Bella—Buenas noches, señorita… —dijo el «anfitrión», alargando la última palabra para que yo le dijese mi nombre.—Fiorella Macri —sonreí con arrogancia y clase. Gestos muy distintivos si eres parte de la élite.El hombre revisó en la larga lista de su tableta y levantó la mirada cuando el nombre de la Macri apareció entre los invitados. Un asistente extra que Luigi se aseguró de mezclar entre el resto.El guardia a su lado retiró el cordón después de recibir un asentimiento de cabeza como respuesta de confirmación a mi nombre en la lista.—Adelante, señorita Macri.Asentí, manteniendo el temple y la misma sonrisa con la que había llegado.—Estoy dentro —murmuré entre dientes.Había llegado el momento.Caminé. Me mezclé entre la gente y traté de ignorar personajes cercanos que trabajaron con anterioridad para los hoteles Ferragni en pos de obtener beneficios económicos bastante remunerados.Cogí una copa de champaña que me ofreció uno de los camareros y la pegué a mis labios sin sorb
BellaMe atravesó un espasmo; uno de esos en los que no tienes ni puta idea de cómo actuar. Uno que me obligó a llevarme las manos a la boca para contener un desgarrante jadeo.Habían sido demasiado crueles. Sádicos y despiadados.Di un paso al frente.Mis piernas, aunque ancladas al piso del barco, flaquearon hasta conseguir desestabilizarme. Por un segundo, creí que perdería el conocimiento, pero eso solo habría complicado las cosas y no podía permitírmelo; debía resistir, porque al final, de eso se trataba ser parte de la mafiaResistir hasta el final. Resistir pese a la guerra.Sebastian tenía el torso desnudo. Solo llevaba pantalones y medias, brazos laxos a cada lado de su cuerpo y la cabeza inclinada hacia abajo sin apenas fuerza. Estaba sentado en una silla con las muñecas atadas con cadenas. Estas mismas ascendían hasta abajo y conectaban con las dos argollas alrededor de sus tobillos.Dios mío, respiraba tan lento que no pude evitar pensar lo peor. Y es que una imagen como a
Bella A lo lejos, a unos metros de distancia desde la verja, pude entrever a Gia y Analía aferradas la una a la otra con la angustia palpando en todo de ellas. Sus lenguajes corporales advertían que llevaban resistiendo a la preocupación durante la última hora. La cercanía revelando el resultado de una noche fría y sombría; la incertidumbre y la desazón. Donato y Guadalupe adoptaron una postura más positiva cuando descubrieron que su hijo estaba de regreso con nosotros. Sofía y su equipo médico no tardaron en acudir a los más heridos, aunque Sebastian, fuese uno de ellos. Luigi fue el primer en ser recostado sobre una camilla, le secundó la muchacha que todos observaron con confusión y sorpresa, y después, cuando tocó el turno de Sebastian, él tan solo prefirió aferrarse al pecho de su padre con un abrazo que le devolvía la vida a un buen hombre como Donato. Gia y Analía saltaron sobre sus hombres como si hubiesen estado esperando una década por ese encuentro. Las entendía, yo tam
BellaEra pasada la media noche y ninguno de los que estábamos en aquel salón habíamos podido conciliar el sueño.Guadalupe, aún sin creer que volvía a tener el bello rostro de su hijo a un palmo de su cara, lo estrechó contra su peso. Hace un rato había dejado de sollozar, pero allí estaba de nuevo, el rastro de unas nuevas lágrimas que solo surgían desde un amor infinito. Al principio, al saberle tan maltratado, se había negado a tocarle; no podía creer que su único hijo había regresado en aquel estado.Fue inevitable no estremecerme. Aquella era la imagen de una verdadera madre, una que a mí me hubiese gustado tener. Una que no era cobarde y dejaba a sus hijos por acompañar en su muerte al hombre que tanto daño nos había causado.—Sebastian…. Mi niño.Aquel acogedor abrazo consiguió estremecer a su hijo. Por un segundo, me pareció ver a un niño pequeño aferrarse al calor de su madre.La escena fue tan conmovedora que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas no derrama
Bella Piernas enredadas y brazos entrelazados.No me sorprendió despertar, tampoco haberlo hecho sabiendo que le tuve toda la noche a mi lado. Era una de esas pocas veces en las que las pesadillas no me alcanzaban y gozaba de un sueño profundo y reparador.Sebastian había salido de la cama poco antes de que yo decidiera abrir los ojos. Poco después, escuché el rumor del agua de la ducha.De repente, sabiéndolo desnudo a unos pocos metros de distancia, mis propios instintos me invadieron de un modo casi abrasador; como si la piel me quemara.Salté fuera de la cama y avancé hasta el cuarto de baño. La puerta estaba entreabierta, pero solo una pequeña luz me dejó entrever su figura.Tragué saliva.Me fascinó ver su cuerpo desnudo bajo una cascada de agua helada. Y aunque su figura era por si sola de naturaleza erótica, no pude evitar ver aquellas gruesas marcas en su espalda; producto de una horrible tortura.Por un segundo, creí que no tendría la fuerza suficiente para mantenerme, pero
Carlo Habría perdido el temperamento y gruñido su nombre con una maldición si las manos de Gia no hubiesen buscado con timidez mi contacto. Sus ojos azules me escanearon con preocupación, como si no reconociese al hombre que tenía en frente de ella y que la amaba con locura que cruzaba los limites, y es que Stella Leone conseguía traer de vuelta mi peor versión. —Ocho con treinta, cariño, no me falles —la escuché decir antes de colgar. Tragué saliva bruscamente y apreté el móvil con una fuerza tan desproporcional que creí que terminaría por romperse dentro de mis propias manos. La rabia me golpeó con rudeza porque no tenía otra opción más que acudir a aquel encuentro, y no porque me encantase la idea de hacerlo, sino porque uno de los caídos en el barco había sido su ahora difunto marido, y si quería evitar una guerra de las buenas con un clan poderoso como lo era su familia, debía ir a escuchar lo que la Leone tenia para decirme. — ¿Qué ocurre? —Gia me trajo de vuelta a sus ojo
Gia Una densa nieve, que aunque sus copos cubrían los ventanales en casi su totalidad, pude entrever el auto de Carlo detenerse en la explanada. Al principio, tardó en apagar los focos. Luego abrió la puerta y avanzó hasta la casa con pasos lánguidos, como si algo de él estuviese alejado de la realidad. Se había quitado la chaqueta y recogido las mangas de su camisa hasta los codos. Hecho que me pareció bastante extraño tratándose de él, y es que conocía a ese hombre; le había visto demasiadas veces como saber que siempre lucia impecable en cada una de sus versiones. Por eso no tardé en deducir que algo no estaba bien con él. Tras escuchar el rumor de la puerta principal cerrarse, me coloqué la bata y salí de la habitación. Avancé a través del pasillo y bajé las escaleras. Todas las luces estaban apagadas, incluso las de la terraza, donde Carlo se había refugiado con una sobrecogedora soledad. Percibí tanto miedo y soledad en su postura que tuve un escalofrío. Me quedé bajo el m
Carlo Había sido un idiota en toda la extensión de la palabra, y no conforme con ello, la había herido hasta saber que su corazón se partiría en dos. Joder, la acababa de romper como un completo canalla, y la peor de todo, es que yo también estaba despedazándome con ella. Enterré el rostro en las palmas de mis manos y ahogué una maldición que pronto se convirtió en un pequeño sollozo, como si de repente me hubiese convertido en un puñetero crio de ocho años por haber perdido algo realmente valioso. Y es que Gia lo era. Esa mujer era lo más valioso que tenía en mi vida y ahora lo había arruinado todo con ella. Había jodido nuestro compromiso. Había jodido mis propios planes de hacerla inmensamente feliz incluso después de que no me quedaran fuerzas. ¿Qué había hecho? ¡Maldición! ¡¿Qué carajos había hecho?! Esa noche, cuando creí que Stella Leone no tenía más por decir, que aquella confesión había sido suficiente para desestabilizar mi mundo entero, no lo fue, había más que eso