Desz ha roto el corazón de Lis y por las fisuras puede entrar el viento. La traición se esparce como una ola y arrasará con todo a su paso.
Reino de KaradesSentada frente a la gran tumba real, la reina Dan-Kú inhalaba lentamente, con los ojos cerrados. Bajo la tierra que la vio nacer descansaban por fin los restos mortales de sus padres y de sus hermanas gemelas, recuperados en Uratis. Los monarcas habían muerto en la revuelta contra el cuñado de la reina viuda, hacía veinte años atrás, las niñas un poco antes. Y ahora por fin los tenía de regreso.—Sólo faltas tú, Dan-Ká. Espera por mí, hermanita. Caminarás a mi lado si aún vives, me acompañarás en espíritu si has partido, pero este sol que nos vio crecer volverá a bañar tu cuerpo, te lo juro. Una es todas, todas somos una. Kert, su rey, se sentó junto a ella, con la ligereza del viento, con la suavidad de una hoja que cae de su lugar en las alturas.—Ya casi has cumplido tu promesa —le dijo la reina. —Quiero que seas feliz, Dan-Kú, lo he deseado desde que oí su juramento en el bosque. Fueron aquellas dulces palabras cargadas de amor las que me despertaron de mi largo
En el gran salón, Desz inhaló, como inspeccionando el aire. Un leve dejo de molestia lució en su semblante altivo y frío mientras miraba a Lis.—Devuelve a la aldeana, éste ya no es su lugar —ordenó el rey de Nuante.La autoridad que emanaba de sus firmes palabras le hizo a Lis temblar la piel, pero no retrocedió ni vaciló; no dejó de verlo a los fríos ojos con firmeza. —Tal parece que el lugar de todos ha cambiado, ¿no? Ha bastado que uno de tus súbditos haya regresado para que te comportes como alguien totalmente diferente. Furr avanzó unos pasos, hasta encontrarse con el brazo que Desz extendió para frenarlo. —¡¿Súbdito?! ¿Quién es esta humana y por qué te habla así? —Eso me gustaría saber a mí también —continuó Lis—. ¿Quién soy yo ahora? Porque tú has dejado de ser el Desz que conocía, ahora eres el rey de los Tarkuts. Y has resultado no ser muy diferente a los reyes que conozco, cuya bondad desaparece cuando se ponen la corona. —¡¿Cómo te atreves?! —gruñó Furr, con su único o
Reino de UratisEn silencio, Camsuq seguía mirando el cielo de la celda en que él y Magak se hallaban recluidos. La antorcha ubicada en el muro del pasillo dibujaba sombras monstruosas que danzaban sobre ellos. Eran las sombras de los caídos, de los derrotados y del bosque. El bosque era su última esperanza.—Has criado un coyote, un cuervo —dijo de pronto, con voz susurrante. Magak, sentado a su lado en el banco, se aferraba la cabeza. —Tal vez lo obligaron... tal vez todo sea parte de algún plan —su voz temblaba. —Él debía estar en el palacio, protegiendo a Alira y a Daara, ¿cómo llegó a Karades? —No lo sé, Camsuq. La última vez que hablé con él, se dirigía a Balai buscando a la princesa Lis. —¿Será posible que haya sido ella la causa? Aunque lo niegue, tu bastardo siempre ha estado enamorado de Lis. Y ahora se ha enterado de que se la entregué al Tarkut, tal vez incluso de que ya no es una princesa. La pasión ciega a los jóvenes hasta el punto de volverlos bestias. Ese traidor
—Iré contigo —eso fue lo primero que dijo Furr al saber que Desz saldría.—Te quedarás aquí, cuidando el palacio. —¿El palacio o a esa humana gritona? —No quiero que te acerques a ella, ¿tengo tu palabra? —No. No tengo paciencia y esa humana, por lo poco que sé de ella, no conoce su lugar. Si me hace enfadar... Lis llegó al salón en ese momento. Se paró algunos pasos tras Desz. Él se volvió hacia ella. —Prepárate, irás conmigo. En los verdes ojos de la muchacha, las pupilas se hicieron más pequeñas al tiempo que el corazón aumentaba su ritmo. Para los oídos de Furr, eso se oía como miedo, para los de Desz, era algo mucho más complejo. —Bien, déjala aquí —dijo finalmente Furr, de mala gana—. Si la llevas, te estorbará. Si se queda y se comporta, nada le pasará. Desz sonrió. El corazón de Lis serenó su marcha. —Yo no confío en él —le susurró la joven al Tarkut de ojos grises. Furr rodó su único ojo. —Pero yo sí, Lis y tú confías en mí. No lo hagas enojar. Ahora fue Lis quien
Reino de ArkhamisNada en el reino hacía pensar que hubiera ocurrido una invasión o ataque alguno, las gentes y sus rutinas se mantenían inalteradas en los campos y en la capital; nadie había sabido nada de Riu en el palacio tampoco y la reina y la princesa estaban a salvo. —Lo ves, Camsuq. Riu no nos ha traicionado, algo más ha pasado —le dijo el general—. No envíes a esa bestia por él, yo me encargaré. Desz esperaba en una pequeña sala. El ruidoso palacio, lleno de vida, le recordaba al suyo hacía tiempo atrás. El culpable de que todo cambiara estaba tan cerca, había sido retornado a su hogar con seguridad y continuaba respirando y mirando al cielo cuando muchos ya no podían, cuando Gentz ya no podía. Y él estaba obligado a salvarlo una y otra vez cuando lo que deseaba era todo lo contrario. Alguien llamó a la puerta con golpes suaves, igual que sus livianos pasos, igual que el latir de su temeroso corazón. Se asomó por la pequeña abertura la cabeza de Daara, rebosante de claros r
Reino de Uratis"He perdido la piel y siento al viento golpeando mi carne. La brisa fría circula por entre mis entrañas, como si fuera sangre. Ahora mi sangre es el viento y mi piel es el sol". Aquellas palabras se oyeron como si hubieran sido pronunciadas por la descomunal criatura que se alzaba en el claro, a pocos pasos de él. Nada había dicho, su boca era parte de un pasado humano, ahora ya no existía. Sin embargo, Riu lo oía hablar, las palabras resonaban en lo profundo de su cabeza como dichas por una boca que allí hubiera aparecido. Una conciencia común. Su vida se había convertido en un río, todos sus semejantes eran ríos, pero sólo al volverse conscientes de que lo eran empezaban su viaje hacia el mar. Y el mar era el que hablaba en su cabeza, la fuente en la que confluían todos los ríos, todas las mentes de los Dumas. Ya no hacían falta las bocas, ya no se pronunciarían las palabras. El antiguo guardia real arkhamita llevaba un buen tiempo recorriendo las tierras con Erio
—Bien, descansen.A la orden de Furr, los humanos soltaron las armas de madera y fueron a sentarse a la sombra. Eran fuertes y hábiles para trabajar la tierra y cuidar del ganado, pero nada sabían de la guerra. Eran obedientes, buenos muchachos. La fiereza que les faltaba se las daría la ardiente y furiosa sangre que le corría a él por las venas, ellos heredarían el brío de su corazón.—Muchas gracias, Arua —dijo Mars, recibiendo el vaso con agua que la muchacha le ofrecía.El rudo trato de Furr se había vuelto menos frecuente, así como sus ataques. Le permitía dejar la torre para cumplir con sus labores de sierva y ella atendía con gusto a los futuros guerreros. Los conocía bien, había crecido con ellos y jugado a los mismos juegos y sabía que su destino era acabar desposada con alguno.Había uno que le hacía estremecer el corazón, era el mismo que, con una radiante sonrisa, le había agradecido por el agua. De entre todos, Mars siempre había tenido su atención y a él también se le est
Reino de Balai—¿Te gusta lo que ves, copero? —preguntó el rey Ulster.Un mar tan negro como la noche se extendía frente a ellos, con sus aguas gélidas de inhóspito bramido, tan inescrutables como su alma. —Hace mucho frío aquí —dijo el muchacho, abrazándose a sí mismo. Escoltados por cuatro guerreros, habían salido a dar un paseo. Qué mejor lugar que la cima del monte Noret para tener una vista de la capital al sur y el oscuro mar que bañaba las tierras de Balai hacia el norte, todo sembrado de hielos eternos. —A poco de nacer, los balaítas son sumergidos en sus aguas y deben probar su valía. Si enferman y mueren, entonces nunca fueron dignos de pisar estas tierras. El alimento es escaso, no puede desperdiciarse en debiluchos. —Probablemente yo habría muerto, majestad. El muchacho tenía la nariz roja, al igual que las mejillas. Ulster lo cogió de la nuca y con un profundo beso absorbió el vapor blanquecino que le salía de la boca. —Qué fortuna que no hayas sido balaíta entonces,