BellaEra pasada la media noche y ninguno de los que estábamos en aquel salón habíamos podido conciliar el sueño.Guadalupe, aún sin creer que volvía a tener el bello rostro de su hijo a un palmo de su cara, lo estrechó contra su peso. Hace un rato había dejado de sollozar, pero allí estaba de nuevo, el rastro de unas nuevas lágrimas que solo surgían desde un amor infinito. Al principio, al saberle tan maltratado, se había negado a tocarle; no podía creer que su único hijo había regresado en aquel estado.Fue inevitable no estremecerme. Aquella era la imagen de una verdadera madre, una que a mí me hubiese gustado tener. Una que no era cobarde y dejaba a sus hijos por acompañar en su muerte al hombre que tanto daño nos había causado.—Sebastian…. Mi niño.Aquel acogedor abrazo consiguió estremecer a su hijo. Por un segundo, me pareció ver a un niño pequeño aferrarse al calor de su madre.La escena fue tan conmovedora que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas no derrama
Bella Piernas enredadas y brazos entrelazados.No me sorprendió despertar, tampoco haberlo hecho sabiendo que le tuve toda la noche a mi lado. Era una de esas pocas veces en las que las pesadillas no me alcanzaban y gozaba de un sueño profundo y reparador.Sebastian había salido de la cama poco antes de que yo decidiera abrir los ojos. Poco después, escuché el rumor del agua de la ducha.De repente, sabiéndolo desnudo a unos pocos metros de distancia, mis propios instintos me invadieron de un modo casi abrasador; como si la piel me quemara.Salté fuera de la cama y avancé hasta el cuarto de baño. La puerta estaba entreabierta, pero solo una pequeña luz me dejó entrever su figura.Tragué saliva.Me fascinó ver su cuerpo desnudo bajo una cascada de agua helada. Y aunque su figura era por si sola de naturaleza erótica, no pude evitar ver aquellas gruesas marcas en su espalda; producto de una horrible tortura.Por un segundo, creí que no tendría la fuerza suficiente para mantenerme, pero
Carlo Habría perdido el temperamento y gruñido su nombre con una maldición si las manos de Gia no hubiesen buscado con timidez mi contacto. Sus ojos azules me escanearon con preocupación, como si no reconociese al hombre que tenía en frente de ella y que la amaba con locura que cruzaba los limites, y es que Stella Leone conseguía traer de vuelta mi peor versión. —Ocho con treinta, cariño, no me falles —la escuché decir antes de colgar. Tragué saliva bruscamente y apreté el móvil con una fuerza tan desproporcional que creí que terminaría por romperse dentro de mis propias manos. La rabia me golpeó con rudeza porque no tenía otra opción más que acudir a aquel encuentro, y no porque me encantase la idea de hacerlo, sino porque uno de los caídos en el barco había sido su ahora difunto marido, y si quería evitar una guerra de las buenas con un clan poderoso como lo era su familia, debía ir a escuchar lo que la Leone tenia para decirme. — ¿Qué ocurre? —Gia me trajo de vuelta a sus ojo
Gia Una densa nieve, que aunque sus copos cubrían los ventanales en casi su totalidad, pude entrever el auto de Carlo detenerse en la explanada. Al principio, tardó en apagar los focos. Luego abrió la puerta y avanzó hasta la casa con pasos lánguidos, como si algo de él estuviese alejado de la realidad. Se había quitado la chaqueta y recogido las mangas de su camisa hasta los codos. Hecho que me pareció bastante extraño tratándose de él, y es que conocía a ese hombre; le había visto demasiadas veces como saber que siempre lucia impecable en cada una de sus versiones. Por eso no tardé en deducir que algo no estaba bien con él. Tras escuchar el rumor de la puerta principal cerrarse, me coloqué la bata y salí de la habitación. Avancé a través del pasillo y bajé las escaleras. Todas las luces estaban apagadas, incluso las de la terraza, donde Carlo se había refugiado con una sobrecogedora soledad. Percibí tanto miedo y soledad en su postura que tuve un escalofrío. Me quedé bajo el m
Carlo Había sido un idiota en toda la extensión de la palabra, y no conforme con ello, la había herido hasta saber que su corazón se partiría en dos. Joder, la acababa de romper como un completo canalla, y la peor de todo, es que yo también estaba despedazándome con ella. Enterré el rostro en las palmas de mis manos y ahogué una maldición que pronto se convirtió en un pequeño sollozo, como si de repente me hubiese convertido en un puñetero crio de ocho años por haber perdido algo realmente valioso. Y es que Gia lo era. Esa mujer era lo más valioso que tenía en mi vida y ahora lo había arruinado todo con ella. Había jodido nuestro compromiso. Había jodido mis propios planes de hacerla inmensamente feliz incluso después de que no me quedaran fuerzas. ¿Qué había hecho? ¡Maldición! ¡¿Qué carajos había hecho?! Esa noche, cuando creí que Stella Leone no tenía más por decir, que aquella confesión había sido suficiente para desestabilizar mi mundo entero, no lo fue, había más que eso
Carlo Gia acababa de entrar al baño ajena a que yo la esperaba de este lado de la puerta. Me recargué contra la pared contigua y esperé sabiendo que la impaciencia se notaría en cada uno de mis temblores, y aunque traté de evitarlos ocultando las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, no lo conseguí; no hasta que escuché el grifo del lavamanos cerrarse y la puerta abrirse. Cuando salió, no esperé a que notara mi presencia y enredé nuestros dedos antes de arrastrarnos hasta la habitación más cercana. Gia contuvo una exclamación y me miró horrorizada. Al principio, el extraordinario azul de sus ojos me quemó la piel, luego me la abrió a jirones cuando percibí la humedad en ellos y un extraño rubor instalándose en sus mejillas. —Gia, yo… — si quiera fui capaz de encontrar mi voz. ¿Y es que…cómo no? ¡Era una completa desfachatez lo que iba a pedirle! . . . Gia El día que Carlo y yo nos conocimos por primera vez en aquella habitación de hospital, o al menos el momento en el
CarloExperimenté la horrible sensación de ver como su cuerpo se aflojaba entre mis brazos, como sus pies tocaban el suelo pero este no era capaz de sostener su propio peso.Noté, incluso, como una sola lágrima se deslizaba y perfilaba su rostro.Llamé varias veces a su nombre, pero ella no reaccionó; tan dolo se dejó ir en mis brazos sabiendo que yo no la dejaría caer.Me arrodillé en el suelo con ella, aparté un mechón de su frente le besé la sien. Un instante después, era yo quien sollozaba.—Gia, mi amor… —la estreché contra mí y caí en cuenta que aquella probablemente sería la última vez que nos tendríamos de ese modo.Así que besé sus labios y me aseguré de guardar ese momento para siempre, aunque fuese de lo más desastroso.. . .MauroFue el llanto y la histeria del momento lo que nos advirtió a todos.Fue mi nombre enterrado en la voz ahogada de mi hermano lo que me obligó a contemplar la escena, y, aunque hubiese podido cerrado los ojos, habría sido un acto completamente inú
GiaEl rumor de mis pensamientosLos débiles latidos de mi corazón.Carlo Ferragni lo controlaba todo de mí, incluso el aire que respiraba.Ese hombre se había convertido en el único dueño de mis suspiros y no había nada que yo pudiese hacer al respecto para evitarlo.Estaba destinada a amarle. Estaba destinada a él de por vida, incluso cuando él era un perfecto hombre de la mafia y yo había sido demasiado ingenua en creer que el mundo que nos rodeaba no nos alcanzaría.Dos semanas.Si, dos semanas era el tiempo que había pasado desde la última vez que le vi o si quiera escuchó el rumor de su voz.Mi cuerpo aflojándose en sus brazos que temblaban.Su aliento acariciándome la cara.Mi nombre naciendo de sus labios.Dios mío…Dos semanas. No era demasiado tiempo, pero de alguna forma se sentía como una eternidad.Suspiré y me abracé el torso. La panorámica que obtenía desde la ventana de mi habitación era realmente extraordinaria. Una densa y espesa nieve que cobijaba roma y todo lo que