Carlo Gia acababa de entrar al baño ajena a que yo la esperaba de este lado de la puerta. Me recargué contra la pared contigua y esperé sabiendo que la impaciencia se notaría en cada uno de mis temblores, y aunque traté de evitarlos ocultando las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, no lo conseguí; no hasta que escuché el grifo del lavamanos cerrarse y la puerta abrirse. Cuando salió, no esperé a que notara mi presencia y enredé nuestros dedos antes de arrastrarnos hasta la habitación más cercana. Gia contuvo una exclamación y me miró horrorizada. Al principio, el extraordinario azul de sus ojos me quemó la piel, luego me la abrió a jirones cuando percibí la humedad en ellos y un extraño rubor instalándose en sus mejillas. —Gia, yo… — si quiera fui capaz de encontrar mi voz. ¿Y es que…cómo no? ¡Era una completa desfachatez lo que iba a pedirle! . . . Gia El día que Carlo y yo nos conocimos por primera vez en aquella habitación de hospital, o al menos el momento en el
CarloExperimenté la horrible sensación de ver como su cuerpo se aflojaba entre mis brazos, como sus pies tocaban el suelo pero este no era capaz de sostener su propio peso.Noté, incluso, como una sola lágrima se deslizaba y perfilaba su rostro.Llamé varias veces a su nombre, pero ella no reaccionó; tan dolo se dejó ir en mis brazos sabiendo que yo no la dejaría caer.Me arrodillé en el suelo con ella, aparté un mechón de su frente le besé la sien. Un instante después, era yo quien sollozaba.—Gia, mi amor… —la estreché contra mí y caí en cuenta que aquella probablemente sería la última vez que nos tendríamos de ese modo.Así que besé sus labios y me aseguré de guardar ese momento para siempre, aunque fuese de lo más desastroso.. . .MauroFue el llanto y la histeria del momento lo que nos advirtió a todos.Fue mi nombre enterrado en la voz ahogada de mi hermano lo que me obligó a contemplar la escena, y, aunque hubiese podido cerrado los ojos, habría sido un acto completamente inú
GiaEl rumor de mis pensamientosLos débiles latidos de mi corazón.Carlo Ferragni lo controlaba todo de mí, incluso el aire que respiraba.Ese hombre se había convertido en el único dueño de mis suspiros y no había nada que yo pudiese hacer al respecto para evitarlo.Estaba destinada a amarle. Estaba destinada a él de por vida, incluso cuando él era un perfecto hombre de la mafia y yo había sido demasiado ingenua en creer que el mundo que nos rodeaba no nos alcanzaría.Dos semanas.Si, dos semanas era el tiempo que había pasado desde la última vez que le vi o si quiera escuchó el rumor de su voz.Mi cuerpo aflojándose en sus brazos que temblaban.Su aliento acariciándome la cara.Mi nombre naciendo de sus labios.Dios mío…Dos semanas. No era demasiado tiempo, pero de alguna forma se sentía como una eternidad.Suspiré y me abracé el torso. La panorámica que obtenía desde la ventana de mi habitación era realmente extraordinaria. Una densa y espesa nieve que cobijaba roma y todo lo que
GiaEmpezamos a tambalearnos hasta la cama.Por un segundo, me fascinó esa perspectiva que tuve de él a medio metro lejos de mí; desnudo y con una terrible erección que me hizo estremecer.¡Dios, era tan hombre!Me humedecí los labios al tiempo que su imperiosa figura se alzaba hermosa sobre mí. Un instante después, Carlo ya se hacía del broche de mi sujetador y me lo arrebataba antes de capturar uno de mis pechos con demasiado vigor. Al principio, tan nervioso como seguro de sí mismo. Contagiada por ese deseo, arqueé la espalda y le ofrecí suficiente acceso para que me probara. Él no esperó demasiado y deslizo las manos hasta mis muslos, las coló por debajo de mis nalgas y luego me empujó contra su pelvis.Ahora estábamos mucho más pegados el uno a la otra que hace un par de minutos. Ahora, su piel y la mía parecían ser una sola. Fue increíble sentir la poderosa presión de su robustez contra la fina e innecesaria tela de mis bragas.Gemí retorciéndome.Poco a poco, como si su lengua
GiaNos cruzamos en el pasillo, pero Stella Leone no fue capaz de verme, y no porque me hubiesen faltado ganas de mostrarme ante ella, sino porque habría sido demasiado contraproducente.Salté dentro del auto creyendo que me quedaría sin aire, que esa entereza de la que había gozado hace una hora en el departamento de Carlo finalmente se vendría abajo como un castillo de naipes.—Gia… —murmuró Greco, buscando mis ojos a través del espejo retrovisor—. ¿Estás bien?No, no lo estaba, y es que una parte de mí, esa que luchaba por mantenerse fuerte ante las adversidades que nos procuraban, amenazaba con romperse en cualquier instante. No importaba el escenario.—Si —respondí, no esperando que mi lenguaje corporal reflejase todo lo contrario.—Gia, la mafia es algo que va más allá de alianzas e intereses, ¿lo sabes…verdad? —me recordó—. Y cuando se ostenta de un poder tan grande como el peso de un cargo superior sobre tus hombres, debes asumir las responsabilidades sin importar lo demás.—
CarloMás tarde, luego de que Stella se marchara prometiendo una prueba de ADN para dentro de veinticuatro horas, cerré el grifo de la ducha; agaché cabeza y me permití evocar el cuerpo de Gia bajo el mío. Respiré hondo, todavía podía sentir la fuerte sacudida que me procuró estar dentro de ella, invadiendo cada delicioso centímetro hasta hacerla desfallecer. Esa devastadora presión que se instaló en mi vientre cuando alcanzamos juntos el clímax.Su humedad. Su pequeño y estrecho centro.Podía ser capaz de rememorar todo lo de esa noche, excepto el final. Ese donde ella se levantaba de la cama y se marchaba, dejándome con un corazón que insistía en perforarme el pecho y largarse corriendo hasta ella.Maldije para mis adentros.Salí de la ducha y me coloqué una toalla alrededor de las caderas. Cuando entré a la habitación, esperé echarme a la cama y descansar un poco, no encontrarme la mirada lasciva de Stella sentada en el filo de la cama.Piernas cruzadas dejando entrever su muslo. P
AnalíaEran pasadas las seis de la tarde.Estaba sentada frente al tocador cuando advertí el rumor de sus pasos, un instante después, me topé con la intensidad de su mirada.Exhalé.Mauro no necesitaba hacer demasiado para conseguir la respiración se me quedara atascada en la garganta, su sola presencia lo eclipsaba todo.No había sido silencioso al entrar, al contrario, quería que notara esa terrible sexualidad que emanaba su cuerpo bajo el marco de la puerta. Deslicé la mirada por su cintura, remarcada y endiosada por aquella camisa blanca y su cinturón.De repente, en un lugar discreto de mi imaginación, me asaltó la imagen de él completamente desnudo, aferrado a mi cintura mientras empujaba su pelvis contra la mía y penetraba cada centímetro de mi ser. Tragué saliva y cerré las piernas.Cínica.— ¿Soy yo o…tu lenguaje corporal está pidiéndome a gritos que te tome?—Probablemente seas tú —terrible mentira.—Sí, y probablemente vaya a tomarte.— ¿Ahora?—Ahora.Dios mío… ¿En que he
CarloNo dormía.En realidad, no lo había hecho durante las últimas semanas.Simplemente me tumbaba a la cama y oteaba por la ventana esperando que el horizonte me cazara observándole con devoción.Esa noche, no fue muy diferente a las anteriores, al menos hasta que escuché el rumor de unos pasos.Sombras y siseos.Me incorporé de súbito. Alcancé una camisa que había en la espalda de la silla y la pasé por encima de mi cabeza antes de abrir el cajón y sacar mi pistola.Tenía balas suficientes, así que no me encargué de revisar y simplemente la cargué apuntando hacia la puerta. Los pasos, aunque de pronto se detuvieron, deduje que no se trataba de una o dos personas, sino varias de ellas.Tragué saliva y avancé hasta recargarme contra la pared contigua a la puerta. De soslayo, miré el reloj, si quiera entraba la madrugada, pero el salón estaba lo suficientemente oscuro como para no poder vislumbrar a mis posibles enemigos, únicamente sus sombras.Apreté el mango de la pistola con fuer