Nick enloquecerá cuando se de cuenta!!! NO OLVIDEN COMENTAR, DEJAR SUS BONITAS RESEÑAS Y DAR UN LIKE QUE CUESTA CERO PESITOS.
A Calioppe le dolía alejarse del hombre que, inevitablemente, se había enamorado sin preverlo durante los últimos meses. Una silenciosa lágrima rodó por su mejilla. Junto a él había conocido la entrega absoluta, las mariposas en el estómago cada vez que lo veía y el pulso disparado por culpa de sus besos y caricias. Dios, con él, se había dejado llevar de una forma irrepetible. Había sido su mujer. Suya. En cuerpo y alma, y como resultado… llevaba al hijo de ambos en el vientre. Pero también, gracias a él, había conocido lo que era el desamor, un corazón roto y la traición más encarnizada… el rechazo. — Seño… ¿Está usted bien? — le preguntó Kika después de largos minutos caminando. Ella conocía muy bien esas tierras, así que sabía el camino más corto hasta el límite de la hacienda. — Sí, lo siento, no me hagas caso — musitó, limpiándose las mejillas con el dorso. Echó un vistazo a su alrededor. Pocas eran las luces y la lluvia había cedido muchísimo, tan solo caían pequeñas gotas —
Estaba enfurecido, no, estaba que se lo llevaba el diablo. ¿Cómo es que nadie allí sabía nada? ¿Es que se habían escabullido así, sin más? ¿Cómo era posible que nadie las hubiese notado irse? ¡Carajo! María, Sara, Lisandro y el par de peones a cargo de vigilar la puerta de Calioppe se plantaron frente a sí tras su orden. Nicholas los miró a cada uno con los ojos entornados. Su pecho subiendo y bajando. Dientes apretados y mejillas trémulas. — Quiero una jodida explicación — habló pausado —… y la quiero ahora. María sollozaba en silencio. Estaba preocupada por su ahijada y, por supuesto, por esa joven embarazada. Sara jugaba con sus dedos, temblorosa, inquieta. Paulo y Ernesto se encontraban con la mirada clavada en el piso; contrariados y avergonzados. No comprendían como una cosa así pudo haber ocurrido. Por su lado, Lisandro parecía inalterable. Se había enfrentado a la furia Dos Santos demasiadas veces, aunque jamás lo había visto en ese estado que, lejos de la rabia, se re
Sin darse cuenta, se quedó dormido en aquella recámara que todavía guardaba su aroma. — ¿Se ha comunicado Francisca contigo? — preguntó a María cuando entró a la cocina. La mujer negó, cabizbaja, mientras cortaba un par de tomates para el desayuno. El brasileño pasó un trago y apretó los puños. Su interior dolía… dolía profundamente. El siguiente par de días no fue para nada distinto, la misma respuesta a sus preguntas y el mismo infierno encarnizado. Salió de allí, despavorido, no atendió al llamado de un peón y saltó sobre el lomo de su caballo para cabalgar el ejemplar con esa destreza que lo caracterizaba, y con la esperanza de que la adrenalina menguara todo el desprecio que sentía por sí mismo en ese momento. No lo consiguió. Cuando volvió, el mismo peón de hace un rato lo interceptó en la entrada — ¡Patrón…! — ¿Qué quieres? — preguntó con amargura, sin mirarlo. — No es nada importante, pero imaginé que quería saberlo. Es que… el conejo de la señora Calioppe no está con
— Calioppe… ¡¿Calioppe?! Cuando el brasileño escuchó que la llamada se había colgado, su pulso se disparó y miró con los ojos abiertos a María. — Patrón… — ¿Dónde está? — exigió saber. La pobre mujer parpadeó. — Yo no lo sé, patrón. — ¿Cómo que no lo sabes? ¿Todo este tiempo has estado en comunicación y no me lo habías dicho? ¿Qué pasa con todo el mundo en esta casa? — No es así, patrón, verá, mi ahijada me llamó, me dijo que estaba bien, que se había ido con la señora Calioppe, pero… — Pero, ¿qué? — Pues me dijo que no volvería, y tampoco me dijo donde se encontraban — contestó en voz baja. Nicholas Dos Santos cerró los ojos, buscando tranquilizarse. Miró el aparato y devolvió la llamada al último número. Esperó varios tonos. Nadie contestó. Insistió, inquieto, varias veces. Nada. — ¡Carajo! — gruñó antes de salir de allí. Fue hasta su despacho. Necesitaba averiguar de quién era el número, o al menos de donde había llamado. Revisó la lista telefónica, número por númer
“Por favor, hazme llegar una copia cuando hayas firmado nuestro divorcio” Aquellas frías palabras no dejaron de repetirse en su cabeza una y otra vez durante su retorno a la hacienda. Ella había sido demasiado contundente, completamente precisa. Quería el divorcio. — Patrón… — lo llamó María, apenas entró por la puerta de la casa grande, con aquel documento fuertemente apretado. — Ahora no, María — gruñó entre dientes sin mirarla. Se encerró en el despacho, lanzó la carpeta en el escritorio y se la quedó mirando fijamente por largos minutos, como si quisiera desaparecerla, como si quisiera que, de alguna forma u otra, aquella decisión no fuese más que una pesadilla. Pero no lo era, por el contrario, era su castigo. Si firmaba ese papel, todo acabaría. Carajo, si firmaba ese papel sabía la perdería. Negó con la cabeza; completamente frustrado. No, se negaba. Debía volver a hablar con ella. Seguramente, si le rogaba un poco más, ella se retractaría. Estaba dispuesta a hacer lo
Días más tarde, los dos habían firmado aquel documento que los separaba para siempre. Nicholas estaba que no lo calentaba ni el sol. No sonreía, no hablaba, apenas comía y todo el mundo ya comenzaba a mirarlo con pena. Trabajaba hasta el agotamiento, hasta que las fuerzas no le daban y el sueño lo vencía, apenas tocaba la cama. Era lo mejor… lo mejor para no pensar. Recordaba haber insistido cada día antes de firmar, suplicado, pedido desde lo más profundo de su corazón que por favor lo considerara, que le permitiera enmendar el daño causado. Ella, por el contrario, se mostró más que decidida a dar ese paso. Sus días se habían vuelto oscuros, grises, y se sentía demasiado solo en aquella enorme casa. María se preocupaba porque no comía y Lisandro era quien prácticamente daba la cara con los proveedores, pues él solo pasaba en la cosecha con los jornaleros haciendo el trabajo pesado para así no tener que pensar, también se quedaba con su caballo por horas y por las noches regresaba
Su corazón había comenzado a acelerarse demasiado rápido, a latir con tanta fuerza que, podía escuchar el golpeteo detrás de sus orejas. Se llevó una de las manos a la parte baja del vientre y otra a la boca para contener aquel doloroso jadeo. — Quiero… quiero ir con él — musitó, no, suplicó a la pelirroja que en seguida asintió y rodeó su cintura en un acto de protección. — Por supuesto que sí, cariño — respondió, miró a su esposo, este en seguida asintió y ordenó a su capataz que tuviesen listo el helicóptero para despegar. Durante el trayecto, lágrimas seguían resbalando de sus ojos. Francisca la miraba con pena. Ese último mes la había visto sufrir muchísimo y empeoró después del divorcio con el patrón. Su bebé le daba fuerzas, pero sabía que su corazón lo echaba de menos. No le gustaba verla así, ella la quería mucho, sabía que era buena y no merecía estar pasando por todo aquello… no después de lo que le contó Sara en aquella llamada. — ¿Seño? — musitó, sacándola de sus cav
— Mis padres eran drogadictos… ella murió de una sobredosis cuando yo tenía siete — comenzó a decir con la mirada clavada en algún punto fijo. Calioppe intentó mostrarse serena, pero no podía alcanzar a imaginar el dolor de un niño de esa edad al perder a la persona que se suponía lo vería crecer. Tras varios largos minutos, él se había sincerado, completa y dolorosamente. Sus padres habían despilfarrado todo su dinero gracias a esa porquería. Él era demasiado inocente como para comprenderlo, hasta que se vio obligado a crecer y a hacerse cargo de sus hermanos con apenas siete años. Fue allí cuando comenzó a culparlos incansablemente. Cuando cumplió los siete, esa demoledora noticia lo sacudió todo; sin embargo, su padre no hizo absolutamente nada para reivindicarse, sobre todo porque ya no tenían ni siquiera para comer y estaba endeudado hasta el cuello. Con ocho años, había tenido que hacer de padre y madre para Alexia y Rodri; sus dos hermanos pequeños. Aguantarse el hambre para