Ay, que traerá la inesperada visita de Thiago y la víbora que tiene por esposa. No olviden comentar, reseñar mucho, dar like y sugerir esta historia con los demás.
Calioppe experimentó un leve mareo y las náuseas que siempre sentía cuando estaba en presencia de su cuñada, regresaron. — ¿Qué… que estás haciendo aquí? — preguntó, desconcertada. — ¿Es así como nos recibes, Lilo? — habló su cuñada, sonriéndole como si fuesen amigas de toda la vida — ¿Por qué no nos das un abrazo de bienvenida? Viajamos únicamente para verte y saber cómo estabas. Imagino que feliz con tu matrimonio. — Yo… yo no les pedí que vinieran. — Calioppe, no seas así. Tiara tiene razón, vinimos únicamente para saber de ti. Nicholas en seguida notó esa rara palidez en su rostro, además la expresión de terror que la acompañó desde que bajó al desayunador. Sabía que su esposa no tenía buena relación con su hermano, mucho menos con su cuñada, pero no al punto de que les aterrara su presencia allí. — ¿Por qué no nos sentamos? — propuso — María, Francisca, sirvan la comida. Durante la comida, se mostró más silenciosa e incómoda que nunca. Incluso parecía querer terminar rápid
Los días pasaron. Calioppe ya se estaba acostumbrando a las duras jornadas de trabajo y a diario mantenía la misma rutina. Hablaba poco y sonreía tímida. Allí todo el mundo la saludaba alegre, con un asentimiento de cabeza o con un “buenos días”, el hecho era que se había ganado el afecto de muchos o casi todos los trabajadores. Cuando coincidía con Nicholas, parecía que el cielo se les caería encima. Él era déspota y se mostraba a sí mismo como un dictador frente a ella. Mientras tanto, la inocente joven ya se había acostumbrado a callar, así ganaba más. Por su parte, Nicholas parecía cada vez más inquieto respecto a su esposa. Cuando podía, la observaba a lo lejos; tranquila y serena. No recibía quejas, al contrario, cuando preguntaba, le decían que trabajaba muy bien, incluso a veces conseguía completar las mismas canastas que el resto de los jornaleros. Era impresionante. Otra cosa que no dejaba de rondar por su mente era que Lisandro todavía no le daba una respuesta del hombre
— ¡Era un pobre animalito indefenso! — lo atacó sin poder contenerse. Golpeó repetidas veces su pecho. La imponente figura de Nicholas Dos Santos no se movió ni un ápice. A cambio, la miró sin comprender de qué diablos estaba acusándolo. — ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto completamente loca? — le tomó las muñecas para detenerla, pero ella se las arregló para zafarse. Estaba incontrolable. — ¡No tienes corazón! ¿Cómo te has atrevido a tanto? — le gritó. Sus lágrimas aflorando de sus ojos. — ¡No sé de lo que hablas! ¡Detente ya! — ¡Si querías castigarme a mí lo hubieses hecho! ¡Insensible! ¡Cruel! — ¡Calioppe, dije basta! ¡No sé de qué carajos me acusas! — ¡Te odio! ¡Te odio, Nicholas Dos Santos! — bramó sincera. Él abrió los ojos y volvió a tomarla de las muñecas. Esta vez con más fuerza. Y la pegó contra sí. — ¡Suficiente, carajo! ¡Ahora mismo me vas a explicar de qué diablos estás hablando! — ¡Suéltame! ¡Ojala hubiese podido evitar casarme con un ser humano tan despiadado como t
— Tú… tú no le hiciste nada — musitó después de agarrar al indefenso animal y estrecharlo entre sus brazos. Tenía los ojos llorosos. Nicholas sintió que su corazón se aceleraba como nunca antes le había sucedido, pero se mostró impasible ante ella. — Te dije que era tuyo, así que nadie tiene el permiso de lastimarlo, ni siquiera yo — admitió sincero. Ella sonrió con dulzura. Se limpió las lágrimas. No podía creerlo. — ¿Puedo tenerlo aquí por esta noche? El brasileño de Villa Dos Santos jamás hubiese consentido a ningún animal dentro de la casa; sin embargo, después de ese horrible malentendido, hizo una pequeña excepción… por ella. Asintió. — Pero será solo por hoy, mañana lo devuelves a donde pertenece. La dulce joven asintió, y mimó al animal con inocente cariño. Feliz de tenerlo allí. Por su lado, Nick la contempló maravillado y culpable a partes iguales. Había sido demasiado injusto con ella esa noche. Necesitaba que hablaran al respecto. — Hay algo de lo que me gustaría
Estaba tan inquieta y ansiosa por la nota que le había dejado Nicholas, que tardó en escuchar que alguien había tocado la puerta. — Adelante — pidió, peinándose el largo y sedoso cabello dorado. Sara, esa muchacha que muy poco hablaba, pero que siempre le sonreía en la cocina, entró con timidez con una charola en la mano. — Buenas noches, señora Calioppe, tenga, le traje esta bebida para que se refresque. La joven esposa del patrón de Villa Dos Santos aceptó con gratitud la refrescante bebida que parecía de limón, tomando un sorbo para comprobarlo. — Muchas gracias, Sara. — De nada, señora… por cierto, se ve muy bonita esta noche — la alagó con sinceridad. Calioppe se sonrojó. No sabía la verdadera razón por la que había escogido ese vestido para esa noche, ni mucho menos porque dentro de ella surgía esa enorme necesidad de arreglarse para su esposo. Era uno de los vestidos que había comprado cuando fueron al pueblo, y sabía que a él le agradó muchísimo en cuanto se lo probó.
Cuando llegó, Calioppe estaba inconsciente en el suelo, rodeada por Lisandro y varios de los jornaleros. Bajó del caballo apresurado, y con la mirada llena de preocupación; temiendo lo peor, se acercó hasta ella. — ¡Abran paso! ¡Necesita aire! — ordenó enérgico, haciéndose un espacio y arrodillándose junto al frágil cuerpo de su esposa. La tomó en brazos y la pegó protectoramente a él, cubriéndola con su espalda del ferviente sol. — ¿Qué fue lo que pasó? — preguntó a Lisandro. — No lo sé, patrón, pero cuando llegué la noté enferma, le pregunté si estaba bien, pero después perdió el conocimiento de un momento a otro. El brasileño se pasó la mano por el rostro e inspeccionó preocupado el de su joven esposa. — Calioppe, Calioppe — susurró, ansioso, notando su frente estaba perlada de un frío sudor. Tenía fiebre, reconoció de inmediato, así que sin perder más tiempo, la cargó en peso y la sostuvo con firmeza mientras se dirigía al caballo. — ¡Necesito ayuda aquí! ¡Debo llevarla a
La mañana siguiente, después de salir a cabalgar, lo primero que hizo al volver fue subir a su antigua habitación, pues por más que el brasileño de Villa Dos Santos prefería mantener las distancias con su joven esposa, una gran parte de sí mismo no dejaba de preocuparse por ella. — ¿Cómo te sientes? — le preguntó tras varios toquecitos en la puerta. Ella se incorporó contra el respaldo. Había despertado hace poco. Sonrió al saber que él estaba allí. — Mejor, gracias, ya me iba a alistar para irme a la cosecha. — De ninguna manera — replicó él, sentándose a la orilla de la cama —. Debes descansar. — Pero… — Nada de peros, Calioppe, debes cuidar tu salud — la interrumpió con gentileza. — Sí, pero es que… — ella jugó con sus dedos, bajando la mirada. — ¿Pero es que, qué? — indagó él. — Es solo que yo me siento mejor, no me gustaría pasar todo el día en cama — musitó con ternura. — ¿Quién dijo que te quedarías todo el día en cama? — preguntó y la dulce joven alzó la vista, sin co
Tropezaron con el ropero, las patas de una silla y la orilla de una mesa. Sus alientos se entremezclaban de forma sorprendente, sus dientes; incluso, chocaban por la urgencia del contacto. Sin preverlo, dejándose llevar como pluma al viento, fueron a dar a la cama. Las fieras manos del brasileño se posaron firmes en la cintura femenina, y, despacio, la tendió delicada sobre las pulidas sábanas. Él tomó lugar entre sus piernas, todavía saboreándola. Para ese punto, ya ninguno de los dos pensaba con racionalidad. La temperatura corporal ya estaba en su nivel más alto y ese encuentro se había convertido en una verdadera necesidad. Nicholas sabía que si cruzaba esa línea, esa que le impedía amar de verdad, no habría marcha atrás. Y ella, en su inocencia, desconocía lo que había más allá. Se desvistieron sin pudor, como si sus almas llevasen una década esperando por ese encuentro. Nick acunó la cadera de su esposa y la instó a rodearlo con una pierna de la cintura cuando al fin estuvie