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C A P Í T U L O | D O S .

Nica.

Odiaba a Kostya Volkov.

Definitivamente no encabezaba mi lista de favoritos, la de odiados tampoco. 

La dualidad de nuestra poco cordial relación estaba a punto de volverme loca, en ocasiones actuaba como si me deseara y ese deseo no lo dejara respirar, en otras mi presencia lo molestaba tanto como para lanzarme miradas de odio.

No lo entendía ni un carajo, mi sequía sexual en los últimos cinco meses era su responsabilidad. Los hombres bajo su mando no se atrevían a compartir el mismo aire que respiraba, aquellos ajenos a la Bratva salían cagando leches al momento en que se presentaba como un hermano mayor celoso, ni mi jodido hermano actuaba de esa forma conmigo.

Lance un susìro al aire, dejando que el humo del cigarrillo se fundiera con la noche.

No pude evitar dirigir mi mirada al balcón vecino, su habitación. Lo tenía demasiado cerca para ser saludable.

Mientras màs miraba, mi enfado aumentaba a niveles descontrolados, antes de darme siquiera cuenta de lo que hacía ya me encontraba escaleras abajo, pisando fuerte, el cigarrillo colgando de la comisura de mis labios.

Ya no era una m*****a niña, no necesitaba un Rottweiler pegado a mi trasero las veinticuatro horas, y mi fiel amigo, escondido en el cajón de mi cómoda, pedía un descanso a gritos.

Esta situación tenía que terminar ahora mismo.

No pedí permiso al llegar a las puertas de su despacho, me limité a abrirlas  de sopetón y quedarme congelada en mi lugar.

La imagen que me recibió no fue nada lo que esperaba, no me imaginaba a una rubia tendida en el escritorio, mucho menos encontrar la cara de Kostya sorbiendo el coño.

Algo caliente se extendió por mi sangre, no fue deseo, más bien un ansia asesina. Me picaron las manos, deseando tomar el arma que pendía a mi muslo, ¿A quien deseaba pegarle un tiro?, ni yo misma quería responderme esa pregunta.

Clavé la mirada en unos orbes azules como las aguas profundas y tan congelados como las mismas. El muy cabron me estaba observando, observando mientras le comía el chocho a la hija del Don italiano. Jodida Blasfemia.

—Sal fuera.

Fue un murmullo bajo, entre dientes. Dirigido a la mujer que me miraba cabeza abajo, colgando del escritorio. Que linda quedaría adornada con una bala en la frente.

—¿Quien coño…?

No la deje terminar la protesta, avance con rapidez tomando un puñado de cabello rubio en la mano, no me costó demasiado sacar a rastras a la mujer, ignorando sus protestas mientras le cerraba las puertas en las narices, puse el seguro.

Me di la vuelta respirando con dificultad, encontrándome con un rostro que no dejaba entrever ninguna emociones, frialdad dirigida a mi, congelando la sangre de mis venas.

—Lamento interrumpirte la cena.

Jodida mentira, por la sonrisa irónica que le surco los labios supe que se había dado cuenta.

—¿Sabes quien es?.

Movió la barbilla, señalando la puerta. En lo único que pude concentrarme fue en su cuerpo enfundado en un traje azul marino, le quedaba divino. Abrazando cada curva de su anatomía pecadora. El diablo debería hacer a sus hijos menos atractivos, para salvaguardar la salud mental femenina.

—Sé quién es y me vale tres hectáreas de polla. Podrás calmar a su papi con dos palabras.

Lo escuche lanzar un bufido mientras me dirigía al pequeño bar en la izquierda, me serví unos cuantos dedos de Whisky, saboreandolo con lentitud. Como si no me diera cuenta que se estaba acercando a mi, acechándome como un depredador, que pena para el acercarse lo suficiente a su presa para toparse con que esta tenía garras y sabía usarlas muy bien.

—¿Qué motivo tienes para interrumpir mi cena?.

Apreté los dientes hasta que chirriaron, gilipollas.

—Quiero que dejes de ahuyentar a cualquier hombre que se me acerca.

La habitación quedó en silencio, podía sentir su mirada quemándome la nuca, la frialdad que comenzó a manar de su cuerpo, bajando la temperatura de la habitación. 

—No sé de qué estás hablando.

Fue mi turno de lanzar un bufido, me gire lentamente, apoyando los codos en la mesada de granito. Nuestras miradas se enlazaron, algo oscuro y peligroso nadaba en la profundidad de sus orbes glaciares.

—Sabes de qué estoy hablando. Cinco meses de sequía sexual me lo dicen fácilmente. – Termine el Whisky, dejando el vaso con más fuerza de la necesaria. — No sé a qué juego estás jugando, Kostya, pero no es de mi agrado. Mientras amenazas de muerte a cada potencial polla que se me acerca, te encuentro comiéndole el coño a la hija de Santorini.

Un músculo de su mandíbula hizo tic, su cara era ilegible. Odiaba tanto que supiera mantener sus emociones encerradas, odiaba no poder leerlo, no saber en qué pensaba.

—¿Qué te ha parecido?.

Fruncí el ceño.

— ¿Que le comieran el coño o tu actitud?. – Me impulse de la mesada, avanzando hasta quedar frente a él, tuve que levantar la cabeza en una posición dolorosa para poder mirarlo a los ojos. —Lo primero una guarrada, lo segundo una m*****a hipocresía. Quédate con la respuesta que quieras, Kostya, pero esto tiene que terminar.

—Ningún hombre va a tocarte, Nica. No está a discusión.

Entrecierre los ojos, rabia filtrándose por mi torrente sanguíneo.

–Eso no lo decides tu, Joder. Soy lo suficiente mayorcita como para follarme a quien se me dé la regalada gana.

La mirada se le oscureció de tal manera, como una promesa de muerte, que tendría que temer. No lo hacía, más bien quería apuñalarlo, y besarlo, m*****a sea.

—¿No lo decido yo?... — Se acercó tanto a mi que de pronto no fui capaz de respirar con normalidad, su embriagador aroma me volvió. —Ponme a prueba, Nica. Y comprueba si mis promesas no son reales. ¿Quieres ver el maldito mundo arder?, enciende el mechero, nena.

Apreté los puños con fuerza, temblando de pies a cabeza por la frustración, por ese condenado nena que me prendió fuego.

—¿Igualamos la balanza?. – Tome una de mis armas, quitándole el seguro. — ¿Que te parece si le pego un puto tiro a tu cena?.

Otra vez esa oscuridad arremolinándose bajo sus orbes, un destello de lo que pareció deseo se apoderó de su mirada por unos segundos.

—No podría importarme menos.

Su respuesta debió asquearme, molestarme el poco interés por la mujer a la que le hacía un oral en su escritorio, cinco segundos antes.

Pero no, sentí satisfacción de que no significaba nada para él.

—Vete al carajo, capullo.

Intenté darme la vuelta, una mano en mi brazo me lo impidió. Lo mire fijamente, los orbes como platos.

Su mano se enredó alrededor de la mía, llevando el arma de nuevo a su funda con una tortuosa lentitud. Por unos segundos nos miramos fijamente, compartimos el oxígeno.

EL cuerpo entero comenzó a vibrar en necesidad, fije la vista en sus labios carnosos, entreabiertos. Solo unos centímetros y podría tocarlos, solo unos pocos centímetros.

—Las niñas no tienen que jugar con armas.

Fue un susurro caliente, la diversión en su rostro me impulsó a hacer lo que jamás pensé.

—Querido Kostya, te vendría bien saber que me encanta jugar con fuego. – Me alce apenas unos centímetros, y con la punta de mi lengua acaricie su labio inferior. Intenté que mi rostro no expusiera la explocion de placer que me hizo temblar ante su gruñido animal. — Que tengas una apetitosa cena.

Le guiñe un ojo antes de salir corriendo en dirección a la puerta, no me quedé a mirar como Donatella volvía a entrar por su orgasmo, más bien escuché sus aullidos de protesta.

Subí las escaleras, cabriada, excitada como el infierno. Al llegar a mi habitación cerré la puerta con más fuerza de la necesaria.

Me deshice de la ropa con furia lanzándome a la cama, clavando la mirada en el cajón de mi mesita de noche.

—Bueno, viejo amigo. Volvemos a ser tu y yo contra el mundo.

Mientras las vibraciones sacudían mi cuerpo, no pude evitar pensar en cierto demonio de mirada azulada, llegue al clímax con fuerza. Odiando un poco más a Kostya Volkov.

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