Pobre Calioppe, le pasa cada cosa. No olviden dejar sus comentarios y reseñas, los leo y siempre respondo sus dudas.
— ¡Ve por el botiquín de emergencia! — ordenó a la joven sirvienta que parecía pasmada a los pies de la cama — ¡Ahora, Francisca! — Sí… sí, patrón — tartamudeó y salió de allí rápidamente. Nick volvió la vista a su esposa, ansioso, y apartó un par de mechones dorados del rostro para evaluarla mejor. Lucía mal, terriblemente mal. ¡M4ldita sea! — ¿Puedes respirar? — le preguntó con voz queda, preocupado. ¡Jodidamente preocupado! Calioppe asintió, pero le costaba. Tan rápido como Francisca pudo, volvió a la habitación. Todo el mundo en la casa grande ya estaba al tanto del revuelo y se asomaron curiosos. Romina y su madre se miraron la una a la otra con una sonrisa torcida. Si ella moría, sería lo mejor. Pensaron como víboras venenosas. Nicholas se hizo rápidamente del botiquín y sacó todo lo necesario para suministrarle un fuerte antihistamínico en la vía. Ella se quejó débilmente por el pinchazo. — Tranquila — le susurró con voz dulce —, pronto estarás bien. El antialérgico no
Nick sintió esos ojos azules clavados sobre sí al tiempo que Romina intentaba besarlo, pero, cuando le dijo que muchas cosas cambiarían con la presencia de Calioppe en la hacienda, se refería exactamente a eso. — Romina, déjame a solas con mi esposa. — No hace falta, yo no quería interrumpir, con permiso — dicho eso, salió de allí. Romina sonrió triunfal y Nick se mesó el cabello antes de ir tras ella. — Calioppe — la llamó, pero ella no se detuvo hasta subir las escaleras. Fue allí donde él la alcanzó y la tomó firmemente del brazo — ¡No me ignores cuando te hablo! Ella pasó el amargo trago de lo que había visto en el despacho e intentó zafarse del agarre, pero su fuerza la doblaba. — Quiero… quiero ir a mi recámara. — Habías ido a verme, ¿qué querías? — Nada. Nick sonrió sin alegría. — No mientas. No fuiste solo por nada. ¿Qué querías? — Te dije qué… — Si no me dices que querías, no voy a soltarte; tengo toda la paciencia del mundo para estar así — habló firme y la pegó m
— ¿Qué pasa, Calioppe? ¿Es que te ha mordido la lengua el ratón? — preguntó Nick a su joven esposa. Calioppe seguía pasmada bajo el umbral de la puerta, aferrada al silencio. Su lengua no respondía. ¡Nada de ella lo hacía! — No, yo… — ¿Tú qué? Mírate, pareces aterrada. La todavía horrorizada joven negó apresurada con la cabeza. — ¡No! ¡No es eso! ¡Es que…! — ¡No me dirás que excita la idea de un hombre amputado!— dijo sardónico. Calioppe abrió los ojos de par en par. — ¿Qué…? ¡Claro que no! «¡Era un cretino!» Pensó enojada. ¿Cómo se atrevía? — ¿Entonces que es, eh, Calioppe? — preguntó con mordacidad a medida que se acercaba hasta ella. Estaba rabioso, no, estaba furioso. ¡Cabreado hasta la médula ósea! — ¿No piensas hablar? ¡Vamos, dilo! ¡Admite que te asusto! ¡Admite que te doy miedo así! Calioppe se pegó a la pared contigua a la puerta. No le asustaba su condición, ni siquiera un poco, pero, la forma en la que sus ojos verdes se habían oscurecido dos tonos si la aterrab
Despertó a todo el mundo en la hacienda. — ¡Patrón, en las caballerizas no está! — le informó Francisca, que salió despavorida a buscarla cuando se enteró. Nick sabía que desde el primer momento ella y su esposa habían congeniado muy bien, por eso notaba ese semblante preocupado en la muchacha. — ¡En los cafetales tampoco! — secundó Paulo. Los rostros en el salón de la casa grande eran los mismos: expectantes y angustiados. Nicholas, ya rebasado, se pasó las manos por el cabello. — Nada, patrón, nadie da razón de ella — apareció Lisandro, el capaz de la hacienda, y para ese punto, uno de los muy pocos hombres que Nicholas podía considerar su amigo. Él ya estaba al tanto de todo y de cómo terminó casado con Calioppe. Ya rebasado, Nick se mesó el cabello. Esa angustia en el pecho era ya demasiado grande. ¡Iba a estallar en cualquier momento! ¡En ese momento! — ¿Cómo es posible que nadie la haya visto salir? ¿Qué se haya esfumado como una aparición? ¡Carajo! ¿Es que aquí las per
Entró a la choza con gesto cabreado, pero, en cuanto Nicholas vio a su esposa allí, en una pequeña cama de paja, con los ojos cerrados y el cuerpo perfectamente laxo, sintió que algo en su interior se rompía. Chayo se incorporó tan pronto lo vio. — ¡Patrón, buenas noches! ¡Me ha dicho Irina que esta muchacha es su esposa! ¿Es verdad? Nick asintió con la mandíbula tensa y el entrecejo fruncido. — ¿Cómo está? ¿Qué fue lo que pasó realmente? — preguntó sin apartar la vista de su esposa. — No lo sé, patrón, pero esa muchacha estaba inconsciente cuando yo llegué. Irina dice que la vio trepar la valla y después se cayó. Tiene varias contusiones en el cuerpo. Nicholas se paró a un lado de la cama, examinándola. Era cierto. — Voy a llevármela. Un médico tiene que examinarla. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? — Desde hace un buen rato, patrón, y… disculpe que lo contradiga, pero no creo que moverla sea lo mejor por esta noche — le dijo la mujer, acercándose a la muchacha. Después apart
No se movió de su lado el resto de la madrugada. La lluvia cedió al alba y Calioppe al fin abrió los ojos, mostrando mejorías. Los débiles rayos de sol se asomaban tímidos. La inocente joven creía despertar de un eterno sueño. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo. Movió los párpados lánguidamente, acostumbrándose al amanecer. «¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Había podio escapar de la hacienda? ¿De su marido?» Se preguntó, observando a su alrededor con gesto desconcertado, hasta que se topó con esos pozos verdes que tanto la intimidaban. Pasó un trago con esfuerzo. Su corazón latió como una locomotora. — Ni…Nicholas — musitó con apenas voz. Él la miró severo, rencoroso, a un lado de la cama. Tenía el pecho descubierto. — ¿Qué, no esperabas verme aquí? — le preguntó con mordacidad — O mejor aún… ¿esperabas ya estar en otro lugar? Calioppe lo observó aterrada. Vagos recuerdos de la noche anterior, aunque confusos, vinieron a su mente. — ¿En qué diablos pensabas, eh? ¿Pretendía
El implacable brasileño de ojos verdes aguardaba impaciente por una explicación. ¡Esta vez no tendría ni un ápice de consideración! — ¿Y bien? ¡Estoy esperando! Calioppe se enderezó, nerviosa. Pasó un trago de intimidación. La mirada de su esposo era la de un hombre furioso. — No… no sé qué quieres que te diga — musitó débilmente. Nick entornó los ojos, contenido. — La verdad, Calioppe, quiero la absoluta verdad. ¿Quién te ayudó, ah? ¿Quién? ¿Fue un peón? ¿Qué le diste para que quisiera ayudarte? — ¿Qué? ¡No! ¡Yo…! — ¿Con qué lo engatusaste? ¿Te le ofreciste? ¿Fue eso? ¿Por eso accedió a… — ¡Cállate! ¡No tienes derecho a hablarme así! — le gritó, rabiosa, dolida. — ¡Tú eres quien no tiene derecho a abandonarme! — replicó, fuera de sí. Lágrimas calientes inundaron los ojos de la inocente Calioppe. Se incorporó con esfuerzo. — No quiero seguir escuchándote — le dijo. Se iba de la habitación. Él la alcanzó en tres rápidas zancadas. La tomó del brazo. Ella se quejó de dolor y é
Entró despacio a la habitación. Todo se encontraba en penumbras. La cama estaba vacía y las sábanas perfectamente tendidas. Se preocupó, al menos hasta que la descubrió sentada a los pies de la ventana, con las rodillas pegadas al pecho y la mirada perdida. Verla así lo conmovió. — Te he traído la cena. Ella lo había presentido mucho antes de que hablara, pero no respondió, tan solo lo miró de reojo y se limpió el rastro de una lágrima. — ¿No piensas decirme nada? — le preguntó. — No tengo hambre — respondió, todavía sin mirarlo. El dominante brasileño de treinta y un años cerró por un segundo los ojos y suspiró. Dejó la charola en la pequeña mesa de lectura y tomó asiento en una esquina de la cama. Cruzó las manos sobre sus rodillas. — Thiago llamó. Me dijo que le gustaría hablar contigo. — Yo no quiero hablar con él, puedes decirle que estoy dormida. — ¿Eso quieres? Ella asintió con gesto ecuánime y se incorporó. Nicholas la tomó del brazo antes de que le pasara por el lad