GiaLa respiración ardió en mi pecho un segundo antes de llegar a mi garganta.No hizo falta preguntar de que se trataba todo esto si la respuesta era muy clara. La mafia no descansaba, si quiera cuando creías que lo hacía o podías escabullirte de ella en las sombras. Ella siempre te alcanzaba.Carlo me empujó contra el asiento cuando los cristales amenazaron con romperse y me colocó el cinturón de seguridad. Mientras tanto, con la otra mano, intentaba maniobrar el volante para que no nos rodearan; de lo contrario, estaríamos perdidos. Quienes estuvieran detrás de aquella emboscada no tendrían clemencia.La gente que había a los alrededores comenzó a gritar y a moverse de un lado a otro. Carlo, sin intenciones de detenerse, derrapó en las calles húmedas y se hizo inmediatamente del control con una habilidad de la que no cualquiera podía gozar.Ahora que teníamos a aquellas suburban siguiéndonos, Carlo bajó la ventana y efectuó al menos siete tiros. Dos de ellos volaron en mil pedazos
GiaCarlo se colocó uno de esos dispositivos de comunicación que compartía con los chicos y llamó a Luigi.El joven esbirro siempre estaba preparado al otro lado de la línea. Contestó después de un tono, lo supe porque la llamada empezó a marcar los segundos en la pantalla del auto.—Tengo un Audi A7 pegado al trasero como una mosca. —Carlo se tensó los hombros un segundo antes de dar la siguiente información—. DC 028 QI… Si… rastréalo.Esperó un par de segundos más a la línea esperando a recibir nueva información. Y cuando lo hizo, todo de él se convirtió en una furia primitiva.Apretó la mandíbula y cerró los ojos un instante antes de arrancarse el auricular de la oreja.Cogió su móvil y tecleó varias veces antes de volver la vista a la carretera.— ¿Qué está mal? —pregunté.— ¿Por qué crees que lo estaría? ¿Te sientes en peligro conmigo?—Aunque tu lenguaje corporal no sea fácil de leer, te conozco demasiado bien. Además, cambiaste de tema, y eso lo haces cuando no quieres hablar d
AnalíaSeis horas antes de que el caos irrumpiera sin desacato y la sangre se derramara.Pudo haber sido un día cualquiera; sin embargo, desde un principio, supe que estaba muy lejos de serlo.Esa mañana, no fui la primera en despertar. Luigi ya lo había hecho con anterioridad y me topé con él un segundo antes de que desapareciera por una puerta.Ambos fruncimos el ceño al vernos. Él con una taza de café y un libro de crecimiento personal en la mano. Yo con unas ansias locas por un sorbo de bebida caliente.A diferencia del resto de la temporada, ese día amenazaba con un torrencial de agua digno de quebrarle los huesos a cualquiera.El joven esbirro echó un vistazo a su reloj. No hizo falta que me lo dijera, yo ya sabía que apenas eran las cuatro de la mañana.— ¿Madrugas? —pregunté, acompañándole a donde sea que se dirigía.—Hago turno —se encogió de hombros y bebió un sorbo de su café—. Hoy me tocan las cabinas de cámaras de seguridad.De repente, me atravesó un escalofrío. Tragué s
BellaSe desató incluso mucho antes de que alguno de los dos fuese capaz de detenerlo.—Escúchame, Isabella —suplicó, y al dar un paso al frente, yo retrocedí otros dos.No quería tenerle cerca.Me negaba a compartir el mismo espacio con él.—Me dejaste sola —gimoteé aturdida y negué con la cabeza—. ¡Me dejaste jodidamente sola en este lugar!—Necesito que me escuches, por favor —dijo, al tiempo que trataba de alcanzarme.Esquivé el contacto y le empujé.— ¡No me toques! ¡No te acerques a mí! —chillé sabiendo que se me quebraría la voz.—Bella…— ¡No! —Le señalé — ¡¿Cómo te atreves a pedirme que lo haga, eh?! —bramé violenta—. ¡¿Cómo te atreves a pedirme que te escuche?!Sus ojos azules se oscurecieron de golpe, regalándome la imagen más destrozada que obtendría de él. Tragó saliva y trató por todos los medios de recuperar el aliento; no lo consiguió, todo de él parecía haberse estampado de bruces contra un muro gigante de concreto.Uno que nos separaba dolorosamente el uno del otro.
BellaCaí de rodillas en el asfalto.Una lluvia caudalosa protagonizándolo todo.El llanto.Asfixiante y desmedido.Fue justo cuando clavé las manos en el pavimento que descubrí los pequeños surcos de sangre.Bajé la mirada.La visión que tuve de mí en ese instante fue por demás desastrosa. La tela de mis pantalones estaba rasgada y tenía las rodillas heridas, consecuencia del impacto. También estaba empapada de agua y el viento azotaba con tanta fuerza hasta hacerme estremecer. Pero nada de eso significó tanto como la desolación que sentí cuando miré a Sebastian.— ¡Isabella! —gritó bajo la tormenta.Se encontraba a unos metros de distancia lejos de mí, arrodillado en el suelo e importándole poco su propia sangre, contrario a eso, se horrorizó por la mía.Me incliné hacía adelante y tomé impulso para levantarme.Necesitaba alejarme de allí.Necesitaba poner distancia entre él y todo el caos que ahora mismo nos sobrepasaba. Y debía hacerlo porque me creía capaz de resistir por demasia
GiaEl zumbido de mis propios latidos.FerozDesquiciante.Entremezclándose con el golpeteo de gruesas gotas de lluvia salpicando en las ventanas y la carrocería del auto.Adrenalina.Sagaz y estremecedora.Sentí el cuerpo a punto de explotarme.Me atravesó un escalofrío en cuanto escuché la voz de Mauro a través del auricular que me había proporcionado Greco.—Hola, guapa.Cerré los ojos y contuve el aliento por un segundo.—Dime que estoy cometiendo una locura —le pedí, un tanto nerviosa.En realidad aquella sensación solo existía porque temía llegar tarde a la catedral y encontrarme con que el amor de mi vida se había casado con una mujer que no era yo.—Estás cometiendo una locura —pude imaginar una sonrisa resignada en sus labios—, pero procura que cada segundo de este arrebato valga la pena, ¿de acuerdo?—De acuerdo.Un instante más tarde, cuando la basílica di Santa Maria Maggiore se levantó imperiosa en frente de mis ojos, creí que terminaría escupiendo el corazón por la boca.
BellaAunque hubiese hecho hasta lo imposible por mantenerme a salvo, habría sido en vano.Estábamos rodeados por al menos una cuadrilla de quince hombres, y entre ellos, la sombra de Fabiano Calderone se abría paso absolutamente poderosa.No teníamos escapatoria, y de haberla buscado, las posibilidades se reducirían a cero. Quizás eso fue lo que impulsó a Rigo a empujarme detrás de su espalda. Echó mano a la cinturilla de su pantalón y soltó una maldición baja cuando descubrió que estaba desarmado.Desvió la mirada hacia el vehículo y cerró los ojos un segundo antes de suspirar.Sí, estábamos acabados, y las cosas no tardarían en ponerse feas.—Mantente detrás de mí, ¿de acuerdo? —susurró para que solo yo alcanzara a escucharle.Apreté su mano para que supiera que lo había escuchado, pero, de haber estado armado, no me habría sentido tan asustada.Indefensos y sin refuerzos.¿Qué final podría tener aquella emboscada?El suburban estaba a una distancia que pudo habernos dado un ápice
SebastianRecordé el instante en que Isabella cumplió la mayoría de edad. Lo hizo estando bajo los efectos del alcohol y sonriendo bajo mis sábanas.No me malinterpreten.Si quiera fui capaz de tocarle una hebra de cabello ese día.Sus mejillas estaban rosadas bajo un suave mechón de cabello marrón, y aunque sus preciosos ojos redondos me advirtieron del denso huracán que se avecinaría si sucumbía, lo hice a pesar del riesgo.Sucumbí sabiendo que las consecuencias de ese amor no tardarían en hacerme perder la cabeza.Justo como ahora.Tuve que aferrarme con fuerza a la carrocería del auto para no perder el equilibrio.Cuando dejé de tener comunicación con Rigo advertí el peligro demasiado rápido. En seguida, Luigi se encargó de rastrear el vehículo y dieron con él a las afueras de un parque.Justo por donde pasaba el rio Tiber.Veinticinco minutos fueron suficientes para descubrir que el corazón de mi jefe de seguridad y gran amigo, aún latía; sin embargo, había perdido suficiente san