Aunque Calioppe abrió la boca para defenderse, no pudo, pues algo dentro de ella no tardó en deducir que su hermano había puesto a su nuevo marido al tanto de sus “antecedentes”, así que solo se limitó a hacer acopio de todo su enojo para tomar el equipaje y sacar cada una de sus pertenencias con gesto contenido.
— ¿Qué tienes allí? — preguntó Nick, fijándose en una pequeña maleta de mano que había dejado intacta.
— Es… es mi ropa interior.
— Revísala — ordenó al muchacho.
Los ojos de Calioppe se abrieron de puro terror… y vergüenza.
— ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedes hacer esto! — se defendió. No iba a consentir que la siguiera humillando de esa forma.
— Paulo, haz lo que te ordeno.
— ¡Que no! ¡Esto es…bochornoso! — intentó interferir, pero la fuerte mano de su esposo la tomó del codo.
Alzó la vista; él tenía expresión fría en el rostro. Se zafó de mala gana y se limpió con rabia las lágrimas.
— Está limpia, patrón.
— Bien, retírate. Tu igual Francisca.
— Sí, patrón — musitó la muchacha, mirando con gesto apenado a la dulce y preciosa joven que ya había ganado su corazón —… buenas noches, señorita.
Calioppe asintió con una sonrisa triste, y una vez que ella y Nicholas se encontraron solos, se hincó para devolver toda la ropa al equipaje.
— ¿Qué haces? — preguntó el hombre, desconcertado.
Ella no contestó y siguió con su labor. Cuando acabó, lo tomó todo como pudo.
El brasileño exhaló largamente, hastiado.
— ¡Te pregunté qué diablos haces!
— Do…dormiré en otra habitación — se dirigió hasta la puerta sin mirarlo.
En dos grandes zancadas, Nick cerró la puerta. Calioppe respingó asombrada.
— ¡Aquí no harás lo que te venga en gana!
— ¡No puedes obligarme a dormir contigo!
— ¡Eres mi esposa! ¡Por supuesto que puedo!
— ¡Exactamente, soy tu esposa, no tu empleada! — bramó desconsolada y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas.
Nick apretó la mandíbula con gesto sorpresivo. Nunca nadie le había hablado de esa forma… nunca nadie había hecho que su mísero corazón latiera apresurado.
Tensó la mandíbula y apretó los puños.
— Si tanto te fastidia dormir a mi lado, bien, pero de aquí no te moverás.
Y salió de allí directo al único lugar que podría darle tranquilidad por esa noche. ¡La tranquilidad que esa bendita mujer… ese cisne dorado, le estaba robando!
Calioppe se quedó mirando la puerta con emociones encontradas durante largos segundos, después escuchó el rumor de unos neumáticos y se asomó por la ventana.
Era él. Se marchaba.
La mañana siguiente, despertó al alba. Desde la muerte de sus padres no había podido conciliar el sueño con naturalidad, así que se administraba bajo receta un medicamento del que nadie tenía conocimiento y mantenía bien escondido. Esperaba siquiera siendo así.
Varios toquecitos en la puerta la hicieron alzar la vista. Francisca se asomó.
— Buenos días, señorita, disculpe que la moleste tan temprano.
Calioppe sonrió agradable y la invitó a pasar.
— Ya estaba despierta. ¿Necesitas algo?
— Si… no… lo que pasa es que… bueno, yo…
— Kika, tranquila, ven, siéntate conmigo y dime que te trae por aquí.
La muchacha se sentó a su lado con una deslumbrante sonrisa.
— Lo que pasa es mi madrina me pidió que le preguntara si bajará a darnos instrucciones sobre el menú de hoy.
— ¿El menú?
— Sí, bueno, como usted es ahora la señora de la casa, creímos que le gustaría hacer algunos cambios en la cocina.
Las mejillas de Calioppe se calentaron.
— Bueno, yo no tengo experiencia, pero si tengo un par de recetas que aprendí de mi madre.
Francisca se alegró.
— Seguro deben ser muy buenas.
Cuando bajaron a la primera planta, la cocina rebosaba de actividad esa mañana. El aroma del café recién molido se mezclaba con el dulce aroma de las flores que adornaban la ventana abierta. Parecía un lugar bastante fresco y acogedor en el que se podía estar.
— Buenos días, señorita— saludaron dos jóvenes y una mujer mayor con gesto de curiosidad y respeto.
Calioppe respondió con natural timidez y echó un vistazo a los ingredientes.
— ¿Qué le gustaría que sirviéramos hoy para la comida? — preguntó María, la cocinera principal.
— Creo que una ensalada fresca con queso de cabra y estofado de pollo estaría perfecto — dijo suavemente y tomó un poco de albahaca fresca para aspirar su aroma —. Póngale un poco, intensificará el sabor.
María sonrió complacida, y justo cuando asentía con aprobación, Romina Alcalá entró a la cocina con aires de superioridad.
— ¿Qué tanto hablan que no han comenzado a preparar la comida? — preguntó mirando con desdén a Calioppe —. Saben que a Nick le gusta que la mesa se sirva puntual.
— Precisamente estábamos hablando de eso con la señorita esposa del patrón. Ella nos acaba de sugerir el menú para hoy — intervino Francisca con ánimos de fastidiarla.
Romina torció una sonrisa.
— Pues Nick no me ha dicho nada al respecto, y mientras sea así, yo seguiré dando las órdenes aquí, así que no sean holgazanas y comiencen a preparar el menú establecido.
— No creo que al patrón le guste que desautorice a su esposa.
Nick venía de cabalgar como acostumbraba cada mañana cuando escuchó el revuelo en la cocina.
Entró con gesto interrogante.
— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó, asombrado de ver a su joven esposa allí.
Lucía un vestidito blanco de tirantes y tenía el cabello largo sobre su espalda. Se veía especialmente hermosa esa mañana, pensó para entonces arrepentirse. ¡¿Y a él que más le daba como luciese ese día, o el siguiente?!
Romina saltó en seguida con los ojos llenos de lágrimas de cocodrilo y semblante inocente.
— Nick, es que tu esposa quiere que sirvamos pollo cuando decidimos que sería el cerdo desde ayer. Ella no respeta lo que acordamos.
Calioppe, aunque había mantenido su compostura todo el rato, se puso roja del coraje.
— Yo… yo solo hice una sugerencia, no sabía que ya tenían un menú.
— ¡Es cierto patrón! — la defendió Francisca.
Nick suspiró hondo y se mostró molesto por la situación.
— No podemos estar desperdiciando comida, así que si el cerdo se había decidido, pues eso será.
Romina sonrió triunfante.
Calioppe sintió una oleada de vergüenza por haber sido desautorizada frente a todos y salió de la cocina con las mejillas rojas.
Nick la miró marcharse y no hizo absolutamente nada para evitarlo. ¿Por qué carajos seguía actuando así? ¿Por qué no se revelaba como le advirtió Thiago que lo haría? ¡Seguía sin comprender absolutamente nada de esa mujer!
El resto de la mañana se encerró en el despacho. Tenía muchos pendientes para ese día y la tormenta de la noche anterior lo había atrasado. Hizo un par de llamadas y discutió con algunos proveedores. Se sentía frustrado y no sabía por qué.
Al medio día, la comida fue servida en el salón principal. Romina y su madre ya estaban en el comedor a la hora puntual. Nick llegó al instante.
— ¿Dónde está Calioppe? ¿No se le dijo a qué hora se sirve la comida? — preguntó a Francisca.
— Sí, patrón, pero su señorita ESPOSA — dijo mirando de reojo a Romina —… avisó que no tiene apetito.
Nicholas apretó los ojos y los puños bajo la mesa.
— ¿Dónde está? — habló entre dientes.
— En su habitación.
Un segundo después, ya se había levantado con gesto furioso.
Oh, Dios. Nick es demasiado duro con la pobre Calioppe. No olviden dejar sus reseñas y comentarios. Los valoro y aprecio muchísimo.
Entró a la habitación sin tocar. Calioppe alzó la vista y se incorporó cuando lo vio allí, con la mirada más verde que vería jamás puesta en ella. — Me han dicho que no quisiste bajar al comedor. ¿Se puede saber el motivo? — preguntó con firmeza. Ella pasó un trago y jugó nerviosa con sus dedos. La presencia de su esposo la ponía demasiado inquieta, sobre todo por el aura de seguridad y hermetismo que lo rodeaba. — Lo siento… es que no tengo apetito. Nicholas negó y torció una amarga sonrisa. Tenía los brazos en jarra y lucía exasperado ante la dulce y cauta joven. — ¡Esto no es ningún restaurante! — le dijo — ¡Y nadie te servirá cuando decidas que quieres tener apetito, así que bajarás al comedor, te sentarás en la mesa como todo el mundo y agradecerás por lo que se te fue servido! — Pero… yo podría prepararme otra cosa cuando tenga hambre. No voy a molestar a nadie. — No lo entiendes, ¿verdad? — dio un paso al frente. El corazón de ella latió fuerte —. ¡Tú no estás aquí de va
— ¡Ve por el botiquín de emergencia! — ordenó a la joven sirvienta que parecía pasmada a los pies de la cama — ¡Ahora, Francisca! — Sí… sí, patrón — tartamudeó y salió de allí rápidamente. Nick volvió la vista a su esposa, ansioso, y apartó un par de mechones dorados del rostro para evaluarla mejor. Lucía mal, terriblemente mal. ¡M4ldita sea! — ¿Puedes respirar? — le preguntó con voz queda, preocupado. ¡Jodidamente preocupado! Calioppe asintió, pero le costaba. Tan rápido como Francisca pudo, volvió a la habitación. Todo el mundo en la casa grande ya estaba al tanto del revuelo y se asomaron curiosos. Romina y su madre se miraron la una a la otra con una sonrisa torcida. Si ella moría, sería lo mejor. Pensaron como víboras venenosas. Nicholas se hizo rápidamente del botiquín y sacó todo lo necesario para suministrarle un fuerte antihistamínico en la vía. Ella se quejó débilmente por el pinchazo. — Tranquila — le susurró con voz dulce —, pronto estarás bien. El antialérgico no
Nick sintió esos ojos azules clavados sobre sí al tiempo que Romina intentaba besarlo, pero, cuando le dijo que muchas cosas cambiarían con la presencia de Calioppe en la hacienda, se refería exactamente a eso. — Romina, déjame a solas con mi esposa. — No hace falta, yo no quería interrumpir, con permiso — dicho eso, salió de allí. Romina sonrió triunfal y Nick se mesó el cabello antes de ir tras ella. — Calioppe — la llamó, pero ella no se detuvo hasta subir las escaleras. Fue allí donde él la alcanzó y la tomó firmemente del brazo — ¡No me ignores cuando te hablo! Ella pasó el amargo trago de lo que había visto en el despacho e intentó zafarse del agarre, pero su fuerza la doblaba. — Quiero… quiero ir a mi recámara. — Habías ido a verme, ¿qué querías? — Nada. Nick sonrió sin alegría. — No mientas. No fuiste solo por nada. ¿Qué querías? — Te dije qué… — Si no me dices que querías, no voy a soltarte; tengo toda la paciencia del mundo para estar así — habló firme y la pegó m
— ¿Qué pasa, Calioppe? ¿Es que te ha mordido la lengua el ratón? — preguntó Nick a su joven esposa. Calioppe seguía pasmada bajo el umbral de la puerta, aferrada al silencio. Su lengua no respondía. ¡Nada de ella lo hacía! — No, yo… — ¿Tú qué? Mírate, pareces aterrada. La todavía horrorizada joven negó apresurada con la cabeza. — ¡No! ¡No es eso! ¡Es que…! — ¡No me dirás que excita la idea de un hombre amputado!— dijo sardónico. Calioppe abrió los ojos de par en par. — ¿Qué…? ¡Claro que no! «¡Era un cretino!» Pensó enojada. ¿Cómo se atrevía? — ¿Entonces que es, eh, Calioppe? — preguntó con mordacidad a medida que se acercaba hasta ella. Estaba rabioso, no, estaba furioso. ¡Cabreado hasta la médula ósea! — ¿No piensas hablar? ¡Vamos, dilo! ¡Admite que te asusto! ¡Admite que te doy miedo así! Calioppe se pegó a la pared contigua a la puerta. No le asustaba su condición, ni siquiera un poco, pero, la forma en la que sus ojos verdes se habían oscurecido dos tonos si la aterrab
Despertó a todo el mundo en la hacienda. — ¡Patrón, en las caballerizas no está! — le informó Francisca, que salió despavorida a buscarla cuando se enteró. Nick sabía que desde el primer momento ella y su esposa habían congeniado muy bien, por eso notaba ese semblante preocupado en la muchacha. — ¡En los cafetales tampoco! — secundó Paulo. Los rostros en el salón de la casa grande eran los mismos: expectantes y angustiados. Nicholas, ya rebasado, se pasó las manos por el cabello. — Nada, patrón, nadie da razón de ella — apareció Lisandro, el capaz de la hacienda, y para ese punto, uno de los muy pocos hombres que Nicholas podía considerar su amigo. Él ya estaba al tanto de todo y de cómo terminó casado con Calioppe. Ya rebasado, Nick se mesó el cabello. Esa angustia en el pecho era ya demasiado grande. ¡Iba a estallar en cualquier momento! ¡En ese momento! — ¿Cómo es posible que nadie la haya visto salir? ¿Qué se haya esfumado como una aparición? ¡Carajo! ¿Es que aquí las per
Entró a la choza con gesto cabreado, pero, en cuanto Nicholas vio a su esposa allí, en una pequeña cama de paja, con los ojos cerrados y el cuerpo perfectamente laxo, sintió que algo en su interior se rompía. Chayo se incorporó tan pronto lo vio. — ¡Patrón, buenas noches! ¡Me ha dicho Irina que esta muchacha es su esposa! ¿Es verdad? Nick asintió con la mandíbula tensa y el entrecejo fruncido. — ¿Cómo está? ¿Qué fue lo que pasó realmente? — preguntó sin apartar la vista de su esposa. — No lo sé, patrón, pero esa muchacha estaba inconsciente cuando yo llegué. Irina dice que la vio trepar la valla y después se cayó. Tiene varias contusiones en el cuerpo. Nicholas se paró a un lado de la cama, examinándola. Era cierto. — Voy a llevármela. Un médico tiene que examinarla. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? — Desde hace un buen rato, patrón, y… disculpe que lo contradiga, pero no creo que moverla sea lo mejor por esta noche — le dijo la mujer, acercándose a la muchacha. Después apart
No se movió de su lado el resto de la madrugada. La lluvia cedió al alba y Calioppe al fin abrió los ojos, mostrando mejorías. Los débiles rayos de sol se asomaban tímidos. La inocente joven creía despertar de un eterno sueño. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo. Movió los párpados lánguidamente, acostumbrándose al amanecer. «¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Había podio escapar de la hacienda? ¿De su marido?» Se preguntó, observando a su alrededor con gesto desconcertado, hasta que se topó con esos pozos verdes que tanto la intimidaban. Pasó un trago con esfuerzo. Su corazón latió como una locomotora. — Ni…Nicholas — musitó con apenas voz. Él la miró severo, rencoroso, a un lado de la cama. Tenía el pecho descubierto. — ¿Qué, no esperabas verme aquí? — le preguntó con mordacidad — O mejor aún… ¿esperabas ya estar en otro lugar? Calioppe lo observó aterrada. Vagos recuerdos de la noche anterior, aunque confusos, vinieron a su mente. — ¿En qué diablos pensabas, eh? ¿Pretendía
El implacable brasileño de ojos verdes aguardaba impaciente por una explicación. ¡Esta vez no tendría ni un ápice de consideración! — ¿Y bien? ¡Estoy esperando! Calioppe se enderezó, nerviosa. Pasó un trago de intimidación. La mirada de su esposo era la de un hombre furioso. — No… no sé qué quieres que te diga — musitó débilmente. Nick entornó los ojos, contenido. — La verdad, Calioppe, quiero la absoluta verdad. ¿Quién te ayudó, ah? ¿Quién? ¿Fue un peón? ¿Qué le diste para que quisiera ayudarte? — ¿Qué? ¡No! ¡Yo…! — ¿Con qué lo engatusaste? ¿Te le ofreciste? ¿Fue eso? ¿Por eso accedió a… — ¡Cállate! ¡No tienes derecho a hablarme así! — le gritó, rabiosa, dolida. — ¡Tú eres quien no tiene derecho a abandonarme! — replicó, fuera de sí. Lágrimas calientes inundaron los ojos de la inocente Calioppe. Se incorporó con esfuerzo. — No quiero seguir escuchándote — le dijo. Se iba de la habitación. Él la alcanzó en tres rápidas zancadas. La tomó del brazo. Ella se quejó de dolor y é