Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.—Los niños del aeropuerto y el centro comercial —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. Además, también me los encontré en el centro comercial, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.A
—Yo comeré más que tú, Helios —dijo Hera, alegre y divertida, sabiendo que siempre comía más que su hermano gemelo.—No, yo comeré más que tú, Hera —respondió Helios y así siguieron discutiendo, mientras Hariella y Hermes, sonreían al oírlos.En la mansión Hansen, luego de la cena, Hermes se quedó a jugar con sus hijos, hasta que cayeron rendidos por el sueño. Hermes cargó pegado a su pecho a cada uno de sus mellizos y los acostó con cuidado en las camas de ellos. Se quedó admirándolos; eran tan tiernos, inocentes y encantadores, que solo le provocaba cuidarlos.—Su papá ya está con ustedes, mis niños —dijo Hermes con lágrimas en sus ojos—. Y no me volveré a ir de su lado, ya lo había prometido hace cuatro años.Hermes les acomodó las cobijas y después de varios minutos, les dio un beso en la frente y salió del cuarto. Se limpió su llanto con las mangas de su traje y liberó un ligero suspiro.—¿Tus ojos se bañan? —bromeó Hariella, que había visto y escuchado lo que Hermes había hecho.
—¿Me extrañaste? —preguntó Hariella, cuando Hermes se acostó a su lado.—Cada segundo —contestó Hermes, dándole un beso.—Abrázame —dijo Hariella en tono caprichoso—. Hace frío y entonces no podré dormir.—¿Por qué eres tan mandona? —preguntó Hermes, con una sonrisa en su boca.Los dos se cubrieron con las sábanas y se quedaron dormidos. Hermes abrió sus párpados y observó la fina espalda de Hariella. Jugó metiendo su cara en el brillante cabello rubio de ella. Luego se le ocurrió una idea mejor y la mordió con suavidad por el cuello.—Oye —dijo Hariella, todavía somnolienta. Se dio la vuelta—. ¿Ahora eres un vampiro? ¿Por qué me muerdes?—¿Te molesta? —preguntó Hermes con humor.—No, en lo absoluto.Hariella se puso a horcajadas sobre él.Hermes la agarró por la cintura y el pecho de ella se mostraba a plenitud. Los cubrió con sus manos y empezó apretarlos con levedad.—Tus senos son más grandes —dijo él con picardía.—Las ventajas del embarazo —respondió Hariella, guiñándolo un ojo.
Hermes rodeó a Hariella con un brazo, mientras el otro sostenía a uno de los mellizos. Hariella, con una mano en la de Hermes y la otra en la de su hija, se sentía plena y feliz. Los gritos de los vendedores ambulantes y el aroma de las palomitas de maíz y los perritos calientes llenaban el aire, creando una atmósfera familiar y festiva. Era increíble como el tiempo les permitía estar compartiendo de esta manera tan fantástica y de ensueño, cuando años atrás cada quien había tomado su rombo a países diferentes. Sin embargo, la vida los había hecho volver a converger, para nunca más separarse.Durante la mitad del partido, la cámara del estadio comenzó a buscar parejas para la Kiss Cam. La pantalla gigante mostraba a varias parejas besándose, y los espectadores aplaudían y animaban cada beso. De repente, la cámara enfocó a Hermes y Hariella. Los mellizos, comprendiendo la tradición, comenzaron a aplaudir y a animar a sus padres.Hermes sonrió y miró a Hariella. Sus ojos se encontraron,
La fecha de la boda llegó, después de su despedida de solteros de manera tranquila y amena. Hermes contó con Werner, Jarrer, Joseph a su lado. Mientras que Hariella estuvo acompañada por Lena, Mariane y Mónica.Ese día todos se levantaron temprano, para prepararse para el gran evento.Marianne ayudaba con los últimos detalles de la decoración y fue hasta la sección de las bebidas. Empezó a degustar cada uno, cuando un hombre se acercó hasta ella y también hizo lo mismo.—Vino rosado noble —dijo Jarrer Miller, captando la atención de la hermosa Marianne—. Semidulce.—¿Sabes de vinos? —preguntó Marianne, sin poder ocultar su interés.—Un poco, me gustan y me encanta disfrutarlo en mi tiempo libre —respondió Jarrer, viéndola directo a los ojos.—Marianne —dijo ella, presentándose, mientras extendía una mano hacia el hombre que la había hablado.—Jarrer —contestó él, sin negar la atracción que le causó Marianne—. Es un gusto conocerte.El edificio mirador había sido adornado con una alfom
—Buenas tardes a todos los asistentes, para los que no me conozcan, soy Nathaniel Hansen, padre de Hariella Hansen y quiero compartir con todos ustedes unas palabras —dijo él, mirando al público y después se giró hacia Hermes—. Hoy dejo en tus manos a mi tesoro más preciado. He visto nacer a mi hija, en tal momento me propuse protegerla y hacerla feliz. La he seguido en todos sus pasos, la he apoyado en todas sus decisiones, he reído y llorado con ella; le he enseñado lo bonita que es la vida y lo difícil que, a veces, es. He querido cada día formar sus alas para que a la hora de volar vuele tan alto como quiera. Mi hija, con el paso de los años, se ha transformado de una flor linda y delicada a toda una mujer. Puedo decir bien alto que me siento orgulloso de la hija que tengo y que, a pesar de la pena que siento dejándola ir, estoy tranquilo porque la dejo en manos de un buen hombre. —Nathaniel hizo una pausa y luego prosiguió diciendo—: es por eso que hoy te entrego a mi hija, para q
Nota: Desde aquí comienza el segundo libro que sigue de la historia de LA MAGNATE. Estará protagonizada por el segundo de los mellizos, Helios Darner, con romance, Herses Hedley. Este es el libro 2. EL JOVEN MAGNATE. Linaje de diamantes II.La chica crespa de cabello marrón estaba en la cafetería con otras amigas de la universidad. Llevaba puesto un atuendo del que había adquirido aquel día, gracias a un pequeño salvador que la había ayudado en su momento de mayor angustia. Aún recordaba los eventos como si hubiera sido ayer. Habían entrado a la tienda con un grupo de amigos que la habían invitado a ir de shopping. Sin saber que era observada por un distinguido niño.El pequeño Helios, mientras su padre, su hermana y las dos señoras buscaban la ropa, vio como un grupo de muchachas se probaba atuendos. Hubo uno que llamó su atención por el tipo de cabello que tenía, era rizada, demasiado. Se veía un poco excéntrico y llamaba la atención por ser inusual. Aquella muchacha comenzó a proba
En ese momento llegó Hermes con Hera, Marianne y la niñera. La extraña creyó que esa era la familia, el padre y la madre de él. Aunque la mujer no era rubia. Además, la otra niña tenía el rostro igual al del chico, solo que en versión femenina y con el cabello largo. La tiara que tenía los hacía como dos príncipes. Sin mencionar que la belleza de aquel hombre era demasiado abrumadora. Era como uno de esos modelos o actores que gozaban de mucha fama.—Deseo agradecerle a su hijo —dijo la muchacha—. ¿Quieres un helado?Helios miró a su papá para obtener permiso.—Yo también quiero helado —dijo Hera de forma animada.Hermes la cargó en sus brazos de manera cariñosa.—Yo te compraré uno luego —dijo Hermes de forma neutra—. Ve a acompañarlos. —Le indicó a la niñera.—Sí, señor.Así, Helios y la muchacha fueron por un helado en el centro comercial, siendo supervisados por la niñera desde una distancia prudente, aunque también recibió uno. Los dos disfrutaron del sabor chocolate y vainilla c