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Sucedió demasiado rápido, tanto que Calioppe ahogó un jadeo de impresión y se llevó las manos a la boca, aterrada ante la rápida reacción de su esposo. — ¡Defiéndete, desgraciado, infeliz! — bramó el brasileño, furioso. Lo había tomado del cuello sin que este pudiera ser capaz de advertirlo, tan solo abrió los ojos cuando el primer golpe impactó en su mandíbula, dejándolo desequilibrado por largos segundos. Todo el mundo se asomó al escuchar los gritos. Estaban impresionados. El patrón de Villa Dos Santos, aunque tenía un carácter de miedo, jamás había arremetido contra nadie de esa forma, parecía fuera de sí. Nadie se explicaba que sucedía; ni lo sospechaban, salvo Lisandro, que intentó intervenir. — ¡Patrón, patrón! ¡Ya suéltelo! Pero Nicholas lo ignoró, y a cambio, le propició otro golpe al hombre en el costado y lo zarandeó apretando su cuello con una mano, mirándolo fijamente a los ojos. — ¡Habla! ¿Qué razón tenías para golpear a mi esposa? — Ni…ninguna, patrón — respondió
Llegaron a la habitación. Todo estaba en penumbras, excepto por una tímida luz plateada que entraba libre por las ventanas. — Iré por el botiquín — musitó, dirigiéndose al cuarto de baño. Volvió a los segundos. — No hace falta que hagas nada de esto — le dijo él, pero ella se acomodó en medio de sus piernas, ignorándolo. — Tu mano — le pidió con ternura. Nicholas esbozó una pequeña sonrisa, y resignado, obedeció en completo silencio. Con genuina timidez, Calioppe trabajó en las pequeñas heridas de las manos de su esposo. Desinfectó los nudillos, limpió la sangre seca y colocó polvo cicatrizante antes de envolver ambas manos con vendas. — Ya está — articuló minutos más tarde, orgullosa, después lo recogió todo para guardarlo. Él la tomó de la cintura, impidiendo que se alejara; la devolvió a su sitio. Ella lo miró con esos ojos dulces, desbordados de emociones. — Fui demasiado injusto contigo todo este tiempo — le confesó, completamente honesto. — Nicholas, yo… El brasileño l
Con genuina inocencia, Calioppe le hizo un espacio a su esposo en el lado de la cama. Nicholas no sabía por qué se encontraba tan nervioso; aunque si era sincero, sí lo sabía, y es que nunca había amanecido en la misma cama con ninguna otra mujer. Ella sería la primera, y algo en su interior, sabía que sería la única. Se tumbó en el espacio que ella había dejado. Ninguno de los dos sabía qué decir o hacer, salvo mirarse a los ojos, prendados. Sus respiraciones se encontraban alineadas, lo mismo que sus corazones, y es que sin proponérselo, estaban sintiendo muchísimo en ese preciso momento. — Nick… — Calio… Dijeron ambos al mismo tiempo. Rieron suavemente. Parecían dos adolescentes que no tenían ni la mínima idea de lo que era compartir un espacio tan íntimo. — ¿Estás cómoda con que esté aquí? — le preguntó él, rompiendo la tensión de largos segundos — Tienes derecho a arrepentirte en cualquier momento, yo no me molestaré. Ella sonrió con dulzura y negó con la cabeza. — Me gus
— No, no… por favor, Tiara, ya no más, te lo suplico. Nicholas se despertó preocupado a las tres de la madrugada al escuchar que su joven esposa se quejaba a su lado. Tenía una pesadilla, pero lo que le pareció más inquietante fue que ya había escuchado anteriormente que mencionaba el nombre de su cuñada como si le tuviera miedo. No comprendía. ¿Por qué Calioppe le tendría miedo a su propia cuñada? No la despertó, pero sí la tranquilizó acariciando sus mejillas y brazos. Después se recostó y no pudo volver a conciliar el sueño. Se quedó bastante pensativo. Como a eso de las siete, la despertó con besos en la espalda. Calioppe movió los párpados, desperezándose de a poco. Esbozó una pequeña sonrisa tras reconocer que no había estado sumergida en un sueño profundo. Era real. Él estaba a su lado. — Buenos días — escuchó esa voz contra el lóbulo de la oreja. Su respuesta fue erizarse y darse la vuelta. — Buenos días — respondió con inocencia. Él la abrazó de la cintura y escondió
— Vamos, Lilo. ¿Te comió la lengua el ratón? — preguntaron desde el otro lado de la línea en tono mordaz. Ella pasó un trago. No respondió. — Querida, sé que no esperabas mi llamada, pero es de mala educación dejar a la otra persona hablando sola. ¿Tu adorada mami no te enseñó modales? — ¡No menciones a mi madre! ¡No tienes derecho! — gruñó entre dientes. — ¡Vaya, por fin! Mira que estaba a punto de darme por vencida y colgar. — ¿Qué es lo que quieres, Tiara? ¿Por qué me llamas? — quiso saber. Era la última persona en el mundo con la que deseaba hablar. — No te creas que me hace muy feliz perder mi valioso tiempo contigo — le dijo de mala gana — Pero me he enterado de un par de cosas que me han tenido inquieta toda la mañana. — ¿De… de qué hablas? — musitó, desconcertada. ¿Por qué le importaría a ella lo que le inquietara en su día a día o no? — De ti, Lilo, hablo de ti. Me enteré de que eres feliz con tu nuevo marido y, ¿qué crees? — chasqueó la lengua — No puedo permitirlo. N
Minutos antes... Nicholas aguardaba en el jardín por su esposa cuando recibió la llamada de Horacio; el médico del pueblo. — Nick, buenos días, lamento la demora de estos días con los resultados de los exámenes, pero sabes que en esta temporada de lluvia es cuando la gente más se enferma. — Comprendo. ¿Tienes novedades para mí? — Sí, de hecho, ese es el motivo de mi llamada — dijo — En este momento acabo de enviarte los resultados a tu correo electrónico y uno de tus peones ya va de camino con lo otro que me pediste. — Gracias, Horacio, ahora mismo los reviso. Después de una amistosa despedida, colgó. Ernesto se acercó a él en ese momento con lo encomendado del pueblo. Echó un vistazo a su reloj. Calioppe no bajaba y no cometería el mismo error dos veces y juzgarla antes de saber qué pasaba, así que decidió ir a la habitación por ella. De camino, entró primero al despacho e imprimó los exámenes antes de revisarlos. Se detuvo abruptamente al inicio de las escaleras cuando las let
Nicholas observó a Calioppe con gesto incrédulo por varios segundos. Quiso acercarse, pero su rechazo lo detuvo como si se hubiese topado con una pared de concreto. Tensó la mandíbula. — ¿Desde cuándo estás con él? — preguntó con voz pastosa. Ella pasó un trago. — Desde… desde hace un largo tiempo — contestó, no solo intentando convencerlo a él, sino a sí misma de que así debía ser, por el momento, era lo mejor para todos. — Por eso no querías casarte — dedujo. Ella se encogió de hombros —. ¿Cuál es su nombre? ¿Thiago lo sabe? ¿Lo supo todo este tiempo? — Nicholas… — Responde — exigió, contenido. — Por favor, ya. Te dije la verdad, ahora déjame tranquila, no tiene caso que sepas estas cosas — le iba a pasar por el lado, pero él la tomó fieramente de la cintura y la pegó a él. Calioppe creyó que se desmayaría. Su contacto la hizo temblar. Nicholas no pasó inadvertido ese detalle. — ¡No te creo! ¡No te creo una sola palabra de lo que dices! — gruñó en voz baja. Miró sus labios.
Llegaron al pueblo cuarenta y cinco minutos después. Llovía a cántaros. Calioppe se había mostrado inquieta durante todo el camino, preguntándose qué había ocurrido con su esposo. — Hemos llegado, señorita Calioppe, sígame, es por aquí — le dijo Lisandro al abrirle la puerta —. Por favor manténgase cerca de mí, no quiero problemas con el patrón. Ella asintió en silencio. Para su sorpresa, a pesar de la lluvia, el pueblo parecía de fiesta. Entraron a una cantina. Calioppe ahogó una impresión ante el escenario. Mesas desubicadas, sillas tiradas y bebidas quebradas en el piso. Su corazón comenzó a latir a toda marcha, aunque no tanto como en el instante en el que hizo contacto visual con su marido. Un sujeto cualquiera lo sostenía de brazos cruzados en su espalda; sin embargo, eso no fue lo que más impresión le causó, sino las heridas en el rostro y la sangre seca en su nariz y comisura derecha. Junto a él, a una distancia prudente, un hombre estaba en iguales condiciones. Los dos