CarloHabía pasado una semana desde que todo había quedado atrás.Stella tuvo una muerte de la que su padre se sintió aborrecido y su madre decepcionada. Esta última creyó conveniente entregarme un sobre sellado que terminé de abrir cuando estuve a solas dentro del auto.« Está en Barcelona. Por favor, hazle crecer como un Ferragni » describía la carta.Sonreí, y tan enorme fue la sensación de bienestar recorriendo mi cuerpo que no pude evitar que los ojos se me empañaran.Seis jodidos años perdidos.Iba a recuperarle, seguro estaba de ello.Encendí el motor del auto y emprendí camino a la casa del lago. Antes me detuve en un pequeño mercado de flores.. . .Llegué justo al tiempo que atardecía.El cielo se había cubierto de púrpura y estrellas para las vísperas de año nuevo. Empujé la puerta y esta hizo un pequeño chasquido interrumpió el silencio. Mauro y Analía se habían llevado al pequeño Alessandro a dar un paseo, así que Gia y yo teníamos un par de horas para nosotros solos e ib
SebastianLa última semana Isabella había experimentado la calma en toda la extensión de la palabra. Finalmente sabía lo que era sentirse desprovista de cualquier miedo y dolor.Una noche, cobijados en una de las hamacas de la terraza y bajo las estrellas de un cielo Austriaco, habló conmigo.Me dijo que las pesadillas habían cedido en casi su totalidad, que yo veía el cuerpo de Sandro desprenderse de su propia mano y que tampoco sentía la necesidad de recurrir a los fármacos para conciliar el sueño. También me dijo que le alegraba respirar aquella clase de normalidad en la que ninguno de nuestros enemigos tenía acceso a nuestras vidas.La trivialidad era una buena terapia y a mí me gustaba estar a su lado para percibir de cerca su proceso.Me conto que a veces, cuando se miraba al espejo y me cazaba observando su cuerpo desnudo a través del reflejo, una parte de ella se avergonzaba. Todavía no estaba lista para volver a entregarse.Me gustó su sinceridad, por eso fui incapaz de tocar
Sebastian Los chicos volaron a Viena para principios de febrero. Fue una sorpresa, Isabella no tenía si quiera idea de que volvería a tener a sus amigas y hermanos al alcance de una reconfortante caricia. Enzo trajo consigo a su chica y a sus dos pequeños hijos; la había mantenido lejos de la mafia todo este tiempo. Luigi, por su parte, batallaba con las secuelas que había desarrollado la joven rusa luego de haber permanecido secuestrada por demasiado tiempo. Su relación era lenta pero iba por buen camino. Katherina había aceptado la invitación sin ningún problema, agradecida por lo que habíamos hecho por ella y su hija. Rigo fue el primero en recibir el contacto de Isabella. Se habían mirado fijamente a los ojos y compartieron en silencio el inmenso cariño que sentía el uno por la otra. Mis padres se unieron a nosotros dos semanas después, cuando los últimos días de invierno parecían casi inexistentes. Ya pronto se asentaría una brisa primaveral y podríamos disfrutar de la hierba
Hola, querido lector. Te agraedzco que hayas llegado al final de la historia de Isabella y Sebastian, ahora me gustaria invitarte a leer la de Emilio & Grecia en "El hijo del italiano" la encuentran en mi perfil y habrán apariciones de algunos de NUESTROS MAFIOSOS y sus chicas en algunos capitulos como personajes secundarios. ¡No pueden perdersela! Tendrán una aparición muy buena para la trama. El hijo del italiano está es una historia de romance erotica, embarazo, amor-odio entre los personajes, pasión desbordante, sin límites. Una historia que te hará desear estar dentro de ella Pueden encontrarme en mi página de face book para más detalles, adelantos e información sobre este libro; estoy como Miladys Caroline Un abrazo, mila :)
Bella Odiaba discutir con él. Odiaba la forma en la que sus ojos me miraban decepcionados, pero, sobre todo, me odiaba a mí misma por habernos arrastrado a esta situación de no retorno. Era plenamente consciente de mis acciones, y por eso supe que tuve que haberme detenido. Tuve incluso que haber dejado la botella de whisky dentro del minibar del comedor y no sorber de ella. Tuve que haber dejado las maldit4s pastillas hace cuatro meses y no haberme convertido en una jodida adicta a ellas. Pero desde que había desarrollado ese estúpido insomnio no había sido capaz de detenerme. Si cerraba los ojos, la obscuridad me absorbía de un solo bocado. Ninguno de los que estaban en aquella mesa tenían si quiera una puta idea de cómo se sentía querer dormir y no poder hacerlo porque las sombras te consumían. No tenían si quiera la mínima idea de lo que se sentía depender de unos jodidos fármacos para poder conciliar el sueño tres putas horas. No más. No menos. . . . Gia El s
Sebastian Las horas en el despacho se me habían antojado lentas y desesperantes. Eché un vistazo al reloj. Era pasada la madrugada cuando escuche el rumor de unos pasos antes de que Rigo apareciese por la puerta. No venia solo. Arrastraba consigo a un tipejo de no más de veinticinco años y el posible causante de que Isabella haya sucumbido en estupefacientes. Mi jefe de seguridad lo obligo a tomar asiento en la silla del otro lado del escritorio y el respondió mirándome con osadía. Tenía agallas, pero veríamos hasta donde le alcanzaba. Respire hondo y me incline hacia adelante. Los puños cerrados alrededor de la madera de mi escritorio. — ¿Qué tenemos aquí? —pregunte, al tiempo que Rigo me entregaba un sobre. Extraje el documento en su interior. Leonardo Basseli. Veinticinco años. Italiano de madre estadounidense y ex miembro de la organización de Chicago. —Cinco veces preso en lo que va de año por venta ilícita de droga e intento de violación a chicas de menos de veinte a
Bella Abrí los ojos. Desconocía el tiempo que había estado dormida pero ya era de día. Todavía nevaba y la neblina apenas dejaba entrever el horizonte. Su timidez se colaba por la ventana y hacía de la habitación un lugar frio y difícil de soportar. Me encogí dentro de las sábanas y oteé el exterior alrededor de una hora. Me dolía la cabeza, pero ese hecho no fue tan importante como el ahora terrorífico recordatorio de lo que había hecho la noche anterior. «Ketamina...» El hombre del bar llevaba razón cuando me dijo que los efectos de las píldoras conseguirían esfumarlo todo. Y así fue, al menos durante algunas horas, porque allí estaba de nuevo ese vacío estridente que se abría paso a arañazos a través de mi piel y azolaba de golpe. Era pasada la media mañana cuando decidí salir de la habitación. Al principio mis piernas no respondieron como me hubiese gustado. Tuve que aferrarme a la barandilla con fuerza porque no confiaba en
CarloEra como estar presenciando una puta película de acción mal dirigida.Detrás de ellos se desataba un caos que siquiera tenía pies ni cabeza. Lo que si era un hecho es que nuestros atacantes ambicionaban atraparnos ilesos, de lo contrario, mi hermana y Sebastian no hubiesen sobrevivido al encuentro cara a cara con aquellos esbirros.Greco ya había acordonado el ingreso a la mansión con un equipo de diez hombres mientras el resto arañaba tiempo para que ellos ingresaran.Rigo disparó a un hombre que se acercaba por la derecha de Sebastian mientras yo despejaba desde el lado opuesto.Disparé a quema ropa. En el pecho de uno. En el brazo de otro. Cabeza y piernas.El aliento no demoró en amontonárseme en la boca. Tampoco el corazón al latir como un loco sin frenos, pero eso era simplemente el resultado de una creciente adrenalina recorriéndome las venas.Al principio, si quiera pude enfocar la vista en cuantos eran, pero conforme los segundos se convertían en minutos, eran más de el