Mi mirada buscó frenéticamente en todas las direcciones, explorando cada rincón en un intento desesperado por hallar la fuente de esa respiración invisible y de la fuerza sobrenatural que me había arrojado de mi asiento. Sin embargo, mis ojos se encontraron con nada más que oscuridad, una negrura opresiva que parecía engullirlo todo. Una voz insistente dentro de mí clamaba que era mi imaginación jugándome malas pasadas, una manera de protegerme del terror que me dominaba. Pero el gélido aliento en mi nuca y el incomprensible tirón seguían reverberando en mi piel, negándose a ser desestimados tan fácilmente.Finalmente, volví mi atención una vez más hacia el exterior, donde la noche mantenía su manto impenetrable. Ninguna luz parpadeante de luciérnagas decoraba la oscuridad; solo el frío se cernía en el aire, susurrándome sus historias. Me puse de pie, dejando el diario sobre el banco junto a la ventana, y me dirigí hacia la chimenea para avivar el fuego. Un acto que, en ese momento,
Giré mi cabeza al sentir una presencia a mi lado, un sentimiento de ser protegida. Una idea cruzó mi mente: ¿acaso había ángeles guardianes de verdad? En un intento por dilucidar este misterio, encendí otra lámpara, inundando la habitación con una luz más intensa. Pero la presencia que sentía no se dejó atrapar por los resplandores; permaneció inalcanzable, escurriéndose en el rincón invisible. Mi entorno mostraba todos los signos de soledad, y sin embargo, la sensación persistía, como si una presencia invisible compartiera conmigo aquel espacio cargado de historias y misterios. Los susurros de los antiguos moradores parecían reverberar en el aire, mezclándose con las palabras del diario. ¿Quién o qué podría estar observándome en la quietud de la noche? Me repetí la pregunta mirando a mi alrededor. El enigma me envolvía, y aunque no podía verlo, podía sentirlo, como una brisa gélida que acariciaba mi piel. Tomé un poco de agua, apagué la luz general volviendo a dejar solo la lámpar
Dolores luchaba por levantarme, pero mi cuerpo seguía siendo un manojo de temblores incontrolables. Cada músculo parecía conspirar en mi contra, mi mente seguía sumida en el caos del terror que había experimentado. Apenas lograba articular palabras coherentes, mi boca emitía sonidos entrecortados y sin sentido. Finalmente, con su persistencia, Dolores logró sentarme en una silla, sosteniéndome con su firmeza maternal.Un vaso de agua fría se convirtió en una orden tácita, obligándome a beber a sorbos mientras sentía cómo el líquido frío quemaba mi garganta. Ella me arropó con una colcha cálida, como si quisiera envolverme en una burbuja de seguridad ante el frío que se había infiltrado en mi ser. La ventana, que antes había estado abierta y dejando entrar el gélido viento, fue cerrada con determinación.Las hojas de los diarios revoloteaban como almas perdidas en el aire, una danza frenética de palabras y recuerdos que parecían haber cobrado vida propia. Mientras la estufa cobraba vid
Guardaba silencio, concentrada en lo que decía el padre Bartolomé, y al escuchar la frase y de lo que iba la dedicación ese día me quedé congelada."Entonces fue traído ante él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba".... Y continuaba la cita con mucho fervor, y por momentos se quedó mirándome fijamente, y un estremecimiento me recorrió a tal punto de que hice la cruz, asustada. Sin embargo, aunque decía que el señor había logrado librarlos de tal calamidad. Yo me quedé allí en esa oración, preguntándome si no estaría endemoniada. ¿Quizás alguno de ellos se apoderó de mi espíritu, mi mente, y mi alma? Pensaba sintiendo como el miedo se apoderaba de mí. No podía concentrarme en la misa, esta idea daba vueltas en mi cabeza provocándome gran miedo. Sobre todo por lo que había vivido la noche anterior. Fue todo tan vívido que no podía concebir la idea de que no fuera realidad, tenía que existir una explicación. Cuando terminara todo,
Las horas pasaban y nos sumergíamos en la maravilla de explorar y admirar cada nuevo libro que encontrábamos. Las estanterías rebosaban con tesoros literarios, y la biblioteca en sí parecía un lugar mágico y atemporal.—Ángel, es increíble esta biblioteca. ¿Te imaginas a los niños aquí? —comentó Sor Inés, dejando ver su asombro.—Eso mismo pensé cuando la vi —respondí, compartiendo su entusiasmo.—Es realmente una colección valiosa —agregó Sor Caridad. —La mayoría de los libros son primeras ediciones y muchos tienen dedicatorias de sus propios autores, lo que los hace aún más especiales.—¿En serio? No sé mucho sobre eso.—¿Qué tal si elegimos uno y leemos un poco? Confieso que me vendría bien un momento de tranquilidad —propuso Sor Inés.—Estoy de acuerdo.Así que nos sumergimos en la lectura, dejándonos llevar por las páginas de un libro elegido al azar. La atmósfera de la biblioteca nos envolvía, y nos perdimos en las historias durante horas. Sin embargo, cuando el mediodía se ace
Sin percatarnos, nuestro tema de conversación llegó a mi herencia; en realidad no conocía nada; sabía que la casa me pertenecía, pero nada más. Sor Inés me sugirió que debía llamar cuanto antes al abogado de la familia para que me leyera el testamento; la idea me pareció acertada y lógica. Decidí que el próximo día lo mandaría a buscar. Eran las once de la noche cuando decidimos retirarnos; ambas me acompañaron a mi dormitorio, esperando tranquilamente que me cambiara de ropa, para decir nuestras oraciones antes de acostarnos. Me sentía tan bien espiritualmente que preferí dormir apaciblemente a continuar con la lectura. Esa noche fue la primera en que reposé verdaderamente; no sensaciones; nada de presencias en mi cama; ni aires fríos o alientos en mi nuca; no hubo sueños, ni buenos, ni malos. Dormí como si me encontrara en mi vieja cama del colegio de monjas. A las seis de la mañana, como era mi costumbre, me desperté. Pude escuchar a Sor Inés caminar por su habitación; ese día
Nunca en mi corta vida había sido alguien propenso a enfermedades o excesivamente impresionable. Mi naturaleza había sido más bien enérgica y mi escepticismo ante lo inexplicable había sido mi mejor escudo. Sin embargo, la súbita aparición de una abuela desconocida y mi llegada a esta casa colmada de misterios y sensaciones inquietantes me habían dejado hecha un manojo de nervios. Mi capacidad de razonamiento estaba siendo sometida a una prueba que sobrepasaba mis límites, y cada crujido de las viejas maderas parecía susurrar secretos que ansiaba descubrir.De niña, fui increíblemente feliz. No tenía preocupaciones ni responsabilidades mientras mis padres estuvieron presentes. Después de perderlos en aquella tragedia inexplicable, mi vida se redujo a un solo edificio, regida por normas y programas que debía seguir sin cuestionar. No tenía que pensar ni crear nada por mí misma, todo estaba preestablecido y sólo debía obedecer.Y si a eso le sumábamos que en todos los momentos libres, e
Escuchar que mi abuela hacía tiempo me había encontrado, pero al mismo tiempo no, me llenó de curiosidad, por ello quise saber más. —Verá, su abuela, señorita Ángel. Ella era muy amiga de la madre superiora del colegio de monjas, pensó que era solo una coincidencia, estaba segura de que de ser usted su nieta le hubiesen avisado enseguida. —Eso es cierto, querida —aseguró sor Caridad. —No creo que la madre superiora ocultara ese hecho.—Su abuela mandó al detective que investigara a todas las señoritas que tenían ese nombre, junto con la fecha de nacimiento en todo el país, y el resultado la llevó de nuevo a dar con usted en el mismo lugar, su colegio. Eso le tomó esos dos años. —Contaba el abogado, y de paso me daba mi respuesta del por qué no me había mandado a buscar antes. Comprensible, pensé. —Ayudó mucho que mantuviese el apellido de la familia. Cuando vio una foto suya, estaba segura de que era su nieta, usted se le parece mucho a su padre. Antes realizó todas las investiga