GiaCapturó mi trasero y me levantó del suelo. Por inercia, mis piernas se enroscaron a su cintura. Nos llevó hasta la mesa de las ofrendas y me sentó sobre la superficie de piedra, levantándome la falda y volviéndome a apartar las bragas a un lado.No nos desnudaríamos por completo, haríamos el amor como dos locos amantes, y extrañamente, no me importaba, siquiera cuando sabía que iba a casarse con otra mujer. Y es que Carlo Ferragni me pertenecía en cuerpo y alma.Me hice del cinturón de su pantalón y la bajé la cremallera con habilidad. Liberé una creciente erección que deseaba invadirme. La capturé en mis manos al tiempo que Carlo liberaba un jadeo. Comencé a acariciarla, de arriba hasta abajo. Lento y rápido.Sus ojos me observaron poderosos un segundo antes de abandonar mi boca. Estaba listo para invadirme. Yo estaba lista para la bienvenida.Con una mano, volvió a apartar mis bragas y con la otra guio su erección hasta mi entrada. Me invadió, poderoso y erótico. Al principio, a
SebastianAdministrar las emociones para no perder el juicio.Eso me había dicho mi padre cuando cumplí la mayoría de edad y dejó en mí poder un imperio del que hacerme cargo. Pero ya no era más un simple crio, y ese imperio se me estaba escapando de las manos.Era cierto que ahora gozaba de destreza y experiencia, pero era precisamente eso lo que delimitaba mis reacciones. Si yo me equivocaba, si yo fallaba, todos lo harían.Suspiré.Lloviznaba esa mañana en roma. En realidad, todavía no amanecía en su totalidad. Tan solo un atisbo de luz se desplazaba por el cielo dándole la bienvenida.Las pequeñas gotas caían sobre el rio y borraban la impetuosa imagen del Grand Palace dibujándose en el.Aquel lugar había sido testigo de mi primer amanecer con Isabella.Había pasado un año desde entonces. Nadie me puso en advertencia de lo difícil que sería, y aunque lo hubiesen hecho, probablemente habría corrido el riesgo.Di una última calada a mi cigarrillo antes de percibir la presencia de mi
Bella— ¿Qué…? —Torcí el gesto, desconcertada —No, yo… —negué con la cabeza—. Yo no he consumido. Al menos no desde esa vez.—Isabella… — mi nombre nunca había estado acompañado del peso de la decepción, no hasta ese segundo.—Te he dicho que no he consumido —aseveré—Y sin embargo los exámenes arrojan todo lo contrario.Entrecerró los ojos y se puso de pie. Guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó hasta la ventana. La imagen que tuve en ese instante de él me pareció demasiado lejana.Inalcanzable.Fuera seguía lloviendo a cántaros y el clima no cedería, no si el cielo amenazaba con venirse abajo.Saqué los pies de las sábanas y los clavé en el suelo. El calor que había sentido hace un par de minutos ahora había sido sustituido por un fuerte escalofrío provocado por el ambiente desolador que se mecía en aquellas cuatro paredes.Avancé arrastrando el perchero metálico que portaba el suelo. En un principio, me costó acostumbrarme al vértigo que sacudió el piso bajo la p
Analía Mauro dormía ajeno a que yo observaba su enloquecedora belleza. Ceño fruncido y respiración lenta. No me extrañó descubrir en él el rastro de unas terribles ojeras y la pesadumbre de todo su semblante.Deslicé la vista por el resto de su cuerpo.Se había quedado dormido en el sillón junto a la ventana. La corbata desecha y los tres primeros botones de su camisa abiertos.Había pasado una semana desde que Isabella ingresó de interna al hospital y ninguno de sus hermanos había concebido la vida del mismo modo.Despacio, acerqué una mano a su rostro y repase las líneas de su frente. Por un instante, disfruté del modo en el que los primeros destellos del amanecer dibujaban sombras sobre su piel tersa y pálida.Mauro se removió bajo mi tacto, pero estaba tan profundamente dormido que el contacto simplemente consiguió que cambiara su posición sobre la silla. Me pregunté si soñaba, o si la culpa le atormentaba, de cualquier forma, una parte de él, si es que no toda, estaba destrozad
GiaFue como una descarga.—Gia… —su voz. Poderosa. Varonil.Tuve que sostenerme de la pared más cercana y coger aire porque creí que me desintegraría.Esperé un instante, y luego empecé a caminar fuera del hospital. Quizás el viento conseguiría aligerar la tensión de mis músculos.— ¿Cómo estás? —Preguntó tras mi silencio—. ¿Cómo está Isabella?—La atención en el hospital es acogedora. Ella está haciéndolo muy bien —respondí, entonces, lo escuché suspirar de alivio.— ¿Y tú, Gia, cómo estás tú? Háblame de ti.—Bueno, tengo a Greco siguiéndome la espalda como una sombra. Es tu jefe de seguridad, debería estar cuidando de ti y no de mí.—No, cariño. Tu seguridad es más importante que la mía propia.El corazón, sin previo aviso, se me saltó un latido.—La tuya también es importante para mí —susurré—. Por favor, se prudente.— ¿Lo dices por la llamada? Es ilocalizable. Te lo he dicho antes.—Siempre piensas en todo, ¿no es así?—Digamos que por ti, Gia Parisi, no hay nada en el mundo que
GiaLa respiración ardió en mi pecho un segundo antes de llegar a mi garganta.No hizo falta preguntar de que se trataba todo esto si la respuesta era muy clara. La mafia no descansaba, si quiera cuando creías que lo hacía o podías escabullirte de ella en las sombras. Ella siempre te alcanzaba.Carlo me empujó contra el asiento cuando los cristales amenazaron con romperse y me colocó el cinturón de seguridad. Mientras tanto, con la otra mano, intentaba maniobrar el volante para que no nos rodearan; de lo contrario, estaríamos perdidos. Quienes estuvieran detrás de aquella emboscada no tendrían clemencia.La gente que había a los alrededores comenzó a gritar y a moverse de un lado a otro. Carlo, sin intenciones de detenerse, derrapó en las calles húmedas y se hizo inmediatamente del control con una habilidad de la que no cualquiera podía gozar.Ahora que teníamos a aquellas suburban siguiéndonos, Carlo bajó la ventana y efectuó al menos siete tiros. Dos de ellos volaron en mil pedazos
GiaCarlo se colocó uno de esos dispositivos de comunicación que compartía con los chicos y llamó a Luigi.El joven esbirro siempre estaba preparado al otro lado de la línea. Contestó después de un tono, lo supe porque la llamada empezó a marcar los segundos en la pantalla del auto.—Tengo un Audi A7 pegado al trasero como una mosca. —Carlo se tensó los hombros un segundo antes de dar la siguiente información—. DC 028 QI… Si… rastréalo.Esperó un par de segundos más a la línea esperando a recibir nueva información. Y cuando lo hizo, todo de él se convirtió en una furia primitiva.Apretó la mandíbula y cerró los ojos un instante antes de arrancarse el auricular de la oreja.Cogió su móvil y tecleó varias veces antes de volver la vista a la carretera.— ¿Qué está mal? —pregunté.— ¿Por qué crees que lo estaría? ¿Te sientes en peligro conmigo?—Aunque tu lenguaje corporal no sea fácil de leer, te conozco demasiado bien. Además, cambiaste de tema, y eso lo haces cuando no quieres hablar d
AnalíaSeis horas antes de que el caos irrumpiera sin desacato y la sangre se derramara.Pudo haber sido un día cualquiera; sin embargo, desde un principio, supe que estaba muy lejos de serlo.Esa mañana, no fui la primera en despertar. Luigi ya lo había hecho con anterioridad y me topé con él un segundo antes de que desapareciera por una puerta.Ambos fruncimos el ceño al vernos. Él con una taza de café y un libro de crecimiento personal en la mano. Yo con unas ansias locas por un sorbo de bebida caliente.A diferencia del resto de la temporada, ese día amenazaba con un torrencial de agua digno de quebrarle los huesos a cualquiera.El joven esbirro echó un vistazo a su reloj. No hizo falta que me lo dijera, yo ya sabía que apenas eran las cuatro de la mañana.— ¿Madrugas? —pregunté, acompañándole a donde sea que se dirigía.—Hago turno —se encogió de hombros y bebió un sorbo de su café—. Hoy me tocan las cabinas de cámaras de seguridad.De repente, me atravesó un escalofrío. Tragué s