48. Enfrentar lo imprevisible

Bella

Caí de rodillas en el asfalto.

Una lluvia caudalosa protagonizándolo todo.

El llanto.

Asfixiante y desmedido.

Fue justo cuando clavé las manos en el pavimento que descubrí los pequeños surcos de sangre.

Bajé la mirada.

La visión que tuve de mí en ese instante fue por demás desastrosa. La tela de mis pantalones estaba rasgada y tenía las rodillas heridas, consecuencia del impacto. También estaba empapada de agua y el viento azotaba con tanta fuerza hasta hacerme estremecer. Pero nada de eso significó tanto como la desolación que sentí cuando miré a Sebastian.

— ¡Isabella! —gritó bajo la tormenta.

Se encontraba a unos metros de distancia lejos de mí, arrodillado en el suelo e importándole poco su propia sangre, contrario a eso, se horrorizó por la mía.

Me incliné hacía adelante y tomé impulso para levantarme.

Necesitaba alejarme de allí.

Necesitaba poner distancia entre él y todo el caos que ahora mismo nos sobrepasaba. Y debía hacerlo porque me creía capaz de resistir por demasia
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