Gia—Mujer. Diecinueve años. Posible intoxicación por sobredosis de estupefacientes —informó el paramédico a uno de los residentes.¡¿Sobredosis…?!¡No!¡Isabella no…!Dios mío…Tragué saliva y cogí una bocana de aire a tiempo que saltaba fuera del auto.Aún estaba aferrada a la mano laxa de Isabella cuando aquel grupo de enfermemos se la llevaron a urgencias. La habían tumbado a una camilla y colocado una mascarilla de oxígeno mientras se movían a toda velocidad y desaparecían tras las puertas que se encontraban al final del pasillo.Al principio, me costó dejarla. El miedo se había apoderado de mí en forma de desequilibrio. Contuve el aliento y retrocedí hasta tropezar con el pecho de Rigo.Me giré. Junto a él, Analía resistía al llanto.Aquel buen hombre me tomó de los hombros y me obligó a mirarle. La preocupación surcando en sus facciones.— ¿Por qué no te sientas? —me pidió y señaló una de las bancas en el pasillo.Asentí, no quería desmayarme y dar un problema más con el que li
CarloLa busqué en cada lado.Cafetería, sala de espera y habitaciones.También, pregunté a todo mundo.Nadie sabía nada de ella, hasta que la vi…Entraba tímida por las puertas de la capilla. Al principio, pensé en darle privacidad, quizás lo necesitaba y tampoco no era un buen momento para hablar de mis sentimientos ni de todo lo que había sucedido desde la última vez que nos vimos; mucho menos, si estábamos en un lugar público y sería mal visto un simple contacto con una mujer a días de anunciar mi boda con otra.La sociedad, a veces, era demasiado minuciosa con ese tipo de cosas, y los Leone no permitirían que se le añadiera otro escándalo más al que ya estaban atravesando con la muerte de Fabrizio de Santis.¿Pero desde cuando me importaba a mí la jodida sociedad…?Empujé la puerta despacio, no quería ser imprudente.Entonces, la vi. Gia estaba hincada de rodillas en el altar, frente a una solemne imagen de un cristo crucificado. Manos unidas en oración y el filo de sus dedos roz
GiaEstar con él, por el momento, ya no era una posibilidad.Pero si, era cierto que a veces olvidaba en presencia de quien estaba.Al principio, su mera cercanía me produjo un repentino escalofrío que recorrió partes de mi cuerpo que si quiera sabía podían ser tan sensibles. Luego, me inmovilizó de pies a cabeza, al menos hasta que me estrelló contra la puerta y me devoró con un beso.Ahogué una exclamación en su boca.Mis huesos crujieron y mis piernas se entumecieron.Apenas y fui capaz de reaccionar. Abrí los ojos, atónita y enfurecida por el contacto. Jamás imaginé experimentar una sensación tan intensa como esa, si quiera en todas esas veces que hacíamos el amor hasta perder el juicio.Esta vez, fue diferente, creí que me desintegraría en aquel contacto.En aquel beso…Creí, por un momento, que podíamos con lo invencible.Pero esa certeza no duró demasiado, no si una parte de mí era plenamente consciente de lo que significaba aquel beso. Carlo no me dejaría ir, no sería capaz de
GiaCapturó mi trasero y me levantó del suelo. Por inercia, mis piernas se enroscaron a su cintura. Nos llevó hasta la mesa de las ofrendas y me sentó sobre la superficie de piedra, levantándome la falda y volviéndome a apartar las bragas a un lado.No nos desnudaríamos por completo, haríamos el amor como dos locos amantes, y extrañamente, no me importaba, siquiera cuando sabía que iba a casarse con otra mujer. Y es que Carlo Ferragni me pertenecía en cuerpo y alma.Me hice del cinturón de su pantalón y la bajé la cremallera con habilidad. Liberé una creciente erección que deseaba invadirme. La capturé en mis manos al tiempo que Carlo liberaba un jadeo. Comencé a acariciarla, de arriba hasta abajo. Lento y rápido.Sus ojos me observaron poderosos un segundo antes de abandonar mi boca. Estaba listo para invadirme. Yo estaba lista para la bienvenida.Con una mano, volvió a apartar mis bragas y con la otra guio su erección hasta mi entrada. Me invadió, poderoso y erótico. Al principio, a
SebastianAdministrar las emociones para no perder el juicio.Eso me había dicho mi padre cuando cumplí la mayoría de edad y dejó en mí poder un imperio del que hacerme cargo. Pero ya no era más un simple crio, y ese imperio se me estaba escapando de las manos.Era cierto que ahora gozaba de destreza y experiencia, pero era precisamente eso lo que delimitaba mis reacciones. Si yo me equivocaba, si yo fallaba, todos lo harían.Suspiré.Lloviznaba esa mañana en roma. En realidad, todavía no amanecía en su totalidad. Tan solo un atisbo de luz se desplazaba por el cielo dándole la bienvenida.Las pequeñas gotas caían sobre el rio y borraban la impetuosa imagen del Grand Palace dibujándose en el.Aquel lugar había sido testigo de mi primer amanecer con Isabella.Había pasado un año desde entonces. Nadie me puso en advertencia de lo difícil que sería, y aunque lo hubiesen hecho, probablemente habría corrido el riesgo.Di una última calada a mi cigarrillo antes de percibir la presencia de mi
Bella— ¿Qué…? —Torcí el gesto, desconcertada —No, yo… —negué con la cabeza—. Yo no he consumido. Al menos no desde esa vez.—Isabella… — mi nombre nunca había estado acompañado del peso de la decepción, no hasta ese segundo.—Te he dicho que no he consumido —aseveré—Y sin embargo los exámenes arrojan todo lo contrario.Entrecerró los ojos y se puso de pie. Guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó hasta la ventana. La imagen que tuve en ese instante de él me pareció demasiado lejana.Inalcanzable.Fuera seguía lloviendo a cántaros y el clima no cedería, no si el cielo amenazaba con venirse abajo.Saqué los pies de las sábanas y los clavé en el suelo. El calor que había sentido hace un par de minutos ahora había sido sustituido por un fuerte escalofrío provocado por el ambiente desolador que se mecía en aquellas cuatro paredes.Avancé arrastrando el perchero metálico que portaba el suelo. En un principio, me costó acostumbrarme al vértigo que sacudió el piso bajo la p
Analía Mauro dormía ajeno a que yo observaba su enloquecedora belleza. Ceño fruncido y respiración lenta. No me extrañó descubrir en él el rastro de unas terribles ojeras y la pesadumbre de todo su semblante.Deslicé la vista por el resto de su cuerpo.Se había quedado dormido en el sillón junto a la ventana. La corbata desecha y los tres primeros botones de su camisa abiertos.Había pasado una semana desde que Isabella ingresó de interna al hospital y ninguno de sus hermanos había concebido la vida del mismo modo.Despacio, acerqué una mano a su rostro y repase las líneas de su frente. Por un instante, disfruté del modo en el que los primeros destellos del amanecer dibujaban sombras sobre su piel tersa y pálida.Mauro se removió bajo mi tacto, pero estaba tan profundamente dormido que el contacto simplemente consiguió que cambiara su posición sobre la silla. Me pregunté si soñaba, o si la culpa le atormentaba, de cualquier forma, una parte de él, si es que no toda, estaba destrozad
GiaFue como una descarga.—Gia… —su voz. Poderosa. Varonil.Tuve que sostenerme de la pared más cercana y coger aire porque creí que me desintegraría.Esperé un instante, y luego empecé a caminar fuera del hospital. Quizás el viento conseguiría aligerar la tensión de mis músculos.— ¿Cómo estás? —Preguntó tras mi silencio—. ¿Cómo está Isabella?—La atención en el hospital es acogedora. Ella está haciéndolo muy bien —respondí, entonces, lo escuché suspirar de alivio.— ¿Y tú, Gia, cómo estás tú? Háblame de ti.—Bueno, tengo a Greco siguiéndome la espalda como una sombra. Es tu jefe de seguridad, debería estar cuidando de ti y no de mí.—No, cariño. Tu seguridad es más importante que la mía propia.El corazón, sin previo aviso, se me saltó un latido.—La tuya también es importante para mí —susurré—. Por favor, se prudente.— ¿Lo dices por la llamada? Es ilocalizable. Te lo he dicho antes.—Siempre piensas en todo, ¿no es así?—Digamos que por ti, Gia Parisi, no hay nada en el mundo que