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Seis meses después, la vida les sonreía y las alegrías llegaban de a montones. Alexia había comenzado sus clases en línea dos meses más tarde después del juicio, y solo un mes después, se enteró en su visita mensual al médico que estaba esperando a una niña. — ¿Una niña? ¿Es en serio? — le preguntó su hombre. Lo había llamado tan pronto le dieron la noticia. Él había salido de viaje la noche anterior por un asunto importante de negocios, pues evaluando a fondo los daños que Marcelo había dejado en la empresa de su familia, tuvo que reponerse de a poco. — Sí, es una niña — le dijo entre lágrimas y risas —. Estoy tan feliz, no sabes cuánto. Es nada, es grande y su corazón late muchísimo. Ojalá estuvieras aquí — suspiró al tiempo que escuchaba las puertas del elevador abrirse. Se giró. — Aquí estoy — le dijo él, con el aparato pegado a la oreja, y ella corrió a sus brazos. — ¿Qué haces aquí? Pensé que no volverías hasta mañana. — Terminé antes y no quería pasar una hora más sin ti…
Cinco años más tarde, las dos familias se reunieron para celebrar la graduación de Alexia Dos Santos, ahora Da Silva. Se habían casado un año después del compromiso, un mes antes de las navidades, junto a las personas que los querían y festejaban su amor. La fiesta se celebró en la hacienda, aquellas tierras que los niños de ambas familias ya amaban profundamente y esperaban a las vacaciones de cada año para reunirse y dejarlos ser libre, pues el peligro había quedado atrás y ahora solo el amor y la paz reinaban. El primer año, fue uno de pruebas. Con los últimos meses de embarazo, el parto y la crianza de dos niños pequeños en casa, Alexia no se daba abasto entre la maternidad y los estudios, incluso pensó en algún momento en abandonar las clases en línea; sin embargo, él no lo permitió, y recortó horas de trabajo para ser un padre más ausente. Todo por su familia. Desde entonces aprendieron a comunicarse más y a buscar ayuda en el otro cada vez que lo necesitaban. No eran perfectos
— ¿Cómo puedes estar haciéndome esto? ¿En serio crees que nuestros padres estarían de acuerdo? — preguntó Calioppe a su hermano mayor. Tenía el corazón apabullado — ¿Qué papá me arrojaría a los brazos de cualquier hombre? ¡¿Qué mamá lo consentiría?! — ¡Basta, Calioppe! ¡No toleraré más esta clase de comportamiento infantil a una hora de tu boda! — exclamó Thiago Da Silva a su hermana de veintitrés, que lo veía como si él fuese su peor enemigo — ¡Esta es una decisión irrefutable, así que sal allí y contrae matrimonio con tu prometido! — ¡Thiago, por favor, no puedes hacerme esto! — sollozó, desconsolada. — ¡Eso lo hubieses pensado antes de hacer de tu vida todo este desastre! — ¡Yo no hice nada! — ¡Te encontraron con estupefacientes en tus pertenencias y tienes una orden de arresto que tuve que resolver para que no fueses a dar a la cárcel! — bramó — ¡¿Significa eso nada para ti?! Era imposible hacerlo entrar en razón, sobre todo porque ella no tenía como defenderse… no cuando la
Un horrible silencio se hizo en la habitación por lo que fueron largos segundos. Calioppe tenía el vestido desgarrado. Nick estaba medio desnudo de la parte de arriba y a ambos los habían encontrado en una posición bastante cuestionable de la que no cualquiera podría librarse tan fácil. — Nick, Calioppe… ¿Qué diablos significa esto? — preguntó Thiago a su hermana y a amigo… aunque todo le resultaba bastante esclarecedor, pues ella se había convertido en una jovencita rebelde después de la muerte de sus padres y la creía capaz de cualquier cosa con tal de librarse de su prometido. Lo que no entraba en su cabeza era como su viejo amigo había caído en las tretas de una jovencita que era casi diez años menor que él. — Estoy esperando una respuesta — continuó, y entrelazó sus dedos a los de su mujer y madre del hijo que venía en camino. Junto a ellos, aguardaban también dos camareras. — Thiago, no es lo que parece — Calioppe intentó explicarse. ¡Por supuesto que no es lo que parece!
Calioppe sabía que no había forma de convencer a su hermano de toda aquella locura, ni antes, ni ahora, pues ya era un hecho… ¡le había conseguido en menos de nada un nuevo marido! Se encerró en la habitación que estaba predestinada para ella ese día y se dejó caer hecha un ovillo en la cama, sollozando en completo silencio. De pronto, la puerta se abrió, revelando la sonrisa de triunfo de su cuñada. — ¿Qué haces aquí? Eres la última persona a la que quiero ver en este momento, así que lárgate. Tiara ignoró lo que su “adorada” cuñada quería y se sentó cruzada de piernas en el filo de la cama. — Vaya humillación para la familia el día de hoy, eh Lilo. ¿Hacer travesuras una hora antes de tu boda? Eres toda una chica mala. — ¡No me llames Lilo! — Calioppe se incorporó muy dispuesta a salir de allí. No quería escucharla, mucho menos compartir el mismo espacio con ella. La detestaba por todo lo que le había hecho el último año. — No te atrevas a hacer otra tontería — le advirtió la
Calioppe estaba temblando y su mirada de horror hizo que Nick se sintiera mísero y culpable. ¿Cómo había podido ser capaz de dejarla sola en su primera noche en la hacienda? ¿Es que acaso era un insensato? ¡Deus, claro que lo era! «Um muito grande» pensó en portugués. — Calioppe, mírame, soy yo — le pidió con gesto verdaderamente angustiado, intentando acercarse y primeramente tranquilizar al animal. Heros; un mastodonte de pelaje negro que no solo era muy inquieto en los días de tormenta, sino que relinchaba ante el miedo de las personas a su alrededor y en ese instante la joven esposa de Nicholas parecía haber sido azotada por un pánico desmedido. En eso, entraron los dos peones a quienes se les había escapado el cabello, y al presenciar la escena, se quedaron completamente lívidos por un par de segundos. Esa joven parecía realmente a punto de desfallecer por la impresión. La dulce Calioppe alzó la vista, encontrándose con el poderosísimo verde de los ojos de su esposo. — Eso
Aunque Calioppe abrió la boca para defenderse, no pudo, pues algo dentro de ella no tardó en deducir que su hermano había puesto a su nuevo marido al tanto de sus “antecedentes”, así que solo se limitó a hacer acopio de todo su enojo para tomar el equipaje y sacar cada una de sus pertenencias con gesto contenido. — ¿Qué tienes allí? — preguntó Nick, fijándose en una pequeña maleta de mano que había dejado intacta. — Es… es mi ropa interior. — Revísala — ordenó al muchacho. Los ojos de Calioppe se abrieron de puro terror… y vergüenza. — ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedes hacer esto! — se defendió. No iba a consentir que la siguiera humillando de esa forma. — Paulo, haz lo que te ordeno. — ¡Que no! ¡Esto es…bochornoso! — intentó interferir, pero la fuerte mano de su esposo la tomó del codo. Alzó la vista; él tenía expresión fría en el rostro. Se zafó de mala gana y se limpió con rabia las lágrimas. — Está limpia, patrón. — Bien, retírate. Tu igual Francisca. — Sí, patrón — musitó la much
Entró a la habitación sin tocar. Calioppe alzó la vista y se incorporó cuando lo vio allí, con la mirada más verde que vería jamás puesta en ella. — Me han dicho que no quisiste bajar al comedor. ¿Se puede saber el motivo? — preguntó con firmeza. Ella pasó un trago y jugó nerviosa con sus dedos. La presencia de su esposo la ponía demasiado inquieta, sobre todo por el aura de seguridad y hermetismo que lo rodeaba. — Lo siento… es que no tengo apetito. Nicholas negó y torció una amarga sonrisa. Tenía los brazos en jarra y lucía exasperado ante la dulce y cauta joven. — ¡Esto no es ningún restaurante! — le dijo — ¡Y nadie te servirá cuando decidas que quieres tener apetito, así que bajarás al comedor, te sentarás en la mesa como todo el mundo y agradecerás por lo que se te fue servido! — Pero… yo podría prepararme otra cosa cuando tenga hambre. No voy a molestar a nadie. — No lo entiendes, ¿verdad? — dio un paso al frente. El corazón de ella latió fuerte —. ¡Tú no estás aquí de va