Sebastian«Estoy aquí, mi amor. Abre los ojos y mírame» Fue como si hubiese podido escuchar su voz pegada al lóbulo de mi oreja, pero de nada habría servido hacerle caso si sabía de sobra que iba a encontrarme con una oscuridad absoluta.La venda seguía ahí; picándome los ojos y la piel. Manchándose de una fina capa de sudor que resbalaba a gotas por los pliegues de mi nariz y se mezclaba con los restos de sangre a causa de los golpes que había recibido; mismos que me empujaron a la inconsciencia hace un par de horas.Probablemente había amanecido y yo no lo sabía.En ese tiempo, había soñado con Isabella.Acababa de cumplir diecisiete años cuando una pequeña parte de mi reparó en el tamaño de sus pechos y en lo bien que probablemente se verían si mis manos los tocaban. Había sido la primera vez en olvidar que era la hermana pequeña de mi mejor amigo y que lo estaba pasando por mi cabeza en ese entonces era una absoluta locura.Pero ella ya había comenzado ese juego de cínica seducci
Mauro Estaba tocando la oportunidad de olvidarme de todo con mis propios dedos. Lía correspondió a mi contacto respirando trémula. Buscó mis ojos y yo me vi reflejados en ellos como si fuese una especie de lago cristalizado. Por un segundo, me dio la impresión de que me absorberían. Su aliento acarició mis mejillas cuando entreabrió los labios y permitió que introdujera mi pulgar en su boca. Lo mordió y chupó sin saber que ese gesto por si solo conseguiría enloquecerme. Tragué saliva y me permití disfrutar del modo en el que mi dedo se deslizaba por su lengua a medida que lo extraía. Perfilé sus labios antes de capturar su boca con la mía. En respuesta, y sin dejar de besarme, Analía apoyó una mano en mi pecho y me invitó a retroceder hasta obligarme a tomar asiento en la silla detrás del escritorio. Cuando esperé que se sentara a horcajadas sobre mí y que su centro se empalara a mi inevitable erección, no lo hizo; tan solo se alejó un metro de distancia que parecía incluso inalc
Bella« ¿Dónde estás, mi amor? ¿Sigues ahí? »Un pensamiento que coincidió con el rastro de una lágrima perfilando mi rostro.Oteé la ciudad. Roma aún dormía.El rio se dejaba apreciar por entre una fina capa de neblina que perduraba en la lejanía. El amanecer, pese a su timidez, daba un aspecto mucho menos lúgubre que los días anteriores.De repente, me golpeó la nostalgia de aquellos días; esos en los que tenía absoluto desconocimiento de la mafia y mi único objetivo en la adolescencia era provocar a un Sebastian que se resistía a sus instintos más carnales.Era mi cumpleaños número dieciocho. Bueno, no realmente, pero iba a cumplirlos el domingo de ese fin de semana. Así que mis amigos del colegio decidieron celebrarlo con alcohol y bocadillos que, pasada la media noche, ya nos veíamos borrosos los unos a los otros.Música alta. La piscina abarrotada de adolescentes a tope. Yo, en cambio, me había arrinconado en una de las sillas con un frio de los cojones. Saqué mi móvil y tecleé
GiaEl corazón intentó perforarme el pecho cuando las mujeres que estábamos en aquel salón observamos como Greco salía de su habitación como si no hubiese recibido una herida de bala hace veinticuatro horas.— ¿Qué haces? —le reñí de un modo que al parecer a él le hizo mucha gracia.Se encogió de hombros y yo me incorporé.—No soy la clase de hombres que le gusta estar echado mientras el mundo exterior se viene abajo.Suspiré y avancé hasta él. No le permití dar un paso más.—No, eres la case de hombre que ha recibido un disparo que pudo haberte matado y tienes permitido descansar.—Gia…—A la cama —señalé el interior de la habitación sabiendo que rechistaría.Le acompañé y no me moví de su lado hasta que se metió bajo las sábanas.— ¿Siempre eres así de mandona?—La mayor parte del día, cabeza dura.Greco bufó y cerró los ojos cuando le di un beso en la frente y le acaricié el brazo. Cuando iba a marcharme, me cogió de la mano.—Gracias —murmuró bajito.—No tienes que darme las graci
CarloCuatro equipos en la periferia de Civitavecchia; Dos tomaríamos el barco, y el resto se dividiría entre permanecer en puntos ciegos a la espera de cualquier imprevisto de último momento y asegurar los colindantes del barco para que nadie pudiese entrar luego de haberlo hecho nosotros.Añadido a nuestro plan, teníamos a un equipo de la policía de roma que estaría preparados para intervenir cuando lográramos nuestro cometido de; rescatar a Sebastian.Todos los que estábamos en aquella suburban habíamos cedido a la calma. Con la mirada clavada en el punto rojo que suponía ser nuestro querido amigo, el GPS nos advirtió lo cerca que estábamos de llegar.La fiesta en el barco del Calderone advertía ser ostentosa y de derroche. Hackear la lista digital de invitados no supuso un problema para Luigi, de hecho, le tomó alrededor de tres minutos entrar a la base y darnos nombres que no suponían un peligro para nosotros.No cuando un grupo de ellos no eran más que ratas de cuello blanco y o
Bella—Buenas noches, señorita… —dijo el «anfitrión», alargando la última palabra para que yo le dijese mi nombre.—Fiorella Macri —sonreí con arrogancia y clase. Gestos muy distintivos si eres parte de la élite.El hombre revisó en la larga lista de su tableta y levantó la mirada cuando el nombre de la Macri apareció entre los invitados. Un asistente extra que Luigi se aseguró de mezclar entre el resto.El guardia a su lado retiró el cordón después de recibir un asentimiento de cabeza como respuesta de confirmación a mi nombre en la lista.—Adelante, señorita Macri.Asentí, manteniendo el temple y la misma sonrisa con la que había llegado.—Estoy dentro —murmuré entre dientes.Había llegado el momento.Caminé. Me mezclé entre la gente y traté de ignorar personajes cercanos que trabajaron con anterioridad para los hoteles Ferragni en pos de obtener beneficios económicos bastante remunerados.Cogí una copa de champaña que me ofreció uno de los camareros y la pegué a mis labios sin sorb
BellaMe atravesó un espasmo; uno de esos en los que no tienes ni puta idea de cómo actuar. Uno que me obligó a llevarme las manos a la boca para contener un desgarrante jadeo.Habían sido demasiado crueles. Sádicos y despiadados.Di un paso al frente.Mis piernas, aunque ancladas al piso del barco, flaquearon hasta conseguir desestabilizarme. Por un segundo, creí que perdería el conocimiento, pero eso solo habría complicado las cosas y no podía permitírmelo; debía resistir, porque al final, de eso se trataba ser parte de la mafiaResistir hasta el final. Resistir pese a la guerra.Sebastian tenía el torso desnudo. Solo llevaba pantalones y medias, brazos laxos a cada lado de su cuerpo y la cabeza inclinada hacia abajo sin apenas fuerza. Estaba sentado en una silla con las muñecas atadas con cadenas. Estas mismas ascendían hasta abajo y conectaban con las dos argollas alrededor de sus tobillos.Dios mío, respiraba tan lento que no pude evitar pensar lo peor. Y es que una imagen como a
Bella A lo lejos, a unos metros de distancia desde la verja, pude entrever a Gia y Analía aferradas la una a la otra con la angustia palpando en todo de ellas. Sus lenguajes corporales advertían que llevaban resistiendo a la preocupación durante la última hora. La cercanía revelando el resultado de una noche fría y sombría; la incertidumbre y la desazón. Donato y Guadalupe adoptaron una postura más positiva cuando descubrieron que su hijo estaba de regreso con nosotros. Sofía y su equipo médico no tardaron en acudir a los más heridos, aunque Sebastian, fuese uno de ellos. Luigi fue el primer en ser recostado sobre una camilla, le secundó la muchacha que todos observaron con confusión y sorpresa, y después, cuando tocó el turno de Sebastian, él tan solo prefirió aferrarse al pecho de su padre con un abrazo que le devolvía la vida a un buen hombre como Donato. Gia y Analía saltaron sobre sus hombres como si hubiesen estado esperando una década por ese encuentro. Las entendía, yo tam