BellaSebastian y yo nos despedimos en el garaje de la casa y no solo él le costó dejarme, sino que diez minutos atrapados en la boca del otro no fue suficiente, no cuando su despedida advertía algo realmente turbio.Algo más grande que él y yo.Algo más grande que lo que habíamos construido.—No quiero que te vayas —le había dicho aún pegada a sus labios.Manos entrelazadas.Él percibió la presencia de mis miedos y llevó nuestras manos a la altura de su corazón. Latiendo tan despacio que incluso me costó sentirlo.—Tengo que hacerlo —murmuró bajito—. Regresaré tan pronto como pueda y entonces te llenaré de besos hasta que digas basta.—Yo nunca tengo suficiente de tus besos.Lentamente, deslicé mis manos por su tórax, subí hacia sus hombros y descendí a través de la curva de sus brazos sabiendo que ese gesto le enloquecería.—Se lo que estás haciendo —contuvo el aliento un tanto desesperado.Sonreí descarada.— ¿Y lo estoy consiguiendo? —sonreí descarada.— ¡Joder Isabella Ferragni,
AnalíaSofía Caruso era la clase de mujer que no perdía el temperamento con demasiada facilidad, quizás por eso se obligó a si misma a convertir las manos en dos puños muy apretados cuando Sebastian la dejó plantada a mitad de la explanada cuando le hizo bajar la ventanilla del auto por una innecesaria despedida.La conocía desde la universidad, dos años mayor que yo en la carrera de medicina. Su ambición no solo la empujó a obtener un máster, sino a relacionarse estrechamente con los hombres poderosos de la élite gracias a su lazo sanguíneo con un corrupto y famoso fiscal de roma.Que tuviese sus ojos puestos en Sebastian no me preocupaba, sino lo que estaría dispuesta a hacer para conseguir sus objetivos.La Caruso entró al salón y subió las escaleras sabiéndose observada por todos los que allí estábamos.El resto nos quedamos allí fuera, contemplando el angustiante vacío que dejaba. Y aunque ninguna de las mujeres supiéramos que era lo que realmente estaba pasando y hacia donde se
Carlo Fui el primero en abrir fuego a nuestros enemigos, y aunque me llevé a unos cuantos de ellos de por medio, la diferencia en números era bastante notable. Tanto, que si quiera tuve la oportunidad de cruzar la verja y llegar hasta un Sebastian que sometían y empujaban hasta la salida de emergencia del teatro. Fabiano Calderone me miró en la distancia con una sonrisa repulsiva y delirante. El hijo de puta había advertido cada uno de nuestros movimientos y por eso se había preparado de un modo en el que gozaba de una ventaja absoluta. Disparé a un esbirro mientras Greco y otro de nuestros hombres cubrían mi entrada. Me recargué contra uno de los pilares e hice dos pequeños cálculos del tiempo que me tomaría en llegar hasta ellos por diferentes vías. En ninguna de las dos conseguía salvar a mi amigo… Pero lo intentaría. Lo haría por él y por mi hermana, porque su existencia era tan necesaria en nuestras vidas como el aire que respirábamos. Greco también estaba dispuesto a todo,
Gia— ¡¿Qué haces?! —Enzo me miró como si hubiese perdido la cabeza cuando salté en el asiento copiloto del auto.—Voy contigo.— ¡No me jodas, Gia, es demasiado peligroso!— ¿Permitirías que me pase algo?— ¡Por supuesto que no!— ¡Entonces deja de perder el tiempo y arranca!El buen esbirro suspiró y negó con la cabeza soltando una pequeña maldición entre dientes. Entonces, encendió el motor de aquel Mazda negro antes de que las llantas derraparan en la carretera.Quince minutos después, el GPS nos indicaba que habíamos salido del perímetro de roma y que nos acercábamos a nuestro destino.Con las manos aferradas al volante y la respiración precipitada, Enzo maniobró en una calle angosta que tomó como atajo y que pronto nos reveló el tan famoso teatro que había provocado todo este desastre.El ritmo de mi corazón se detuvo de súbito en cuanto le vi.Carlo estaba tirado en una cuneta contigua al teatro. Junto a él, Greco lo zarandeaba con una mano mientras que con la otra presionaba s
Sebastian«Estoy aquí, mi amor. Abre los ojos y mírame» Fue como si hubiese podido escuchar su voz pegada al lóbulo de mi oreja, pero de nada habría servido hacerle caso si sabía de sobra que iba a encontrarme con una oscuridad absoluta.La venda seguía ahí; picándome los ojos y la piel. Manchándose de una fina capa de sudor que resbalaba a gotas por los pliegues de mi nariz y se mezclaba con los restos de sangre a causa de los golpes que había recibido; mismos que me empujaron a la inconsciencia hace un par de horas.Probablemente había amanecido y yo no lo sabía.En ese tiempo, había soñado con Isabella.Acababa de cumplir diecisiete años cuando una pequeña parte de mi reparó en el tamaño de sus pechos y en lo bien que probablemente se verían si mis manos los tocaban. Había sido la primera vez en olvidar que era la hermana pequeña de mi mejor amigo y que lo estaba pasando por mi cabeza en ese entonces era una absoluta locura.Pero ella ya había comenzado ese juego de cínica seducci
Mauro Estaba tocando la oportunidad de olvidarme de todo con mis propios dedos. Lía correspondió a mi contacto respirando trémula. Buscó mis ojos y yo me vi reflejados en ellos como si fuese una especie de lago cristalizado. Por un segundo, me dio la impresión de que me absorberían. Su aliento acarició mis mejillas cuando entreabrió los labios y permitió que introdujera mi pulgar en su boca. Lo mordió y chupó sin saber que ese gesto por si solo conseguiría enloquecerme. Tragué saliva y me permití disfrutar del modo en el que mi dedo se deslizaba por su lengua a medida que lo extraía. Perfilé sus labios antes de capturar su boca con la mía. En respuesta, y sin dejar de besarme, Analía apoyó una mano en mi pecho y me invitó a retroceder hasta obligarme a tomar asiento en la silla detrás del escritorio. Cuando esperé que se sentara a horcajadas sobre mí y que su centro se empalara a mi inevitable erección, no lo hizo; tan solo se alejó un metro de distancia que parecía incluso inalc
Bella« ¿Dónde estás, mi amor? ¿Sigues ahí? »Un pensamiento que coincidió con el rastro de una lágrima perfilando mi rostro.Oteé la ciudad. Roma aún dormía.El rio se dejaba apreciar por entre una fina capa de neblina que perduraba en la lejanía. El amanecer, pese a su timidez, daba un aspecto mucho menos lúgubre que los días anteriores.De repente, me golpeó la nostalgia de aquellos días; esos en los que tenía absoluto desconocimiento de la mafia y mi único objetivo en la adolescencia era provocar a un Sebastian que se resistía a sus instintos más carnales.Era mi cumpleaños número dieciocho. Bueno, no realmente, pero iba a cumplirlos el domingo de ese fin de semana. Así que mis amigos del colegio decidieron celebrarlo con alcohol y bocadillos que, pasada la media noche, ya nos veíamos borrosos los unos a los otros.Música alta. La piscina abarrotada de adolescentes a tope. Yo, en cambio, me había arrinconado en una de las sillas con un frio de los cojones. Saqué mi móvil y tecleé
GiaEl corazón intentó perforarme el pecho cuando las mujeres que estábamos en aquel salón observamos como Greco salía de su habitación como si no hubiese recibido una herida de bala hace veinticuatro horas.— ¿Qué haces? —le reñí de un modo que al parecer a él le hizo mucha gracia.Se encogió de hombros y yo me incorporé.—No soy la clase de hombres que le gusta estar echado mientras el mundo exterior se viene abajo.Suspiré y avancé hasta él. No le permití dar un paso más.—No, eres la case de hombre que ha recibido un disparo que pudo haberte matado y tienes permitido descansar.—Gia…—A la cama —señalé el interior de la habitación sabiendo que rechistaría.Le acompañé y no me moví de su lado hasta que se metió bajo las sábanas.— ¿Siempre eres así de mandona?—La mayor parte del día, cabeza dura.Greco bufó y cerró los ojos cuando le di un beso en la frente y le acaricié el brazo. Cuando iba a marcharme, me cogió de la mano.—Gracias —murmuró bajito.—No tienes que darme las graci