No te pertenezco...

Después de lo ocurrido, Ben se llevó a las demás chicas por orden del líder, dejándome sola en el salón. Solo quedábamos él y yo. Una oleada de terror me invadió al darme cuenta de que estaba atrapada en un espacio cerrado con aquel hombre. El lobo castaño de ojos grises, cuya mirada no me dejaba escapar. Sus ojos eran como un fuego helado, llenos de deseo y poder, y aunque no lo quería admitir, me sentí expuesta, vulnerable bajo su escrutinio.

Él me estudió con esa mirada penetrante, casi como si me desnudara con solo mirarme. Mi corazón latía con fuerza, martillando mi pecho, y no pude evitar temblar. Su olor a tabaco y menta me envolvió, un aroma masculino que me hizo sentir frágil. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y me quedé inmóvil, incapaz de apartar la vista de él.

—¿Nerviosa? —preguntó con una sonrisa irónica, como si lo disfrutara.

—P...pa...Para...Na...Nada. —logré articular, pero mi voz tembló, traicionando el miedo que no podía esconder.

Él soltó una risa baja y burlona. Se notaba que le divertía verme así, vulnerable. Me miró un segundo más, y luego, como si ya no fuera importante, habló con la voz dura de quien da una orden.

—Cállate y sígueme. —la autoridad en su tono no dejaba espacio para discusiones.

Sin más, tomó mi equipaje con una mano, y sin esperarme, comenzó a caminar hacia las escaleras. Me quedé unos segundos mirando al suelo, el miedo aplastándome el pecho, pero sabía que no tenía otra opción. Asentí con la cabeza, sin atreverme a replicar, y lo seguí.

Subimos por las escaleras en completo silencio, solo el sonido de nuestros pasos resonando en la enorme mansión. Cuando llegamos a la habitación, él dejó mis maletas sobre el suelo y, con un gesto indiferente, dijo:

—Esta será tu habitación por ahora. Ponte cómoda. —la frialdad en sus palabras me atravesó, como si no le importara lo que sentía.

Y antes de que pudiera responder, se fue. La puerta se cerró tras él con un sonido sordo, dejándome completamente sola en ese espacio. Miré alrededor, intentando no pensar en lo que estaba sucediendo.

La habitación era... impresionante. Una cama gigante, rodeada de cojines, con una vista deslumbrante que parecía sacada de un sueño. El armario estaba repleto de ropa y calzado de marcas caras, las mismas que siempre había visto en las vitrinas de las tiendas de lujo. El baño, perfectamente decorado, parecía sacado de una revista. Todo era tan perfecto que me resultaba irreal.

Pero, en el fondo, nada de eso importaba. No había nada que pudiera llenar el vacío doloroso que sentía al pensar en mi familia. Solo había pasado un día, un maldito día, y ya los extrañaba con una intensidad que no había experimentado nunca. El pensamiento de que jamás volvería a verlos, de que mi vida ya no sería la misma, me desgarraba el alma. Me sentí vacía, atrapada en un mundo que no elegí, y la tristeza me invadió.

Un sonido en el umbral de la puerta me sacó de mis pensamientos. No lo había oído entrar, pero ahí estaba él, el maldito lobo castaño. Observándome desde la entrada, con esa sonrisa torcida que no presagiaba nada bueno.

—¿Está todo bien? —preguntó, fingiendo una sonrisa, aunque en sus ojos había algo más, algo que no me gustaba.

—De maravilla. —respondí con sarcasmo, sintiendo cómo la ira y el miedo se mezclaban en mi pecho. ¿Qué más podía decir?

Él se rió, divertido, sabiendo que mi respuesta estaba llena de desesperación.

—¡Qué carácter! —exclamó, como si estuviera fascinado por la dureza que intentaba mantener.

¿Carácter? Lo único que quería era salir de allí. Pero, en lugar de huir, decidí desafiarlo.

—Si no te gusta, escoge a otra. —dije, encogiéndome de hombros, como si lo que más me importara fuera ser indiferente a su presencia.

Pero vi la forma en que su sonrisa se ladeó, la manera en que su mirada se tornó más desafiante, como si no me creyera ni una palabra. Este juego no había hecho más que comenzar, y yo estaba en una posición de debilidad. Pero no podía dejar que lo viera. No podía mostrarle miedo.

Y mientras me quedaba allí, observándolo, su risa resonó en la habitación, como un eco de lo que aún estaba por venir.

—Me encantaría, pero ya todas están muertas… —su sonrisa posesa me daba escalofrio. ¿Cómo podía dormir tan tranquilo después de asesinar a once mujeres? ¿Acaso los lobos dormían? ¿Era posible que quizá tuvieran un poco de consciencia?

Sentí un profundo terror y retrocedí, el hizo un movimiento con una rapidez inhumana y me acorralo contra la pared, mi respiración se agito.

—Eres mía, así que acostúmbrate a esta cercania entre ambos. — me susurró en mi oído, mientras acariciaba mi mejilla con su fría mano.   

Esas palabras retumbaban en mi cabeza "Eres mía" y dejaron un profundo eco. Me sentí confusa había algo en esas palabras que llamaba mi atención, pero al mismo tiempo causaban en mí un terrible pavor.

—No te pertenezco, lo siento—lo desafie, me acerque más a su rostro. 

—Eso lo veremos. — dijo en un suspiro, mi respiración se detuvo al notar que nuestras narices estaban a punto de rozarse. En un rápido movimiento se acortó la distancia entre nosotros fundiendo nuestros labios en un apasionado beso sentí un raro cosquilleo recorrer mi espalda y reaccioné de una manera brusca empujándolo lejos de mi y dándole un golpe en su entrepierna, salí corriendo al cuarto de baño y cerré con seguro la puerta detrás de mi por miedo a como reaccionaria aquel castaño por mi acto, enseguida escuché como tocaba la puerta y gritaba.

—Con esto solo logras empeorar las cosas, sal y hablemos no quiero hacerte daño—ordenó fríamente.

—¡NO LO HARÉ!—le grité en respuesta. —, SOLO DÉJAME.

—¡SAL O ENTRARE POR TI WHITMORE!

—¡¡JAMAS SALDRÉ MIENTRAS SIGAS EN LA HABITACIÓN!!—le grité con temor.

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