Carlo Habría perdido el temperamento y gruñido su nombre con una maldición si las manos de Gia no hubiesen buscado con timidez mi contacto. Sus ojos azules me escanearon con preocupación, como si no reconociese al hombre que tenía en frente de ella y que la amaba con locura que cruzaba los limites, y es que Stella Leone conseguía traer de vuelta mi peor versión. —Ocho con treinta, cariño, no me falles —la escuché decir antes de colgar. Tragué saliva bruscamente y apreté el móvil con una fuerza tan desproporcional que creí que terminaría por romperse dentro de mis propias manos. La rabia me golpeó con rudeza porque no tenía otra opción más que acudir a aquel encuentro, y no porque me encantase la idea de hacerlo, sino porque uno de los caídos en el barco había sido su ahora difunto marido, y si quería evitar una guerra de las buenas con un clan poderoso como lo era su familia, debía ir a escuchar lo que la Leone tenia para decirme. — ¿Qué ocurre? —Gia me trajo de vuelta a sus ojo
Gia Una densa nieve, que aunque sus copos cubrían los ventanales en casi su totalidad, pude entrever el auto de Carlo detenerse en la explanada. Al principio, tardó en apagar los focos. Luego abrió la puerta y avanzó hasta la casa con pasos lánguidos, como si algo de él estuviese alejado de la realidad. Se había quitado la chaqueta y recogido las mangas de su camisa hasta los codos. Hecho que me pareció bastante extraño tratándose de él, y es que conocía a ese hombre; le había visto demasiadas veces como saber que siempre lucia impecable en cada una de sus versiones. Por eso no tardé en deducir que algo no estaba bien con él. Tras escuchar el rumor de la puerta principal cerrarse, me coloqué la bata y salí de la habitación. Avancé a través del pasillo y bajé las escaleras. Todas las luces estaban apagadas, incluso las de la terraza, donde Carlo se había refugiado con una sobrecogedora soledad. Percibí tanto miedo y soledad en su postura que tuve un escalofrío. Me quedé bajo el m
Carlo Había sido un idiota en toda la extensión de la palabra, y no conforme con ello, la había herido hasta saber que su corazón se partiría en dos. Joder, la acababa de romper como un completo canalla, y la peor de todo, es que yo también estaba despedazándome con ella. Enterré el rostro en las palmas de mis manos y ahogué una maldición que pronto se convirtió en un pequeño sollozo, como si de repente me hubiese convertido en un puñetero crio de ocho años por haber perdido algo realmente valioso. Y es que Gia lo era. Esa mujer era lo más valioso que tenía en mi vida y ahora lo había arruinado todo con ella. Había jodido nuestro compromiso. Había jodido mis propios planes de hacerla inmensamente feliz incluso después de que no me quedaran fuerzas. ¿Qué había hecho? ¡Maldición! ¡¿Qué carajos había hecho?! Esa noche, cuando creí que Stella Leone no tenía más por decir, que aquella confesión había sido suficiente para desestabilizar mi mundo entero, no lo fue, había más que eso
Carlo Gia acababa de entrar al baño ajena a que yo la esperaba de este lado de la puerta. Me recargué contra la pared contigua y esperé sabiendo que la impaciencia se notaría en cada uno de mis temblores, y aunque traté de evitarlos ocultando las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, no lo conseguí; no hasta que escuché el grifo del lavamanos cerrarse y la puerta abrirse. Cuando salió, no esperé a que notara mi presencia y enredé nuestros dedos antes de arrastrarnos hasta la habitación más cercana. Gia contuvo una exclamación y me miró horrorizada. Al principio, el extraordinario azul de sus ojos me quemó la piel, luego me la abrió a jirones cuando percibí la humedad en ellos y un extraño rubor instalándose en sus mejillas. —Gia, yo… — si quiera fui capaz de encontrar mi voz. ¿Y es que…cómo no? ¡Era una completa desfachatez lo que iba a pedirle! . . . Gia El día que Carlo y yo nos conocimos por primera vez en aquella habitación de hospital, o al menos el momento en el
CarloExperimenté la horrible sensación de ver como su cuerpo se aflojaba entre mis brazos, como sus pies tocaban el suelo pero este no era capaz de sostener su propio peso.Noté, incluso, como una sola lágrima se deslizaba y perfilaba su rostro.Llamé varias veces a su nombre, pero ella no reaccionó; tan dolo se dejó ir en mis brazos sabiendo que yo no la dejaría caer.Me arrodillé en el suelo con ella, aparté un mechón de su frente le besé la sien. Un instante después, era yo quien sollozaba.—Gia, mi amor… —la estreché contra mí y caí en cuenta que aquella probablemente sería la última vez que nos tendríamos de ese modo.Así que besé sus labios y me aseguré de guardar ese momento para siempre, aunque fuese de lo más desastroso.. . .MauroFue el llanto y la histeria del momento lo que nos advirtió a todos.Fue mi nombre enterrado en la voz ahogada de mi hermano lo que me obligó a contemplar la escena, y, aunque hubiese podido cerrado los ojos, habría sido un acto completamente inú
GiaEl rumor de mis pensamientosLos débiles latidos de mi corazón.Carlo Ferragni lo controlaba todo de mí, incluso el aire que respiraba.Ese hombre se había convertido en el único dueño de mis suspiros y no había nada que yo pudiese hacer al respecto para evitarlo.Estaba destinada a amarle. Estaba destinada a él de por vida, incluso cuando él era un perfecto hombre de la mafia y yo había sido demasiado ingenua en creer que el mundo que nos rodeaba no nos alcanzaría.Dos semanas.Si, dos semanas era el tiempo que había pasado desde la última vez que le vi o si quiera escuchó el rumor de su voz.Mi cuerpo aflojándose en sus brazos que temblaban.Su aliento acariciándome la cara.Mi nombre naciendo de sus labios.Dios mío…Dos semanas. No era demasiado tiempo, pero de alguna forma se sentía como una eternidad.Suspiré y me abracé el torso. La panorámica que obtenía desde la ventana de mi habitación era realmente extraordinaria. Una densa y espesa nieve que cobijaba roma y todo lo que
GiaEmpezamos a tambalearnos hasta la cama.Por un segundo, me fascinó esa perspectiva que tuve de él a medio metro lejos de mí; desnudo y con una terrible erección que me hizo estremecer.¡Dios, era tan hombre!Me humedecí los labios al tiempo que su imperiosa figura se alzaba hermosa sobre mí. Un instante después, Carlo ya se hacía del broche de mi sujetador y me lo arrebataba antes de capturar uno de mis pechos con demasiado vigor. Al principio, tan nervioso como seguro de sí mismo. Contagiada por ese deseo, arqueé la espalda y le ofrecí suficiente acceso para que me probara. Él no esperó demasiado y deslizo las manos hasta mis muslos, las coló por debajo de mis nalgas y luego me empujó contra su pelvis.Ahora estábamos mucho más pegados el uno a la otra que hace un par de minutos. Ahora, su piel y la mía parecían ser una sola. Fue increíble sentir la poderosa presión de su robustez contra la fina e innecesaria tela de mis bragas.Gemí retorciéndome.Poco a poco, como si su lengua
GiaNos cruzamos en el pasillo, pero Stella Leone no fue capaz de verme, y no porque me hubiesen faltado ganas de mostrarme ante ella, sino porque habría sido demasiado contraproducente.Salté dentro del auto creyendo que me quedaría sin aire, que esa entereza de la que había gozado hace una hora en el departamento de Carlo finalmente se vendría abajo como un castillo de naipes.—Gia… —murmuró Greco, buscando mis ojos a través del espejo retrovisor—. ¿Estás bien?No, no lo estaba, y es que una parte de mí, esa que luchaba por mantenerse fuerte ante las adversidades que nos procuraban, amenazaba con romperse en cualquier instante. No importaba el escenario.—Si —respondí, no esperando que mi lenguaje corporal reflejase todo lo contrario.—Gia, la mafia es algo que va más allá de alianzas e intereses, ¿lo sabes…verdad? —me recordó—. Y cuando se ostenta de un poder tan grande como el peso de un cargo superior sobre tus hombres, debes asumir las responsabilidades sin importar lo demás.—