Por favor, les pido que confíen en el proceso de esta historia... y en el desarrollo de personaje que será el de Calioppe. No olviden comentar, reseñar, insultar a Tiara jaja y dar like. Es muy importante para mi saber cuántas personas leen y cada like cuenta.
Minutos antes... Nicholas aguardaba en el jardín por su esposa cuando recibió la llamada de Horacio; el médico del pueblo. — Nick, buenos días, lamento la demora de estos días con los resultados de los exámenes, pero sabes que en esta temporada de lluvia es cuando la gente más se enferma. — Comprendo. ¿Tienes novedades para mí? — Sí, de hecho, ese es el motivo de mi llamada — dijo — En este momento acabo de enviarte los resultados a tu correo electrónico y uno de tus peones ya va de camino con lo otro que me pediste. — Gracias, Horacio, ahora mismo los reviso. Después de una amistosa despedida, colgó. Ernesto se acercó a él en ese momento con lo encomendado del pueblo. Echó un vistazo a su reloj. Calioppe no bajaba y no cometería el mismo error dos veces y juzgarla antes de saber qué pasaba, así que decidió ir a la habitación por ella. De camino, entró primero al despacho e imprimó los exámenes antes de revisarlos. Se detuvo abruptamente al inicio de las escaleras cuando las let
Nicholas observó a Calioppe con gesto incrédulo por varios segundos. Quiso acercarse, pero su rechazo lo detuvo como si se hubiese topado con una pared de concreto. Tensó la mandíbula. — ¿Desde cuándo estás con él? — preguntó con voz pastosa. Ella pasó un trago. — Desde… desde hace un largo tiempo — contestó, no solo intentando convencerlo a él, sino a sí misma de que así debía ser, por el momento, era lo mejor para todos. — Por eso no querías casarte — dedujo. Ella se encogió de hombros —. ¿Cuál es su nombre? ¿Thiago lo sabe? ¿Lo supo todo este tiempo? — Nicholas… — Responde — exigió, contenido. — Por favor, ya. Te dije la verdad, ahora déjame tranquila, no tiene caso que sepas estas cosas — le iba a pasar por el lado, pero él la tomó fieramente de la cintura y la pegó a él. Calioppe creyó que se desmayaría. Su contacto la hizo temblar. Nicholas no pasó inadvertido ese detalle. — ¡No te creo! ¡No te creo una sola palabra de lo que dices! — gruñó en voz baja. Miró sus labios.
Llegaron al pueblo cuarenta y cinco minutos después. Llovía a cántaros. Calioppe se había mostrado inquieta durante todo el camino, preguntándose qué había ocurrido con su esposo. — Hemos llegado, señorita Calioppe, sígame, es por aquí — le dijo Lisandro al abrirle la puerta —. Por favor manténgase cerca de mí, no quiero problemas con el patrón. Ella asintió en silencio. Para su sorpresa, a pesar de la lluvia, el pueblo parecía de fiesta. Entraron a una cantina. Calioppe ahogó una impresión ante el escenario. Mesas desubicadas, sillas tiradas y bebidas quebradas en el piso. Su corazón comenzó a latir a toda marcha, aunque no tanto como en el instante en el que hizo contacto visual con su marido. Un sujeto cualquiera lo sostenía de brazos cruzados en su espalda; sin embargo, eso no fue lo que más impresión le causó, sino las heridas en el rostro y la sangre seca en su nariz y comisura derecha. Junto a él, a una distancia prudente, un hombre estaba en iguales condiciones. Los dos
— Te lo advertí, Calioppe, te lo advertí y no me hiciste caso. Ahora él pagará las consecuencias. — No, por favor, a él no — sollozó — Te lo suplico, no le hagas daño. Tiara esbozó una sonrisa siniestra. Sus ojos eran como los de un animal hambriento en la noche. — Muy tarde, querida — y disparó. Calioppe despertó agitada, su corazón latiendo desmesurado dentro de su caja torácica y su frente perlada de una fina capa de sudor frío. Se llevó las manos al pecho, sintiendo que se ahoga, como solía ser desde hacía mucho tiempo ya. Miró el otro lado de la cama, asustada. Nicholas estaba allí, dormía plácidamente. Sintió alivio. Había tenido esa horrible pesadilla otra vez, pero, en esa ocasión, era a él a quien su cuñada le hacía daño. No se lo perdonaría si esa imagen llegara a cobrar realidad. Se recargó contra el respaldo de la cama, observándolo en completo silencio. Habían tenido una noche de entrega absoluta, una en la que ella supo que lo quería… lo quería muchísimo, tanto com
Nicholas Dos Santos se sentía completamente descompuesto, y ese día, todo el mundo pudo notarlo. Se refugió en el trabajo como solía. Pasó largas horas en la empacadora y estuvo presente todo el tiempo que pudo en los cafetales. Lisandro no entendía qué pudo haber ocurrido, pero, desde que llegaron del pueblo, él parecía distante y más soberbio que de costumbre. Volvió a la casa grande poco después de las nueve. Se había saltado todas las comidas y tampoco hacía el mínimo esfuerzo por ingerir alimentos. Se sentó pensativo en el porche de la casa. Todavía se preguntaba cómo es que su joven esposa era todas esas cosas horribles. No se podía ser tan buen mentiroso, tan buen farsante, pero todo indicaba que sí, que ese dulce e inocente comportamiento no era más que una máscara, una mentira, y él como idiota había bajado la guardia y cedido a su m4ldito encanto. ¡Ese cisne dorado lo había embaucado sin más y ahora él no sabía qué diablos hacer con lo que estaba sintiendo! ¡Con lo que es
Para las cuatro de la tarde, las puertas de Villa Dos Santos fueron abiertas para la gente del pueblo y demás hacendados. Todos comenzaron a llegar de a poco, y a eso de las seis, los invitados preguntaban por el anfitrión y su joven esposa. Contenta, Francisca fue a dar aviso al patrón. Llamó a la puerta de su despacho. — Adelante La muchacha se asomó. — Patrón, disculpe que lo moleste, lo que pasa es que todos preguntan por usted y por su esposa. El brasileño asintió y cerró la pantalla de su laptop. Se había pasado la tarde entera inmerso en un asunto importante. Y es que después de lo enterado, sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Necesitaba saber si esa mujer estaba detrás de todo lo que escondía su esposa. — ¿Está Calioppe lista ya? — Pues no lo sé, patrón. ¿Quiere que vaya a buscarla? Él negó, incorporándose. — Sigue con tu trabajo, yo me hago cargo. Ella asintió con una sonrisa antes de salir. Segundos después, Nicholas se dirigió a la habitación de Caliop
El viaje en auto duró todo el tiempo que le tomó a Calioppe tranquilizarse. La presencia de Tiara siempre la había descontrolado, al punto de hacerla temblar sin aparente sentido para los ojos de otros, pero no para su esposo, que había estado prestando atención a ese tímido temblor y juego nervioso de sus dedos. Thiago y su mujer los recibieron en la puerta. Por supuesto, el primero se mostró feliz de ver a su hermana, pese a las notables y fuertes diferencias entre ellos desde hacía algún tiempo ya. — Nick, Lilo, nos alegra tenerlos aquí — saludó Thiago a su cuñado con un apretón de manos. Cuando fue a abrazar a su hermana, esta solo volteó la cara y prefirió evitar el contacto. Gesto que le seguía doliendo muchísimo. Suspiró — Pasen, por favor, la mesa ya está servida para recibirlos. Nick hizo un ademán para que su joven esposa se adelantara, ella lo hizo con la mirada gacha. Tiara se aferró al brazo de su marido con una flamante sonrisa, mientras acariciaba su pequeño vientre
Noviembre llegó. Las cosas entre ellos seguían muy frías. La distancia que Calioppe había puesto de por medio entre ella y su marido, era algo que el brasileño ya no podía soportar, no después de conocer los sentimientos que albergaba en su corazón por su joven esposa. Ese corazón que creyó alguna vez no sería capaz de latir con tanta fuerza, mucho menos por una mujer. Sin embargo, él se había propuesto ser paciente hasta que los investigadores le informaran lo que tanto necesitaba saber, pero ya un mes de eso y se sentía completamente frustrado. Una tarde cualquiera, luego de haber terminado con la jornada del día, Piero; uno de los investigadores, al fin se puso contacto. La decepción y la rabia no tardaron en llegar. — ¿Cómo es posible que todavía no consigan algo? — preguntó, apretando el teléfono con todas sus fuerzas. Los nudillos se le pusieron blancos. El hombre del otro lado de la línea, suspiró. — Es difícil cuando no sabemos que estamos buscando precisamente, si nos d