, le lavo los platos, si se necesita ganarse la cena.

El anciano gruño por lo bajo y carraspeo antes de hacerse un lado para permitirle el paso. Susie entro con cuidado en la choza, su aspecto era deplorable, se encontraba desarreglada y llena de leña por todos lados, había una pequeña mesa en el centro con unos cuantos platos y una taza enlozada. Había bancos de madera y un pequeño mantel cubriendo los muebles viejos. Y el mesón de la cocina era tan chiquito que parecía que era de juguete.

Susie miro a su alrededor y pensó que al menos pasaría la noche sobre un techo y eso era más que suficiente. Se abrazó a sí misma, aferrándose a las mangas cortas de su vestido, estaba sucia y llena de hojas en el cabello. Las piernas le picaban y estaban cubiertas con manchas de tierra.

—Mi mujer se encuentra en la aldea, vendrá pronto —pronuncio el anciano con brusquedad.

Susie se voltio para ver de frente al señor, este estaba serio y pensativo mientras la observaba detenidamente; la miraba de arriba abajo tanto que Susie se sintió incomoda. Susie le devolvió la misma mirada seria e incómoda y aparto la vista para mirar a su alrededor...

— ¿De dónde eres mocosa? —pregunto el anciano.

El viejo hombre simplemente la observo de mala gana, con el ceño fruncido esperando una rabieta de parte de ella, a simple vista Susie noto que era un hombre de mal genio. Quien insistía en llamarla mocosa y eso la molestaba y mucho.

—Cambridge, soy de Cambridge Inglaterra y mi nombre es Suzanne—replico Susie.

—No existe tal cosa de Inglaterra.

Susie lo observo detenidamente.

El anciano la ignoro como si su nombre no importara en absoluto, insignificante como un par de zapatos gastados arrumbados, Susie frunció el ceño al verlo, era feo y regordete e irrespetuoso a tal punto de que tenía el ceño fruncido observándola, pero había tenido al menos la gentileza de contestarle que no existía tal cosa como Inglaterra. Lo cual era imposible que no existiera, Gran Bretaña estaba en todos los mapas mundiales, era una isla; acababan de salir de una guerra, como punto de referencia, por eso mismo su padre había optado por mandarlos a Estados Unidos hasta que las cosas estuvieran tranquilas.

—Es una broma de mal gusto señor —afirmó ella molesta.

—Ya te lo dije, no existen tales nombres en el imperio niña.

— ¿Imperio?, ¿Qué imperio? —pregunto Susie con insistencia y con duda, al ver al anciano recargado en la ventana, aun observándola.

—Haces muchas preguntas—le dijo el anciano mientras se acercaba a ella.

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