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Capítulo 5 ¡La novia de la boda no soy yo!

Solo hicieron falta un par de meses para que entre Amelia y Edward empezará una nueva relación, ella estaba tan enamorada, los momentos al lado de su jefe se convirtieron en un romance, intenso y apasionado. Amelia jamás había estado tan enamorada como lo estaba en ese momento de ese hombre.

Amelia llegó a su puesto de trabajo y un hermoso ramo de flores estaba sobre su escritorio, a ella le encantaban, se acercó y las olió, su nariz absorbió todo su perfume y sintió cómo su pecho se inflo de alegría, se mordió su labio inferior y leyó la tarjeta.

“Una flor, para otra flor aún más hermosa, te he pensado demasiado, Edward”.

Amelia sonrió encantada y quiso salir a darle las gracias personalmente, pero él ya estaba abriendo la puerta de su despacho, estrellándose con ella.

—¿Para donde vas hermosa?—Edward se quedó viéndola, mientras ella se colgó de su cuello y sin más respuesta beso sus labios —iba a agradecerte por ese bello detalle.

Edward la siguió besando sin mesura y la llevó hasta el asiento de la oficina.

—Eso no es nada en comparación a lo que tu te mereces Amelia —Edward tomó un mechón de su cabello y lo puso detrás de su oreja, ella sonrió encantada.

—No puedo creer que la vida me haya premiado con alguien como tú Edward, eres lo que siempre soñé, lo que anhele toda mi vida.

Edward se sintió un poco mal por sus palabras, aunque su única intención al comienzo de todo era hacerle daño, había momentos en los que dudaba de si mismo, pues la presencia de Amelia inexplicablemente alegraba sus días.

—No digas eso Amelia, soy un hombre como cualquiera, pero quiero hacerte feliz siempre —se acercó a ella y tomó su rostro a dos manos, la beso apasionado, la comenzó a acariciar, sus manos estaban recorriendo sus piernas y cada vez que lo hacía, él sentía un calor inexplicable.

Le gustaba su piel, le encantaba su aroma, su cuerpo le fascinaba, pero su orgullo era más poderoso que cualquier sentimiento que ella le incitará, además estaba comprometido con Selene.

De repente la puerta de la oficina de Amelia sonó, interrumpiendolos de inmediato, se trataba de la otra auxiliar que ellos habían contratado.

Ambos sonrieron llenos de complicidad, pero ese no fue el único momento en el que su romance estuvo a flor de piel.

Todos los días los detalles por parte de Edward iban y venían, él ni siquiera se explicaba porque lo hacía, solamente tenía presente que quería que ella se enamorara de él perdidamente.

Salían todos los días, iban al cine, a comer, a caminar, hablaban todo el tiempo, y aunque él estaba con otra identidad, indirectamente le contaba lo verdadero de su vida, y ella igual, la confianza que había entre los dos era mágica.

Una noche estaban sentados bajo la luz de la luna, ella miró al cielo y en ese instante pasó una estrella fugaz.

—¡Preciosa! ¿la has visto?—Edward le preguntó como si se tratara de un niño pequeño.

—¡Por su puesto! —respondió ella.

—¿Has pedido un deseo?—él se acercó y le dio un beso en la nariz .

—Sí, claro que lo he pedido, pero no necesito ocultarlo.

—¿Ah no? entonces dime,. ¿que has pedido?

—¡Que te quedes siempre!—Edward sintió como un puñal atravesó en el fondo de su pecho, ahora estaba más confundido que nunca, pero no se desviará de su objetivo, sin importar lo que estuviera pasando entre él y Amelia.

Selene se estaba vistiendo delante de Maximilien, lo tomó por la espalda y le dio un beso en el cuello.

—¿Cuándo harás que esa mujer pague todo lo que te hizo?—Maximilien le dio un beso sobre su mano, y se giró hacia ella.

—Está misma noche le pediré matrimonio, y será el mismo día en el que tú y yo nos casemos preciosa, le daré la sorpresa de su vida.

Selene beso de nuevo a Maximilien y sonrió satisfecha, aunque ella no tenía nada que ver con Amelia, disfrutaba su dolor.

***

Edward pasó por la joyería antes de llegar al supermercado, reclamó su pedido y llegó hasta donde estaba Amelia, se saludaron como de costumbre y siguió con su plan.

—Cariño, quiero que esta noche salgamos a celebrar nuestro quinto mes juntos —Edward tomó por la espalda a Amelia y la abrazó.

Ella se giró, mirándolo complacida y le besó la boca apasionada.

—Me parece una excelente idea ¿A dónde iremos?

—Beberemos un par de copas.

—Me pondré bella para ti, te amo —era la primera vez que Amelia le decía que lo amaba, y le salió tan espontáneo.

Edward se aprovechó de su ingenuidad para hacerle creer que sentía lo mismo por ella, mientras que a sus espaldas ya tenía todo preparado para causarle un gran dolor.

—También te amo preciosa —respondió en medio de un abrazo.

La noche llegó y los enamorados salieron directo a un precioso lugar que él había reservado, una mesa para dos, con dos copas, una fina botella de champagne y velas.

—Edward, todo está precioso, no me digas ¿hiciste todo esto por mí?

—Amelia, estoy completamente convencido que te mereces esto y mucho más, eres tan hermosa —Edward sirvió dos copas de champagne y brindaron.

Detrás de la primera copa llegaron muchas más, ella estaba poco acostumbrada a beber, y ya estaba un poco entonada producto del efecto del alcohol, se desinhibió por completo y atraída por el amor que sentía por su novio, se acercó y lo besó.

Pero fue un beso distinto, uno apasionado, y dentro de su interior comenzaron a florecer los deseos, Edward por su parte pensó que era la oportunidad perfecta para empezar con el sufrimiento de la pobre Amelia.

—Preciosa, tus besos me encantan, juro que muero porque seas mía, estos meses han sido hermosos a tu lado, pero la idea de tener tu cuerpo, de verdad que me emociona.

—Mi amor, yo nunca he estado con otro hombre—ella respondió nerviosa, Edward sonrió encantado al escuchar que Amelia era virgen, era melodía para sus oídos.

—¿Quieres decir que yo seré tu primer hombre? —Amelia se alejó un poco de él, ella no quería entregarse sino hasta el matrimonio.

—Es que yo… yo quiero entregarme por primera vez en el matrimonio—le respondió sonrojada.

Edward la tomó de la mano y la acarició, la besó de nuevo y luego de brindarle seguridad, sacó una cajita de su bolsillo, cuando la abrió, los ojos de Amelia se deslumbraron al ver el brillo de la piedra preciosa del anillo.

—Justamente esta noche quería decirte algo muy importante, Amelia Romero, ¿te quieres casar conmigo?

Amelia abrió sus ojos con sorpresa, y de ellos escapó un par de lágrimas, se abrazó fuerte a Edward y lo beso frenética.

—Dime que no estoy soñando, repítelo, Edward, por favor, dime que esto no es un sueño —le suplico mientras encantada miraba su anillo en el dedo.

—No mi preciosa, es una realidad, una hermosa realidad, te haré mía por siempre y será la boda más maravillosa, ahora brindemos.

Consumidos por el deseo, la felicidad y el alcohol, Amelia se entregó esa misma noche a su amado.

Edward recorrió su cuerpo como si la amara de verdad, fue tierno, amante y delicado, hizo que la primera vez de Amelia fuera especial e inolvidable, ella estaba completamente convencida, de que él era el amor de su vida.

Los días siguientes fijaron la fecha de la boda, Amelia puso todo su empeño para organizar el matrimonio de sus sueños, la decoración, la fiesta y el lugar, todos ellos estaban llenos de preciosos detalles, era el día más importante de su vida, y se sentía tan feliz porque se iba a casar con el hombre que amaba, con el dueño de su virginidad, de su alma y de su cuerpo.

Se miró al espejo, puso un poco de rubor en las mejillas, un labial suave y se bajo su velo, el gran día había llegado, aunque le hubiera encantado que sus padres la estuvieran acompañando en su preciado día, estaba sola y solo unos cuantos invitados del pueblo serían su compañía.

Pero Amelia estaba completamente feliz, después de la entrega infinita que había hecho a su amor, no solamente estaba dispuesta a casarse con él, sino que en sus manos tenía un sobre con una gran sorpresa para Edward.

De camino a la iglesia, solamente centraba su mirada en el sobre y en las imágenes a futuro de su nueva familia, las ansias la estaban consumiendo y la ilusión por estar por fin frente al altar con el hombre de su vida, era lo mejor que le había pasado.

—Señorita, hemos llegado a la iglesia—el hombre que contrató para ser su conductor la sacó de sus pensamientos.

Amelia suspiró cuando vio la puerta del lugar donde entregaría su amor, su corazón estaba acelerado y las manos le temblaban, apretó el ramo de flores y el sobre. Con paso firme se bajó del auto, la iglesia estaba preciosa por fuera, pero ella se había encargado que por dentro estuviera mejor.

Cuando dio los primeros pasos, supo que algo no estaba bien, pensó que se había equivocado de lugar, y por supuesto de matrimonio, la iglesia estaba llena y frente al altar había una pareja, ya se estaba celebrando una boda.

El novio se giró de reojo al escuchar los susurros de los invitados por ver llegar a una nueva mujer vestida de blanco.

Amelia sintió cómo su mundo se desmoronó a sus pies, y todo lo que había soñado se estaba convirtiendo en una pesadilla, sacudió su cabeza y se enloqueció de inmediato.

—¡Edward!—dijo con su voz temblorosa, al darse cuenta de quien se estaba casando con otra mujer, era su amado novio.

—Amelia ¿qué necesitas?—respondió arrogante.

—¿Qué está pasando?— la voz de Amelia se quebró por completo, mientras que Selene la miraba de arriba abajo.

—Recuerdas hace once meses, cuando debías llegar a la iglesia ¿recuerdas a Maximilien Archer? —Edward le dijo delante de todos los invitados, quienes miraban sorprendidos a Amelia, pero nadie decía nada.

—No—Amelia quiso desfallecer —¡No! ¿De qué estás hablando?

—Yo nunca te he amado Amelia, ni siquiera soy Edward Campbell, soy Maximilien Archer, y si me voy a casar , pero no contigo—Amelia sintió un escalofrío que recorrió su ser, sus piernas empezaron a temblar, y palidecer.

<

> se repetía así misma.

—Seguridad, ¡saquen a esta mujer! la boda debe continuar—esas fueron las últimas palabras de Maximilien.

Un par de guardaespaldas sacaron a la pobre Amelia, arrastrada de sus brazos, mientras que ella ni siquiera asimilaba que era lo que estaba sucediendo, dejó caer el ramo junto con el sobre al piso, y una mujer desconocida, al ver su dolor, los recogió, pero no le dio tiempo para devolverlos de nuevo, así que los guardó en su bolso con la esperanza de verla otra vez.

Amelia quedó en la calle, un torrencial aguacero empezó a caer, las puertas de la iglesia se cerraron, mientras que adentro la boda se celebraba, destrozada y desgarrada por el dolor, salió corriendo.

La espesa lluvia no le permitía ver más allá de sus ojos, eso sumado a sus lágrimas empañaron completamente su visión. Amelia corrió tanto sin rumbo fijo…

Corría con tanto dolor y desespero, que no se dio cuenta que al cruzar la calle un carro venía, ella apenas abrió sus ojos al darse cuenta que era demasiado tarde para cruzar.

El estruendo del auto al frenar sonó, Amelia recibió un terrible golpe, un fuerte accidente había pasado, todo el mundo salió corriendo al ver que quien estaba tirada en el piso rodeada por un charco de sangre, era la triste mujer.

Mientras que la sangre salía de su cuerpo, Amelia aun no comprendía como Maximilien Archer le había hecho eso, en ese momento era mejor morir.

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