— ¿Cómo puedes estar haciéndome esto? ¿En serio crees que nuestros padres estarían de acuerdo? — preguntó Calioppe a su hermano mayor. Tenía el corazón apabullado — ¿Qué papá me arrojaría a los brazos de cualquier hombre? ¡¿Qué mamá lo consentiría?!
— ¡Basta, Calioppe! ¡No toleraré más esta clase de comportamiento infantil a una hora de tu boda! — exclamó Thiago Da Silva a su hermana de veintitrés, que lo veía como si él fuese su peor enemigo — ¡Esta es una decisión irrefutable, así que sal allí y contrae matrimonio con tu prometido!— ¡Thiago, por favor, no puedes hacerme esto! — sollozó, desconsolada.— ¡Eso lo hubieses pensado antes de hacer de tu vida todo este desastre!— ¡Yo no hice nada!— ¡Te encontraron con estupefacientes en tus pertenencias y tienes una orden de arresto que tuve que resolver para que no fueses a dar a la cárcel! — bramó — ¡¿Significa eso nada para ti?!Era imposible hacerlo entrar en razón, sobre todo porque ella no tenía como defenderse… no cuando la mujer que él había escogido como esposa la había obligado a hacer todo eso.— ¿De verdad vas a casarme? — preguntó por última vez con la voz agotada, ya sin esperanzas.— Es mi última palabra, Calioppe. Vas a casarte con Marcelo Rodrigues y a enderezar tu camino como su esposa.Calioppe asintió. Ella adoraba a su hermano, tanto que de verdad le dolía que él estuviese haciéndole una cosa así. Desde que los padres de ambos murieron trágicamente y este se unió en santo sacramento a la arpía de su ahora esposa, su relación se comenzó a deterior de a poco, y para ese punto, la consideraba irremediablemente rota.Lágrimas calientes inundaron sus ojos y Thiago dio un paso al frente. Ella retrocedió dos.— ¡No! — dijo firmemente. No quería su consuelo… no cuando él mismo era el responsable de su gran dolor.— Lilo…— Ya no soy Lilo para ti.Entonces se dio la media vuelta y salió de allí. Desesperanzada y rota.Un largo pasillo la esperaba, uno que la dirigía a la habitación en la que iban a terminar de prepararla para la ridícula farsa que se celebraría en menos de nada.— Señorita, la estábamos esperando… — le dijo una de las estilistas cuando ella abrió la puerta, pero, en vez de ingresar, se quedó muy quieta al sentir que sus pulmones se comprimían y que el aire le comenzaba faltar.Necesitaba salir de allí… necesitaba tomar una gran bocanada de aliento antes de entregarse a su destino, así que sin decir una sola palabra, se alzó la falda del vestido y se dirigió hasta el jardín privado del lujoso hotel de Río de Janeiro.Nuevas lágrimas la asaltaron cuando se sentó en una banca, y con el rostro enterrado entre las manos, deseó que sus padres estuviesen allí… y que ese trágico a inesperado accidente no se los hubiese arrebatado.Se sentía completamente sola.— ¡Oh, sí, eso es cariño, sigue así! ¡Lo haces muy bien! — escuchó Calioppe de pronto, unos interesantes y extraños quejidos que parecían venir de una habitación contigua a esa ala del hotel… misma que estaba segura pertenecía a su flamante prometido.No, no… ¿Sería posible?Se acercó a pasos tímidos mientras su corazón latía a toda marcha, y apretó los ojos antes de armarse de valor y abrir la puerta de par en par. Lejos de sentir dolor por lo que sus ojos estaban viendo en ese momento, un inmenso e inexplicable alivio la atravesó como una flecha… ¡Pues se le acababa de presentar la maravillosa oportunidad para cancelar ese absurdo compromiso!El poco hombre tenía los pantalones abajo y las pelotas al aire, mientras tanto, de rodillas, una morena esbelta rezaba profesionalmente en medio de sus piernas… y no precisamente el padre nuestro que estás en los cielos.Tan pronto Marcelo Rodrigues se percató de la presencia de su prometida, se quedó lívido por un microsegundo.— ¡Te pedí que cerraras la puerta, carajo! — apartó a la mujer con brusquedad y se subió los pantalones, mientras batallaba con la cremallera.— ¡Pero no me aclaraste que debía poner el pestillo!— ¡Encima de zorra, también eres tonta! — bufó y cuando buscó la mirada de Calioppe, le fue muy tarde, ella ya había echado a correr a través del pasillo… y sabía que pretendía — ¡No, no, no! ¡M4ldita sea! ¡Lo arruinará todo! ¡Calioppe!Calioppe corrió con toda la fuerza que le permitieron sus piernas. Su hermano tenía que saber que ese patán no le convenía como hombre y debía desistir de la idea de aquella boda, pero, mucho antes de llegar a su destino, alguien le dio un empujón tan decisivo que terminó desparramada dentro de una habitación.Cuando alzó la vista, consternada, lo último que vio allí fue la sonrisa lobuna del infeliz de su prometido y la cara de terror de una de las muchachas del servicio antes de que cerraran la puerta.Luego escuchó el seguro.— ¡¿Qué crees que haces?! — gritó, incorporándose, después tomó el pomo entre sus manos que temblaban y tiró de este con muchísima fuerza, pero nada, la m4ldita puerta no cedía. ¡La había encerrado allí! Golpeó y pataleó como una chiquilla, mientras temblaba de rabia — ¡Desgraciado, infeliz, ábreme, no te saldrás con la tuya!De un momento a otro, a medida que su pecho subía y bajaba, sintió como el tacón de sus zapatos se le clavaba a los pies del vestido, y este no solo se hizo una abertura en la parte trasera, sino que provocó el completo desequilibrio de sus piernas.… Y un segundo, solo uno, le bastó a Nicholas Dos santos; que llevaba un par de segundos contemplando la escena con gesto atónico, para capturar a la mujer en el aire y evitar que se golpeara la cabeza.El cuerpo femenino encajó muy rápido en los brazos firmes; y asombrados, Calioppe y Nick se miraron por muy… muy largos segundos, como si el mundo a su alrededor hubiese detenido su curso y no supieran lo que el caprichoso destino ya les tenía guardado para el futuro.La mirada de Calioppe brilló de inesperada e inocente atracción, y sin poder evitarlo, la deslizó hacia abajo. El cuerpo que la sostenía no solo parecía medir dos cabezas más que ella y doblarla en peso, sino que estaba a medio vestir de la parte de arriba.Por su parte, Nick no se sintió muy distinto, y en seguida, se mostró hechizado por ese par de joyas azules y cabello dorado. No era frecuente que le pasara algo así, y sí, había sido seducido por cientos de mujeres a lo largo de su vida, pero entre lo voluptuoso y lo estándar, esa mujer no era ni la mitad.¡Tenía el peso de una gallina… además de parecer una! Pensó, negando. ¿Y eso a él qué puñetero carajos le importaba?Los dos cuerpos se tensaron frente a los absurdos pensamiento, y en eso, tocaron bruscamente la puerta.Calioppe fue la primera en reaccionar y saltó como un resorte fuerza de los brazos grandes y fieros, llevándose consigo el repentino cosquilleo que le había provocado el contacto en cada poro de su piel.— ¡Sé que estás allí, Calioppe, abre la puerta! — la voz de su prometido se escuchó como un trueno en una noche de tormenta.— ¡Calioppe! — ese era su hermano, y de repente, todo en ella hizo click.¡M4ldito Marcelo! ¡Quería inculparla!— No, no, no — dijo, caminando de un lado a otro, pensando. Su pecho subía y bajaba.Entonces miró a la ventana… y una muy muy mala idea cruzó por su cabeza.Era su única salida.Nicholas la miró andar hasta el balcón sin comprender qué diablos estaba sucediendo allí ni porque la puerta parecía que se vendría abajo en cualquier segundo.— ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Te has vuelto completamente loca? — preguntó con los ojos abiertos al descubrir que era lo que esa mujer pretendía.— ¡Necesito salir de aquí!— ¡Sí, pero no volando! ¡Estás desde un quinto piso!— ¡Puedo… puedo hacerlo! — trató de convencerse a sí misma.Los golpeteos en la puerta no cesaban, y el nombre de Calioppe se escuchaba furiosísimo en los labios de su hermano.Calioppe tomó una profunda bocanada de aliento y se aferró a los bordes de la ventana antes de subirse. No era muy fan de las alturas, ni siquiera un poco… en realidad las odiaba, y por eso, cuando miró hacia abajo y comprobó que realmente estaba desde un quinto piso, sus rodillas se aflojaron y un mareo la sacudió, debilitando por completo su cuerpo.Alterado, Nick se mesó el cabello y maldijo por lo bajo. ¡Estaba loca! ¡No, loca y un cuarto! Y tan pronto vio que el cuerpo escuálido se aflojaba hacia adelante, no tuvo tiempo de reaccionar de otra forma… por segunda vez, y la tomó firme de la cintura antes de bajarla y pegarla a él.— Te tengo — murmuró contra el de repente apetecible cuello femenino.Calioppe aguantó la respiración, y no precisamente porque el hombre la había salvado de una desastrosa caída, sino por el salvaje animal que se le restregaba erecto contra sus pequeñas nalgas.La puerta se abrió.— ¿Ves? ¡Te lo dije! ¡Te dije que tu hermana tenía un amante! — la acusadora voz de Marcelo hizo que Nick y Calioppe se separaran de un salto… y se mirasen muy consciente de la comprometedora situación en la que los habían pillado.Un horrible silencio se hizo en la habitación por lo que fueron largos segundos. Calioppe tenía el vestido desgarrado. Nick estaba medio desnudo de la parte de arriba y a ambos los habían encontrado en una posición bastante cuestionable de la que no cualquiera podría librarse tan fácil. — Nick, Calioppe… ¿Qué diablos significa esto? — preguntó Thiago a su hermana y a amigo… aunque todo le resultaba bastante esclarecedor, pues ella se había convertido en una jovencita rebelde después de la muerte de sus padres y la creía capaz de cualquier cosa con tal de librarse de su prometido. Lo que no entraba en su cabeza era como su viejo amigo había caído en las tretas de una jovencita que era casi diez años menor que él. — Estoy esperando una respuesta — continuó, y entrelazó sus dedos a los de su mujer y madre del hijo que venía en camino. Junto a ellos, aguardaban también dos camareras. — Thiago, no es lo que parece — Calioppe intentó explicarse. ¡Por supuesto que no es lo que parece!
Calioppe sabía que no había forma de convencer a su hermano de toda aquella locura, ni antes, ni ahora, pues ya era un hecho… ¡le había conseguido en menos de nada un nuevo marido! Se encerró en la habitación que estaba predestinada para ella ese día y se dejó caer hecha un ovillo en la cama, sollozando en completo silencio. De pronto, la puerta se abrió, revelando la sonrisa de triunfo de su cuñada. — ¿Qué haces aquí? Eres la última persona a la que quiero ver en este momento, así que lárgate. Tiara ignoró lo que su “adorada” cuñada quería y se sentó cruzada de piernas en el filo de la cama. — Vaya humillación para la familia el día de hoy, eh Lilo. ¿Hacer travesuras una hora antes de tu boda? Eres toda una chica mala. — ¡No me llames Lilo! — Calioppe se incorporó muy dispuesta a salir de allí. No quería escucharla, mucho menos compartir el mismo espacio con ella. La detestaba por todo lo que le había hecho el último año. — No te atrevas a hacer otra tontería — le advirtió la
Calioppe estaba temblando y su mirada de horror hizo que Nick se sintiera mísero y culpable. ¿Cómo había podido ser capaz de dejarla sola en su primera noche en la hacienda? ¿Es que acaso era un insensato? ¡Deus, claro que lo era! «Um muito grande» pensó en portugués. — Calioppe, mírame, soy yo — le pidió con gesto verdaderamente angustiado, intentando acercarse y primeramente tranquilizar al animal. Heros; un mastodonte de pelaje negro que no solo era muy inquieto en los días de tormenta, sino que relinchaba ante el miedo de las personas a su alrededor y en ese instante la joven esposa de Nicholas parecía haber sido azotada por un pánico desmedido. En eso, entraron los dos peones a quienes se les había escapado el cabello, y al presenciar la escena, se quedaron completamente lívidos por un par de segundos. Esa joven parecía realmente a punto de desfallecer por la impresión. La dulce Calioppe alzó la vista, encontrándose con el poderosísimo verde de los ojos de su esposo. — Eso
Aunque Calioppe abrió la boca para defenderse, no pudo, pues algo dentro de ella no tardó en deducir que su hermano había puesto a su nuevo marido al tanto de sus “antecedentes”, así que solo se limitó a hacer acopio de todo su enojo para tomar el equipaje y sacar cada una de sus pertenencias con gesto contenido. — ¿Qué tienes allí? — preguntó Nick, fijándose en una pequeña maleta de mano que había dejado intacta. — Es… es mi ropa interior. — Revísala — ordenó al muchacho. Los ojos de Calioppe se abrieron de puro terror… y vergüenza. — ¡¿Qué?! ¡No! ¡No puedes hacer esto! — se defendió. No iba a consentir que la siguiera humillando de esa forma. — Paulo, haz lo que te ordeno. — ¡Que no! ¡Esto es…bochornoso! — intentó interferir, pero la fuerte mano de su esposo la tomó del codo. Alzó la vista; él tenía expresión fría en el rostro. Se zafó de mala gana y se limpió con rabia las lágrimas. — Está limpia, patrón. — Bien, retírate. Tu igual Francisca. — Sí, patrón — musitó la much
Entró a la habitación sin tocar. Calioppe alzó la vista y se incorporó cuando lo vio allí, con la mirada más verde que vería jamás puesta en ella. — Me han dicho que no quisiste bajar al comedor. ¿Se puede saber el motivo? — preguntó con firmeza. Ella pasó un trago y jugó nerviosa con sus dedos. La presencia de su esposo la ponía demasiado inquieta, sobre todo por el aura de seguridad y hermetismo que lo rodeaba. — Lo siento… es que no tengo apetito. Nicholas negó y torció una amarga sonrisa. Tenía los brazos en jarra y lucía exasperado ante la dulce y cauta joven. — ¡Esto no es ningún restaurante! — le dijo — ¡Y nadie te servirá cuando decidas que quieres tener apetito, así que bajarás al comedor, te sentarás en la mesa como todo el mundo y agradecerás por lo que se te fue servido! — Pero… yo podría prepararme otra cosa cuando tenga hambre. No voy a molestar a nadie. — No lo entiendes, ¿verdad? — dio un paso al frente. El corazón de ella latió fuerte —. ¡Tú no estás aquí de va
— ¡Ve por el botiquín de emergencia! — ordenó a la joven sirvienta que parecía pasmada a los pies de la cama — ¡Ahora, Francisca! — Sí… sí, patrón — tartamudeó y salió de allí rápidamente. Nick volvió la vista a su esposa, ansioso, y apartó un par de mechones dorados del rostro para evaluarla mejor. Lucía mal, terriblemente mal. ¡M4ldita sea! — ¿Puedes respirar? — le preguntó con voz queda, preocupado. ¡Jodidamente preocupado! Calioppe asintió, pero le costaba. Tan rápido como Francisca pudo, volvió a la habitación. Todo el mundo en la casa grande ya estaba al tanto del revuelo y se asomaron curiosos. Romina y su madre se miraron la una a la otra con una sonrisa torcida. Si ella moría, sería lo mejor. Pensaron como víboras venenosas. Nicholas se hizo rápidamente del botiquín y sacó todo lo necesario para suministrarle un fuerte antihistamínico en la vía. Ella se quejó débilmente por el pinchazo. — Tranquila — le susurró con voz dulce —, pronto estarás bien. El antialérgico no
Nick sintió esos ojos azules clavados sobre sí al tiempo que Romina intentaba besarlo, pero, cuando le dijo que muchas cosas cambiarían con la presencia de Calioppe en la hacienda, se refería exactamente a eso. — Romina, déjame a solas con mi esposa. — No hace falta, yo no quería interrumpir, con permiso — dicho eso, salió de allí. Romina sonrió triunfal y Nick se mesó el cabello antes de ir tras ella. — Calioppe — la llamó, pero ella no se detuvo hasta subir las escaleras. Fue allí donde él la alcanzó y la tomó firmemente del brazo — ¡No me ignores cuando te hablo! Ella pasó el amargo trago de lo que había visto en el despacho e intentó zafarse del agarre, pero su fuerza la doblaba. — Quiero… quiero ir a mi recámara. — Habías ido a verme, ¿qué querías? — Nada. Nick sonrió sin alegría. — No mientas. No fuiste solo por nada. ¿Qué querías? — Te dije qué… — Si no me dices que querías, no voy a soltarte; tengo toda la paciencia del mundo para estar así — habló firme y la pegó m
— ¿Qué pasa, Calioppe? ¿Es que te ha mordido la lengua el ratón? — preguntó Nick a su joven esposa. Calioppe seguía pasmada bajo el umbral de la puerta, aferrada al silencio. Su lengua no respondía. ¡Nada de ella lo hacía! — No, yo… — ¿Tú qué? Mírate, pareces aterrada. La todavía horrorizada joven negó apresurada con la cabeza. — ¡No! ¡No es eso! ¡Es que…! — ¡No me dirás que excita la idea de un hombre amputado!— dijo sardónico. Calioppe abrió los ojos de par en par. — ¿Qué…? ¡Claro que no! «¡Era un cretino!» Pensó enojada. ¿Cómo se atrevía? — ¿Entonces que es, eh, Calioppe? — preguntó con mordacidad a medida que se acercaba hasta ella. Estaba rabioso, no, estaba furioso. ¡Cabreado hasta la médula ósea! — ¿No piensas hablar? ¡Vamos, dilo! ¡Admite que te asusto! ¡Admite que te doy miedo así! Calioppe se pegó a la pared contigua a la puerta. No le asustaba su condición, ni siquiera un poco, pero, la forma en la que sus ojos verdes se habían oscurecido dos tonos si la aterrab