Ya este guapo Brasileño se está enamorando de la dulce Lilo. No olviden comentar y dejar sus reseñas, las veo muy silenciosas jaja.
Bajó las escaleras con su nuevo atuendo. Nick hablaba por teléfono cuando alzó la vista y allí la encontró. — Después te llamo — dijo, y lo que sea que le hayan respondido al otro lado de la línea no lo escuchó; se había quedado prendado a la belleza de su esposa. — Ya… ya estoy lista — musitó ella, ruborizada. — Te queda un poco grande la ropa, deberías comer más — soltó, fingiendo desinterés —. De todas formas mañana iremos al pueblo para que escojas lo que mejor te quede. Ella asintió. Le daba igual. En eso, Francisca salió de la cocina. Su mirada se iluminó al verla y sonrió. — Seño Calioppe, se mira usted bien bonita. — Gracias, Kika. Nick se aclaró la garganta. — Vamos al desayunador, debes alimentarte bien para este tipo de trabajos. Romina y su madre ya estaban allí. — Nick, buenos días, estábamos esperándote. Él asintió con gesto serio. Después retiró la silla de su esposa para que tomara asiento a su lado. Calioppe lo miró intrigada. El Nicholas que conocía jamás
El inflexible brasileño llegó a la empacadora como de costumbre. Todo el mundo dejó a un lado lo que estaba haciendo para recibirle. — Patrón, buenos días, lo estaba esperando — le dijo uno de los encargados de esa área. Él asintió, y siguió al hombre hasta la pequeña oficina. Allí trabajó durante un par de horas de la mañana, firmó algunos envíos próximos a salir a la ciudad y autorizó que una pequeña parte de la cosecha fuese distribuida a las familias más pobres de los pueblos más cercanos. — Creo que sería todo por hoy, si me necesitas estaré en la recolecta de plátano — dicho esto, subió al todoterreno y regresó. Lisandro se acercó. Era una mañana bastante alegre y productiva. — Patrón, no creí que volvería tan pronto — dijo asombrado. Pocas eran las veces que él iba a inspeccionar que todo estuviese saliendo bien, pues esa tarea se la confiaba con los ojos cerrados. Nick se quitó las gafas y entornó los ojos como si buscara algo. — ¿Dónde está? — preguntó, casi ignorándolo
Dos horas más tarde, Calioppe llevaba apenas casi tres canastas, y aunque no se rendía, sí se sentía bastante cansada. Su espalda y manos dolían, así mismo su cintura. Para el medio día, todos pararon. — Señorita Calioppe, descanse un poco, ya es la hora de la comida. Vaya a la casa grande — le dijo Lisandro, al notarla bastante agotada. Ella se secó el sudor y alzó la vista con una optimista sonrisa. Todo mundo dejaba sus canastas y se retiraba. Allí fue cuando notó que le llevaban una diferencia de casi cinco canastas. Iba muy atrasada. — Me quedaré un poco más, Lisandro, gracias. El buen hombre, que cruzaba los cuarenta, se quitó el sombrero. — ¿Está segura? No tiene por qué quedarse, mire, todos ya se están yendo a almorzar. Ella volvió a sonreír. — Estoy bien, de verdad. Terminaré esta canasta y entonces comeré algo. Lisandro asintió con gesto preocupado. Esa muchacha no estaba hecha para ese tipo de trabajos. Después se retiró a comer con su mujer y sus hijos pequeños.
— Calioppe, Calioppe… — insistió con voz preocupada.Ella estaba consciente, pero parecía no tener siquiera la fuerza suficiente para responder.Escondió varios mechones de cabello que se le habían adherido al rostro y palmeó delicadamente una de sus mejillas.Al ver que no respondía a nada, el preocupado brasileño cargo en peso el cuerpo de su esposa y la pegó protectoramente a él.— Patrón, pero… ¡¿qué pasó?! — preguntó Lisandro, un tanto culpable.¡Él tuvo que haberse asegurado de que esa muchacha llegara a la casa grande en perfecto y fue lo menos que hizo!— No lo sé, la llevaré a la recámara — respondió sin mirarlo, y no se detuvo hasta que llegó a su destino.Empujó la puerta con la cadera y depositó el débil cuerpo de su esposa sobre las sábanas tendidas, y como si ella hubiese estado esperando un milenio por eso, se quedó profundamente dormida.Nick suspiró con las manos en las caderas, después se sentó a la orilla de la cama y la contempló con inexplicable adoración, evocand
Decidió cabalgar. Esa era una de las actividades que lo mantenía alejado de la realidad. Una realidad en la que Calioppe existía… y de la que él, aunque se negara, no iba a poder escapar. Volvió pasadas las once. Francisca lo esperaba caminando de un lado a otro en el salón. — Patrón, patrón, lo estaba esperando. Nick se sorprendió al verla allí. A esa hora todo el mundo ya estaba descansando. — ¿Qué pasa, Kika? — Es que yo no quería irme hasta saber cómo se encontraba la seño Calioppe. — Está bien, debe estar descansado ahora, tú también deberías hacer lo mismo, es tarde. Francisca asintió, más tranquila. — Con permiso patrón. Nicholas se la quedó mirando con gesto de asombro hasta que desapareció por la puerta. ¿Qué era lo que tenía Calioppe que había conseguido ganarse el corazón de muchos allí? ¿Qué era eso que lo hacía cuestionarse a sí mismo todo lo que le había advertido Thiago sobre ella? Suspiró, confundido, y subió las escaleras. En efecto, su esposa estaba profun
La inocente muchacha, sin comprender a qué se refería, parpadeó varias veces. — ¿De qué… de qué estás hablando? — preguntó aterrada. Nick apretó los puños en torno al frasco, contenido, después se lo mostró. — ¿Por qué necesitas antidepresivos? Calioppe ahogó una expresión de asombro. Sus ojos pasaron del frasco a la expresión colérico de su marido. Pasó un trago. — ¿Cómo… cómo supiste que eran antidepresivos? — ¡Eso es lo de menos! ¡Responde! ¿Por qué necesitas tomarlos? — exigió, inflexible. Ella negó y retrocedió un paso — ¡Habla, Calioppe! ¿Por qué necesitas tomar antidepresivos? — Yo… yo… quiero irme — balbuceó —. Por favor vámonos. — ¡No, hasta que me digas la verdad! ¿Estás deprimida? ¿Por qué Thiago no me dijo nada sobre esto? — Por favor… — rogó. Lágrimas contenidas inundaron sus ojos. No estaba lista para hablar de eso con eso. ¡Mucho menos con él! — Te lo advierto, Calioppe, si no me respondes ahora, llamaré a Thiago y le exigiré la verdad. — ¡No, por favor! ¡No
Caminó hasta los establos, intrigado. Debido a la hora, muy pocos trabajadores se encontraban por allí, así que solo se detuvo cuando vio una figura salir de las sombras. «Era ella». Pensó. Miraba a su al rededor como si buscara algo… o a alguien. Nicholas entornó los ojos y avanzó con cautela hasta que la descubrió hablando con un peón. Tuvo que esconderse detrás de un muro para evitar ser visto. — ¿Sabes dónde puedo encontrar a Danilo? — la escuchó preguntar con gentileza, y en seguida, todo de sí mismo reaccionó en respuesta. Apretó los dientes con rabia. ¿Por qué razón tendría que buscar a Danilo? ¿Y a estas horas? ¡Nada bueno pasó por su cabeza! — Lo acabo de por allí, señorita — respondió el muchacho. Ella sonrió como muestra de agradecimiento y siguió el camino que le habían indicado. Nicholas, luchando contra esa furia inexplicable que lo hizo hervir por dentro, no se quedó quieto ni proponiéndoselo. Salió de las sombras, molesto, no, más que molesto. ¡Se sentía abocho
Esa noche, Nicholas no había dormido con Romina. No pudo. Y es que aunque tenía el derecho de pagarle con la misma moneda a su esposa, no se sintió capaz, así que terminó pidiéndole a Romina que se fuera en cuanto escuchó que Calioppe cerraba la puerta. La mañana siguiente, la rabia aún viajaba por su torrente sanguíneo. No había podido conciliar el jodido sueño. No había podido hacer otra cosa que no fuese sentirse un estúpido. ¿Cómo había podido bajar la guardia con ella? ¡Es qué…! ¡Agh! ¿Cómo había podido dudar de todas las cosas que la joyita que tenía por esposa era? Se terminó de vestir y salió de la habitación apenas el primer rayo del amanecer se asomó. Tan pronto bajó, se topó con Francisca, caminando de un lado a otro. — Patrón, buenos días, lo estaba esperando. — Estoy apurado, Kika, ahora no. — ¡Pero patrón, yo quería decirle que…! — ¡Ahora no, Francisca! Dicho esto, desapareció, dejando a la muchacha con la palabra en la boca. Llegó a los establos. Cabalgaría com