Las manos de Elizabeth temblaban. Los últimos días la tenían al borde, y la incertidumbre le carcomía el pecho.Con la mirada fija en la pantalla de su computador, había escrito el nombre de Marcos una y otra vez en el buscador, aferrándose a la esperanza de encontrar alguna pista. Y entonces, lo vio. Su nombre apareció en la página oficial de la comisaría principal de la ciudad.Pero al leer la noticia que lo acompañaba, el rostro se le desfiguró de terror. Según el informe, Marcos había muerto meses atrás durante una misión. Una operación peligrosa, enfrentándose a un clan mafioso. Él lideraba el equipo y la misión había fallado, dejando como resultado una decena de muertos, y él fue abatido por uno de los jefes de la organización criminal.No había una fotografía que confirmara su identidad, pero el nombre y los datos coincidían.Elizabeth siguió desplazándose por la página, buscando más. No encontró nada. Era como si realmente estuviera muerto.Se mordió el labio con fuerza y se
Elizabeth salió un poco antes del trabajo. Necesitaba conseguir la “sorpresa” que se había inventado para despistar a Helena, algo improvisado pero convincente. Caminó sin rumbo claro hasta que una joyería llamó su atención. En el escaparate, unas mancuernas de oro brillaban con elegancia. Eran perfectas, sobrias, costosas y lo suficientemente llamativas para convencer a cualquiera. Aun así, sentía que no era suficiente.Al salir de la tienda, se topó con una pequeña chocolatería que emanaba encanto. Recordó lo mucho que a Xavier le gustaba el chocolate, aunque solía privarse de él para mantener la figura. Sin dudarlo, compró una selección de los más finos y exquisitos. ¿Qué podía salir mal con una sorpresa así? Todo debía lucir perfecto, por si acaso la entrometida de Helena intentaba dejarla en evidencia.Treinta minutos después, regresó a casa con una elegante caja adornada con un lazo y una pequeña tarjeta que llevaba el nombre de Xavier. Al entrar, lo primero que vio fue a él sen
Xavier se vistió a toda prisa y apenas le rozó los labios con un beso. —Tengo que irme, cariño. Trataré de volver esta noche —dijo con una sonrisa suave, pero Elizabeth ya estaba contrariada.—¿A dónde vas? —preguntó con los brazos cruzados—. Vas a dar la lección, ¿verdad? —su voz se quebró un instante.Él solo asintió, restándole importancia. —Nos vemos, amor. No te preocupes por nada. Ya te dije que será algo pequeño —intentó besarla otra vez, pero Elizabeth giró el rostro, dejando que el beso cayera en su mejilla.Minutos después, Xavier estaba en una habitación de un hotel lujoso frente a la comisaría, acompañado de Marcell y Dante. Desde allí, vigilaban cada movimiento. Todo estaba listo. Lo que Elizabeth creía un simple ajuste de cuentas, en realidad, sería una explosión monumental.Xavier no despegaba la mirada de la ventana. Observaba a la gente desde lo alto, moverse como hormigas apresuradas entre la rutina. Los empleados iban y venían con prisa, con ese aire de falsa impo
En el centro del salón, Xavier alzó su copa y aclaró la garganta. El murmullo cesó al instante. No necesitaba alzar la voz para imponerse; su sola presencia bastaba. Todos lo respetaban. Era el rey de la mafia, y nadie osaba desafiarlo.Uno a uno, los presentes se acercaron, formando un círculo silencioso a su alrededor. Él esbozó una leve sonrisa, apenas un gesto.—Gracias, amigos, por acompañarme esta noche —dijo, con voz serena pero firme. Las cabezas se inclinaron en señal de respeto, y más de una sonrisa se dibujó en los rostros.—Gracias por la invitación, jefe —respondió uno, alzando su copa en su honor.Xavier asintió con satisfacción.—Hemos recorrido un largo camino —continuó, mientras su mirada recorría cada rostro—. Recuerdo los días en que apenas éramos un puñado de hombres con hambre de poder. Mírennos ahora… la organización más poderosa del país. Nuestro nombre retumba en cada rincón. Y todo esto, es gracias a ustedes.Un estallido de vítores llenó la sala. El orgullo q
El corazón le latía con fuerza, y las manos le sudaban. Era la quinta prueba de embarazo que Elizabeth se hacía en el año, y su mayor temor era volver a ver un resultado negativo.—Elizabeth, cariño, pase lo que pase, estoy contigo. Enséñame la prueba, me estoy muriendo de la curiosidad.Samuel la observaba con ansiedad, sus ojos expectantes buscaban respuesta en los de ella. Elizabeth, con un nudo en la garganta, abrió las manos y dejó al descubierto el casete. Pero en cuanto lo vio, el mundo se le vino abajo. Sus lágrimas brotaron sin control, rodando por su rostro como si fuesen un río incontenible.«Negativo».—No sirvo para tener hijos, Samuel… Nunca voy a ser madre. Casi llego a los treinta… Me quiero morir… No sirvo para nada.Samuel, sintiendo el dolor de su esposa como propio, se arrodilló frente a ella y la estrechó contra su pecho, dándole consuelo, mostrándole todo su amor.—No te preocupes, cariño. No te culpes. Si no podemos tener un hijo de forma natural, podemos adopta
Semanas más tarde. —Señora Elizabeth, aquí está la cena. —La mucama dejó el plato sobre la mesa. De repente, al ver lo que tenía enfrente, Elizabeth sintió que el estómago se le revolvía. Sacudió la cabeza y tomó el tenedor, dispuesta a dar el primer bocado.Pero… se levantó de golpe y corrió al baño con unas fuertes náuseas. No era la primera vez en la semana que le ocurría. Mientras se limpiaba la boca frente al espejo, un pensamiento la golpeó de lleno: su periodo había desaparecido hace un par de meses.¿Acaso era lo que imaginaba? Sin dudarlo, pidió una prueba en la farmacia y, al ver el resultado, las lágrimas nublaron su vista. Tanto tiempo esperando ese milagro y, por fin, ahí estaba. Lo que había anhelado con ansias se reflejaba en el casete.«Positivo»Saltó de alegría y se abrazó el vientre, sin poder creerlo. En ese preciso instante, la puerta de la mansión se abrió. Samuel acababa de llegar del trabajo y, al verla dando brincos, frunció el ceño.—Hola, mi amor. ¿Por qué
—¡¡Malditos traidores!!Elizabeth apretó los puños con furia. Un torbellino de emociones la sacudía por dentro: el amor se transformaba en odio, y el dolor en un deseo incontenible de venganza. Se acercó a su esposo y lo miró directo a los ojos.—¡Maldito traidor! ¿Desde cuándo me engañas con mi hermana, Samuel? —Su voz tembló, llena de desilusión.Samuel la observó con frialdad. Ya no era el hombre que ella había amado, no el que creyó conocer. Mientras tanto, Altagracia, con total descaro, se acomodó sobre el escritorio con una sonrisa burlona, disfrutando del espectáculo.—Elizabeth, querida… No es lo que imaginas —mintió Samuel con absoluto descaro.—Ah, ¿no? —Los ojos de Elizabeth recorrieron el rostro de su hermana y luego el de su esposo, como si tratara de hallar alguna pizca de humanidad en ellos—. ¿Cómo pudieron?Samuel se encogió de hombros con indiferencia, apartándose de su camino. Encendió un cigarrillo con una calma insultante antes de responder:—La culpa es tuya, Eliz
Samuel no dudó ni un minuto en soltar con fuerza a Elizabeth, y ella cayó de rodillas frente a Xavier. Levantó la mirada y el hombre la observaba fijamente a los ojos. Extendió su mano y la ayudó a ponerse de pie de nuevo.Cada acto de Samuel lo llenaba más de odio en su contra.—Muy bien, señor, ha sido un muy buen trato. —Samuel le extendió la mano a su jefe, pero este la dejó en el aire.—¡Lárgate! —espetó Xavier, furioso. Samuel se encogió de hombros indiferentemente y salió de la oficina sin decir nada.Una lágrima se deslizó por la mejilla de Elizabeth. Miró fijamente a los ojos del jefe de su esposo, Xavier avanzaba lentamente hacia ella, y Elizabeth notó la pistola en su cintura. Sintió que estaba siendo arrastrada al infierno, lo que le heló la sangre. Aun así, hizo un esfuerzo por levantar la cabeza, apretó los puños y lo miró con desprecio.Secó la lágrima de su mejilla y gritó, furiosa:—¡¡También me largo!! No tengo nada que hacer aquí.Xavier se quedó en silencio, miránd