GiaEl zumbido de mis propios latidos.FerozDesquiciante.Entremezclándose con el golpeteo de gruesas gotas de lluvia salpicando en las ventanas y la carrocería del auto.Adrenalina.Sagaz y estremecedora.Sentí el cuerpo a punto de explotarme.Me atravesó un escalofrío en cuanto escuché la voz de Mauro a través del auricular que me había proporcionado Greco.—Hola, guapa.Cerré los ojos y contuve el aliento por un segundo.—Dime que estoy cometiendo una locura —le pedí, un tanto nerviosa.En realidad aquella sensación solo existía porque temía llegar tarde a la catedral y encontrarme con que el amor de mi vida se había casado con una mujer que no era yo.—Estás cometiendo una locura —pude imaginar una sonrisa resignada en sus labios—, pero procura que cada segundo de este arrebato valga la pena, ¿de acuerdo?—De acuerdo.Un instante más tarde, cuando la basílica di Santa Maria Maggiore se levantó imperiosa en frente de mis ojos, creí que terminaría escupiendo el corazón por la boca.
BellaAunque hubiese hecho hasta lo imposible por mantenerme a salvo, habría sido en vano.Estábamos rodeados por al menos una cuadrilla de quince hombres, y entre ellos, la sombra de Fabiano Calderone se abría paso absolutamente poderosa.No teníamos escapatoria, y de haberla buscado, las posibilidades se reducirían a cero. Quizás eso fue lo que impulsó a Rigo a empujarme detrás de su espalda. Echó mano a la cinturilla de su pantalón y soltó una maldición baja cuando descubrió que estaba desarmado.Desvió la mirada hacia el vehículo y cerró los ojos un segundo antes de suspirar.Sí, estábamos acabados, y las cosas no tardarían en ponerse feas.—Mantente detrás de mí, ¿de acuerdo? —susurró para que solo yo alcanzara a escucharle.Apreté su mano para que supiera que lo había escuchado, pero, de haber estado armado, no me habría sentido tan asustada.Indefensos y sin refuerzos.¿Qué final podría tener aquella emboscada?El suburban estaba a una distancia que pudo habernos dado un ápice
SebastianRecordé el instante en que Isabella cumplió la mayoría de edad. Lo hizo estando bajo los efectos del alcohol y sonriendo bajo mis sábanas.No me malinterpreten.Si quiera fui capaz de tocarle una hebra de cabello ese día.Sus mejillas estaban rosadas bajo un suave mechón de cabello marrón, y aunque sus preciosos ojos redondos me advirtieron del denso huracán que se avecinaría si sucumbía, lo hice a pesar del riesgo.Sucumbí sabiendo que las consecuencias de ese amor no tardarían en hacerme perder la cabeza.Justo como ahora.Tuve que aferrarme con fuerza a la carrocería del auto para no perder el equilibrio.Cuando dejé de tener comunicación con Rigo advertí el peligro demasiado rápido. En seguida, Luigi se encargó de rastrear el vehículo y dieron con él a las afueras de un parque.Justo por donde pasaba el rio Tiber.Veinticinco minutos fueron suficientes para descubrir que el corazón de mi jefe de seguridad y gran amigo, aún latía; sin embargo, había perdido suficiente san
GiaVolver a verle me cortó el aliento.Carlo irrumpió en la habitación tan pronto Alessandro se quedó dormido. Lo coloqué en su cuna e intenté por todos los medios ocultar cada una de mis reacciones.Se me habían disparado los latidos.Apreté los ojos con fuerza y me obligué a hacerle frente a la situación.Al principio, el silencio se instaló en medio de nosotros. Me sentía como si fuese la primera vez que compartía un espacio a solas con él. Y en cierto modo, así era, el hombre que tenía en frente de mi estaba muy lejos de ser el Carlo que me había amado hasta creer que podríamos contra todo.Que equivocada estaba.—Gia…Mi nombre en sus labios casi me pareció una súplica.De pronto, volví a sentir ese repentino escalofrío que me provocaba escuchar su voz.Su existencia.¡Dios mío…!¡Era tan débil cuando se trataba de él!Quizás por eso me di la vuelta para evitar mirarle a los ojos.—Es tu noche de bodas, no deberías estar aquí —musité, y ni siquiera sé porque dije eso.Me arrepen
Carlo11:33 p.mMe quedé inmóvil durante un par de segundos, preguntándome si aquella imagen era real.Y joder, lo era.Gia estaba allí, a unos seis e innecesarios metros de distancia, corriendo hacía a mi como si su vida entera dependiera de ello.En un principio, me alertó saber que un auto se aproximaba, hasta que estuvo lo suficientemente cerca cómo saber que era uno de los míos. Quizás hubo un cambio de planes a último minuto, pensé, al menos un segundo antes de que Greco disminuyera la velocidad y Enzo bajara del copiloto para abrir la puerta trasera del vehículo.Entonces la vi.Y me pareció como si lo hiciera por primera vez, o como si fuese un maldito sueño del que no me hubiese gustado despertar.Me permití observarla, ella también lo hizo. Me engulló con aquellos preciosos ojos azules y esperó que Greco le diese la orden para avanzar.No lo pensó dos veces.Y ahora venía corriendo hacia mí sabiendo que mis brazos estarían abiertos para atraparla en un intenso contacto. No
BellaAtardecía.Y lo único que me importaba en ese momento era saber si Rigo había sobrevivido a aquella herida de bala.No recordaba el tiempo exacto que llevaba sentaba en aquella roca, observando como las olas se formaban como dos espesas nubes de agua y rompían en la orilla, rociándome los talones.Detrás, en aquel lejano horizonte cubierto de neblina, se levantaba un imperioso risco que me separaba de roma.Las últimas veinticuatro horas habían pasado sin apenas sentirlas. Las siete primeras dormí hasta creer que el agotamiento no me permitiría reaccionar. Al medio día, si quiera se me pidió bajar a un comedor propio de un hombre como Fabiano, sino que se me obligó al declinar aquella particular invitación.Solo éramos él y yo, cada uno en su extremo de la mesa. Fue una suerte que las siguientes horas me permitiera dar un paseo en los al rededores de la casa, quizás fue porque todo el mundo estaba ocupado en los preparativos de una misteriosa e intimida velada.Hubo un instante
BellaCuando observé a la Isabella acicalada que me devolvía la mirada a través del reflejo del enorme espejo de aquel salón, descubrí dos cosas.Sofía Caruso y aquella increíble sonrisa de superioridad que tanto le caracterizaba.—Hola, Isabella —me engulló vanidosa.Iba metida dentro de un escandaloso vestido verde coctel. Cabello suelto y un sutil maquillaje digno de elevar sus facciones.Aquel no era un encuentro cualquiera, por supuesto que no. Su presencia en Terracina tenía un único propósito, y es que la hija de puta estaba trabajando para Fabiano Calderone, de lo contrario, que estuviese allí no cobraba ningún sentido.De repente, las ganas de trincarle del cuello me asaltaron de súbito. Y a punto estuve de hacerlo cuando unos dedos se enroscaron en mi muñeca.— ¿Te gustan las sorpresas, Bella? —me susurró Fabiano al oído.Le miré de soslayo. Iba de traje y bien perfumado.— ¿Qué significa esto? —pregunté, intentando de cualquier modo mantener el temple.Sofía caminó presuntu
BellaSofía no se equivocó cuando me dijo que contemplaría el suicidio luego de esta noche. Sabía muy bien lo que decía, y yo como una tonta no advertí el terrible trasfondo de aquellas palabras.Una docena de hombros.Todos ellos enmascarados.Alcohol. Euforia y unas terribles ganas de saciar sus ambiciones más carnales.Retrocedí un paso.Mi corazón había dejado de latir para reanudar su marcha de una forma casi esquizofrénica. Nunca lo había sentido tan fuerte. Desquiciado.Presentía el pánico.Y lo hacía hasta en el último rincón de mi piel.Y es que si quiera se comparaba con todas aquellas veces en las que Sandro Vitale y yo compartíamos un espacio a solas. No, esto era más feroz, más alarmante.No presté tanta atención a los comentarios que compartían entre si los hombres de aquella como a todos y a cada uno de los puntos por el que podría encontrar una vía de escape.No la conseguí.Cada puerta y ventana estaba siendo custodiaba por dos hombres a cada lado.¡Dios mío…!¡Aquel