No dejar atrás el pasado podría hacer que Desz pierda su presente con Lis. ¿Con quién se habrá encontrado ella?
Reino de Balai, provincia de GalaeaRodeado de sus guerreros, Ulster se sentó en el trono. Frente a él se amontonaban los regalos con los que los agradecidos galaeanos honraban a sus salvadores. Y seguían llegando a cada instante que pasaba. Ningún ataque de Dumas se había reportado desde que las fuerzas balaítas habían entrado en acción. —Este trono es como para un infante, quiero uno para un hombre.Los fornidos balaítas rieron de buena gana. El consejero galaeano, de complexión enjuta, tomaba nota de todo lo que decía el nuevo monarca.—Todas las decoraciones de oro están completamente de más. Esto es un palacio, no el cuello gordo de una reina. —Mi señor —dijo el consejero, con voz suave y no carente de temor—, los tesoros reales son… —Son inútiles si nos despedazan los Dumas —lo interrumpió Ulster—. Se usarán para conseguir equipamiento de calidad para el ejército. Las armas y armaduras de los galaeanos parecen juguetes. Eraf, serás el nuevo general del ejército de Galaea, enc
Reino de KaradesBañado por un radiante sol, Riu emergió de la frialdad del bosque de las sombras a un primaveral paisaje. No era mucho lo que se sabía en Arkhamis del reino lejano, ubicado más allá de las montañas y del desierto de Koos. No había cruzado ni lo uno ni lo otro para llegar hasta allí, el bosque lo había llevado, si eso era posible. Su guía, el soldado que lo había encontrado en el Paso del alba, apenas y le había dicho unas cuantas palabras. Él tampoco pudo hablar mucho en su paso por el bosque. Sus sentidos habían sido raptados por los seres que se vislumbraban entre los árboles y la bruma, ni qué decir de los que sentía arrastrarse bajo la tierra. Y ahora, cabalgando por un verde prado a pleno día, rodeado de una belleza paradisíaca, seguía absorto, incapaz de formular palabra alguna.Cruzaron los campos sembrados de aldeas y llegaron a la capital, que los acogió con la serena quietud de sus gentes y la prosperidad de sus construcciones. Karades no tenía nada que envi
Reino de NuanteArua y Lis conversaban en uno de los salones del palacio. Despojado casi por completo de sus muebles y decoraciones, ellas lo habían ambientado con lo que encontraron en otras habitaciones. Tenía una bella vista hacia las colinas y las flores que Arua llevaba lo dejaban fragante y acogedor. Una lámpara en la mesita les permitía verse todavía. La noche había extendido su manto en Nuante y Desz había ido a dormirse hacía mucho. —Ya es tarde, Lis. No quiero quitarte más tiempo. —Tengo todo el tiempo del mundo, Arua y disfruto de tu compañía, te extrañé mucho cuando no estabas. Así que tu abuela fabricaba seda. Elaborar telas es una labor muy hermosa, digna de las más talentosas manos, me encantaría aprender. Arua bostezó. —En la aldea hay algunas mujeres que saben. Encantadas te enseñarán.—Podría ir mañana. Me gustaría ver cómo consiguen obtener seda a partir de las orugas. ¿Tú sabes? Arua asintió. La cabeza se le quedó abajo unos instantes y se sacudió de repente. Q
Reino de BalaiUlster exhaló al bajar del caballo en las puertas de su palacio y vio complacido el suave vapor que salía de su boca, ya estaba en su hogar. Y no había lugar como el hogar, por muy inclemente y frío que fuera. Sólo allí el corazón le ardía, llevando a cada parte de su cuerpo ríos de la sangre más caliente. Balai era su cuna y sería su tumba también. —Majestad —lo saludó el consejero, con una amplia reverencia—, los preparativos para la gran celebración de esta noche ya están en marcha. Todo Balai se alegra por su triunfo, ha superado con creces los logros de su padre.—Balai es más grande ahora, tenemos más territorio que proteger. Mi padre falló en mantener la seguridad de sus propios aposentos, permitiendo que el enemigo anidara bajo sus sábanas. De nada sirven las fronteras fortificadas si se descuida el lecho. No puedo cometer el mismo error. ¿Cómo ha estado todo aquí en el palacio? El consejero se acomodó las ropas, se le habían estrechado en el cuello. Era el tem
La blusa que Lis llevaba terminó en el suelo y ella se tapó con las manos. El Tarkut le jaló los pantalones. —¡Espera, Desz!... ¿Y si esa criatura está viéndonos? Él sonrió ladinamente, acomodándose entre sus piernas.—Entonces, esperemos que sus celos lo hagan revelar su presencia. Si de verdad le importas, que se muestre e impida que seas mía. Lis sonrió también. Entre los brazos de Desz, poco importaba quién la persiguiera, ella se sentía segura. —¡¿Me has escuchado, engendro?! —vociferó Desz, dirigiéndose a la biblioteca entera—. ¡Esta humana es mía, búscate la tuya porque no pienso dejarla ir! Ya no había miedo en el rostro de Lis, sólo diversión. Y miraba a Desz con un amor infinito, capaz de fundirle el corazón. —¡Además, es apestosa! —agregó él. Hasta ahí llegó el amor infinito, Lis frunció el ceño. —Siempre terminas arruinándolo todo —reclamó ella. —Eres mi apestosa, de nadie más —volvió a besarla—. Sólo mía, Lis. Ni el viento osará tocarte.Ella deseaba decir los mim
Reino de UratisEl rey Anoreq descansaba contemplando el bello paisaje de sus jardines. Tenía en su mano el mensaje enviado desde Arkhamis, con el sello real.Junto a él estaba Elon, su general. —Los Dumas regresaron y atacaron Galaea, ahora está en poder de Balai. ¿Lo has confirmado? —Sí, majestad. Galaea ha sido anexada a Balai como una provincia. El rey Ulster ha dejado a un gobernador a cargo —dijo el general. —¿Y los Dumas? —Se dice que los balaítas los derrotaron o ahuyentaron. —¿Alguien vio a los Dumas? —Atacaron durante la noche. Los relatos de los aldeanos eran todos similares, oyeron los gritos de auxilio, masacraron una aldea entera. —¿Alguien los vio? —No podría decirlo con certeza, majestad. Quienes los vieron no sobrevivieron para contarlo. —Es curioso, ¿no te parece? Los Dumas regresan, Ulster le ofrece su ayuda a Barlotz, Galea cae y pasa a ser parte de Balai. Y ahora Camsuq quiere reunirse conmigo para formar una alianza contra los Dumas también. —Ya entiendo
El cielo fue ocupado por el rostro furioso de Furr y su ojo frenético. Eso sería lo último que Desz vería, la ira más absoluta y sobrecogedora. La mano del Tarkut de violeta mirar aferró la flecha, que se hundía más y más en el destrozado cuello de Desz. Él ya no luchaba, no con su fuerza al menos, no ganaría el más fuerte. Él lo miraba. Eran sus ojos grises y serenos el hogar cálido donde Furr hallaba siempre calma, era su pecho el refugio donde lo adormecía el quedo latir de su corazón.Un potente grito dio Furr, mitad lamento, mitad aullido. Arrancó la flecha de un tirón y su frente reposó en el pecho de Desz. —No… puedo… no… puedo… —Mih… ahmado Fuhrr… ahlguiehn nos ha hehridoh… no he sihdo yoh…Las lágrimas de Furr se mezclaron con la sangre que le bañaba a Desz el pecho. El llanto lo hacía estremecer como si fuera un niño. Desz lo abrazó. Se había vuelto tan pequeño y frágil. Era un saco de huesos y pelo apelmazado, una bestia despojada de su dignidad y cordura hasta quedar con
Reino de KaradesSentada frente a la gran tumba real, la reina Dan-Kú inhalaba lentamente, con los ojos cerrados. Bajo la tierra que la vio nacer descansaban por fin los restos mortales de sus padres y de sus hermanas gemelas, recuperados en Uratis. Los monarcas habían muerto en la revuelta contra el cuñado de la reina viuda, hacía veinte años atrás, las niñas un poco antes. Y ahora por fin los tenía de regreso.—Sólo faltas tú, Dan-Ká. Espera por mí, hermanita. Caminarás a mi lado si aún vives, me acompañarás en espíritu si has partido, pero este sol que nos vio crecer volverá a bañar tu cuerpo, te lo juro. Una es todas, todas somos una. Kert, su rey, se sentó junto a ella, con la ligereza del viento, con la suavidad de una hoja que cae de su lugar en las alturas.—Ya casi has cumplido tu promesa —le dijo la reina. —Quiero que seas feliz, Dan-Kú, lo he deseado desde que oí su juramento en el bosque. Fueron aquellas dulces palabras cargadas de amor las que me despertaron de mi largo