Calioppe estaba temblando y su mirada de horror hizo que Nick se sintiera mísero y culpable.
¿Cómo había podido ser capaz de dejarla sola en su primera noche en la hacienda? ¿Es que acaso era un insensato? ¡Deus, claro que lo era!«Um muito grande» pensó en portugués.— Calioppe, mírame, soy yo — le pidió con gesto verdaderamente angustiado, intentando acercarse y primeramente tranquilizar al animal.Heros; un mastodonte de pelaje negro que no solo era muy inquieto en los días de tormenta, sino que relinchaba ante el miedo de las personas a su alrededor y en ese instante la joven esposa de Nicholas parecía haber sido azotada por un pánico desmedido.En eso, entraron los dos peones a quienes se les había escapado el cabello, y al presenciar la escena, se quedaron completamente lívidos por un par de segundos. Esa joven parecía realmente a punto de desfallecer por la impresión.La dulce Calioppe alzó la vista, encontrándose con el poderosísimo verde de los ojos de su esposo.— Eso es, mírame a mí… solo a mí — musitó con calma y alzó las palmas para transmitir confianza. No era la primera vez que se presentaba una situación así, aunque sí era la primera vez que sentía esa clase de miedo.Miedo por ella.Miedo a que algo malo le sucediera.De repente, un fuerte relámpago hizo que Calioppe soltara un grito, provocando la reacción del caballo y cabreándolo muchísimo.Todo sucedió demasiado rápido, y cuando el animal se levantó en dos patas con agresividad, Nick abrió los ojos como platos.— ¡Sujétenlo! — ordenó con fuerza, interponiéndose entre el asustado caballo y el escuálido cuerpo de la jovencita, sin advertir la fuerte embestida que le propiciaría al animal en el hombro izquierdo con una de las patas.Por suerte, los dos peones consiguieron sujetarlo en vuelos por las cuerdas, así que el daño fue insignificante en comparación a lo que hubiese sucedido si él no protegía a la joven con su propio cuerpo.El brasileño se quejó entre dientes, pero lo único que le importó fue asegurarse de que su esposa estuviese bien, así que la tomó de ambas mejillas y la obligó a mirarlo.— ¿Estás bien? — le preguntó con inquietud y la inspeccionó con gesto bastante preocupado.Calioppe tenía los ojos completamente abiertos, y aunque seguía conmocionada, logró asentir rápidamente.— Tú… tú… ¿estás bien? — deseó saber, asustada.Nick sonrió sin saber por qué. También asintió.— Vamos, te sacaré de aquí — acomodó firmemente su mano en el hueco de su cintura y la guio hasta la salida. Fuera el caballo estaba siendo controlado y llevado a las caballerizas por uno de los muchachos. Suspiró, molesto, y miró al otro —. ¿Se puede saber qué diablos hacía el animal aquí? ¿Cómo es que se les pudo haber escapado?— Lo siento, patrón, pero la tormenta nos cayó de pronto y no pudimos controlar a todos los caballos, en especial a Heros, ya sabe que no le gustan los truenos.— No quiero que una cosa así se vuelva a repetir — espetó con seriedad.— Sí, patrón — se excusó el joven peón y después miró a la muchacha con gesto avergonzado —. Discúlpeme usted también, señorita.Calioppe torció una sonrisa.— Estoy segura de que no fue tu intención — dijo con voz azucarada.Nick la miró extrañado. En un principio pensó que soltaría palabras arrogantes de mal gusto de una típica joven rebelde como ella, pero, lejos de eso, sonreía buscando tranquilizar al muchacho. Su reacción lo intrigaba muchísimo. ¿Quién era de verdad? ¿Es que Thiago le había mentido? No… ¿Por qué razón lo haría?— Gracias, señorita.Calioppe asintió y no pudo evitar que la mirada insistente de Nicholas traspasara sus poros. Alzó la vista y en seguida volvieron esas extrañas mariposas al centro de su estómago cuando el aliento masculino le acarició las mejillas. Otra vez la pareja quedó prendada… hasta que el hechizo se rompió.— ¡Nick! ¡Nick! ¡Escuché lo que ocurrió! ¿Estás bien? — apareció esa mujer con la que minutos antes Calioppe había tenido el infortunio de toparse y se guindó al cuello del hombre como si fuese una extensión de su propio cuerpo.La joven esposa se separó con timidez del contacto de su esposo y se cruzó de brazos, de pronto molesta… de pronto celosa.— Estamos bien, Romina — dijo, apartando las manos de la mujer —. Todo el mundo a la casa, vamos, que parece que no dejará de llover esta noche.— ¿Ella también? — preguntó Romina de forma despectiva. Esa recién llegada no le gustaba nada, sobre todo por la forma en la que su amante la miraba.A Nick no se le olvidaba lo que le había dicho Francisca cuando fue a buscarlo a las caballerizas, pero ya tendría una necesaria conversación con ella después.— Sí, ella también — respondió con seriedad. Después ordenó a uno de los peones que se hiciera cargo del equipaje de su esposa.Calioppe llegó empapada a la casa grande y esa muchacha que se llamaba Francisca en seguida le ofreció una cálida sonrisa y una toalla con la que secarse.Agradecida, le sonrió de vuelta.— ¿Puedes indicarme el camino hasta el baño?— Sí, venga, es por aquí, yo misma la llevo.— Un momento — la voz autoritaria de Nick no solo provocó que Calioppe no se moviera de su sitio, sino que nadie más allí lo hiciera, como de costumbre. Todo el personal de la hacienda se giró con gesto expectante —. No tuve la oportunidad de presentar antes a Calioppe. Ella vivirá aquí con nosotros a partir de ahora.— ¿Y qué papel ocupará en la cocina? — preguntó Romina, cruzada de brazos —. Imagino que es la muchacha que hace falta desde que Rocío decidió salir con su sorpresita.— No, ella no viene aquí a reemplazar el lugar de nadie.— Entonces no comprendo. Ella no parece que sepa hacer muchas cosas… y aquí todo el mundo se gana el pan que se lleva a la boca, dicho por ti mismo — dijo en tono hostil.— Calioppe Da Silva, ahora Dos Santos, es mi esposa, y lo que sea que tenga que hacer aquí en la hacienda solo me compete a mí — zanjó el brasileño con hermetismo. El rostro de la joven mujer pasó de un color a otro.— ¡¿Tu esposa?! — saltó Patricia Alcalá; la madre de Romina, indignada.Nick entornó los ojos. ¿Qué forma de hablarle era esa?— Sí, mi esposa — repitió.— ¡Pero…!— Pero nada — la interrumpió con natural severidad —. Yo no estoy preguntando a nadie si está de acuerdo o no con mis decisiones, Patricia.La mujer de cabello oscuro tensó la mandíbula y miró a su hija, que también parecía conmocionada por la inesperada noticia.— Sí, Nick, tienes razón. Con permiso — arguyó entre dientes, pero, antes de retirarse de allí, miró a esa intrusa por última vez. ¡¿Esposa?! ¡Pues eso ya se vería! ¡Ninguna niñita de ciudad le arrebataría a su preciosa Romina el lugar que por derecho le correspondía! ¡Por su cuenta corría!— Francisca, muéstrale a Calioppe su recámara — pidió el patrón de Villa Dos Santos con la autoridad que le caracterizaba —. Romina, ven a mi despacho.Tan pronto cerró la puerta, se giró cruzado de brazos.— Ya me enteré de lo que pasó con Calioppe — se giró, cruzándose de brazos —. ¿Tienes una explicación?Romina pasó un trago. Él nunca la había amedrentado por nada.— Solo hice lo de siempre, dar órdenes al servicio de la cocina.— Calioppe no es parte del servicio de nada — le recordó con firmeza.— Ahora lo sé, lo siento, no volverá a ocurrir.— Muy bien.Dicho esto, se dispuso a marcharse.— Las cosas entre tú y yo cambiarán a partir de ahora… ¿verdad? — preguntó Romina, preocupada.Nick se detuvo a un palmo de la puerta y ladeó la cabeza por encima del hombro.— Muchas cosas cambiarán a partir de ahora — decidió antes de salir.Calioppe se dejó guiar por esa buena muchacha que le sonreía de oreja a oreja y que también parecía muy amigable hasta su nueva recámara.— Venga, entre, esta es la habitación del patrón y bueno… ahora la de usted también — dijo Francisca con emoción.— Gracias.La habitación era bastante tosca y con muy poca decoración, excepto por algún cuadro grande que colgaba en la pared detrás del cabecero de la cama de tres plazas, dos veladoras y un área que parecía de lectura a los pies de la ventana.— No le gusta… ¿verdad? — se atrevió a preguntar la muchacha — Tranquila, seguro el patrón aceptará que la decore a su gusto.Calioppe se ocultó un mechón húmedo detrás de la oreja.— Gracias… Francisca, ¿verdad? — preguntó intentando recordar su nombre.— Sí, señorita, para servirle, aunque puede decirme Kika, como todos aquí — dijo con entusiasmo.— Eres muy amable, Kika.— No se preocupe, aquí todos lo somos y la trataremos muy bien… bueno, aunque si le digo que la señorita Romina y su madre son un poco pesadas, pero no les haga caso, usted es la señora de esta casa ahora — y bien que la suripanta de la Romina se tendría que morder la lengua ahora.Calioppe jugó con el bordillo de su falda larga.— Esa muchacha, Romina, ella y Nicholas… — hizo una pequeña pausa, pero Kika era muy avispada y sabía lo que quería preguntar.— Ella es empleada de la hacienda igual que todos, solo que junto a su madre se creen con cierta autoridad porque el patrón las considera mucho — refutó, volteando los ojos —. Pero no le haga caso, verá que el resto la haremos sentir como en casa, ni extrañará la suya.Calioppe rio y se sintió acogida por primera vez desde la muerte de sus padres.— Espero ser del agrado de todos.— Ya verá que sí. Mire, esa es la ducha, hay agua caliente y toallas limpias. Si necesita algo yo estaré desempacando sus cosas.— Oh, no, yo puedo hacerlo.— ¿Cómo cree? Es la esposa del patrón — tomó una de las maletas para abrirlas. Eran unas cuantas y pesaban mucho.— Pero…— Calioppe tiene razón, Francisca — la poderosa presencia de Nicholas Dos Santos, bajo el marco de la puerta, hizo que las jóvenes alzaran la vista —. Ella tiene dos manos y es perfectamente capaz de desempacar sus cosas.Junto a él entró un muchacho joven. Calioppe pasó un trago de intimidación.— Era… era lo que pretendía hacer — dijo.— Muy bien — respondió Nick y después miró al muchacho —. Asegúrate de que el equipaje esté limpio, ya sabes a lo que me refiero.Calioppe abrió los ojos.— ¿Limpio? ¿Limpio… de qué? — cuestionó avergonzada.— Conozco tu historial, Calioppe, aquí no te drogarás ni mucho menos harás de las tuyas — zanjó con autoridad.Y la mirada de la humillada Calioppe se llenó de lágrimas contenidas.Aunque Calioppe abrió la boca para defenderse, no pudo, pues algo dentro de ella no tardó en deducir que su hermano había puesto a su nuevo marido al tanto de sus “antecedentes”, así que solo se limitó a hacer acopio de todo su enojo para tomar el equipaje y sacar cada una de sus pertenencias con gesto contenido. — ¿Qué tienes allí? — preguntó Nick, fijándose en una pequeña maleta de mano que había dejado intacta. — Es… es mi ropa interior. — Revísala — ordenó al muchacho. Los ojos de Calioppe se abrieron de puro terror… y vergüenza. — ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedes hacer esto! — se defendió. No iba a consentir que la siguiera humillando de esa forma. — Paulo, haz lo que te ordeno. — ¡Que no! ¡Esto es…bochornoso! — intentó interferir, pero la fuerte mano de su esposo la tomó del codo. Alzó la vista; él tenía expresión fría en el rostro. Se zafó de mala gana y se limpió con rabia las lágrimas. — Está limpia, patrón. — Bien, retírate. Tu igual Francisca. — Sí, patrón — musitó la much
Entró a la habitación sin tocar. Calioppe alzó la vista y se incorporó cuando lo vio allí, con la mirada más verde que vería jamás puesta en ella. — Me han dicho que no quisiste bajar al comedor. ¿Se puede saber el motivo? — preguntó con firmeza. Ella pasó un trago y jugó nerviosa con sus dedos. La presencia de su esposo la ponía demasiado inquieta, sobre todo por el aura de seguridad y hermetismo que lo rodeaba. — Lo siento… es que no tengo apetito. Nicholas negó y torció una amarga sonrisa. Tenía los brazos en jarra y lucía exasperado ante la dulce y cauta joven. — ¡Esto no es ningún restaurante! — le dijo — ¡Y nadie te servirá cuando decidas que quieres tener apetito, así que bajarás al comedor, te sentarás en la mesa como todo el mundo y agradecerás por lo que se te fue servido! — Pero… yo podría prepararme otra cosa cuando tenga hambre. No voy a molestar a nadie. — No lo entiendes, ¿verdad? — dio un paso al frente. El corazón de ella latió fuerte —. ¡Tú no estás aquí de va
— ¡Ve por el botiquín de emergencia! — ordenó a la joven sirvienta que parecía pasmada a los pies de la cama — ¡Ahora, Francisca! — Sí… sí, patrón — tartamudeó y salió de allí rápidamente. Nick volvió la vista a su esposa, ansioso, y apartó un par de mechones dorados del rostro para evaluarla mejor. Lucía mal, terriblemente mal. ¡M4ldita sea! — ¿Puedes respirar? — le preguntó con voz queda, preocupado. ¡Jodidamente preocupado! Calioppe asintió, pero le costaba. Tan rápido como Francisca pudo, volvió a la habitación. Todo el mundo en la casa grande ya estaba al tanto del revuelo y se asomaron curiosos. Romina y su madre se miraron la una a la otra con una sonrisa torcida. Si ella moría, sería lo mejor. Pensaron como víboras venenosas. Nicholas se hizo rápidamente del botiquín y sacó todo lo necesario para suministrarle un fuerte antihistamínico en la vía. Ella se quejó débilmente por el pinchazo. — Tranquila — le susurró con voz dulce —, pronto estarás bien. El antialérgico no
Nick sintió esos ojos azules clavados sobre sí al tiempo que Romina intentaba besarlo, pero, cuando le dijo que muchas cosas cambiarían con la presencia de Calioppe en la hacienda, se refería exactamente a eso. — Romina, déjame a solas con mi esposa. — No hace falta, yo no quería interrumpir, con permiso — dicho eso, salió de allí. Romina sonrió triunfal y Nick se mesó el cabello antes de ir tras ella. — Calioppe — la llamó, pero ella no se detuvo hasta subir las escaleras. Fue allí donde él la alcanzó y la tomó firmemente del brazo — ¡No me ignores cuando te hablo! Ella pasó el amargo trago de lo que había visto en el despacho e intentó zafarse del agarre, pero su fuerza la doblaba. — Quiero… quiero ir a mi recámara. — Habías ido a verme, ¿qué querías? — Nada. Nick sonrió sin alegría. — No mientas. No fuiste solo por nada. ¿Qué querías? — Te dije qué… — Si no me dices que querías, no voy a soltarte; tengo toda la paciencia del mundo para estar así — habló firme y la pegó m
— ¿Qué pasa, Calioppe? ¿Es que te ha mordido la lengua el ratón? — preguntó Nick a su joven esposa. Calioppe seguía pasmada bajo el umbral de la puerta, aferrada al silencio. Su lengua no respondía. ¡Nada de ella lo hacía! — No, yo… — ¿Tú qué? Mírate, pareces aterrada. La todavía horrorizada joven negó apresurada con la cabeza. — ¡No! ¡No es eso! ¡Es que…! — ¡No me dirás que excita la idea de un hombre amputado!— dijo sardónico. Calioppe abrió los ojos de par en par. — ¿Qué…? ¡Claro que no! «¡Era un cretino!» Pensó enojada. ¿Cómo se atrevía? — ¿Entonces que es, eh, Calioppe? — preguntó con mordacidad a medida que se acercaba hasta ella. Estaba rabioso, no, estaba furioso. ¡Cabreado hasta la médula ósea! — ¿No piensas hablar? ¡Vamos, dilo! ¡Admite que te asusto! ¡Admite que te doy miedo así! Calioppe se pegó a la pared contigua a la puerta. No le asustaba su condición, ni siquiera un poco, pero, la forma en la que sus ojos verdes se habían oscurecido dos tonos si la aterrab
Despertó a todo el mundo en la hacienda. — ¡Patrón, en las caballerizas no está! — le informó Francisca, que salió despavorida a buscarla cuando se enteró. Nick sabía que desde el primer momento ella y su esposa habían congeniado muy bien, por eso notaba ese semblante preocupado en la muchacha. — ¡En los cafetales tampoco! — secundó Paulo. Los rostros en el salón de la casa grande eran los mismos: expectantes y angustiados. Nicholas, ya rebasado, se pasó las manos por el cabello. — Nada, patrón, nadie da razón de ella — apareció Lisandro, el capaz de la hacienda, y para ese punto, uno de los muy pocos hombres que Nicholas podía considerar su amigo. Él ya estaba al tanto de todo y de cómo terminó casado con Calioppe. Ya rebasado, Nick se mesó el cabello. Esa angustia en el pecho era ya demasiado grande. ¡Iba a estallar en cualquier momento! ¡En ese momento! — ¿Cómo es posible que nadie la haya visto salir? ¿Qué se haya esfumado como una aparición? ¡Carajo! ¿Es que aquí las per
Entró a la choza con gesto cabreado, pero, en cuanto Nicholas vio a su esposa allí, en una pequeña cama de paja, con los ojos cerrados y el cuerpo perfectamente laxo, sintió que algo en su interior se rompía. Chayo se incorporó tan pronto lo vio. — ¡Patrón, buenas noches! ¡Me ha dicho Irina que esta muchacha es su esposa! ¿Es verdad? Nick asintió con la mandíbula tensa y el entrecejo fruncido. — ¿Cómo está? ¿Qué fue lo que pasó realmente? — preguntó sin apartar la vista de su esposa. — No lo sé, patrón, pero esa muchacha estaba inconsciente cuando yo llegué. Irina dice que la vio trepar la valla y después se cayó. Tiene varias contusiones en el cuerpo. Nicholas se paró a un lado de la cama, examinándola. Era cierto. — Voy a llevármela. Un médico tiene que examinarla. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? — Desde hace un buen rato, patrón, y… disculpe que lo contradiga, pero no creo que moverla sea lo mejor por esta noche — le dijo la mujer, acercándose a la muchacha. Después apart
No se movió de su lado el resto de la madrugada. La lluvia cedió al alba y Calioppe al fin abrió los ojos, mostrando mejorías. Los débiles rayos de sol se asomaban tímidos. La inocente joven creía despertar de un eterno sueño. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo. Movió los párpados lánguidamente, acostumbrándose al amanecer. «¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Había podio escapar de la hacienda? ¿De su marido?» Se preguntó, observando a su alrededor con gesto desconcertado, hasta que se topó con esos pozos verdes que tanto la intimidaban. Pasó un trago con esfuerzo. Su corazón latió como una locomotora. — Ni…Nicholas — musitó con apenas voz. Él la miró severo, rencoroso, a un lado de la cama. Tenía el pecho descubierto. — ¿Qué, no esperabas verme aquí? — le preguntó con mordacidad — O mejor aún… ¿esperabas ya estar en otro lugar? Calioppe lo observó aterrada. Vagos recuerdos de la noche anterior, aunque confusos, vinieron a su mente. — ¿En qué diablos pensabas, eh? ¿Pretendía