Rechazo

Vicenzo.

Un hombre como yo, rico, acostumbrado a siempre mantener sirvientes a mi servicio, ser quisquilloso y presuntuoso con alguna cosa que no me guste, y mantener a las mujeres a mi merced, rogándome que tan siquiera les de una mirada, ¿Estoy limpiando un apartamento como una m*****a mucama justo ahora?.

Mirando el entorno, me siento orgulloso del gran logro que he conseguido porque todo ha quedado reluciente. No sabía que podía limpiar tan bien, pero, esto es un golpe muy bajo a mi orgullo. Nunca pensé llegar a ser tan humilde como justo ahora.

No tenía mucho que hacer, así que decidí limpiar. El lugar no es muy grande. Solo tiene una cocina, una pequeña sala donde está el comedor y un juego de sofás, una habitación y dos baños. Esta es la guarida de mi pequeña ojos grandes.

Entro a la habitación observando minuciosamente cada detalle del pequeño espacio de Karina. Una cama con sábanas rosas y blancas, una fotografía enmarcada sobre la encimera donde está con un tipo, no sé si es el ex novio, o algún amigo. De todos modos no me agrada ninguna de las dos opciones. «Mi m*****a mente retorcida me dice que ella debe ser solo mía, y yo le hago caso».

Abro su clóset e inhalo ese rico olor de su ropa. Es ese mismo aroma floral que me mantuvo desvelado toda la noche. Usa vestidos, jeans, y todo tipo de prendas pequeñas para su cuerpo pequeño. Y viendo los colores, creo es amante a los tonos claros.

Encuentro la guarida de un gran tesoro. «El cajón donde guarda sus bragas». Nunca me sentí tan feliz como ahora, tomando en mis manos una de las prendas que al parecer es lencería.

«Joder, me la imagino metida en esta tanga tan delgada».

El olor es el mismo que sus demás prendas. Ese maldito aroma floral que me vuelve loco, es como una droga. Aprieto en mis manos ese pedazo de tela, cerrando los ojos por unos breves segundos para luego bajar la mirada y ver a través del pantalón de tela que llevo puesto, una gran erección. «Estoy excitado».

Vuelvo a dejar en su lugar la panti, y luego acomodo entre mis pantalones la erección que no tiene la más mínima intención de ocultarse. Suelto una maldición y sigo recorriendo cada detalle del lugar, tan delicado como ella.

Pero tan pronto como escucho el pitido de la puerta cuando se abre, salgo de la habitación alertado por cualquier persona que entre y me encuentre aquí. Pero era una pequeña de ojos grandes quién estaba frente a mí, con una mirada apagada y algunas bolsas en sus manos.

—Hola de nuevo —me saludó sin ganas, dejando las bolsas en la mesa —¿Has limpiado?.

No le respondí, sino que rápidamente, con zancadas largas, me dirigí hacia ella tomando sus mejillas calientes en mis manos. Se sorprendió, pero no me apartó.

—¿Qué haces? —me preguntó, temblando no sé si por miedo, o por mi mera presencia ligada con ella.

—¿Estuviste llorando? —indagué, cerca de su rostro —tienes los ojos rojos.

—No es nada —evita mirarme —. Hoy salí temprano, creo que es algo bueno.

—Karina —advierto.

—Te digo la verdad, salí temprano, y antes de llegar aquí, te compré algunas cosas para tu uso personal. Ahora que te quedarás aquí por un tiempo, lo vas a necesitar.

Sé que no soy nadie para meterme en su vida, pero es obvio que no me está diciendo la verdad. Ojos llorosos y apagados, ánimo por el suelo, y una falsedad evidente en su tono de voz tratando de ocultar lo que verdaderamente siente. Ella no estaba así antes de irse, es obvio que algo le pasó.

—Si, hice limpieza mientras no estabas—me aparté de ella, sabiendo que no me dirá lo que le pasa porque sigo siendo un desconocido ante sus ojos —. Justo acabo de terminar.

—Muchas gracias —me regala una leve sonrisa —¿Quieres ver lo que te traje? Tuve que ojear la talla de tu ropa antes de irme y estar segura de lo que iba a traerte.

Tardamos un rato debatiendo sobre cómo me quedaba la ropa que me compró. Es la primera vez que una mujer me compra este tipo de cosas. Aparte de sentirme raro, me da gusto por su atención hacia mí.

Aunque se mantenga en esa posición de desconfianza, para un hombre que solo conoce de una noche, está siendo considerada. Piensa en mí y en mi comodidad desde que la conozco. ¿No me está dando suficiente motivos para tomarla como mía? ¿O soy yo quien malinterpreto las cosas?.

Dejando todas estas cosas a un lado, sigo pensando en lo que le pasa. Justo ahora acaba de irse a la habitación para tomar un baño, y que ganas tengo de entrar con ella y consolarla aunque luego me eche a patadas.

—¿Qué quieres hacer ahora? —su suave voz me saca de mis pensamientos —no tengo mucho que hacer aquí.

«Si supieras todo lo que quiero hacer contigo».

Lleva puesto un pequeño vestido de tirantes delgados color rosa de flores amarillas. Su cabello está regado por sus hombros, y sus muslos descubiertos cuando se sienta a mi lado me dan una buena vista.

—No lo sé, ¿Hablar? —sugiero, mirando sus labios rosados, y luego sus ojos.

—¿Hablar de qué? —se ríe. «Esa sonrisa es hermosa».

—Tampoco lo sé, ¿De ti, tal vez?.

Su sonrisa se desvaneció al instante.

—No tengo mucho de qué hablar sobre mí.

Mi pecho se hunde cuando la veo con esa expresión tan triste. No suelo desarrollar sentimientos por nadie, pero debo de aceptar que Karina me afecta. ¿Tal vez porque me salvó la vida? ¿O quizás porque me gusta como mujer?. Es sencilla, no es glamurosa como esas mujeres que siempre intentan llamar la atención de un hombre, es linda, delicada y amable.

—Quiero hacer algo justo ahora —declaro, captando su interés.

—¿Qué es?.

—Quédate quieta —le indico, para luego tomar la parte trasera de su cabeza y presionar mis labios sobre los suyos. Tan pronto como la besé, ella me apartó colocando las palmas encima mi pecho.

—No hagas algo como eso de nuevo —se levanta del sofá, lista para irse a la habitación.

—¿Por qué no? —la hago detener con mi cuestionamiento.

—Sabes por qué —me contesta de espaldas.

—No vengas con esa excusa —la jalo del brazo pegándola a mi pecho y haciendo que me mire —. Sabes que no es porque seamos unos extraños, si así fuera, no me hubieses permitido vivir aquí contigo, ni hubieras dormido tan cómodamente en mis brazos anoche. ¿Crees que una persona con sentido de la razón haría algo como eso sabiendo que podría ser peligroso?.

—Solo te ofrecí mi ayuda, no confundas las cosas —refuta a la defensiva.

—¿A qué le tienes miedo?.

—No le tengo miedo a nada, así que suéltame —intenta alejarse, pero la mantengo apresada entre mis brazos —¿No me escuchas? Suéltame ahora mismo.

—No lo haré —la aprieto con mas fuerza sobre mi cuerpo, sintiendo cada parte de ella temblar. Sus ojos no me muestran molestia por lo que estoy haciendo, ni su cuerpo rechaza mi toque forzoso —¿Me temes, Karina?.

—No —asegura.

—¿Segura que no? Estás temblando.

No me responde, pero si veo el leve sonrojo de sus mejillas, e incluso escucho los latidos de su corazón sobre mi pecho. Son un unísono con los míos, porque mi corazón también está agitado.

—No hagas esto —me pide en un susurro —tampoco me vuelvas a besar, ni siquiera a tocar, por favor.

—¿Por qué no?.

—Porque aparte de ser un desconocido para mí, no me gustas como hombre —declara, esta vez zafando mi agarre abruptamente —¿No lo entiendes? ¡No lo hagas otra vez!.

Se encierra en su habitación dando un portazo haciéndome cuestionar sobre mis acciones. Quizás en el momento en que recibí su ayuda, debí de irme sin hacer esa petición absurda de quedarme con ella. ¿Por qué tomé ese impulso? ¿Qué está pasando conmigo? Desde que la vi bajo la nieve, me llamó la atención, pero no pensé que sería tan extremo como para ocultar mi identidad y quedarme con ella.

¿No le gusto ni siquiera un poco? Las mujeres no suelen rechazarme, es todo lo contrario, me buscan a montones, pero Karina simplemente me rechazó.

«Quizás debería irme y acabar con este juego».

El timbre de la puerta me hizo reaccionar, y nuevamente actuando por impulso, la abrí pensando que era ese tipo que molesta a Karina de nuevo. Pero no, me topé con una mujer rubia y ojos color miel de tez clara y de aspecto muy sensual. Todo lo contrario a Karina, y no me agrada.

—¿Quién eres? —la chica me preguntó con extrañeza, mirándome de pies a cabeza.

—Soy...

—Es mi novio —la voz de Karina a mi espalda me hace girar para verla —¿Hay algún problema, Angelina?.

«¿Novio? ¿Yo? ¿Desde cuándo?».

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