Dolores me siguió en silencio hasta mi habitación. Las lágrimas amenazaban con desbordarse en sus ojos, aunque hacía un esfuerzo por ocultar su tristeza. En ese momento, algo extraño sucedió. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y por un instante, solo un parpadeo de tiempo, vi algo que no podía ser real. Apareció junto a Dolores un hombre de figura espectral, alto y esbelto, vestido completamente de blanco. Su piel era tan oscura como la medianoche, un negro profundo que parecía absorber la luz a su alrededor. Sostenía en su mano un bastón de madera antigua, de proporciones inusuales, y lo apoyaba en su hombro con una extraña elegancia. Sus ojos, profundos y enigmáticos, se posaron en mí por un instante, emanando una sensación de frío y un aura inexplicablemente amenazante. La visión se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, dejando un eco de misterio en mi mente. No pude evitar estremecerme, sintiendo que el aire mismo se había vuelto más denso y cargado. Sin embargo, apar
La voz carecía de forma, un susurro etéreo que flotaba en el aire como un eco distante de tiempos inmemoriales. Mis sentidos se agudizaron, atrapados entre la fascinación y el temor. Mi corazón, como una bestia desbocada, latía con una rapidez alarmante. En medio de mi desconcierto, una comprensión ominosa se forjó en mi mente: algo más allá de la realidad tangible estaba presente, algo que trascendía la comprensión humana. Giré la cabeza en dirección a la voz, buscando una presencia que no podía definir. Sin embargo, no había nada que mis ojos pudieran aprehender. Volví a concentrarme en las frutas frente a mí, tratando de ignorar la sensación de que estaba siendo observada por ojos invisibles. Alcé la vista hacia el jardín, donde las palomas revoloteaban en un extraño ballet sobre las plantas de un verde oscuro e inquietante. Mi mente tropezó con la extrañeza de ese verde, un matiz que parecía tener una profundidad insospechada. La puerta crujió, un gemido melancólico que resonó en
De mala gana, Dolores me trajo las cosas para el desayuno, murmurando quejas entre dientes que solo me hacían reír aún más. Estábamos inmersas en esta cómica disputa cuando una voz urgente resonó en la distancia, interrumpiendo nuestra pequeña contienda matutina. —¡Dolores, Dolores! ¿Has visto a Ángel? —la voz de Sor Caridad vibró con un tono de ansiedad, lleno de preocupación. Dolores no perdió tiempo en responder, su voz llevando un matiz de alivio mientras gritaba desde la puerta: —¡Está conmigo, aquí en la cocina, señoritas! ¡Adelante! ¡Mírenla, está muy bien! Aunque es terca como una mula, miren dónde decidió sentarse, en la cocina como una simple sirvienta. Pero, créanme, por la cantidad de comida que ha devorado, está más que bien. Con un aire de orgullo evidente, Dolores señalaba hacia mí mientras explicaba cómo había sido mi elección sentarme en la cocina y cómo ella había sugerido que lo hiciera en el comedor, como correspondía a la dueña de la casa. —¡Deja de protestar,
Fue la pregunta que pasó por mi cabeza. Posiblemente, me dije, o hace que perdamos la razón, los que poseemos la sangre de nuestra familia. Las miradas intensas y la atmósfera cargada de misterio me recordaron que había más en juego de lo que podía imaginar. La casa parecía latir con vida propia, susurros en las sombras y sombras en los rincones. No había respuestas claras, solo preguntas que se acumulaban en mi mente. Y así, con la inquietante certeza de que estábamos en el umbral de algo inexplicable y aterrador, continuamos explorando los enigmas de la casa y enfrentando los desafíos que el destino tenía preparados para nosotras. Y que mientras estuviéramos juntos lo íbamos a sobrepasar. Pensaba en lo que avanzamos por el corredor, y ellas sonreían en felices, al ver el hermoso paisaje que se divisaba desde donde estábamos —Es realmente hermoso —dijo sor Inés. —Sí que lo eres —estuvo de acuerdo sor Caridad. Al escucharlas, dejé de pensar en los misterios que envolvían mi heren
Detenidas frente a la enorme extensión del jardín donde no se divisaba una sola flor. Estábamos, sin embargo, maravilladas con la enorme cantidad de tonos vívidos de verde. Eran desde muy claros hasta muy oscuros pasaban por todas las tonalidades que se pudieran imaginar, nunca imaginé que pudiéramos verlos todos reunidos tan majestuosamente en un solo lugar en completa armonía.—¡No existe una sola flor! —Volvió a exclamar sor Caridad, realmente sorprendida como lo estábamos todas. — ¡Ni una sola flor! Todo es verde, verde y verde. —Tienes razón querida, todo es verde, pero hermoso —observó sor Inés. —De la manera que están ubicados no les hace falta otro color, me gusta. —Pero es hermoso, muy hermoso —dije mientras avanzaba para entrar. —No sabía que existían tantas tonalidades de este color, ¡es grandioso! Ni una sola flor se podía divisar, solamente verde en diferentes tonalidades, existían muchas variedades de pinos, con senderos de piedra empotrada, muy bien definidos. Avanz
Me quedé pensativa escuchando a las hermanas. Eso podría ser una explicación del por qué no los veo. Vienen en la madrugada y se van a realizar sus trabajos cuando yo todavía duermo. Aunque no dejaba de ser verdad que aparte de Dolores, no había visto a nadie más dentro de la casa, y realmente era muy grande para que ella realizara las tareas sola. —No te preocupes, querida, de seguro el día del cobro vendrán a verte —sugirió sor Inés ante mi expresión pensativa. Asentí, preguntándome si habría llegado la hora de hablar de mis visiones, cuando las escuché. —Ángel, debemos confesarte algo y queremos pedirte perdón por nuestro atrevimiento. En el tiempo que permaneciste dormida, estuvimos leyendo el diario de tus antepasados, no lo hicimos por mal querida, queríamos ayudarte a encontrar esas respuestas que tanto buscas y que a lo mejor es la solución para todo esto que está pasando contigo —confesó sor Caridad algo apenada. — Dolores nos dijo, que a lo mejor podríamos encontrar respue
Al girar mi cabeza me percaté que las hermanas tenían tamaña expresión de desconcierto. Repetí la pregunta sin obtener respuesta. Volviendo a girar mi cabeza hacia donde ellas veían, esperando ver por lo menos un fantasma por cómo ellas miraban hacía allá, pero solo existía el jardín blanco. Ninguna de las dos me contestó, seguían mirando algo en dirección al jardín, con los ojos y la boca bien abiertas. Ambas gesticulaban como si no pudiera hablar. Volví sobre mis pasos hasta llegar hasta donde ellas estaban detenidas, muy pálidas, como si estuvieran viendo un fantasma. —¿Qué es? ¿Qué tienen? —pregunté realmente asustada al verlas así. —¿Qué es lo que ven que se pusieron así? —Ángel, querida, ¿en verdad puedes ver el jardín? —preguntó sor Inés. —¿Estás diciendo ue existe un jardín florecido de color blanco ahí? —¡Claro que sí, mírenlo allí! —Y señalé para el lugar donde yo podía divisar perfectamente el jardín. —¿Por qué me preguntan? —No te asustes querida, pero nosotros no pod
Dolores como era su costumbre me miró en silencio sin responder y nos indicó de nuevo donde dormitaba el padre, haciendo que nos olvidaramos de todo lo demás. Nos apresuramos al verlo, lo divisamos recostado en uno de los sillones. Tenía su cabeza un poco reclinaba, su cuerpo se notaba muy delgado, las mangas dejaban ver sus brazos relajados, parecía dormitar, como lo había dicho Dolores. Por lo que nos detuvimos, pensando en dejarlo dormir un rato más para que descansara. Pero ya se había despertado al escuchar nuestros pasos en el corredor y levantó su cabeza, esbozando una sonrisa se levantó diligentemente viniendo a nuestro encuentro. —Queridas, no tenían que interrumpir su paseo por mi visita. Se lo dije a la buena de Dolores, que no las llamara. Me he tomado la tarde para estar con ustedes aquí y al mismo tiempo descansar —dijo con su voz melodiosa y grave en lo que se acercaba con pasos lentos. —Bienvenido padre —dije adelantándome para besar su mano. Acto que siguieron la