Las hojas crujieron bajo sus pasos; el bosque estaba negro, en sombras y a borbotones de hierba negra. La mano le zumbaba, le palpitaba la carne, le penetraba la piel. Kenneth vio su espada llena de sangre y miró hacia a la oscuridad del bosque, solo negro. El bosque tembloroso le hacía honor a su nombre, simplemente escondiendo la oscuridad.
Pasó la yema de los dedos por la filosa espada y quitó los restos de sangre, dejando la hoja manchada. Cuando llegase a casa la limpiaría, la puliría y la afilaría a tal punto de que cuando la tocara el solo toque de los dedos le cortara.
Otra pulsación. Kenneth miró al cielo; nada, solo la noche estrellada se veía. Su hermana no había ido a visitarlo este año, pero tampoco era que lo esperaba, Lyra tenía cosas más importantes que hacer al otro lado del mar, conectarse con el cielo y comunicarse con las estrellas, pero no con él.
Kenneth caminó por el bosque; oscuro por la noche, las sombras estaban invadiendo las tierras, las tierras que él protegía. No eran más que productos sucios del Rey y de Lerysiana. Si él hubiese sabido que el rey planeaba matar a la reina no hubiese dudado ni siquiera un segundo en matarlo, pero eso ya era muy tarde, ahora, estaba aquí matando bestias de sombras que atormentaban a su pueblo.
Las raíces se encogieron ante sus pasos: él y el bosque, un hombre y la hierba negra. La camisa blanca se le pegó al pecho por el sudor del esfuerzo y la sangre le hervía más en comparación de los días anteriores.
Kenneth ignoro su cuerpo, que más daba que solo le picaba y sentía pulsaciones, era la energía que aún no drenaba de él y por eso necesitaba matar a esas bestias que deambulaban buscando carne fresca. Miró su brazo, la manga de su camisa estaba remangada, tenía pequeñas manchitas de sangre por todo su antebrazo. Caminó por las raíces y las hojas secas regadas, el frio aire de las tierras del sur colindaban con el bosque tembloroso. El sudor de su cuerpo no se inmutaba a las fuertes ráfagas de aire del bosque y sus botas negras se mancharon de barro. Se acercó a la superficie, a la parte clara del bosque donde sus pasos se callaban continuamente por el movimiento del viento y las hojas. La claridad se hizo ver tenuemente a la salida, donde estaban sus tierras.
Estaba cansado.
Agotado de estar siempre matando sombras en sus tierras, siendo mandados por un rey que ni siquiera tenía el suficiente valor para matarlo él mismo, no, era tan cobarde que se escondía en las faldas de su amante para mandar seres de sombras a perturbar sus tierras.
Kenneth avanzó y vio la salida del bosque; los muros de la ciudad colindaban con el revoltijo de hierba y troncos torcidos, grandes y fuertes. La torre de vigilancia estaba ahí para que nadie saliera en la noche. Nadie podía salir, no sin su permiso, era peligroso siquiera atreverse a salir sin una persona capaz de matar a esos demonios negros de sombra.
Se limpió el sudor de la frente con la manga sucia de su camisa, necesitaba un baño y ver el papeleo restante que había dejado pendiente en el escritorio. Tenía que decirle a Mireth que por favor le preparase el baño y la cena fuera enviada a sus aposentos. Necesitaba paz, no supo en qué momento pensó que era buena idea hacerse el señor de una ciudad, corrección, en qué momento lo escogieron para hacerlo. No es que Kenneth se quejará, era un buen líder, pero era agotador ser partícipe de masacres y ver las tierras pudriéndose por una mujer que no valía la pena.
Ya había pasado una década de la muerte de la reina, tanto, y a pesar de que el mundo no decía nada, todos sabían que la tierra se moría. La tierra muerta andaba extendiéndose a tal punto de pudrir la tierra buena.
Suspiró y se acercó al portal de la ciudad. Kenneth asintió al guardia que vigilaba y este mismo lo miró detenidamente antes de inclinar la cabeza en respeto. Su pueblo estaría bien, la ciudad estaría bien, después del baño vería el papeleo para que mañana Gabriel lo enviara al campamento. Pero por el momento solo quería quitarse la sangre pegada al cuerpo. Entró a la ciudad con el cansancio a cuestas y miro las casas de las familias que estaban a su cuidado, ¿Cuántas familias confiaban en él? Había perdido la cuenta de a cuantas familias alimentaba.
Pero aun así les daba refugio; ellos necesitaban protección para los días sombríos venideros.
Se acercó a la muralla que dividía al pueblo de su casa, y entró sin preámbulo alguno, la mansión blanca de mármol que era para el señor feudal a cargo se veía sombría y sin gracia ante la luna grande y brillante en el cielo. Sus botas se hicieron sonar en la piedrilla, no había nadie afuera, ni un alma, todos estaban en sus casas resguardados, cobijados en sus sabanas y resguardando a sus hijos.
Kenneth aun recordaba a su madre, como lo miraba y le daba un beso en la frente antes de dormir, como le calentaba la leche cuando tenía una pesadilla, a pesar de que podía ordenar a otra persona hacerlo. Su madre le había dado el cariño que su padre nunca le otorgó, y estaba agradecido por ello. Una mujer como ella merecía haber vivido más, pero la vida había sido injusta, con ella y con él a tal punto de ver como moría en sus brazos.
Aun podía sentir la sangre caliente de su madre manchar sus manos y sentir como su camisa se empapaba de la sangre de la mujer que le había dado la vida.
Entró al pasillo de columnas de la mansión, y vio por última vez la luna antes de entrar. No sabía que pasaría con él, Lyra y a todos en ese mundo que se estaba muriendo. Dio un suspiro y empujo las puertas para entrar.
۞۞۞
—No eres más idiota porque no eres más grande —regañó Mireth—. Mírate pareces un vagabundo, debes de ser un señor de la ciudad. Pareces más bien de esos mestizos sin poder, eres un Farish Kenneth, un puro y te vistes como un campesino.
Kenneth no dijo nada, estaba cansado para escuchar las réplicas de la mujer que le tallaba la espalda. Mireth se había pasado toda la noche reprochándole su vestimenta, y el hecho de que estaba tan sucio y lleno de sangre.
—Es que no lo entiendo Kenneth —expresó la mujer echando más espuma a su espalda y pasándole el estropajo por el cuerpo. Kenneth estaba tan cansado para siquiera decirle algo—. Tú de todos los hombres que tienes a tu servicio no podías siquiera mandar a Gabriel, ya sabes que él nunca se negaría, y mírate, tienes toda la espalda magullada.
—Mireth.
—No, es que pareces pordiosero, yo que no soy nadie me visto con sedas, sedas que tú me has regalado, y tú te vistes con simples camisas de lino gastado para matar sombras.
—Es mi trabajo —contestó.
Estaba cansado, tanto que se quería sumergir en la tina hasta al fondo y no escuchar las réplicas de la mujer pelirroja con mirada de perros que estaba seguro de que Mireth tenía en su bello rostro en ese instante.
—Tu trabajo es encontrar una esposa y casarte—alegó Mireth frustrada antes de pasarle el estropajo por el cuello—. Ya es hora de que madures y busques a una mujer Kenneth, no sé qué esperas, las amantes que traes piensan que las escogerás dentro de ellas, Cintia está segura de que te tiene prendado de un hilo. Si, es guapa, tiene los cabellos negros como el carbón y sí, tiene un buen cuerpo; buenas caderas para dar a luz a un hijo, pero sigue siendo Cintia, una mujer que te quiere a ti, solo a ti Kenneth, pero no la responsabilidad que conlleva ser tu esposa.
—Y que esperas Mireth, ninguna mujer quiere la responsabilidad de darme un hijo y saber que le tocara la misma carga que a mí.
—Kenneth…
—No Mireth—contestó observándola, Mireth tenía los ojos cansados y Kenneth podía ver el verde esmeralda que atribuía a su sangre impura—. Esa mujer debe de ser consiente, segura y suficientemente valiente para estar dispuesta atar su vida a la mía, que ser un señor a cargo de una ciudad lleva una responsabilidad, y ser la esposa de uno, darle un hijo y ver como está tierra se está pudriendo. Dime—le cuestionó—, ¿Qué mujer quiere dar un hijo sabiendo que la tierra se muere? Nadie, verdad…
—Eso no es verdad—aseguró ella—. Todo mundo sabe lo que has hecho por esta tierra, que tú seas el único que no quiera verlo es otra cosa.
—Entonces cásate tú conmigo si tan segura estas de que cualquier mujer quiere hacerlo.
Mireth guardo silencio.
Lo que pensaba, Mireth era de esas mujeres que abrían la boca sin pensar, y Kenneth lo tenía muy claro desde el día en que ella y su gente se refugiaron en su casa, y ellos en agradecimiento contribuyeron con trabajo. La pelirroja mujer de ojos verdes era de lengua suelta y viperina, pero cuando le argumentabas lo que decía simplemente se quedaba callada, o al menos con él tenía la suficiente confianza de decir las cosas como guardarlas.
—Mereces amar Kenneth—balbuceó la mujer negando con la cabeza mientras se le escapaba un suspiro—. Si por mi fuera me casaría contigo, pero tu sangre es muy importante para que la manches con una mestiza, que dirían los pueblerinos de saber que he ultrajado tu linaje sagrado.
—Hablas como si un perro y un gato se cruzaran.
—Pues es la verdad—aseguró—, te he servido durante tres años y eres mi señor y mi amigo, por eso te digo que debes tomar en serio tu linaje; encontrar una mujer, casarte y tener hijos. Los hombres temen que te mueras y no dejes un heredero, ¿Qué va a pasar con Sibyl si te niegas? Te has puesto a pensar en eso, no claro que no —lanzó la esponja en la bañera y se levantó. Le apuntó con un dedo y lo miró seriamente.
—Espero busques una esposa Kenneth, hablo enserio, una buena, una mujer que te quiera y vea por ti.
—Pides demasiado—se levantó de la tina, el agua le escurrió por los pantalones de cuero negro mojados. Podía haberse duchado sin nada, después de todo Mireth le había curado heridas en los muslos, esa mujer lo había visto en sus peores momentos y en sus doloridas heridas. Pero le tenía suficiente respeto para no denigrarla ni siquiera que fuera participe del fuego de la hoguera, Kenneth esperaba casarla con un buen hombre, un comerciante que velará por su bienestar y le comprará una bella casa.
Estiro la mano para que Mireth le pasara la toalla. Ella lo hizo y se cruzó de brazos viéndolo; estaba enojada, siempre hacia lo mismo cuando no llegaba a las 7:00 pm a cenar; pero Mireth tenía que hacerse a la idea que el matrimonio con él no era, ni seria sencillo, y la mujer que estaría a su lado como esposa debía atenerse a las consecuencias de quererlo.
Tocaron la puerta y antes de que siquiera diera la orden de entrar, Gabriel se asomó en el portal de la puerta con papeles en sus manos.
—Kenneth —entró e inclino la cabeza—. Es hora, la luz exploto.
Dejo la toalla de lado al escuchar las palabras de su amigo.
—¿Qué dijiste?
—La luz, se hizo ver en el imperio.
Kenneth voltio a mirar a Mireth y luego a Gabriel, vio a la mujer tocarse los brazos nerviosa y luego vio a su amigo ver como sujetaba fuertemente los papeles en sus manos.
—Llego —expreso con incredulidad.
Gabriel asintió.
—Ha pasado, después de muchos años, hay uno. Ha venido.
—Tonterías—expresó Mireth—. Los viajeros ni siquiera existen.
—Calla mestiza pelirroja —chisto Gabriel.
Kenneth no tuvo que siquiera abrir la boca para que Gabriel se disculpara por decirle eso a Mireth, inclino la cabeza y balbuceo una disculpa.
—¿Qué viste Gabriel?
—No vi nada, pero lo siento, la tierra lo siente, las sombras se desataron, el sol brillo más el día de hoy, la luz se hizo ver, como la luna a un se yergue en el horizonte.
—Que mentiroso eres —Mireth apostilló, levantando una ceja en dirección a Gabriel—. Todos vimos cuando la luz exploto en el cielo, el hecho de que se lo quieras ocultar a Kenneth me hace pensar en una deslealtad. Es más, parece que estas enojado. ¿Qué pasa?, Kenneth te rechazo y lloraste en las faldas de tu mami—se burló.
—¡Suficiente!, parecen amantes, o peor simples niños peleándose por una galleta en la mesa. Mireth, Gabriel son un par de mentirosos que no merecen tan siquiera un poco de mi respeto —aseguro él limpiándose la cara con la toalla y suspiro, antes de siquiera dirigirles una mirada.
Estaba cansado, y el hecho de que la luz se hiciera ver en imperio significaba dos cosas, que conllevaba a otras, una de ellas y la más importante era que un viajero había pisado el imperio, y la otra era que necesitaban encontrarlo antes de que el rey lo hiciera.
Un viajero era paz o guerra dependiendo de quien lo encontrara primero.
—Me van a decir en este instante que es lo que vieron y que paso —ordeno serio—. Si eso significa que una mosca voló del lado contrario me lo van a decir, cada anormalidad existente del día de hoy.
—Bueno—empezó Mireth retorciéndose las manos enfrente del vestido, algo anormal para una mujer tan segura de sí misma como lo era ella. Kenneth lo supo tan solo al ver ese movimiento de manos, algo la andaba preocupando para no decírselo en ese instante, tal vez no en ese momento, pero si más tarde—. El día paso tal cual, como cualquier otro, me levante, revise las recamaras mande a los criados hacer sus deberes, Lanaly vino a verme para preguntarme si quería que tus documentos los recogiera de tú estudio y mandarlos a tus aposentos, me negué y le dije que estabas durmiendo o eso creía, pero habías ido al campamento a entregar suministros como si Gabriel— voltio a ver al mencionado—. No pudiera hacerlo, suspire claro esta y le dije que no se preocupara que yo me haría cargo. Después de eso di la orden de que preparan el desayuno, el tuyo y el mío, pero como lo habrás adivinado ya no estabas, comí sola en la mesa y después de ello mandé hacer los preparativos de la comida. Estaba en el patio trasero viendo a los trabajadores traer la cosecha cuando vi que el sol brillo y exploto en luz. Eso solo significaba anomalía de donde yo vengo y no te lo dije porque no le agarre importancia alguna cuando todo volvió a la normalidad.
—Patrañas —exclamo Gabriel—. Mentirosas como tú hay muchas, por eso no confió en las mujeres.
—Gabriel—advirtió ante las malas palabras de su amigo.
—Sabes que no debes de confiar en mujeres bonitas Kenneth, por eso yo no le creo nada a Mireth.
—Lo dice el hombre que se la vive en burdeles—se jacto ella.
—Por eso lo digo.
—A veces eres insoportable.
—Bruja.
—Paracito mal nacido.
—¡Basta ya los dos! —les ordeno viéndolos enfadado, estaba harto de rabietas estúpidas entre las dos personas que más confiaba, pero él más que nadie sabía que Gabriel era un grano en el culo cuando se lo proponía. Eso no dejaba de lado a la mujer pelirroja, que cuando se lo proponía ella misma se volvía la definición de insoportable. En ese momento lo único que Kenneth quería era descansar y eran tan impertinentes que se la pasaban discutiendo entre ellos y no dejaban ni un segundo de paz.
—Ya es suficiente, lo que escuché es irrelevante, no me interesan sus historias de amoríos o de burdeles mal olientes donde hay cerveza, les pedí que me dijeran lo que vieron y como nadie se está tomando enserió el asunto lo hare yo. Mañana por la mañana partiremos a mar Gabriel, así que ve preparando las cosas y despierta a los hombres que tengas que despertar para que se despidan de sus familiares. Los quiero listos a la primera hora del día para tener listo el barco y zarpar.
—Pero Kenneth…
—Basta— levanto la mano para evitar más replicas—. Es una orden y la acatas.
Gabriel asintió cabizbajo mientras lanzaba una mirada de Mireth a Kenneth antes de irse tras la puerta.
—Eso fue duro —Mireth aseguro, mientras lo observaba y se recargaba en la mesita donde había dejado el cuenco con las sales de baño—. A veces puede ser insoportable lo sé, pero Gabriel te es leal como ningún otro, ni siquiera yo puedo cuestionar su lealtad hacia a ti.
—Mireth—Kenneth voltio a verla para que estuviera segura de lo que diría—. No me importa si soy duro con él, pero debe aprender que no se puede referir a ti ni a nadie de ese modo, lo he apoyado y a veces lo he justificado por su mal comportamiento, pero soy yo quien me tengo que ser responsable de sus mal habladas.
—Pero…
—Te puedes retirar, quiero un poco de paz antes de partir mañana.
Mireth no continuo con lo que tenía planeado decir, inclino la cabeza y se fue del cuarto de baño.
Kenneth suspiro ante el silencio, ante la paz que lo invadió cuando se fueron, una paz que se derrumbaría en el momento en que partirían mañana en busca del viajero. Ahora lo que más importaba no era una esposa, ni siquiera la ciudad o las sobras, necesitaba encontrar a ese ser raro que resolvería las preocupaciones que lo abrumaban.
Susie miro por la ventana del vehículo en movimiento; viendo el paisaje del cual era cómplice: césped verde, casas pintadas de blanco, buzones de lata y niños jugando en bicicleta. Miro por el vidrio de la ventana que estaba ligeramente abierto, lo suficiente para que entrara el aire, pero no tanto para no despeinarla. Estaban en camino ella y su madre rumbo a la casa o mejor dicho a la mansión de los Smith. Eran una familia acaudalada estadounidense, importante; el señor y patriarca Henry Smith era un almirante y funcionario de guerra y nada más ni menos que uno de los mejores amigos de su padre el coronel Christopher Fisherghart otro hombre de guerra. Susie se había preparado esa misma mañana cuando su madre días anteriores le había dado la noticia del triunfo de la guerra, cuando Estados Unidos venció al imperio Japones en el pacífico. Para Susie había significado muchas cosas esa victoria y una de ellas era volver a casa, a Cambridge, a Inglaterra. 2 de septiembre de 1945 sería
La horquilla del cabello de su madre se le estaba resbalando y los rizos oscuros y sedosos se acoplaron en sus hombros. Susie se tocó el cabello y noto que estaba levemente despeinada, su madre no podría verla así, era impensable siquiera la idea, la regañaría tan sólo ver un cabello suelto y la reprocharía por ser tan descuidada. Camino por el largo pasillo de la entrada, donde estaba el mesón del salón con las hortensias y jazmines, el aroma de las flores aromatizaba todo el pasillo, el cual se acoplaba a los grandes espejos de la sala. Susie camino hasta la puerta del tocador, y giro la perilla con cuidado. El lavabo estaba limpio y se acercó al gran espejo para observarse.Tenía las mejillas rosadas salpicadas de pecas ligeramente expuestas por el polvo del maquillaje, el cabello negro rizado le rosaba los hombros, la piel blanca cremosa deslumbraba ante sus ojos azul cielo.Susie vio como el rojo vivo de sus labios la hacía ver como muñeca de porcelana en vitrina de una tienda de
El sonido de los pájaros de afuera timbraron en sus oídos.La mente, la tenía nublada como una nube de sombras y de neblina esparcida, como las sombras ocultas dentro de un túnel escondido debajo del puente, como el subterráneo tras la guerra. El galope de su corazón era tan desenfrenado que podía pararse en un instante, palpitaba en su pecho de una manera que Susie podía asegurar que le estallaría en un segundo, que daría un clic y dejaría de latir, de vivir. Abrió los ojos perezosamente y lo primero que vio fue la esfera de fuego flotante en el inmenso cielo cubierto de nubes borrosas, esponjosas y blancas. Las llamas se escurrieron alrededor como fuego danzante en la esfera, como miles de espirales relucientes envueltos en uno solo y en ninguno.No era una esfera lo que relucía en el cielo, era el sol con las llamas bailando, con el fuego siendo suelto y firme en esa bola de fuego radiante en el cielo. Susie se quedó observando un rato más, acostada en el césped debajo de ella, vie
El anciano dejo de lado la ventana y empezó a caminar. Ante ello Susie retrocedió dos pasos, tenía miedo, estaba sola y no sabía las intenciones del anciano. Con la mirada Susie recorrió la casa, para buscar un objeto con el cual defenderse, solo deslumbrando un tenedor cerca; volvió su mirada al anciano que cada vez estaba más cerca de ella. Arranco a correr al mesón de la cocina cuando el anciano le agarro el cabello tirándolo hacia atrás. Susie sintió algo filoso en su garganta mientras trataba de respirar con dificultad por el movimiento brusco y el dolor.— ¡Quédate quieta, o te rebano la garganta!, ¡¿entiendes?! —le cuestiono el anciano.Susie logro asentir con cuidado, tenía miedo de enfadarlo, sentía como los ojos le lagrimeaban y el pecho le quemaba al respirar.—Me darán buen dinero por ti en el mercado, ya lo veras —expreso con emoción el anciano mientras se reía de su desgracia.Le dolía el cuero cabelludo debido al fuerte puño agarrado en su cabello, el anciano a cada tan
Le toco el cuello con delicadeza mientras limpiaba la herida. Era una raya larga rojiza lo que había quedado. —Va a sanar —le hablo mientras la limpiaba—. Es un corte superficial —le explico—, con el tiempo ya ni siquiera estará.Susie volteo su rostro para no verla, su amabilidad la frustraba, porque no la limpiaba para ayudarla, solo lo hacía por su beneficio propio.—No muestres actitudes hipócritas, con compasiones baratas —le dijo Susie enfadada—. Solo me ayudas porque les conviene venderme a ese general tuyo.La mujer la observo y no dijo nada, siguió limpiando y remojando el paño en el agua.—Los viajeros son valiosos —le explico—. Valen mucho. No son como nosotros. Son raros y son difíciles de encontrar, son leyendas perdidas, casi mitos, pero estas aquí, roja y enfadada.—No soy una viajera —contesto—. Solo soy una mujer, como tú, como cualquier otra.—No eres como yo, ni como ninguno del imperio.—Y eso es razón para secuestrarme —reclamo—. No soy especial, solo soy una jove
Los árboles eran enormes y frondosos, cubrían los rayos de sol que trataban de perderse entre las hojas verdes y los frutos. La carreta se movió bruscamente, el relinchido ferviente del caballo le siguió en los sonidos a causa del camino desnivelado. Susie sintió el movimiento de la carreta y los costales de maíz que se incrustaban en los costados de su cuerpo.Habían dejado la choza hace un par de horas, después de que fuera limpiada y arropada con un vestido verde que le cubría las piernas, le pertenecía a Carol o al menos Susie a si creía que se llamaba cuando le pregunto su nombre. La mujer había reído y se había disculpado por ser descortés y no mencionárselo.En ese momento se dirigían al mercado y Susie tenía miedo, demasiado miedo en realidad, era el momento donde su destino se hacía paso a ser vendida como un costal de papas envuelto en papel reciclado del mercado, donde siempre hacia su compra de víveres los viernes. Recordó que al salir de la choza había intentado escapar,
Tiro de la cuerda con fuerza y la jalo, Susie se jalo con lo que pudo, pataleo, se aferró a la tierra, al musgo a lo que sea que pudiera sujetarla al mismo lugar. Pero no importo porque Carol tiraba fuerte de la cuerda y la jalaba. Llego en un punto en que la resistencia no servía de nada, solo la cansaba, y el bosque, ese bosque vivo, soplaba el viento como susurros llorosos. Carol nunca se inmuto por lo que escuchaba, solo la guiaba, viendo como Twyn instaba al caballo. Susie entendió ahora porque el anciano tiraba fuerte de él, no era tanto por apresurar a venderla, era por el bosque, se cernía en la oscuridad, y quería salir lo más rápido de él.No importo lo mucho que el anciano o Carol quisieran apresurarse, porque la noche les cayó encima, ninguno de ellos se inmuto, solo siguieron avanzando en la oscuridad. Susie vio como le temblaba el cuerpo a Carol cada que tiraba de ella. No era por el peso, era porque el viento hacía que le temblara la carne. Susie también tenía frio, era
Las tiendas de campaña y los puestos de verduras estaban aporratados de personas que caminaban con sus hijos. Susie vio como las madres sujetaban los brazos de los niños para cuidar que no se perdieran en el bullicio de personas en el mercado. Como los niños trataban de zafarse del agarre de sus madres mientras se jaloneaba. Ella había sido uno de esos niños, había hecho enfadar a su madre un sinfín de veces en el supermercado, se había escabullido con su hermano en el área de las frutas para comer uvas y había visto los dulces que vendían los vendedores ambulantes—: No aceptes nada de extraños —era el lema de los padres a los niños, Susie se lo sabía de memoria—, suspiro viendo a los niños comer naranjas en el domo de tierra blanca y se acomodó la capucha negra de lana que traía puesta el día anterior, esta vez olía a rosas perfumadas y Carol le había pellizcado en las mejillas para verse sonrojada, le había puesto delineador en el ojo con carboncillo, según ella para resaltarlos y l