Carlo11:33 p.mMe quedé inmóvil durante un par de segundos, preguntándome si aquella imagen era real.Y joder, lo era.Gia estaba allí, a unos seis e innecesarios metros de distancia, corriendo hacía a mi como si su vida entera dependiera de ello.En un principio, me alertó saber que un auto se aproximaba, hasta que estuvo lo suficientemente cerca cómo saber que era uno de los míos. Quizás hubo un cambio de planes a último minuto, pensé, al menos un segundo antes de que Greco disminuyera la velocidad y Enzo bajara del copiloto para abrir la puerta trasera del vehículo.Entonces la vi.Y me pareció como si lo hiciera por primera vez, o como si fuese un maldito sueño del que no me hubiese gustado despertar.Me permití observarla, ella también lo hizo. Me engulló con aquellos preciosos ojos azules y esperó que Greco le diese la orden para avanzar.No lo pensó dos veces.Y ahora venía corriendo hacia mí sabiendo que mis brazos estarían abiertos para atraparla en un intenso contacto. No
BellaAtardecía.Y lo único que me importaba en ese momento era saber si Rigo había sobrevivido a aquella herida de bala.No recordaba el tiempo exacto que llevaba sentaba en aquella roca, observando como las olas se formaban como dos espesas nubes de agua y rompían en la orilla, rociándome los talones.Detrás, en aquel lejano horizonte cubierto de neblina, se levantaba un imperioso risco que me separaba de roma.Las últimas veinticuatro horas habían pasado sin apenas sentirlas. Las siete primeras dormí hasta creer que el agotamiento no me permitiría reaccionar. Al medio día, si quiera se me pidió bajar a un comedor propio de un hombre como Fabiano, sino que se me obligó al declinar aquella particular invitación.Solo éramos él y yo, cada uno en su extremo de la mesa. Fue una suerte que las siguientes horas me permitiera dar un paseo en los al rededores de la casa, quizás fue porque todo el mundo estaba ocupado en los preparativos de una misteriosa e intimida velada.Hubo un instante
BellaCuando observé a la Isabella acicalada que me devolvía la mirada a través del reflejo del enorme espejo de aquel salón, descubrí dos cosas.Sofía Caruso y aquella increíble sonrisa de superioridad que tanto le caracterizaba.—Hola, Isabella —me engulló vanidosa.Iba metida dentro de un escandaloso vestido verde coctel. Cabello suelto y un sutil maquillaje digno de elevar sus facciones.Aquel no era un encuentro cualquiera, por supuesto que no. Su presencia en Terracina tenía un único propósito, y es que la hija de puta estaba trabajando para Fabiano Calderone, de lo contrario, que estuviese allí no cobraba ningún sentido.De repente, las ganas de trincarle del cuello me asaltaron de súbito. Y a punto estuve de hacerlo cuando unos dedos se enroscaron en mi muñeca.— ¿Te gustan las sorpresas, Bella? —me susurró Fabiano al oído.Le miré de soslayo. Iba de traje y bien perfumado.— ¿Qué significa esto? —pregunté, intentando de cualquier modo mantener el temple.Sofía caminó presuntu
BellaSofía no se equivocó cuando me dijo que contemplaría el suicidio luego de esta noche. Sabía muy bien lo que decía, y yo como una tonta no advertí el terrible trasfondo de aquellas palabras.Una docena de hombros.Todos ellos enmascarados.Alcohol. Euforia y unas terribles ganas de saciar sus ambiciones más carnales.Retrocedí un paso.Mi corazón había dejado de latir para reanudar su marcha de una forma casi esquizofrénica. Nunca lo había sentido tan fuerte. Desquiciado.Presentía el pánico.Y lo hacía hasta en el último rincón de mi piel.Y es que si quiera se comparaba con todas aquellas veces en las que Sandro Vitale y yo compartíamos un espacio a solas. No, esto era más feroz, más alarmante.No presté tanta atención a los comentarios que compartían entre si los hombres de aquella como a todos y a cada uno de los puntos por el que podría encontrar una vía de escape.No la conseguí.Cada puerta y ventana estaba siendo custodiaba por dos hombres a cada lado.¡Dios mío…!¡Aquel
BellaTodo se convirtió en obscuridad en ese momento.Me abracé a mí misma en el suelo y apreté los ojos con tanta fuerza que por instante creí que terminaría haciéndome daño.Primero, se hizo el silencio.Abrumador.Pero bastó un segundo para que el caos estallara a mí alrededor.Gritos.Golpes.Maldiciones y estupefacción.El caos se estaba desatando sin compasión en el centro de aquel salón y a mí lo único que me importó fue encontrarme con sus ojos.Tan azules como capaces de consumirlo todo.Intenté ponerme de pie, y aunque todo mi cuerpo trepidaba, logré encontrar un equilibrio que pronto se vino abajo.Alguien tiró de mí de regreso al piso.— ¡Ven aquí, maldita zorra! —gruñó uno de los hombres que un principio había rasgado la tela de mi vestido.Caí de bruces en el suelo. El tipo fue lo suficientemente inteligente como para saber que aquella reyerta había sido ejecutada en pos de rescatarme, por eso me trincó el cabello y me arrastró hacia él para usarme como escudo.Le di un
MauroArriesgó su vida.Supo lo que hacía y no le importaron las consecuencias de aquel inesperado arrebato.La bala iba destinada al corazón de la joven rusa, y aunque todos lo advertimos, Luigi fue el único capaz de reaccionar.Empujó a Dasha al interior de la suburban y recibió el impacto mirándola a los ojos, orgulloso de lo que había hecho.Estuve seguro de que si en ese momento la muerte lo hubiese alcanzado, se habría entregado a ella satisfecho.— ¡Luigi! —gritó, horrorizada y se inclinó hacia adelante para cogerle del rostro.El joven esbirro sonrió anonadado con su belleza, estiró su mano y tocó las mejillas de la cría con tanta delicadeza que parecía tener miedo de romperla.Cerró los ojos sabiendo que desfallecería bajo el calor de su contacto.Miré a mí alrededor, el polígono se había convertido en un puto cementerio.. . .Analía« Villa Re. Luigi está herido » había descrito Mauro en aquel mensaje minutos antes.Empujé las puertas del hospital con el corazón en la garga
GiaDasha se había quedado dormida en el regazo de su madre minutos después de que el doctor informara de que la bala no había tocado órganos en el cuerpo de Luigi que pusiesen en riesgo su pronta recuperación.La zona había sido acordonada y algunos efectivos de Vicenzo Costa hicieron las preguntas pertinentes para guardar las apariencias.A veces me asombraba el nivel de influencia que gozaba la familia. Y es que la mafia te daba acceso a cosas que incluso podrían parecer imposible desde una perspectiva ajena.Entraba la media noche cuando miré a Mauro acercarse.— ¿Por qué no descansas un poco? —me dijo—. Hay dos habitaciones disponibles en el área para disposición de la familia.Sonreí en cuanto sus ojos se posaron en nuestro hijo. Estaba en su carriola; besó su frente y le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.—Creo que te tomaré la palabra.Y a punto estuve de hacerlo cuando una extraña sensación se arremolinó en mi vientre.—Gia, ¿estás bien?No, no lo estaba y él no t
SebastianMis abuelos paternos tenían una casa de campo en Viena. La había heredado con apenas doce años, justo en el instante en el que presencié una muerte. La propiedad estaba rodeaba de hectáreas verdes, contigua a las pequeñas casas de los agricultores.Cerca de allí, también se encontraba una pista de aterrizaje privada en la que aterrizaríamos sin ningún problema.Miré a Isabella.Ella no hizo más preguntas respecto a nuestro repentino e inesperado viaje. La verdad es que yo llevaba planeándolo justamente para su cumpleaños; sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses complicaron las cosas.Apreté su mano. Todavía seguía contrariada con lo sucedido hace un par de horas, así que esperaba que cambiar de aires aliviara un poco.—Señor, ¿están listos para el aterrizaje? —preguntó la azafata regresando de la cabina.Isabella tembló bajó mi contacto y yo besé el dorso de su mano.— ¿Estás lista, mi amor?—Lista.Cerró los ojos y sonrió.. . .BellaTodavía temblaba cuando S