Los árboles eran enormes y frondosos, cubrían los rayos de sol que trataban de perderse entre las hojas verdes y los frutos. La carreta se movió bruscamente, el relinchido ferviente del caballo le siguió en los sonidos a causa del camino desnivelado. Susie sintió el movimiento de la carreta y los costales de maíz que se incrustaban en los costados de su cuerpo.Habían dejado la choza hace un par de horas, después de que fuera limpiada y arropada con un vestido verde que le cubría las piernas, le pertenecía a Carol o al menos Susie a si creía que se llamaba cuando le pregunto su nombre. La mujer había reído y se había disculpado por ser descortés y no mencionárselo.En ese momento se dirigían al mercado y Susie tenía miedo, demasiado miedo en realidad, era el momento donde su destino se hacía paso a ser vendida como un costal de papas envuelto en papel reciclado del mercado, donde siempre hacia su compra de víveres los viernes. Recordó que al salir de la choza había intentado escapar,
Tiro de la cuerda con fuerza y la jalo, Susie se jalo con lo que pudo, pataleo, se aferró a la tierra, al musgo a lo que sea que pudiera sujetarla al mismo lugar. Pero no importo porque Carol tiraba fuerte de la cuerda y la jalaba. Llego en un punto en que la resistencia no servía de nada, solo la cansaba, y el bosque, ese bosque vivo, soplaba el viento como susurros llorosos. Carol nunca se inmuto por lo que escuchaba, solo la guiaba, viendo como Twyn instaba al caballo. Susie entendió ahora porque el anciano tiraba fuerte de él, no era tanto por apresurar a venderla, era por el bosque, se cernía en la oscuridad, y quería salir lo más rápido de él.No importo lo mucho que el anciano o Carol quisieran apresurarse, porque la noche les cayó encima, ninguno de ellos se inmuto, solo siguieron avanzando en la oscuridad. Susie vio como le temblaba el cuerpo a Carol cada que tiraba de ella. No era por el peso, era porque el viento hacía que le temblara la carne. Susie también tenía frio, era
Las tiendas de campaña y los puestos de verduras estaban aporratados de personas que caminaban con sus hijos. Susie vio como las madres sujetaban los brazos de los niños para cuidar que no se perdieran en el bullicio de personas en el mercado. Como los niños trataban de zafarse del agarre de sus madres mientras se jaloneaba. Ella había sido uno de esos niños, había hecho enfadar a su madre un sinfín de veces en el supermercado, se había escabullido con su hermano en el área de las frutas para comer uvas y había visto los dulces que vendían los vendedores ambulantes—: No aceptes nada de extraños —era el lema de los padres a los niños, Susie se lo sabía de memoria—, suspiro viendo a los niños comer naranjas en el domo de tierra blanca y se acomodó la capucha negra de lana que traía puesta el día anterior, esta vez olía a rosas perfumadas y Carol le había pellizcado en las mejillas para verse sonrojada, le había puesto delineador en el ojo con carboncillo, según ella para resaltarlos y l
Caminaron por el camino de polvo y piedra suelta, el hombre rubio apresuraba rápido el paso como si quisiera llegar lo más pronto posible, le había envuelto la mano con un trapo viejo para evitar que más sangre le escurriera y tenía la venda manchada de sangre. Mar, olía a mar, sal y olas golpeando las rocas, se estaban acercando a un puerto cada que el hombre tiraba de ella para arrastrarla al camino, a ir a un lugar que no conocía, lejos desde un principio donde una vez había llegado al prado. El hombre tiro más fuerte de ella.—Espera me lastimas —expreso Susie.—Hueles mucho, tenemos que irnos antes de que sepan de ti.El puerto estaba muy cerca, la tarima de madera cortaba las olas que se estrellaban y el imponente barco era lo que resaltaba cerca del muelle. El hombre la jalo y la subió primero a la pequeña embarcación, Susie pataleo tras ser arrojada a lado de los remos, el hombre le dio una mirada dura para luego poner con cuidado el paquete en el asiento de madera, se subió
El camarote que le habían indicado como suyo era pequeño, como un pequeño saloncito de visita donde apenas caben seis personas sentadas cómodamente. Había una cama pequeña con sabanas de seda, y almohadas acolchonadas con plumas de ganso, había una pequeña mesita donde se encontraban tinteros y hojas blancas con bordes amarillentos, también velas con olor a vainilla y ligero olor a canela, había pinturas por los bordes de las columnas y vigas de madera, flores, o más bien magnolias que se entrelazaban en colores dorados y plata. Si estuviera en Virginia tendría la seguridad de decir que eran falsas, pintura dorada cubriendo una madera tallada, pero ver los cristales de los vitrales de la puerta, la madera de cedro barnizada, limpio, pulcro y costoso decía que eso era más bien oro puro que pintura barata.Que diferencia era esto a su simple habitación color crema donde tenía un armario y un tocador para ella misma y aunque su cama era cómoda, no se comparaba con lo esponjosa que era e
Se le revolvió el estómago al escuchar la última palabra.—¿Qué dijiste? —pregunto dudosa.—Que soy muchas cosas Suzanne, tengo miles de nombres, me han llamado como la gente se le ha pegado la gana —comento relajando los hombros y sirviéndole más vino—. Puedes llamarme como más te guste, te pediría que por favor me llamaras Kenneth, es corto y más informal, además es el nombre que mi madre me puso, no hay que quitarle el crédito de ser digna de ponerme el nombre. ¿no lo crees?—Eres lo que los Shadow buscan, tu… quieres matar al rey —balbuceo, no queriendo esperar su respuesta.Kenneth detuvo en seco la copa y le miro el rostro, tenía los ojos tan oscuros que no expresaban nada, fundido en un negro siniestro, Susie trago saliva.—Has escuchado de mi entonces.No respondió.—Es una pena, de seguro te dijeron cosas horribles de mí.—No del todo —respondió agarrando fuerte el cuchillo en su mano, Susie estaba segura de que le temblaba las manos como el cuerpo en ese instante.Kenneth mi
Susie nunca se cuestionó estar en la morada de un hombre más que la de sus hermanos, pero aquí estaba tocando la puerta, con el puño arriba después de ser dirigida ahí por el desgarbado y flacucho muchacho que le había mostrado su camarote el día anterior. Susie lo llamaba amigo si podía considerarlo como uno, era alegre como un niño y era amable con todos a bordo sin importar quien fuese. Nadie le hablaba, solo la observaban, pero nadie le decía buenos días ni siquiera la hora. Solo Higor, o Higor de los higos como le había dicho que lo llamara. Toco la puerta y espero expectante, se alisó el vestido con las manos nerviosa y agarro las perlas incrustadas de sus mangas. —Adelante —escucho.Susie giro la perilla y abrió la puerta, entro torpemente al camarote, vio el interior con cierta duda, era casi igual al que ocupaba ella, pero este era más grande y tenía tantos papeles revueltos en el escritorio como tinteros y abre cartas, baúles de caoba que supuso guardaban la ropa de él, ca
Los siguientes días se pasaron como agua entre las manos, resbalándose en la continua semana que había pasado en el barco, el clima era frio como todos los días venideros, pero la tela de su vestido era tan gruesa que la protegía de los fríos vientos. Susie se recargó en el barandal tomando vino caliente con especies, quería chocolate con malvaviscos, unas calcetas y estar en cama, pero su rutina del día consistía en comer afuera y ver el mar mientras los rayos del sol se escurrían. La brisa fresca le dio en la cara, se sentía tan frio y las mejillas las tenía tan rosadas que se le congelaban.Suspiro; agarrándose del barandal de madera observando el continuo lienzo movible que era el mar. No le habían permitido entrar al camarote de nueva cuenta. Le habían ordenado quedarse afuera a tomar el sol. Eso a Susie le incomodaba, solo su madre le decía que cosas debía hacer.—Mujer —escucho.Voltio para ver.—¿Quieres un poco de vino? —Higor pregunto.El jovencito de piel pecosa y morena la