Valentín

No podía negar que se veía jodidamente guapo. Era el dios griego más perfecto que jamás había visto. Su camisa color vino, ajustada a su cuerpo, contrastaba con el elegante smoking negro que llevaba encima. El cabello ligeramente húmedo caía desordenado, peinado hacia un lado, pero sin perder ese aire de perfección natural.

—Tú también luces muy bien—dije, tratando de sonar indiferente, pero mi voz salió más fría de lo que esperaba—, Pero no te hagas ilusiones. No lo hice por ti, solo quería verme bien esta noche. No te sientas especial.

—Me da igual—respondió con tono neutro, su expresión inexpresiva, pero no pude evitar notar la leve tensión en su mandíbula—, Solo no me avergüences esta noche—añadió, haciendo un gesto como si me diera un consejo.

—¿Qué insinúas? —levanté una ceja, la incredulidad desbordando mi tono—. ¿Que no sé de etiqueta y protocolo?

—No lo he dicho yo—dijo, dejando que una sonrisa burlona asomara en su rostro.

Mi corazón empezó a latir más rápido, esa chispa de
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