25. ÁNGEL

Salté asustada ante la voz, girando mi cabeza para ver a Dolores, que me miraba muy seria. Algo en ella había cambiado, o eso me pareció. No sé cómo explicarlo, porque la veía un poco más alta, y gruesa. Sin embargo, era tanta mi alegría de verla que me puse de pie de un salto con claras intenciones de abrazarla, pero ella a una velocidad que me pareció fuera de lo normal se alejó de mí. Giró sobre sus pasos y se fue al tiempo que me decía.

—Aséese y baje a cenar, se hace tarde —hablaba sin dejar de alejarse, y mirar una sola vez hacía atrás. Si estaba muy extraña, pensé. — Ya sabe que debemos cumplir con el horario. Y nada de visitas al jardín, el regadío está abierto. No quiero volver a mojarme esta noche.

—¿Noche?

Y fue entonces que me di cuenta de que todas las luces estaban prendidas y por ello no me había dado vuelta de la falta de luz para leer. Presurosa, recogí el diario, y entré en la habitación. A pesar de lo extraña que se comportaba Dolores, estaba feliz de que hubiese
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