| TERCERA PARTE | 42. Deplorable

Analía

Mauro dormía ajeno a que yo observaba su enloquecedora belleza. Ceño fruncido y respiración lenta. No me extrañó descubrir en él el rastro de unas terribles ojeras y la pesadumbre de todo su semblante.

Deslicé la vista por el resto de su cuerpo.

Se había quedado dormido en el sillón junto a la ventana. La corbata desecha y los tres primeros botones de su camisa abiertos.

Había pasado una semana desde que Isabella ingresó de interna al hospital y ninguno de sus hermanos había concebido la vida del mismo modo.

Despacio, acerqué una mano a su rostro y repase las líneas de su frente. Por un instante, disfruté del modo en el que los primeros destellos del amanecer dibujaban sombras sobre su piel tersa y pálida.

Mauro se removió bajo mi tacto, pero estaba tan profundamente dormido que el contacto simplemente consiguió que cambiara su posición sobre la silla.

Me pregunté si soñaba, o si la culpa le atormentaba, de cualquier forma, una parte de él, si es que no toda, estaba destrozad
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