GiaNos cruzamos en el pasillo, pero Stella Leone no fue capaz de verme, y no porque me hubiesen faltado ganas de mostrarme ante ella, sino porque habría sido demasiado contraproducente.Salté dentro del auto creyendo que me quedaría sin aire, que esa entereza de la que había gozado hace una hora en el departamento de Carlo finalmente se vendría abajo como un castillo de naipes.—Gia… —murmuró Greco, buscando mis ojos a través del espejo retrovisor—. ¿Estás bien?No, no lo estaba, y es que una parte de mí, esa que luchaba por mantenerse fuerte ante las adversidades que nos procuraban, amenazaba con romperse en cualquier instante. No importaba el escenario.—Si —respondí, no esperando que mi lenguaje corporal reflejase todo lo contrario.—Gia, la mafia es algo que va más allá de alianzas e intereses, ¿lo sabes…verdad? —me recordó—. Y cuando se ostenta de un poder tan grande como el peso de un cargo superior sobre tus hombres, debes asumir las responsabilidades sin importar lo demás.—
CarloMás tarde, luego de que Stella se marchara prometiendo una prueba de ADN para dentro de veinticuatro horas, cerré el grifo de la ducha; agaché cabeza y me permití evocar el cuerpo de Gia bajo el mío. Respiré hondo, todavía podía sentir la fuerte sacudida que me procuró estar dentro de ella, invadiendo cada delicioso centímetro hasta hacerla desfallecer. Esa devastadora presión que se instaló en mi vientre cuando alcanzamos juntos el clímax.Su humedad. Su pequeño y estrecho centro.Podía ser capaz de rememorar todo lo de esa noche, excepto el final. Ese donde ella se levantaba de la cama y se marchaba, dejándome con un corazón que insistía en perforarme el pecho y largarse corriendo hasta ella.Maldije para mis adentros.Salí de la ducha y me coloqué una toalla alrededor de las caderas. Cuando entré a la habitación, esperé echarme a la cama y descansar un poco, no encontrarme la mirada lasciva de Stella sentada en el filo de la cama.Piernas cruzadas dejando entrever su muslo. P
AnalíaEran pasadas las seis de la tarde.Estaba sentada frente al tocador cuando advertí el rumor de sus pasos, un instante después, me topé con la intensidad de su mirada.Exhalé.Mauro no necesitaba hacer demasiado para conseguir la respiración se me quedara atascada en la garganta, su sola presencia lo eclipsaba todo.No había sido silencioso al entrar, al contrario, quería que notara esa terrible sexualidad que emanaba su cuerpo bajo el marco de la puerta. Deslicé la mirada por su cintura, remarcada y endiosada por aquella camisa blanca y su cinturón.De repente, en un lugar discreto de mi imaginación, me asaltó la imagen de él completamente desnudo, aferrado a mi cintura mientras empujaba su pelvis contra la mía y penetraba cada centímetro de mi ser. Tragué saliva y cerré las piernas.Cínica.— ¿Soy yo o…tu lenguaje corporal está pidiéndome a gritos que te tome?—Probablemente seas tú —terrible mentira.—Sí, y probablemente vaya a tomarte.— ¿Ahora?—Ahora.Dios mío… ¿En que he
CarloNo dormía.En realidad, no lo había hecho durante las últimas semanas.Simplemente me tumbaba a la cama y oteaba por la ventana esperando que el horizonte me cazara observándole con devoción.Esa noche, no fue muy diferente a las anteriores, al menos hasta que escuché el rumor de unos pasos.Sombras y siseos.Me incorporé de súbito. Alcancé una camisa que había en la espalda de la silla y la pasé por encima de mi cabeza antes de abrir el cajón y sacar mi pistola.Tenía balas suficientes, así que no me encargué de revisar y simplemente la cargué apuntando hacia la puerta. Los pasos, aunque de pronto se detuvieron, deduje que no se trataba de una o dos personas, sino varias de ellas.Tragué saliva y avancé hasta recargarme contra la pared contigua a la puerta. De soslayo, miré el reloj, si quiera entraba la madrugada, pero el salón estaba lo suficientemente oscuro como para no poder vislumbrar a mis posibles enemigos, únicamente sus sombras.Apreté el mango de la pistola con fuer
SebastianEnmudecimos.Y no tanto porque esa verdad significara algo de lo que él no pudiese hacerse cargo, sino por el peso del resentimiento que tenía sobre sí mismo tras saber que se le había arrebatado la oportunidad durante seis años der ser un buen padre para ese crío.Habría tenido apenas dieciocho años en aquel entonces. Un crío haciéndose cargo de otro, pero era su jodida decisión, nadie tuvo que haber tenido el derecho a quitársela.Joder.No me creí capaz de soportarlo de haber estado en su lugar.— ¿Qué piensas hacer? —esta vez, fui yo quien preguntó.Carlo se desplomó en su butaca y negó con la cabeza.—No lo sé — era totalmente comprensible que no lo supiera—. ¿Hacerme cargo… quizás? Decirle, Hey, crio, soy tu padre, lamento no haber estado seis jodidos años de tu vida. Sucede que la mafia es una hija de la gran puta y bueno, las circunstancias finalmente me trajeron a ti de regreso.—Es una mierda de respuesta para un niño de seis años.—En su totalidad —concordó Mauro,
BellaSucedió cuatro horas antes.Un día despiadadamente sereno.Dasha se había quedado dormida bajo la mirada atenta de Luigi después de haber sido sedada en pos de una crisis. Guadalupe y Donato decidieron dar un largo paseo cerca del rio, una costumbre que llevaban practicando cada domingo durante años. Luego cenaban en el mejor restaurante de pastas de la ciudad, tomaban dos copas de vino cada uno y recordaban su juventud con muchísima devoción.Rigo también nos obligó a comer a mí y a las chicas. Descubrimos que aquel fornido hombre de facciones cotidianamente fruncidas tenía un don oculto para la cocina y lo demostró sentándonos frente a tres platos de ensalada de « Couscous », un platillo norteafricano que lo inspiró a hablarnos de sus raíces.Y es que Rigo Mansouri era un hombre que físicamente cruzaba los treinta y mentalmente nos hacía creer que estábamos en presencia de alguien que había vivido demasiadas décadas.Nacido en Argelia. Huérfano de padre y madre con apenas doce
Gia—Mujer. Diecinueve años. Posible intoxicación por sobredosis de estupefacientes —informó el paramédico a uno de los residentes.¡¿Sobredosis…?!¡No!¡Isabella no…!Dios mío…Tragué saliva y cogí una bocana de aire a tiempo que saltaba fuera del auto.Aún estaba aferrada a la mano laxa de Isabella cuando aquel grupo de enfermemos se la llevaron a urgencias. La habían tumbado a una camilla y colocado una mascarilla de oxígeno mientras se movían a toda velocidad y desaparecían tras las puertas que se encontraban al final del pasillo.Al principio, me costó dejarla. El miedo se había apoderado de mí en forma de desequilibrio. Contuve el aliento y retrocedí hasta tropezar con el pecho de Rigo.Me giré. Junto a él, Analía resistía al llanto.Aquel buen hombre me tomó de los hombros y me obligó a mirarle. La preocupación surcando en sus facciones.— ¿Por qué no te sientas? —me pidió y señaló una de las bancas en el pasillo.Asentí, no quería desmayarme y dar un problema más con el que li
CarloLa busqué en cada lado.Cafetería, sala de espera y habitaciones.También, pregunté a todo mundo.Nadie sabía nada de ella, hasta que la vi…Entraba tímida por las puertas de la capilla. Al principio, pensé en darle privacidad, quizás lo necesitaba y tampoco no era un buen momento para hablar de mis sentimientos ni de todo lo que había sucedido desde la última vez que nos vimos; mucho menos, si estábamos en un lugar público y sería mal visto un simple contacto con una mujer a días de anunciar mi boda con otra.La sociedad, a veces, era demasiado minuciosa con ese tipo de cosas, y los Leone no permitirían que se le añadiera otro escándalo más al que ya estaban atravesando con la muerte de Fabrizio de Santis.¿Pero desde cuando me importaba a mí la jodida sociedad…?Empujé la puerta despacio, no quería ser imprudente.Entonces, la vi. Gia estaba hincada de rodillas en el altar, frente a una solemne imagen de un cristo crucificado. Manos unidas en oración y el filo de sus dedos roz