Las horas pasaban y nos sumergíamos en la maravilla de explorar y admirar cada nuevo libro que encontrábamos. Las estanterías rebosaban con tesoros literarios, y la biblioteca en sí parecía un lugar mágico y atemporal.—Ángel, es increíble esta biblioteca. ¿Te imaginas a los niños aquí? —comentó Sor Inés, dejando ver su asombro.—Eso mismo pensé cuando la vi —respondí, compartiendo su entusiasmo.—Es realmente una colección valiosa —agregó Sor Caridad. —La mayoría de los libros son primeras ediciones y muchos tienen dedicatorias de sus propios autores, lo que los hace aún más especiales.—¿En serio? No sé mucho sobre eso.—¿Qué tal si elegimos uno y leemos un poco? Confieso que me vendría bien un momento de tranquilidad —propuso Sor Inés.—Estoy de acuerdo.Así que nos sumergimos en la lectura, dejándonos llevar por las páginas de un libro elegido al azar. La atmósfera de la biblioteca nos envolvía, y nos perdimos en las historias durante horas. Sin embargo, cuando el mediodía se ace
Sin percatarnos, nuestro tema de conversación llegó a mi herencia; en realidad no conocía nada; sabía que la casa me pertenecía, pero nada más. Sor Inés me sugirió que debía llamar cuanto antes al abogado de la familia para que me leyera el testamento; la idea me pareció acertada y lógica. Decidí que el próximo día lo mandaría a buscar. Eran las once de la noche cuando decidimos retirarnos; ambas me acompañaron a mi dormitorio, esperando tranquilamente que me cambiara de ropa, para decir nuestras oraciones antes de acostarnos. Me sentía tan bien espiritualmente que preferí dormir apaciblemente a continuar con la lectura. Esa noche fue la primera en que reposé verdaderamente; no sensaciones; nada de presencias en mi cama; ni aires fríos o alientos en mi nuca; no hubo sueños, ni buenos, ni malos. Dormí como si me encontrara en mi vieja cama del colegio de monjas. A las seis de la mañana, como era mi costumbre, me desperté. Pude escuchar a Sor Inés caminar por su habitación; ese día
Nunca en mi corta vida había sido alguien propenso a enfermedades o excesivamente impresionable. Mi naturaleza había sido más bien enérgica y mi escepticismo ante lo inexplicable había sido mi mejor escudo. Sin embargo, la súbita aparición de una abuela desconocida y mi llegada a esta casa colmada de misterios y sensaciones inquietantes me habían dejado hecha un manojo de nervios. Mi capacidad de razonamiento estaba siendo sometida a una prueba que sobrepasaba mis límites, y cada crujido de las viejas maderas parecía susurrar secretos que ansiaba descubrir.De niña, fui increíblemente feliz. No tenía preocupaciones ni responsabilidades mientras mis padres estuvieron presentes. Después de perderlos en aquella tragedia inexplicable, mi vida se redujo a un solo edificio, regida por normas y programas que debía seguir sin cuestionar. No tenía que pensar ni crear nada por mí misma, todo estaba preestablecido y sólo debía obedecer.Y si a eso le sumábamos que en todos los momentos libres, e
Escuchar que mi abuela hacía tiempo me había encontrado, pero al mismo tiempo no, me llenó de curiosidad, por ello quise saber más. —Verá, su abuela, señorita Ángel. Ella era muy amiga de la madre superiora del colegio de monjas, pensó que era solo una coincidencia, estaba segura de que de ser usted su nieta le hubiesen avisado enseguida. —Eso es cierto, querida —aseguró sor Caridad. —No creo que la madre superiora ocultara ese hecho.—Su abuela mandó al detective que investigara a todas las señoritas que tenían ese nombre, junto con la fecha de nacimiento en todo el país, y el resultado la llevó de nuevo a dar con usted en el mismo lugar, su colegio. Eso le tomó esos dos años. —Contaba el abogado, y de paso me daba mi respuesta del por qué no me había mandado a buscar antes. Comprensible, pensé. —Ayudó mucho que mantuviese el apellido de la familia. Cuando vio una foto suya, estaba segura de que era su nieta, usted se le parece mucho a su padre. Antes realizó todas las investiga
Hasta el día de hoy no puedo decir si lo que pasó aquel día fue real o sacado de mi mente de fantasía. De pronto las plantas de enredaderas se desprendieron de su abrazo y vinieron hacia mí, me arrebataron de los brazos de mis hermanas, que gritaban aterrorizadas por lo que sucedía, o eso creo. Me envolvieron y me llevaron con ellas debajo de la tierra, donde sus ramas se convirtieron de a poco en brazos humanos. ¡Eran los brazos de mis queridos padres que me estrechaban muy fuerte, cómo acostumbraba a hacer en vida! Me prendí también de ellos muy fuerte, los abrazaba tratando de que no pudieran alejarse nunca más de mí. Los gritos de las hermanas llamando mi nombre era lo único que escuchaba, mientras yo seguía abrazada con todas mis fuerzas a mis padres, a lo cuales no podía distinguir sus rostros en la completa oscuridad, pero yo sabía que eran ellos, no tenía ninguna duda de ello, su calor, su olor todo me decía que eran ellos. Pero sobre todo la manera en que me abrazaban. Era
Dolores me siguió en silencio hasta mi habitación. Las lágrimas amenazaban con desbordarse en sus ojos, aunque hacía un esfuerzo por ocultar su tristeza. En ese momento, algo extraño sucedió. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral, y por un instante, solo un parpadeo de tiempo, vi algo que no podía ser real. Apareció junto a Dolores un hombre de figura espectral, alto y esbelto, vestido completamente de blanco. Su piel era tan oscura como la medianoche, un negro profundo que parecía absorber la luz a su alrededor. Sostenía en su mano un bastón de madera antigua, de proporciones inusuales, y lo apoyaba en su hombro con una extraña elegancia. Sus ojos, profundos y enigmáticos, se posaron en mí por un instante, emanando una sensación de frío y un aura inexplicablemente amenazante. La visión se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos, dejando un eco de misterio en mi mente. No pude evitar estremecerme, sintiendo que el aire mismo se había vuelto más denso y cargado. Sin embargo, apar
La voz carecía de forma, un susurro etéreo que flotaba en el aire como un eco distante de tiempos inmemoriales. Mis sentidos se agudizaron, atrapados entre la fascinación y el temor. Mi corazón, como una bestia desbocada, latía con una rapidez alarmante. En medio de mi desconcierto, una comprensión ominosa se forjó en mi mente: algo más allá de la realidad tangible estaba presente, algo que trascendía la comprensión humana. Giré la cabeza en dirección a la voz, buscando una presencia que no podía definir. Sin embargo, no había nada que mis ojos pudieran aprehender. Volví a concentrarme en las frutas frente a mí, tratando de ignorar la sensación de que estaba siendo observada por ojos invisibles. Alcé la vista hacia el jardín, donde las palomas revoloteaban en un extraño ballet sobre las plantas de un verde oscuro e inquietante. Mi mente tropezó con la extrañeza de ese verde, un matiz que parecía tener una profundidad insospechada. La puerta crujió, un gemido melancólico que resonó en
De mala gana, Dolores me trajo las cosas para el desayuno, murmurando quejas entre dientes que solo me hacían reír aún más. Estábamos inmersas en esta cómica disputa cuando una voz urgente resonó en la distancia, interrumpiendo nuestra pequeña contienda matutina. —¡Dolores, Dolores! ¿Has visto a Ángel? —la voz de Sor Caridad vibró con un tono de ansiedad, lleno de preocupación. Dolores no perdió tiempo en responder, su voz llevando un matiz de alivio mientras gritaba desde la puerta: —¡Está conmigo, aquí en la cocina, señoritas! ¡Adelante! ¡Mírenla, está muy bien! Aunque es terca como una mula, miren dónde decidió sentarse, en la cocina como una simple sirvienta. Pero, créanme, por la cantidad de comida que ha devorado, está más que bien. Con un aire de orgullo evidente, Dolores señalaba hacia mí mientras explicaba cómo había sido mi elección sentarme en la cocina y cómo ella había sugerido que lo hiciera en el comedor, como correspondía a la dueña de la casa. —¡Deja de protestar,