47. HERENCIA

Sin percatarnos, nuestro tema de conversación llegó a mi herencia; en realidad no conocía nada; sabía que la casa me pertenecía, pero nada más. Sor Inés me sugirió que debía llamar cuanto antes al abogado de la familia para que me leyera el testamento; la idea me pareció acertada y lógica. Decidí que el próximo día lo mandaría a buscar.

Eran las once de la noche cuando decidimos retirarnos; ambas me acompañaron a mi dormitorio, esperando tranquilamente que me cambiara de ropa, para decir nuestras oraciones antes de acostarnos. Me sentía tan bien espiritualmente que preferí dormir apaciblemente a continuar con la lectura.

Esa noche fue la primera en que reposé verdaderamente; no sensaciones; nada de presencias en mi cama; ni aires fríos o alientos en mi nuca; no hubo sueños, ni buenos, ni malos. Dormí como si me encontrara en mi vieja cama del colegio de monjas.

A las seis de la mañana, como era mi costumbre, me desperté. Pude escuchar a Sor Inés caminar por su habitación; ese día
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