El pasado y el presente de Desz han colisionado. ¿Estará listo para dejar ir a Ariat? ¿Podrá darle a Lis el lugar que se merece?
Reino de BalaiUlster exhaló al bajar del caballo en las puertas de su palacio y vio complacido el suave vapor que salía de su boca, ya estaba en su hogar. Y no había lugar como el hogar, por muy inclemente y frío que fuera. Sólo allí el corazón le ardía, llevando a cada parte de su cuerpo ríos de la sangre más caliente. Balai era su cuna y sería su tumba también. —Majestad —lo saludó el consejero, con una amplia reverencia—, los preparativos para la gran celebración de esta noche ya están en marcha. Todo Balai se alegra por su triunfo, ha superado con creces los logros de su padre.—Balai es más grande ahora, tenemos más territorio que proteger. Mi padre falló en mantener la seguridad de sus propios aposentos, permitiendo que el enemigo anidara bajo sus sábanas. De nada sirven las fronteras fortificadas si se descuida el lecho. No puedo cometer el mismo error. ¿Cómo ha estado todo aquí en el palacio? El consejero se acomodó las ropas, se le habían estrechado en el cuello. Era el tem
La blusa que Lis llevaba terminó en el suelo y ella se tapó con las manos. El Tarkut le jaló los pantalones. —¡Espera, Desz!... ¿Y si esa criatura está viéndonos? Él sonrió ladinamente, acomodándose entre sus piernas.—Entonces, esperemos que sus celos lo hagan revelar su presencia. Si de verdad le importas, que se muestre e impida que seas mía. Lis sonrió también. Entre los brazos de Desz, poco importaba quién la persiguiera, ella se sentía segura. —¡¿Me has escuchado, engendro?! —vociferó Desz, dirigiéndose a la biblioteca entera—. ¡Esta humana es mía, búscate la tuya porque no pienso dejarla ir! Ya no había miedo en el rostro de Lis, sólo diversión. Y miraba a Desz con un amor infinito, capaz de fundirle el corazón. —¡Además, es apestosa! —agregó él. Hasta ahí llegó el amor infinito, Lis frunció el ceño. —Siempre terminas arruinándolo todo —reclamó ella. —Eres mi apestosa, de nadie más —volvió a besarla—. Sólo mía, Lis. Ni el viento osará tocarte.Ella deseaba decir los mim
Reino de UratisEl rey Anoreq descansaba contemplando el bello paisaje de sus jardines. Tenía en su mano el mensaje enviado desde Arkhamis, con el sello real.Junto a él estaba Elon, su general. —Los Dumas regresaron y atacaron Galaea, ahora está en poder de Balai. ¿Lo has confirmado? —Sí, majestad. Galaea ha sido anexada a Balai como una provincia. El rey Ulster ha dejado a un gobernador a cargo —dijo el general. —¿Y los Dumas? —Se dice que los balaítas los derrotaron o ahuyentaron. —¿Alguien vio a los Dumas? —Atacaron durante la noche. Los relatos de los aldeanos eran todos similares, oyeron los gritos de auxilio, masacraron una aldea entera. —¿Alguien los vio? —No podría decirlo con certeza, majestad. Quienes los vieron no sobrevivieron para contarlo. —Es curioso, ¿no te parece? Los Dumas regresan, Ulster le ofrece su ayuda a Barlotz, Galea cae y pasa a ser parte de Balai. Y ahora Camsuq quiere reunirse conmigo para formar una alianza contra los Dumas también. —Ya entiendo
El cielo fue ocupado por el rostro furioso de Furr y su ojo frenético. Eso sería lo último que Desz vería, la ira más absoluta y sobrecogedora. La mano del Tarkut de violeta mirar aferró la flecha, que se hundía más y más en el destrozado cuello de Desz. Él ya no luchaba, no con su fuerza al menos, no ganaría el más fuerte. Él lo miraba. Eran sus ojos grises y serenos el hogar cálido donde Furr hallaba siempre calma, era su pecho el refugio donde lo adormecía el quedo latir de su corazón.Un potente grito dio Furr, mitad lamento, mitad aullido. Arrancó la flecha de un tirón y su frente reposó en el pecho de Desz. —No… puedo… no… puedo… —Mih… ahmado Fuhrr… ahlguiehn nos ha hehridoh… no he sihdo yoh…Las lágrimas de Furr se mezclaron con la sangre que le bañaba a Desz el pecho. El llanto lo hacía estremecer como si fuera un niño. Desz lo abrazó. Se había vuelto tan pequeño y frágil. Era un saco de huesos y pelo apelmazado, una bestia despojada de su dignidad y cordura hasta quedar con
Reino de KaradesSentada frente a la gran tumba real, la reina Dan-Kú inhalaba lentamente, con los ojos cerrados. Bajo la tierra que la vio nacer descansaban por fin los restos mortales de sus padres y de sus hermanas gemelas, recuperados en Uratis. Los monarcas habían muerto en la revuelta contra el cuñado de la reina viuda, hacía veinte años atrás, las niñas un poco antes. Y ahora por fin los tenía de regreso.—Sólo faltas tú, Dan-Ká. Espera por mí, hermanita. Caminarás a mi lado si aún vives, me acompañarás en espíritu si has partido, pero este sol que nos vio crecer volverá a bañar tu cuerpo, te lo juro. Una es todas, todas somos una. Kert, su rey, se sentó junto a ella, con la ligereza del viento, con la suavidad de una hoja que cae de su lugar en las alturas.—Ya casi has cumplido tu promesa —le dijo la reina. —Quiero que seas feliz, Dan-Kú, lo he deseado desde que oí su juramento en el bosque. Fueron aquellas dulces palabras cargadas de amor las que me despertaron de mi largo
En el gran salón, Desz inhaló, como inspeccionando el aire. Un leve dejo de molestia lució en su semblante altivo y frío mientras miraba a Lis.—Devuelve a la aldeana, éste ya no es su lugar —ordenó el rey de Nuante.La autoridad que emanaba de sus firmes palabras le hizo a Lis temblar la piel, pero no retrocedió ni vaciló; no dejó de verlo a los fríos ojos con firmeza. —Tal parece que el lugar de todos ha cambiado, ¿no? Ha bastado que uno de tus súbditos haya regresado para que te comportes como alguien totalmente diferente. Furr avanzó unos pasos, hasta encontrarse con el brazo que Desz extendió para frenarlo. —¡¿Súbdito?! ¿Quién es esta humana y por qué te habla así? —Eso me gustaría saber a mí también —continuó Lis—. ¿Quién soy yo ahora? Porque tú has dejado de ser el Desz que conocía, ahora eres el rey de los Tarkuts. Y has resultado no ser muy diferente a los reyes que conozco, cuya bondad desaparece cuando se ponen la corona. —¡¿Cómo te atreves?! —gruñó Furr, con su único o
Reino de UratisEn silencio, Camsuq seguía mirando el cielo de la celda en que él y Magak se hallaban recluidos. La antorcha ubicada en el muro del pasillo dibujaba sombras monstruosas que danzaban sobre ellos. Eran las sombras de los caídos, de los derrotados y del bosque. El bosque era su última esperanza.—Has criado un coyote, un cuervo —dijo de pronto, con voz susurrante. Magak, sentado a su lado en el banco, se aferraba la cabeza. —Tal vez lo obligaron... tal vez todo sea parte de algún plan —su voz temblaba. —Él debía estar en el palacio, protegiendo a Alira y a Daara, ¿cómo llegó a Karades? —No lo sé, Camsuq. La última vez que hablé con él, se dirigía a Balai buscando a la princesa Lis. —¿Será posible que haya sido ella la causa? Aunque lo niegue, tu bastardo siempre ha estado enamorado de Lis. Y ahora se ha enterado de que se la entregué al Tarkut, tal vez incluso de que ya no es una princesa. La pasión ciega a los jóvenes hasta el punto de volverlos bestias. Ese traidor
—Iré contigo —eso fue lo primero que dijo Furr al saber que Desz saldría.—Te quedarás aquí, cuidando el palacio. —¿El palacio o a esa humana gritona? —No quiero que te acerques a ella, ¿tengo tu palabra? —No. No tengo paciencia y esa humana, por lo poco que sé de ella, no conoce su lugar. Si me hace enfadar... Lis llegó al salón en ese momento. Se paró algunos pasos tras Desz. Él se volvió hacia ella. —Prepárate, irás conmigo. En los verdes ojos de la muchacha, las pupilas se hicieron más pequeñas al tiempo que el corazón aumentaba su ritmo. Para los oídos de Furr, eso se oía como miedo, para los de Desz, era algo mucho más complejo. —Bien, déjala aquí —dijo finalmente Furr, de mala gana—. Si la llevas, te estorbará. Si se queda y se comporta, nada le pasará. Desz sonrió. El corazón de Lis serenó su marcha. —Yo no confío en él —le susurró la joven al Tarkut de ojos grises. Furr rodó su único ojo. —Pero yo sí, Lis y tú confías en mí. No lo hagas enojar. Ahora fue Lis quien