Decidió cabalgar. Esa era una de las actividades que lo mantenía alejado de la realidad. Una realidad en la que Calioppe existía… y de la que él, aunque se negara, no iba a poder escapar. Volvió pasadas las once. Francisca lo esperaba caminando de un lado a otro en el salón. — Patrón, patrón, lo estaba esperando. Nick se sorprendió al verla allí. A esa hora todo el mundo ya estaba descansando. — ¿Qué pasa, Kika? — Es que yo no quería irme hasta saber cómo se encontraba la seño Calioppe. — Está bien, debe estar descansado ahora, tú también deberías hacer lo mismo, es tarde. Francisca asintió, más tranquila. — Con permiso patrón. Nicholas se la quedó mirando con gesto de asombro hasta que desapareció por la puerta. ¿Qué era lo que tenía Calioppe que había conseguido ganarse el corazón de muchos allí? ¿Qué era eso que lo hacía cuestionarse a sí mismo todo lo que le había advertido Thiago sobre ella? Suspiró, confundido, y subió las escaleras. En efecto, su esposa estaba profun
La inocente muchacha, sin comprender a qué se refería, parpadeó varias veces. — ¿De qué… de qué estás hablando? — preguntó aterrada. Nick apretó los puños en torno al frasco, contenido, después se lo mostró. — ¿Por qué necesitas antidepresivos? Calioppe ahogó una expresión de asombro. Sus ojos pasaron del frasco a la expresión colérico de su marido. Pasó un trago. — ¿Cómo… cómo supiste que eran antidepresivos? — ¡Eso es lo de menos! ¡Responde! ¿Por qué necesitas tomarlos? — exigió, inflexible. Ella negó y retrocedió un paso — ¡Habla, Calioppe! ¿Por qué necesitas tomar antidepresivos? — Yo… yo… quiero irme — balbuceó —. Por favor vámonos. — ¡No, hasta que me digas la verdad! ¿Estás deprimida? ¿Por qué Thiago no me dijo nada sobre esto? — Por favor… — rogó. Lágrimas contenidas inundaron sus ojos. No estaba lista para hablar de eso con eso. ¡Mucho menos con él! — Te lo advierto, Calioppe, si no me respondes ahora, llamaré a Thiago y le exigiré la verdad. — ¡No, por favor! ¡No
Caminó hasta los establos, intrigado. Debido a la hora, muy pocos trabajadores se encontraban por allí, así que solo se detuvo cuando vio una figura salir de las sombras. «Era ella». Pensó. Miraba a su al rededor como si buscara algo… o a alguien. Nicholas entornó los ojos y avanzó con cautela hasta que la descubrió hablando con un peón. Tuvo que esconderse detrás de un muro para evitar ser visto. — ¿Sabes dónde puedo encontrar a Danilo? — la escuchó preguntar con gentileza, y en seguida, todo de sí mismo reaccionó en respuesta. Apretó los dientes con rabia. ¿Por qué razón tendría que buscar a Danilo? ¿Y a estas horas? ¡Nada bueno pasó por su cabeza! — Lo acabo de por allí, señorita — respondió el muchacho. Ella sonrió como muestra de agradecimiento y siguió el camino que le habían indicado. Nicholas, luchando contra esa furia inexplicable que lo hizo hervir por dentro, no se quedó quieto ni proponiéndoselo. Salió de las sombras, molesto, no, más que molesto. ¡Se sentía abocho
Esa noche, Nicholas no había dormido con Romina. No pudo. Y es que aunque tenía el derecho de pagarle con la misma moneda a su esposa, no se sintió capaz, así que terminó pidiéndole a Romina que se fuera en cuanto escuchó que Calioppe cerraba la puerta. La mañana siguiente, la rabia aún viajaba por su torrente sanguíneo. No había podido conciliar el jodido sueño. No había podido hacer otra cosa que no fuese sentirse un estúpido. ¿Cómo había podido bajar la guardia con ella? ¡Es qué…! ¡Agh! ¿Cómo había podido dudar de todas las cosas que la joyita que tenía por esposa era? Se terminó de vestir y salió de la habitación apenas el primer rayo del amanecer se asomó. Tan pronto bajó, se topó con Francisca, caminando de un lado a otro. — Patrón, buenos días, lo estaba esperando. — Estoy apurado, Kika, ahora no. — ¡Pero patrón, yo quería decirle que…! — ¡Ahora no, Francisca! Dicho esto, desapareció, dejando a la muchacha con la palabra en la boca. Llegó a los establos. Cabalgaría com
Tras varios segundos de silencio, el brasileño de Villa Dos Santos se incorporó. — No lo puedo creer — dijo, riendo y negando con la cabeza —. ¿Hasta esto ha llegado Calioppe? ¿Usarte a ti para convencerme de que no es mentirosa? — No, patrón, por supuesto que no, lo que le digo es la puritita verdad — aseguró la pobre muchacha. — La única verdad aquí es que Calioppe no es lo que tú piensas, Francisca. Ella lo miró como si a él le hubiesen salido dos cabezas. — Pero patrón, ¿Por qué usted dice eso de la señorita Calioppe? — Porque “la señorita” — enfatizó sarcásticamente —… ha hecho cosas de las que nadie debería sentirse orgulloso. — No comprendo patrón. — Calioppe ha hecho cosas horribles en el pasado, Kika. Cosas por las cuales debería recibir un castigo y escarmiento. ¿Sabías que por su culpa varias familias quedaron sin el sustento de sus hogares? ¿Sabías que los humilló hasta el punto de orillarlos a renunciar? — dijo de forma muy acusatoria — ¡No dudo de que intente hace
Calioppe experimentó un leve mareo y las náuseas que siempre sentía cuando estaba en presencia de su cuñada, regresaron. — ¿Qué… que estás haciendo aquí? — preguntó, desconcertada. — ¿Es así como nos recibes, Lilo? — habló su cuñada, sonriéndole como si fuesen amigas de toda la vida — ¿Por qué no nos das un abrazo de bienvenida? Viajamos únicamente para verte y saber cómo estabas. Imagino que feliz con tu matrimonio. — Yo… yo no les pedí que vinieran. — Calioppe, no seas así. Tiara tiene razón, vinimos únicamente para saber de ti. Nicholas en seguida notó esa rara palidez en su rostro, además la expresión de terror que la acompañó desde que bajó al desayunador. Sabía que su esposa no tenía buena relación con su hermano, mucho menos con su cuñada, pero no al punto de que les aterrara su presencia allí. — ¿Por qué no nos sentamos? — propuso — María, Francisca, sirvan la comida. Durante la comida, se mostró más silenciosa e incómoda que nunca. Incluso parecía querer terminar rápid
Los días pasaron. Calioppe ya se estaba acostumbrando a las duras jornadas de trabajo y a diario mantenía la misma rutina. Hablaba poco y sonreía tímida. Allí todo el mundo la saludaba alegre, con un asentimiento de cabeza o con un “buenos días”, el hecho era que se había ganado el afecto de muchos o casi todos los trabajadores. Cuando coincidía con Nicholas, parecía que el cielo se les caería encima. Él era déspota y se mostraba a sí mismo como un dictador frente a ella. Mientras tanto, la inocente joven ya se había acostumbrado a callar, así ganaba más. Por su parte, Nicholas parecía cada vez más inquieto respecto a su esposa. Cuando podía, la observaba a lo lejos; tranquila y serena. No recibía quejas, al contrario, cuando preguntaba, le decían que trabajaba muy bien, incluso a veces conseguía completar las mismas canastas que el resto de los jornaleros. Era impresionante. Otra cosa que no dejaba de rondar por su mente era que Lisandro todavía no le daba una respuesta del hombre
— ¡Era un pobre animalito indefenso! — lo atacó sin poder contenerse. Golpeó repetidas veces su pecho. La imponente figura de Nicholas Dos Santos no se movió ni un ápice. A cambio, la miró sin comprender de qué diablos estaba acusándolo. — ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto completamente loca? — le tomó las muñecas para detenerla, pero ella se las arregló para zafarse. Estaba incontrolable. — ¡No tienes corazón! ¿Cómo te has atrevido a tanto? — le gritó. Sus lágrimas aflorando de sus ojos. — ¡No sé de lo que hablas! ¡Detente ya! — ¡Si querías castigarme a mí lo hubieses hecho! ¡Insensible! ¡Cruel! — ¡Calioppe, dije basta! ¡No sé de qué carajos me acusas! — ¡Te odio! ¡Te odio, Nicholas Dos Santos! — bramó sincera. Él abrió los ojos y volvió a tomarla de las muñecas. Esta vez con más fuerza. Y la pegó contra sí. — ¡Suficiente, carajo! ¡Ahora mismo me vas a explicar de qué diablos estás hablando! — ¡Suéltame! ¡Ojala hubiese podido evitar casarme con un ser humano tan despiadado como t