Mi alma está con la pobre Calioppe. Nick es un tonto. Sigan comentando y dejando sus reseñas. ¡Las aprecio y valoro mucho!
Entró a la choza con gesto cabreado, pero, en cuanto Nicholas vio a su esposa allí, en una pequeña cama de paja, con los ojos cerrados y el cuerpo perfectamente laxo, sintió que algo en su interior se rompía. Chayo se incorporó tan pronto lo vio. — ¡Patrón, buenas noches! ¡Me ha dicho Irina que esta muchacha es su esposa! ¿Es verdad? Nick asintió con la mandíbula tensa y el entrecejo fruncido. — ¿Cómo está? ¿Qué fue lo que pasó realmente? — preguntó sin apartar la vista de su esposa. — No lo sé, patrón, pero esa muchacha estaba inconsciente cuando yo llegué. Irina dice que la vio trepar la valla y después se cayó. Tiene varias contusiones en el cuerpo. Nicholas se paró a un lado de la cama, examinándola. Era cierto. — Voy a llevármela. Un médico tiene que examinarla. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? — Desde hace un buen rato, patrón, y… disculpe que lo contradiga, pero no creo que moverla sea lo mejor por esta noche — le dijo la mujer, acercándose a la muchacha. Después apart
No se movió de su lado el resto de la madrugada. La lluvia cedió al alba y Calioppe al fin abrió los ojos, mostrando mejorías. Los débiles rayos de sol se asomaban tímidos. La inocente joven creía despertar de un eterno sueño. Le dolía la cabeza y todo el cuerpo. Movió los párpados lánguidamente, acostumbrándose al amanecer. «¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Había podio escapar de la hacienda? ¿De su marido?» Se preguntó, observando a su alrededor con gesto desconcertado, hasta que se topó con esos pozos verdes que tanto la intimidaban. Pasó un trago con esfuerzo. Su corazón latió como una locomotora. — Ni…Nicholas — musitó con apenas voz. Él la miró severo, rencoroso, a un lado de la cama. Tenía el pecho descubierto. — ¿Qué, no esperabas verme aquí? — le preguntó con mordacidad — O mejor aún… ¿esperabas ya estar en otro lugar? Calioppe lo observó aterrada. Vagos recuerdos de la noche anterior, aunque confusos, vinieron a su mente. — ¿En qué diablos pensabas, eh? ¿Pretendía
El implacable brasileño de ojos verdes aguardaba impaciente por una explicación. ¡Esta vez no tendría ni un ápice de consideración! — ¿Y bien? ¡Estoy esperando! Calioppe se enderezó, nerviosa. Pasó un trago de intimidación. La mirada de su esposo era la de un hombre furioso. — No… no sé qué quieres que te diga — musitó débilmente. Nick entornó los ojos, contenido. — La verdad, Calioppe, quiero la absoluta verdad. ¿Quién te ayudó, ah? ¿Quién? ¿Fue un peón? ¿Qué le diste para que quisiera ayudarte? — ¿Qué? ¡No! ¡Yo…! — ¿Con qué lo engatusaste? ¿Te le ofreciste? ¿Fue eso? ¿Por eso accedió a… — ¡Cállate! ¡No tienes derecho a hablarme así! — le gritó, rabiosa, dolida. — ¡Tú eres quien no tiene derecho a abandonarme! — replicó, fuera de sí. Lágrimas calientes inundaron los ojos de la inocente Calioppe. Se incorporó con esfuerzo. — No quiero seguir escuchándote — le dijo. Se iba de la habitación. Él la alcanzó en tres rápidas zancadas. La tomó del brazo. Ella se quejó de dolor y é
Entró despacio a la habitación. Todo se encontraba en penumbras. La cama estaba vacía y las sábanas perfectamente tendidas. Se preocupó, al menos hasta que la descubrió sentada a los pies de la ventana, con las rodillas pegadas al pecho y la mirada perdida. Verla así lo conmovió. — Te he traído la cena. Ella lo había presentido mucho antes de que hablara, pero no respondió, tan solo lo miró de reojo y se limpió el rastro de una lágrima. — ¿No piensas decirme nada? — le preguntó. — No tengo hambre — respondió, todavía sin mirarlo. El dominante brasileño de treinta y un años cerró por un segundo los ojos y suspiró. Dejó la charola en la pequeña mesa de lectura y tomó asiento en una esquina de la cama. Cruzó las manos sobre sus rodillas. — Thiago llamó. Me dijo que le gustaría hablar contigo. — Yo no quiero hablar con él, puedes decirle que estoy dormida. — ¿Eso quieres? Ella asintió con gesto ecuánime y se incorporó. Nicholas la tomó del brazo antes de que le pasara por el lad
Bajó las escaleras con su nuevo atuendo. Nick hablaba por teléfono cuando alzó la vista y allí la encontró. — Después te llamo — dijo, y lo que sea que le hayan respondido al otro lado de la línea no lo escuchó; se había quedado prendado a la belleza de su esposa. — Ya… ya estoy lista — musitó ella, ruborizada. — Te queda un poco grande la ropa, deberías comer más — soltó, fingiendo desinterés —. De todas formas mañana iremos al pueblo para que escojas lo que mejor te quede. Ella asintió. Le daba igual. En eso, Francisca salió de la cocina. Su mirada se iluminó al verla y sonrió. — Seño Calioppe, se mira usted bien bonita. — Gracias, Kika. Nick se aclaró la garganta. — Vamos al desayunador, debes alimentarte bien para este tipo de trabajos. Romina y su madre ya estaban allí. — Nick, buenos días, estábamos esperándote. Él asintió con gesto serio. Después retiró la silla de su esposa para que tomara asiento a su lado. Calioppe lo miró intrigada. El Nicholas que conocía jamás
El inflexible brasileño llegó a la empacadora como de costumbre. Todo el mundo dejó a un lado lo que estaba haciendo para recibirle. — Patrón, buenos días, lo estaba esperando — le dijo uno de los encargados de esa área. Él asintió, y siguió al hombre hasta la pequeña oficina. Allí trabajó durante un par de horas de la mañana, firmó algunos envíos próximos a salir a la ciudad y autorizó que una pequeña parte de la cosecha fuese distribuida a las familias más pobres de los pueblos más cercanos. — Creo que sería todo por hoy, si me necesitas estaré en la recolecta de plátano — dicho esto, subió al todoterreno y regresó. Lisandro se acercó. Era una mañana bastante alegre y productiva. — Patrón, no creí que volvería tan pronto — dijo asombrado. Pocas eran las veces que él iba a inspeccionar que todo estuviese saliendo bien, pues esa tarea se la confiaba con los ojos cerrados. Nick se quitó las gafas y entornó los ojos como si buscara algo. — ¿Dónde está? — preguntó, casi ignorándolo
Dos horas más tarde, Calioppe llevaba apenas casi tres canastas, y aunque no se rendía, sí se sentía bastante cansada. Su espalda y manos dolían, así mismo su cintura. Para el medio día, todos pararon. — Señorita Calioppe, descanse un poco, ya es la hora de la comida. Vaya a la casa grande — le dijo Lisandro, al notarla bastante agotada. Ella se secó el sudor y alzó la vista con una optimista sonrisa. Todo mundo dejaba sus canastas y se retiraba. Allí fue cuando notó que le llevaban una diferencia de casi cinco canastas. Iba muy atrasada. — Me quedaré un poco más, Lisandro, gracias. El buen hombre, que cruzaba los cuarenta, se quitó el sombrero. — ¿Está segura? No tiene por qué quedarse, mire, todos ya se están yendo a almorzar. Ella volvió a sonreír. — Estoy bien, de verdad. Terminaré esta canasta y entonces comeré algo. Lisandro asintió con gesto preocupado. Esa muchacha no estaba hecha para ese tipo de trabajos. Después se retiró a comer con su mujer y sus hijos pequeños.
— Calioppe, Calioppe… — insistió con voz preocupada.Ella estaba consciente, pero parecía no tener siquiera la fuerza suficiente para responder.Escondió varios mechones de cabello que se le habían adherido al rostro y palmeó delicadamente una de sus mejillas.Al ver que no respondía a nada, el preocupado brasileño cargo en peso el cuerpo de su esposa y la pegó protectoramente a él.— Patrón, pero… ¡¿qué pasó?! — preguntó Lisandro, un tanto culpable.¡Él tuvo que haberse asegurado de que esa muchacha llegara a la casa grande en perfecto y fue lo menos que hizo!— No lo sé, la llevaré a la recámara — respondió sin mirarlo, y no se detuvo hasta que llegó a su destino.Empujó la puerta con la cadera y depositó el débil cuerpo de su esposa sobre las sábanas tendidas, y como si ella hubiese estado esperando un milenio por eso, se quedó profundamente dormida.Nick suspiró con las manos en las caderas, después se sentó a la orilla de la cama y la contempló con inexplicable adoración, evocand