Toda mía

Vicenzo.

Su cuerpo se estremece entre mis brazos cuando empiezo a regar besos por su cuello. Jadea y cierra los ojos disfrutando de lo que le hago.

—¿Y dices que me detenga? —la obligo a abrir los ojos de nuevo, y me mira sonrojada —. Lo estás disfrutando, pequeña.

—¿Acaso soy de hierro? —protesta, desviando la mirada —siento todo lo que me haces.

—Entonces voy a continuar —le sujeto rápidamente las manos sobre la cama, ella me mira sorprendida —. Hagámoslo esta noche, Karina, ¿Si?.

—¿Ah? —se queda atónita —pero, es que...

—Vamos, Karina —beso sus labios suavemente, incitándola —llevamos varias semanas viviendo juntos, tocándonos, besándonos, ¿No crees que ha es hora? No puedo soportarlo más.

—Si, pero, aún así esto es...

—Solo déjate llevar —la beso con más profundidad clavando mi lengua dentro de su boca. Ella jadea, y por lo intenso que estoy siento, trata de alejarse, sin embargo, la fuerza que ejerzo contra su cuerpo, la mantiene debajo de mí, quieta y sumisa.

—¡Vicenzo...
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