Bella
Era yo quien nos había empujado a aquella situación tan vulnerable, y, aun así, él escogía la prudencia y el amor más grande para observarme.
Nuestros labios se tocaban. Compartían el mismo aliento. Su corazón latiendo contra mi pecho, abrigando mis espasmos.
Éramos uno mismo.
No importaba cuanto la mafia decidiera interponerse. Al final del abismo, de ese obscuro y largo túnel que habíamos atravesado, solo éramos él y yo. Siempre.
Me aferré sin limitaciones a su contacto.
Mi mano entrelazada a la suya. Mi propio reflejo brillando a través de sus pupilas.
Joder, siempre habíamos sido un equipo, ¿en qué momento nos olvidamos de eso?
Me asaltaron las lágrimas. Sebastian contuvo las suyas para que las mías no se intensificaran. Pero no pude retenerlas. Ellas resbalaron por mis mejillas y yacieron en el surco de sus labios.
—Deja de llorar, mi amor —susurró en mi boca. Limpiándome con el dorso de su mano y sonriendo probablemente para animarme.
No era justo para él. No merecía su amor.
No cuando me lo había entregado todo y yo había hecho de ese sentimiento todo este calvario.
Él merecía a alguien que no cargara con el peso de sus demonios. Merecía una versión distinta a la que yo estaba ofreciéndole.
Bajé la mirada y tragué saliva.
—Aceptaré la ayuda de Sofía —dije con la voz pastosa—, haré lo que sea necesario para ser merecedora de tu amor.
—Hey, mírame — obedecí sabiendo el repentino cosquilleo que me causarían sus ojos—. No tienes que esforzarte por merecer nada. Mi amor te pertenece, ¿me oyes? —cogió mi mano y la llevó hasta la altura de su corazón. Latió contra mi palma—. Te pertenezco, y nunca te obligaré a hacer algo que no quieras.
—Sebastian… —ahogué un sollozo
—No, escúchame. Te prometí la libertad, ¿lo recuerdas? —asentí despacio—. No seré yo quien te la quite.
—Lo sé, pero quiero hacer esto… — sonreí con tristeza. Quizás afligida—. Me someteré a lo que sea con tal de tenernos de vuelta.
—Ven aquí, mi amor —Tiró de mi contra su pecho por lo que fueron largos segundos y besó mi frente antes de alejarse y volver a mirarme—. Quiero que sepas que no existe ni existirá otra mujer en mi vida que no seas tú. Sofía es solo parte del trabajo sucio que hacemos, nada más que eso. No tienes de que preocuparte.
—No me gusta cómo te mira —mascullé sorprendiéndole.
—Estoy seguro de que a ella tampoco le gusta el modo en el que yo te miro a ti.
Sentí un ligero rubor instalarse en mis mejillas que Sebastian no me dejó ocultar con los mechones de mi cabello. Los escondió detrás de mis orejas.
— ¿Y cómo me miras? —jugué un poco.
— ¿Prefieres que te lo diga o que te lo demuestre? —Sonreí ofuscada como una chiquilla—. En todo caso, nunca haré que sientas celos de otra mujer, ¿de acuerdo? Por el contrario, haré que ellas sientan celos de ti.
Si quiera podría explicar con palabras lo que sentí en ese momento, pero estaba segura de que mi lenguaje corporal había hablado por sí solo.
Lo besé.
Y lo hice con una devoción que se asemejaba al límite de la plenitud. Sebastian correspondió al embate de mis labios y me rodeó de la cintura con fuerza para ayudarme a enroscarlo con mis piernas. Nos arrastró hasta el filo de la cama y se sentó sin intenciones de dejar de besarme.
Acaricié su rostro. Enterré mis dedos en su cabello y probé de ese delicioso placer que me provocaba estar aferrada a su boca. Su lengua invadió mi cavidad. Yo le di la bienvenida envolviendo la mía a la suya.
Costaba creer que nos estuviésemos devorando de un modo como si se tratase de la primera vez.
El primer beso.
La primera caricia.
La primera vez que su cuerpo y el mío pasaron de ser dos a convertirse en una sola carne.
Nos alejamos un segundo para coger aire. Su frente pegada a la mía. Los ojos cerrados. No necesitábamos más en ese momento que simplemente saber que estábamos frente a la presencia del otro.
Pudimos volver a besarnos e intensificar aquel momento como algo más íntimo, pero dada la situación en la que nos encontrábamos, la mafia empezó a reclamarle.
Rigo apareció detrás de la puerta y se quedó mirando al frente, como dándonos ese segundo de privacidad que necesitábamos para incorporarnos.
Sebastian entrelazó su mano a la mía.
La mirada cómplice y silenciosa que compartieron, me indujo una pequeña sacudida en el pecho.
— ¿Qué ocurre? —pasé del uno al otro.
—Hemos perdido contacto con el exterior y están forzando la entrada.
Se me aceleró el pulso.
—Supongo que eso es malo.
Se aferró a mi mano con mucha más insistencia.
—Muy malo.
. . .
Sebastian
—No hay rastro de los guardias de acceso —me informó Carlo aun intentando ponerse en contacto con el exterior—. Si han caído no tenemos forma de saber quiénes o cuanto son de ellos.
—El equipo de Vicenzo Costa —sugerí.
Ahora que la policía de roma trabajaba en conjunto con nosotros, disponíamos de su gente para reforzar nuestras defensas.
—No hay comunicación —Carlo soltó el dispositivo inalámbrico contra el escritorio y recargó las manos inclinándose hacia adelante—. ¡Estamos jodidos, carajo!
Miré a Rigo.
— ¿De cuánto tiempo disponemos?
—Es imposible saberlo.
Isabella estaba temblando bajo mi contacto. Oteé al resto de mi gente. Un grupo estaba cerca de las escaleras. Sofía recargada tímida y expectante contra un pilar. Gia dándole confort a su bebé de apenas cuatro semanas y un Carlo mirándola como si toda su existencia se redujera a ella.
Respiré hondo.
—Bien, mantendremos la calma —hablé en voz alta para todos—. Si quiera sabemos si lograran forzar la entrada. Es un sistema casi impenetrable.
— ¿Qué pasaría si…? —inquirió Luigi desde el fondo. Un tanto inquieto.
¿Y cómo no…? si era un crio de apenas veinte años que había decidido bajo juramento seguir los pasos de su padre.
Uno de nuestros hombres caídos en el altercado en el bunker.
—Atacaremos —esclareció Rigo
Entonces, se hizo un súbito silencio…
. . .
Gia
« Te amo…»
Esas palabras se asentaron en mi pecho como una bomba de tiempo que amenazaba con explotar y arrollarlo todo en cuanto miré a Carlo.
Dos palabras que deshacían cualquier duda y miedo.
No gozaba de la habilidad tan extraordinaria que poseía mi gente a la hora de atacar, pero nada de eso impediría que peleara con uñas y dientes en pos de proteger a los míos.
Isabella se había hecho de un arma y permanecía a la par de Sebastian como la increíble guerrera que era. Dispuestos a todo, Rigo y Greco cubrieron la entrada a las escaleras apuntando con sus pistolas. Estaban muy decididos a disparar a lo que sea que apareciese detrás de la puerta.
El resto hacia lo mismo adoptando un silencio y una concentración inverosímil.
De repente, se dejó de escuchar el rumor que provocaba la puerta al intentar ser forzada. Carlo enroscó su mano a la mía. Apuntaba al frente.
Tenía los hombros tensados y la respiración contenida.
—Mantente detrás de mí, ¿de acuerdo? —me pidió con voz tensa.
Yo obedecí en silencio. Era lo mejor que podía hacer tratándose de un momento tan aterrador como el que estábamos viviendo. Si decidía reaccionar a través del miedo o los nervios, solo conseguiría desestabilizarlo y procurar una distracción que ahora mismo ninguno de ellos necesitaba.
—Tranquilo, bebé —susurré pegando los labios a la frente de mi hijo—. Mamá está aquí, mamá está aquí…
Y repetí esas palabras un par de veces más.
Al menos hasta que la puerta fue derribada.
Contuve una exclamación.
Mauro Ferragni se había quitado la capucha regalándonos una bocanada de calma a todos.
CarloNunca me había alegrado tanto de ver a mi hermano mayor como en ese segundo.Fue como estar reteniendo la respiración bajo al agua por mucho tiempo y sucumbir a la superficie por una bocanada de aliento.Gia respiró detrás de mi espalda. Todo nuestro equipo también lo hizo.Isabella fue la primera en lanzarse a los brazos de su hermano. Él la recibió como si hubiese estado anhelando ese contacto por décadas.Mauro no venía solo. Le acompañaba Analía a su derecha y un grupo de sus hombres de seguridad.Desde luego, el reencuentro se llenó de abrazos y jaleos. Albergó el cariño y el entusiasmo. Isabella, Gia y Analía se fundieron en un abrazo que casi les provocó las lágrimas. El resto de nosotros si quiera reparó en el pudor al momento de tocarnos.—Estás de regreso… —susurré ofuscado.Mauro me miró y acortó la distancia que nos separaba antes de lanzarse a por mí. No sabía cuan urgente resultaba ese contacto hasta que liberé todo el aire que había en mis pulmones y enterré la c
BellaCerré la puerta detrás de mí y permití que la oscuridad de la habitación me atrapara en sus paredes.Detrás había quedado el rumor de las voces y ahora me enfrentaba a la creciente sensación de escalofrío que me recorría el cuerpo entero. Tenía muchísimo calor, pero, al mismo tiempo, un frio terrible que calaba hasta mis huesos.Me estrujé los dedos de las manos hasta sentir que me hería, sin embargo, no era esa clase de dolor que no pudiese soportar, al contrario, aliviaba. Y me apartó por un segundo de esa urgente quemazón que recorría mis venas por la ausencia de los fármacos.Tragué saliva. El pecho subiendo y bajando. La boca seca y entreabierta en busca de aire para llenar mis pulmones.Me acerqué hasta el tocador. Clavé las palmas en el filo de la madera y me miré al espejo. La frente perlada en sudor. Los rastros de unas ojeras que perfilaban mi rostro y el terrible color gris de mis labios.Esta versión de mi estaba cargándose a toda la gente que quería. Si no luchaba c
Carlo Gia evitó preguntar a que se debió la visita de Greco en nuestra habitación cuando la timidez de unos débiles rayos de sol se pintaba en el horizonte. Se negó a mirarme porque pudo hacerse una clara idea de lo que significaba mi precipitación a la hora de vestirme y echar mano a mis cargadores y armas. Se dedicó en silencio al calmar los sollozos del pequeño Alessandro y a besar su frente en pos de recordarle que él estaba en su pecho, que ella era su lugar seguro y no debía tener miedo. Quizás el crio solo tenía hambre, pero ella insistía en regalarle palabras de cariño y aliento. Y aunque a mí en el pasado me hubiese parecido una tontería, no pude evitar sonreír. . . . Gia Carlo si quiera era consciente de que mis ojos estaban clavados en él mientras daba pecho a mi hijo. Bregaba con la corbata frente al espejo y fruncía el ceño de vez en cuando. Ese gesto tan particular se lo había heredado a Alessandro. Y aunque él insistía en que no se parecían en lo absoluto, a una p
BellaSebastian y yo nos despedimos en el garaje de la casa y no solo él le costó dejarme, sino que diez minutos atrapados en la boca del otro no fue suficiente, no cuando su despedida advertía algo realmente turbio.Algo más grande que él y yo.Algo más grande que lo que habíamos construido.—No quiero que te vayas —le había dicho aún pegada a sus labios.Manos entrelazadas.Él percibió la presencia de mis miedos y llevó nuestras manos a la altura de su corazón. Latiendo tan despacio que incluso me costó sentirlo.—Tengo que hacerlo —murmuró bajito—. Regresaré tan pronto como pueda y entonces te llenaré de besos hasta que digas basta.—Yo nunca tengo suficiente de tus besos.Lentamente, deslicé mis manos por su tórax, subí hacia sus hombros y descendí a través de la curva de sus brazos sabiendo que ese gesto le enloquecería.—Se lo que estás haciendo —contuvo el aliento un tanto desesperado.Sonreí descarada.— ¿Y lo estoy consiguiendo? —sonreí descarada.— ¡Joder Isabella Ferragni,
AnalíaSofía Caruso era la clase de mujer que no perdía el temperamento con demasiada facilidad, quizás por eso se obligó a si misma a convertir las manos en dos puños muy apretados cuando Sebastian la dejó plantada a mitad de la explanada cuando le hizo bajar la ventanilla del auto por una innecesaria despedida.La conocía desde la universidad, dos años mayor que yo en la carrera de medicina. Su ambición no solo la empujó a obtener un máster, sino a relacionarse estrechamente con los hombres poderosos de la élite gracias a su lazo sanguíneo con un corrupto y famoso fiscal de roma.Que tuviese sus ojos puestos en Sebastian no me preocupaba, sino lo que estaría dispuesta a hacer para conseguir sus objetivos.La Caruso entró al salón y subió las escaleras sabiéndose observada por todos los que allí estábamos.El resto nos quedamos allí fuera, contemplando el angustiante vacío que dejaba. Y aunque ninguna de las mujeres supiéramos que era lo que realmente estaba pasando y hacia donde se
Carlo Fui el primero en abrir fuego a nuestros enemigos, y aunque me llevé a unos cuantos de ellos de por medio, la diferencia en números era bastante notable. Tanto, que si quiera tuve la oportunidad de cruzar la verja y llegar hasta un Sebastian que sometían y empujaban hasta la salida de emergencia del teatro. Fabiano Calderone me miró en la distancia con una sonrisa repulsiva y delirante. El hijo de puta había advertido cada uno de nuestros movimientos y por eso se había preparado de un modo en el que gozaba de una ventaja absoluta. Disparé a un esbirro mientras Greco y otro de nuestros hombres cubrían mi entrada. Me recargué contra uno de los pilares e hice dos pequeños cálculos del tiempo que me tomaría en llegar hasta ellos por diferentes vías. En ninguna de las dos conseguía salvar a mi amigo… Pero lo intentaría. Lo haría por él y por mi hermana, porque su existencia era tan necesaria en nuestras vidas como el aire que respirábamos. Greco también estaba dispuesto a todo,
Gia— ¡¿Qué haces?! —Enzo me miró como si hubiese perdido la cabeza cuando salté en el asiento copiloto del auto.—Voy contigo.— ¡No me jodas, Gia, es demasiado peligroso!— ¿Permitirías que me pase algo?— ¡Por supuesto que no!— ¡Entonces deja de perder el tiempo y arranca!El buen esbirro suspiró y negó con la cabeza soltando una pequeña maldición entre dientes. Entonces, encendió el motor de aquel Mazda negro antes de que las llantas derraparan en la carretera.Quince minutos después, el GPS nos indicaba que habíamos salido del perímetro de roma y que nos acercábamos a nuestro destino.Con las manos aferradas al volante y la respiración precipitada, Enzo maniobró en una calle angosta que tomó como atajo y que pronto nos reveló el tan famoso teatro que había provocado todo este desastre.El ritmo de mi corazón se detuvo de súbito en cuanto le vi.Carlo estaba tirado en una cuneta contigua al teatro. Junto a él, Greco lo zarandeaba con una mano mientras que con la otra presionaba s
Sebastian«Estoy aquí, mi amor. Abre los ojos y mírame» Fue como si hubiese podido escuchar su voz pegada al lóbulo de mi oreja, pero de nada habría servido hacerle caso si sabía de sobra que iba a encontrarme con una oscuridad absoluta.La venda seguía ahí; picándome los ojos y la piel. Manchándose de una fina capa de sudor que resbalaba a gotas por los pliegues de mi nariz y se mezclaba con los restos de sangre a causa de los golpes que había recibido; mismos que me empujaron a la inconsciencia hace un par de horas.Probablemente había amanecido y yo no lo sabía.En ese tiempo, había soñado con Isabella.Acababa de cumplir diecisiete años cuando una pequeña parte de mi reparó en el tamaño de sus pechos y en lo bien que probablemente se verían si mis manos los tocaban. Había sido la primera vez en olvidar que era la hermana pequeña de mi mejor amigo y que lo estaba pasando por mi cabeza en ese entonces era una absoluta locura.Pero ella ya había comenzado ese juego de cínica seducci