¿Que se le habrá ocurrido a la Romina hacer? No olviden comentar, dejar muchas reseñas y dar like.
Estaba tan inquieta y ansiosa por la nota que le había dejado Nicholas, que tardó en escuchar que alguien había tocado la puerta. — Adelante — pidió, peinándose el largo y sedoso cabello dorado. Sara, esa muchacha que muy poco hablaba, pero que siempre le sonreía en la cocina, entró con timidez con una charola en la mano. — Buenas noches, señora Calioppe, tenga, le traje esta bebida para que se refresque. La joven esposa del patrón de Villa Dos Santos aceptó con gratitud la refrescante bebida que parecía de limón, tomando un sorbo para comprobarlo. — Muchas gracias, Sara. — De nada, señora… por cierto, se ve muy bonita esta noche — la alagó con sinceridad. Calioppe se sonrojó. No sabía la verdadera razón por la que había escogido ese vestido para esa noche, ni mucho menos porque dentro de ella surgía esa enorme necesidad de arreglarse para su esposo. Era uno de los vestidos que había comprado cuando fueron al pueblo, y sabía que a él le agradó muchísimo en cuanto se lo probó.
Cuando llegó, Calioppe estaba inconsciente en el suelo, rodeada por Lisandro y varios de los jornaleros. Bajó del caballo apresurado, y con la mirada llena de preocupación; temiendo lo peor, se acercó hasta ella. — ¡Abran paso! ¡Necesita aire! — ordenó enérgico, haciéndose un espacio y arrodillándose junto al frágil cuerpo de su esposa. La tomó en brazos y la pegó protectoramente a él, cubriéndola con su espalda del ferviente sol. — ¿Qué fue lo que pasó? — preguntó a Lisandro. — No lo sé, patrón, pero cuando llegué la noté enferma, le pregunté si estaba bien, pero después perdió el conocimiento de un momento a otro. El brasileño se pasó la mano por el rostro e inspeccionó preocupado el de su joven esposa. — Calioppe, Calioppe — susurró, ansioso, notando su frente estaba perlada de un frío sudor. Tenía fiebre, reconoció de inmediato, así que sin perder más tiempo, la cargó en peso y la sostuvo con firmeza mientras se dirigía al caballo. — ¡Necesito ayuda aquí! ¡Debo llevarla a
La mañana siguiente, después de salir a cabalgar, lo primero que hizo al volver fue subir a su antigua habitación, pues por más que el brasileño de Villa Dos Santos prefería mantener las distancias con su joven esposa, una gran parte de sí mismo no dejaba de preocuparse por ella. — ¿Cómo te sientes? — le preguntó tras varios toquecitos en la puerta. Ella se incorporó contra el respaldo. Había despertado hace poco. Sonrió al saber que él estaba allí. — Mejor, gracias, ya me iba a alistar para irme a la cosecha. — De ninguna manera — replicó él, sentándose a la orilla de la cama —. Debes descansar. — Pero… — Nada de peros, Calioppe, debes cuidar tu salud — la interrumpió con gentileza. — Sí, pero es que… — ella jugó con sus dedos, bajando la mirada. — ¿Pero es que, qué? — indagó él. — Es solo que yo me siento mejor, no me gustaría pasar todo el día en cama — musitó con ternura. — ¿Quién dijo que te quedarías todo el día en cama? — preguntó y la dulce joven alzó la vista, sin co
Tropezaron con el ropero, las patas de una silla y la orilla de una mesa. Sus alientos se entremezclaban de forma sorprendente, sus dientes; incluso, chocaban por la urgencia del contacto. Sin preverlo, dejándose llevar como pluma al viento, fueron a dar a la cama. Las fieras manos del brasileño se posaron firmes en la cintura femenina, y, despacio, la tendió delicada sobre las pulidas sábanas. Él tomó lugar entre sus piernas, todavía saboreándola. Para ese punto, ya ninguno de los dos pensaba con racionalidad. La temperatura corporal ya estaba en su nivel más alto y ese encuentro se había convertido en una verdadera necesidad. Nicholas sabía que si cruzaba esa línea, esa que le impedía amar de verdad, no habría marcha atrás. Y ella, en su inocencia, desconocía lo que había más allá. Se desvistieron sin pudor, como si sus almas llevasen una década esperando por ese encuentro. Nick acunó la cadera de su esposa y la instó a rodearlo con una pierna de la cintura cuando al fin estuvie
Nicholas Dos Santos estaba que se lo llevaba el diablo. Todo el mundo en la casa grande se había quedado en completo silencio, a la expectativa de sus órdenes. Él nunca había tenido motivos para dudar de su propia gente. ¡Carajo! ¡Allí nunca se había perdido un solo alfiler! ¿Por qué tendría que suceder ahora? ¿Por qué tendría que ser diferente? — Es una situación delicada — comenzó por decir, mirándolos a todos. Ellos asintieron —. Jamás hemos tenido que llegar a esto y lo saben, confío en ustedes y los considero parte de mi familia; sin embargo, no puedo dar pie a que una situación como esta se vuelva a repetir y termine por salirse fuera de mi control. Lisandro se quitó el sombrero, dando un paso al frente. — Usted dirá, patrón. — Todas las casas serán revisadas, supervisaré personalmente que así sea, y si todo está en perfecto orden, no habrá que temer a las represalias. ¿De acuerdo? — ¡Sí, patrón! — respondieron todos. Y una hora después, se había revisado meticulosamente t
Lágrimas calientes amenazaron con salir. — Yo… yo no los tomé — titubeó, asustada, no, aterrada de que una vez más él le creyera. ¡Que nunca nadie lo hiciera! Nick suspiró. — Calioppe… — ¡Tienes que creerme! ¡Yo no robé nada! ¡No soy una ladrona! — su corazón había comenzado a latir apresurado, tanto qué asustada. — Calioppe… — ¡Por favor, Nicholas, yo…! — para ese punto, sus manos temblaban. No soportaba más ser acusada de esa forma, ser incriminada — ¡Yo…! Su garganta se cerró. Le costaba enviar aire a sus pulmones. Y de un momento a otro, su mente se desconectó del resto de su cuerpo, perdiendo las fuerzas. — ¡Calioppe! — Nick la capturó antes de que pudiera desvanecerse. La cargó y recostó en la cama — Calioppe, Calioppe, mírame. Acarició su rostro con ternura y preocupación, limpiando el rastro de las lágrimas que recientemente había derramado. Sintió una dolorosa opresión en el centro del pecho. Ella tardó varios largos segundos en reaccionar, pero, en cuanto lo hizo, s
Sucedió demasiado rápido, tanto que Calioppe ahogó un jadeo de impresión y se llevó las manos a la boca, aterrada ante la rápida reacción de su esposo. — ¡Defiéndete, desgraciado, infeliz! — bramó el brasileño, furioso. Lo había tomado del cuello sin que este pudiera ser capaz de advertirlo, tan solo abrió los ojos cuando el primer golpe impactó en su mandíbula, dejándolo desequilibrado por largos segundos. Todo el mundo se asomó al escuchar los gritos. Estaban impresionados. El patrón de Villa Dos Santos, aunque tenía un carácter de miedo, jamás había arremetido contra nadie de esa forma, parecía fuera de sí. Nadie se explicaba que sucedía; ni lo sospechaban, salvo Lisandro, que intentó intervenir. — ¡Patrón, patrón! ¡Ya suéltelo! Pero Nicholas lo ignoró, y a cambio, le propició otro golpe al hombre en el costado y lo zarandeó apretando su cuello con una mano, mirándolo fijamente a los ojos. — ¡Habla! ¿Qué razón tenías para golpear a mi esposa? — Ni…ninguna, patrón — respondió
Llegaron a la habitación. Todo estaba en penumbras, excepto por una tímida luz plateada que entraba libre por las ventanas. — Iré por el botiquín — musitó, dirigiéndose al cuarto de baño. Volvió a los segundos. — No hace falta que hagas nada de esto — le dijo él, pero ella se acomodó en medio de sus piernas, ignorándolo. — Tu mano — le pidió con ternura. Nicholas esbozó una pequeña sonrisa, y resignado, obedeció en completo silencio. Con genuina timidez, Calioppe trabajó en las pequeñas heridas de las manos de su esposo. Desinfectó los nudillos, limpió la sangre seca y colocó polvo cicatrizante antes de envolver ambas manos con vendas. — Ya está — articuló minutos más tarde, orgullosa, después lo recogió todo para guardarlo. Él la tomó de la cintura, impidiendo que se alejara; la devolvió a su sitio. Ella lo miró con esos ojos dulces, desbordados de emociones. — Fui demasiado injusto contigo todo este tiempo — le confesó, completamente honesto. — Nicholas, yo… El brasileño l