El sonido de los pájaros de afuera timbraron en sus oídos.
La mente, la tenía nublada como una nube de sombras y de neblina esparcida, como las sombras ocultas dentro de un túnel escondido debajo del puente, como el subterráneo tras la guerra. El galope de su corazón era tan desenfrenado que podía pararse en un instante, palpitaba en su pecho de una manera que Susie podía asegurar que le estallaría en un segundo, que daría un clic y dejaría de latir, de vivir. Abrió los ojos perezosamente y lo primero que vio fue la esfera de fuego flotante en el inmenso cielo cubierto de nubes borrosas, esponjosas y blancas. Las llamas se escurrieron alrededor como fuego danzante en la esfera, como miles de espirales relucientes envueltos en uno solo y en ninguno.
No era una esfera lo que relucía en el cielo, era el sol con las llamas bailando, con el fuego siendo suelto y firme en esa bola de fuego radiante en el cielo. Susie se quedó observando un rato más, acostada en el césped debajo de ella, viendo como este flotaba y se escurría en sí mismo. Tal vez el champagne de esta mañana le estaba haciendo efecto, o el pate de pato era la causa de esa alucinación. Había escuchado de enfermeras en sus días de practica en la universidad, que a veces tomar alcohol con el estómago vacío creaba alucinaciones. No fue una buena idea simplemente comer aperitivos en el almuerzo.
‹‹Vamos››—se dijo internamente.
Estaba aturdida, le dolía la cabeza, y el cuerpo le punzaba, Susie trato de hacer memoria de lo que había pasado, y enumero los puntos para tener mejor concentración de los eventos.
Primero: estaba en el patio trasero de la mansión de los padres de Charles. Posteriormente, estaba enfadada por, o claro su matrimonio del cual no estaba enterada. Y lo último la puerta que la había traído aquí, a ese lugar extraño.
Susie soltó un suspiro y se tocó la frente cansada, traía una migraña horrible que le hacía zumbar la cabeza, como si el cerebro se le quisiera chamuscar en el cráneo. Se levantó de donde estaba algo aturdida, molida que pudo sentir sus articulaciones hacer el esfuerzo y miro a su alrededor: Un prado de amapolas blancas y rosadas tupidas que lo cubrían y un bosque mordiendo en los alrededores con una espesa oscuridad de pinos y ramas enredadas tupidas de hojas verdes. Miro hacia atrás aun aturdida, con las piernas temblando; cansada, todo su cuerpo se sentía cansado, distinto. Observo a su alrededor, buscando respuestas, algo, una señal que dijera el porqué de ello, pero no había nada, más que las rocas empinadas llenas de musgo y hierba. Susie se tocó la cara frustrada, llenas de dudas y dio vueltas en ese lugar raro y desconocido.
‹‹ ¿Dónde estaba, y porque estaba ahí? ››.
Un fuerte zumbido la azoto. Y se cubrió los oídos con las manos, la piel le cosquillo por todos lados y le ardió como si la quemara por dentro.
¡Basta! —grito Susie — ¡Es suficiente!
Pero no se detuvo.
El zumbido siguió y siguió hasta que Susie no lo soporto y se derrumbó en el suelo. Las lágrimas le escurrían por las mejillas. Estaba sola, sucia, en un lugar desconocido, incierto. La luz volvió a explotar, esa luz parpadeante de la puerta que la trajo a ese lugar. Susie cerro los parpados, le dolía todo el cuerpo, como si le hubiesen enterrado miles de cuchillos en cada pedazo de piel posible.
Y todo volvió hacer negro, tranquilo y calmo.
Abrió lentamente los parpados, con la esperanza de estar en su cama y despertarse de la pesadilla que estaba viviendo. Pero Susie solo vio las amapolas blancas abrazando su cuerpo. Y la luz calma de un tenue sol.
Lloro.
Lloro lo que nunca había llorado en su vida y se derrumbó en ese mismo lugar.
¡Padre!, ¡Madre! —grito.
¡Por favor! —sollozo al cielo—. Devuélveme a mi hogar.
Calma. Nada más que el susurro del viento.
¡Por favor! —lloro —. Mi familia me espera.
Pero no hubo respuesta.
El zumbido, ni la luz ni la oscuridad. Solo el sonido del viento se escuchó. Susie se puso de pie, con los ojos llorosos, irritados en rojo por las lágrimas acuosas y saladas. Miro temerosa al oscuro bosque. El cielo tan tenue estaba oscureciendo y el frio viento le estaba azotando en todo el cuerpo.
‹‹Susie››— se escuchó—, ‹‹ven››.
El viento susurro su nombre. Otra vez, pero era un susurro tan bajo y casi inaudible, que podías confundirlo con el movimiento de los árboles.
Algo inexplicable la llamaba, algo, más allá de su poder, o su cordura, le susurraba su nombre.
Tal vez estaba muerta, o dormida.
Susie se tocó la cara. Nada, estaba bien, no tenía sangre, solo tierra en sus mejillas, y la cabeza no le dolía, poso dos dedos enfrente y conto dos dedos. Estaba lucida, dos dedos eran dos dedos, no estaba loca. Se pellizco el brazo hasta que le dolió. No estaba dormida, aspiro fuerte el aire hasta que la nariz le cosquillo. Olía bien y no tenía ninguna contusión.
Se paso la lengua por los labios y cerro de nuevo los parpados. Conto hasta tres, tan lento como la desesperación se lo podía permitir.
Y abrió los ojos, pero solo vio el mismo paisaje a su alrededor.
Siseo por lo bajo y chisto una maldición a lo que sea que enfocaba su vista.
‹‹Susie››.
Volvió a escuchar su nombre.
Dio un respingo, no eran alucinaciones suyas, era el bosque la que la llamaba. Una y otra vez como un susurro de secretismo. Ese bosque que mordía el prado, ese mismo que movía los árboles inmensos.
Susie camino, las amapolas le besaron la piel al paso que se acercaba al bosque. Este cada vez más cerca susurraba su nombre más fuerte y claro. Tenía la esperanza que al llegar se encontrara con su padre, o su madre, llamándola para que se despertara.
Siguió hasta que sus pies tocaron las raíces enredadas de los árboles. Los robles, los olmos y las hayas se entremezclaban en un tejido espeso, ahogando la luz del sol que trataba de arrastrarse a través de las densas copas. El suelo cubierto de musgo se tragaba los sonidos de sus pasos.
Vivo… ese bosque estaba vivo, un bosque inmenso, que tenía vida propia. Susie siguió caminando, poso una mano en un tronco torcido y vio como la corteza se encogía ante su toque. Vio más árboles y las hojas caer en susurros silenciosos. Las ramas se movían lentamente para enredarse. Los troncos torcidos de las raíces se posaban orgullosos y fuertes en la tierra. Susie no sabía cuánto tiempo había caminado, pero lo que sabia es que cada vez que entraba más profundo al bosque esta tenía más vida.
Una pequeña luz se dejó de ver y luego otra. Eran pequeños faroles los que colgaban en las ramas torcidas, con velas llorosas de cera. Crispaban fuerte y susurraban el fuego con llamas tenues en el cristal humeante. Un camino, guiaban, como las raíces de este se volvía una sola al suelo.
Camino hasta que Susie enfoco a lo lejos una pequeña choza de madera, cubierta de paja y hierba seca. Camino más rápido hasta que se encontró corriendo; sus pies se enredaron en las raíces que trataban de evitar que se acercara y perdió la cuenta de cuantas veces se tropezó en el camino. Pero cuando se encontró enfrente de la choza, pequeña, con el humo escapando de la chimenea, Susie sintió escalofríos por todo su cuerpo. La cabra estaba amarrada en la cerca de troncos torcidos y las cosechas estaban en los jardines que guiaban a la puerta de caoba. Las ventanas eran tan pequeñas y empeñosas que apenas se veía el interior. Telarañas, ramas secas, musgo, rodeaban la vieja choza.
Se acerco con paso dudoso, trago saliva, levanto el puño y aporreo la puerta. Susie escucho con cuidado un rechinido y se asomó por la ventana. Nada más que una tenue luz en la mesa se veía. Toco de nuevo la puerta, hasta que los nudillos le dolieron. El sonido del cristal se escuchó al caer al piso.
—¿Hay alguien ahí dentro? —pregunto.
No hubo respuesta.
Susie siguió tocando la puerta, con las dos manos, un puño seguido de otro, hasta que el ruido se sincronizo como miles de tambores a un compás. El ruido no era tan alto como para no escuchar las maldiciones y las coleras de adentro. La puerta rechino, y se abrió de golpe. Susie se quedó estática con el puño arriba.
—¡¿Qué quieres mocosa chillona?!, no ves que estaba durmiendo —bramo el anciano—. Eres tan molesta.
Susie se disculpó por molestarlo y lo miro a la cara. Era un hombre regordete, con canas regadas por el fino cabello negro. La barba la tenía mal cortada y la camisa de lino estaba tan vieja como los pantalones de cuero gastado.
—Discúlpeme, no era mi intención molestarlo—balbuceo Susie—. No quería molestarlo, solo… solo es que, quería ayuda, ¿me permitirá pasar?, tengo frio y no sé dónde estoy.
El anciano se le quedo viendo de mala manera, tenía el ceño fruncido, mientras agarraba la puerta con una mano.
— ¿Por qué debería dejarte pasar? —le pregunto.
—Señor, sé que no tengo derecho de cuestionarle si no me permite pasar, pero no sé dónde me encuentro, ni donde estoy en estos momentos—se apresuró a decir sin pensar—, simplemente le estoy pidiendo asilo, aunque sea por una noche, le lavo los platos, si se necesita ganarse la cena.
El anciano gruño por lo bajo y carraspeo antes de hacerse un lado para permitirle el paso. Susie entro con cuidado en la choza, su aspecto era deplorable, se encontraba desarreglada y llena de leña por todos lados, había una pequeña mesa en el centro con unos cuantos platos y una taza enlozada. Había bancos de madera y un pequeño mantel cubriendo los muebles viejos. Y el mesón de la cocina era tan chiquito que parecía que era de juguete.
Susie miro a su alrededor y pensó que al menos pasaría la noche sobre un techo y eso era más que suficiente. Se abrazó a sí misma, aferrándose a las mangas cortas de su vestido, estaba sucia y llena de hojas en el cabello. Las piernas le picaban y estaban cubiertas con manchas de tierra.
—Mi mujer se encuentra en la aldea, vendrá pronto —pronuncio el anciano con brusquedad.
Susie se voltio para ver de frente al señor, este estaba serio y pensativo mientras la observaba detenidamente; la miraba de arriba abajo tanto que Susie se sintió incomoda. Susie le devolvió la misma mirada seria e incómoda y aparto la vista para mirar a su alrededor...
— ¿De dónde eres mocosa? —pregunto el anciano.
El viejo hombre simplemente la observo de mala gana, con el ceño fruncido esperando una rabieta de parte de ella, a simple vista Susie noto que era un hombre de mal genio. Quien insistía en llamarla mocosa y eso la molestaba y mucho.
—Cambridge, soy de Cambridge Inglaterra y mi nombre es Suzanne—replico Susie.
—No existe tal cosa de Inglaterra.
Susie lo observo detenidamente.
El anciano la ignoro como si su nombre no importara en absoluto, insignificante como un par de zapatos gastados arrumbados, Susie frunció el ceño al verlo, era feo y regordete e irrespetuoso a tal punto de que tenía el ceño fruncido observándola, pero había tenido al menos la gentileza de contestarle que no existía tal cosa como Inglaterra. Lo cual era imposible que no existiera, Gran Bretaña estaba en todos los mapas mundiales, era una isla; acababan de salir de una guerra, como punto de referencia, por eso mismo su padre había optado por mandarlos a Estados Unidos hasta que las cosas estuvieran tranquilas.
—Es una broma de mal gusto señor —afirmó ella molesta.
—Ya te lo dije, no existen tales nombres en el imperio niña.
— ¿Imperio?, ¿Qué imperio? —pregunto Susie con insistencia y con duda, al ver al anciano recargado en la ventana, aun observándola.
—Haces muchas preguntas—le dijo el anciano mientras se acercaba a ella.
El anciano dejo de lado la ventana y empezó a caminar. Ante ello Susie retrocedió dos pasos, tenía miedo, estaba sola y no sabía las intenciones del anciano. Con la mirada Susie recorrió la casa, para buscar un objeto con el cual defenderse, solo deslumbrando un tenedor cerca; volvió su mirada al anciano que cada vez estaba más cerca de ella. Arranco a correr al mesón de la cocina cuando el anciano le agarro el cabello tirándolo hacia atrás. Susie sintió algo filoso en su garganta mientras trataba de respirar con dificultad por el movimiento brusco y el dolor.— ¡Quédate quieta, o te rebano la garganta!, ¡¿entiendes?! —le cuestiono el anciano.Susie logro asentir con cuidado, tenía miedo de enfadarlo, sentía como los ojos le lagrimeaban y el pecho le quemaba al respirar.—Me darán buen dinero por ti en el mercado, ya lo veras —expreso con emoción el anciano mientras se reía de su desgracia.Le dolía el cuero cabelludo debido al fuerte puño agarrado en su cabello, el anciano a cada tan
Le toco el cuello con delicadeza mientras limpiaba la herida. Era una raya larga rojiza lo que había quedado. —Va a sanar —le hablo mientras la limpiaba—. Es un corte superficial —le explico—, con el tiempo ya ni siquiera estará.Susie volteo su rostro para no verla, su amabilidad la frustraba, porque no la limpiaba para ayudarla, solo lo hacía por su beneficio propio.—No muestres actitudes hipócritas, con compasiones baratas —le dijo Susie enfadada—. Solo me ayudas porque les conviene venderme a ese general tuyo.La mujer la observo y no dijo nada, siguió limpiando y remojando el paño en el agua.—Los viajeros son valiosos —le explico—. Valen mucho. No son como nosotros. Son raros y son difíciles de encontrar, son leyendas perdidas, casi mitos, pero estas aquí, roja y enfadada.—No soy una viajera —contesto—. Solo soy una mujer, como tú, como cualquier otra.—No eres como yo, ni como ninguno del imperio.—Y eso es razón para secuestrarme —reclamo—. No soy especial, solo soy una jove
Los árboles eran enormes y frondosos, cubrían los rayos de sol que trataban de perderse entre las hojas verdes y los frutos. La carreta se movió bruscamente, el relinchido ferviente del caballo le siguió en los sonidos a causa del camino desnivelado. Susie sintió el movimiento de la carreta y los costales de maíz que se incrustaban en los costados de su cuerpo.Habían dejado la choza hace un par de horas, después de que fuera limpiada y arropada con un vestido verde que le cubría las piernas, le pertenecía a Carol o al menos Susie a si creía que se llamaba cuando le pregunto su nombre. La mujer había reído y se había disculpado por ser descortés y no mencionárselo.En ese momento se dirigían al mercado y Susie tenía miedo, demasiado miedo en realidad, era el momento donde su destino se hacía paso a ser vendida como un costal de papas envuelto en papel reciclado del mercado, donde siempre hacia su compra de víveres los viernes. Recordó que al salir de la choza había intentado escapar,
Tiro de la cuerda con fuerza y la jalo, Susie se jalo con lo que pudo, pataleo, se aferró a la tierra, al musgo a lo que sea que pudiera sujetarla al mismo lugar. Pero no importo porque Carol tiraba fuerte de la cuerda y la jalaba. Llego en un punto en que la resistencia no servía de nada, solo la cansaba, y el bosque, ese bosque vivo, soplaba el viento como susurros llorosos. Carol nunca se inmuto por lo que escuchaba, solo la guiaba, viendo como Twyn instaba al caballo. Susie entendió ahora porque el anciano tiraba fuerte de él, no era tanto por apresurar a venderla, era por el bosque, se cernía en la oscuridad, y quería salir lo más rápido de él.No importo lo mucho que el anciano o Carol quisieran apresurarse, porque la noche les cayó encima, ninguno de ellos se inmuto, solo siguieron avanzando en la oscuridad. Susie vio como le temblaba el cuerpo a Carol cada que tiraba de ella. No era por el peso, era porque el viento hacía que le temblara la carne. Susie también tenía frio, era
Las tiendas de campaña y los puestos de verduras estaban aporratados de personas que caminaban con sus hijos. Susie vio como las madres sujetaban los brazos de los niños para cuidar que no se perdieran en el bullicio de personas en el mercado. Como los niños trataban de zafarse del agarre de sus madres mientras se jaloneaba. Ella había sido uno de esos niños, había hecho enfadar a su madre un sinfín de veces en el supermercado, se había escabullido con su hermano en el área de las frutas para comer uvas y había visto los dulces que vendían los vendedores ambulantes—: No aceptes nada de extraños —era el lema de los padres a los niños, Susie se lo sabía de memoria—, suspiro viendo a los niños comer naranjas en el domo de tierra blanca y se acomodó la capucha negra de lana que traía puesta el día anterior, esta vez olía a rosas perfumadas y Carol le había pellizcado en las mejillas para verse sonrojada, le había puesto delineador en el ojo con carboncillo, según ella para resaltarlos y l
Caminaron por el camino de polvo y piedra suelta, el hombre rubio apresuraba rápido el paso como si quisiera llegar lo más pronto posible, le había envuelto la mano con un trapo viejo para evitar que más sangre le escurriera y tenía la venda manchada de sangre. Mar, olía a mar, sal y olas golpeando las rocas, se estaban acercando a un puerto cada que el hombre tiraba de ella para arrastrarla al camino, a ir a un lugar que no conocía, lejos desde un principio donde una vez había llegado al prado. El hombre tiro más fuerte de ella.—Espera me lastimas —expreso Susie.—Hueles mucho, tenemos que irnos antes de que sepan de ti.El puerto estaba muy cerca, la tarima de madera cortaba las olas que se estrellaban y el imponente barco era lo que resaltaba cerca del muelle. El hombre la jalo y la subió primero a la pequeña embarcación, Susie pataleo tras ser arrojada a lado de los remos, el hombre le dio una mirada dura para luego poner con cuidado el paquete en el asiento de madera, se subió
El camarote que le habían indicado como suyo era pequeño, como un pequeño saloncito de visita donde apenas caben seis personas sentadas cómodamente. Había una cama pequeña con sabanas de seda, y almohadas acolchonadas con plumas de ganso, había una pequeña mesita donde se encontraban tinteros y hojas blancas con bordes amarillentos, también velas con olor a vainilla y ligero olor a canela, había pinturas por los bordes de las columnas y vigas de madera, flores, o más bien magnolias que se entrelazaban en colores dorados y plata. Si estuviera en Virginia tendría la seguridad de decir que eran falsas, pintura dorada cubriendo una madera tallada, pero ver los cristales de los vitrales de la puerta, la madera de cedro barnizada, limpio, pulcro y costoso decía que eso era más bien oro puro que pintura barata.Que diferencia era esto a su simple habitación color crema donde tenía un armario y un tocador para ella misma y aunque su cama era cómoda, no se comparaba con lo esponjosa que era e
Se le revolvió el estómago al escuchar la última palabra.—¿Qué dijiste? —pregunto dudosa.—Que soy muchas cosas Suzanne, tengo miles de nombres, me han llamado como la gente se le ha pegado la gana —comento relajando los hombros y sirviéndole más vino—. Puedes llamarme como más te guste, te pediría que por favor me llamaras Kenneth, es corto y más informal, además es el nombre que mi madre me puso, no hay que quitarle el crédito de ser digna de ponerme el nombre. ¿no lo crees?—Eres lo que los Shadow buscan, tu… quieres matar al rey —balbuceo, no queriendo esperar su respuesta.Kenneth detuvo en seco la copa y le miro el rostro, tenía los ojos tan oscuros que no expresaban nada, fundido en un negro siniestro, Susie trago saliva.—Has escuchado de mi entonces.No respondió.—Es una pena, de seguro te dijeron cosas horribles de mí.—No del todo —respondió agarrando fuerte el cuchillo en su mano, Susie estaba segura de que le temblaba las manos como el cuerpo en ese instante.Kenneth mi